Señora Presidenta,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
Representantes de la sociedad civil,
Distinguidas autoridades,
Señoras y señores:
Es motivo de alegría y esperanza comenzar esta peregrinación por los Países Bálticos en tierra lituana que, como le gustaba llamar a san Juan Pablo II, es «testimonio silencioso de un amor apasionado por la libertad religiosa» (Discurso en la ceremonia de bienvenida, Vilna, 4 septiembre 1993).
Le agradezco, señora Presidenta, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre propio y de su pueblo. En usted quiero saludar en primer lugar a todo el pueblo lituano que hoy me abre las puertas de su hogar y de su patria. A todos vosotros mi afecto y sincero agradecimiento.
Esta visita se desarrolla en un momento particularmente importante de vuestra vida como nación al celebrarse los 100 años de la declaración de independencia.
Un siglo marcado por múltiples pruebas y sufrimientos que han tenido que sobrellevar (detenciones, deportaciones, incluso el martirio). Celebrar los cien años de independencia significa detenerse un poco en el tiempo, recuperar la memoria de lo vivido para tomar contacto con todo aquello que los ha forjado como nación y encontrar allí las claves que les permitan mirar los desafíos presentes, y proyectarse hacia el futuro, en un clima de diálogo y de unidad con todos sus habitantes, de manera que nadie quede excluido. Cada generación está llamada a hacer suyas las luchas y los logros pasados y honrar en su presente la memoria de sus mayores. No sabemos cómo será el mañana; lo que sí sabemos es que a cada época le corresponde conservar el "alma" que la construyó y ayudó a transformar toda situación de dolor e injusticia en oportunidad, además de conservar viva y eficaz la raíz que dio los frutos de hoy. Este pueblo tiene un "alma" fuerte que le permitió resistir y construir. Y así dice vuestro himno nacional: «Que tus hijos desde el pasado extraigan fortaleza» para mirar el presente con valentía.
«Que tus hijos extraigan fortaleza del pasado»
Durante su historia, Lituania supo hospedar, acoger y recibir pueblos de diversas etnias y religiones. Todos han encontrado en estas tierras un lugar para vivir: lituanos, tártaros, polacos, rusos, bielorrusos, ucranianos, armenios, alemanes…; católicos, ortodoxos, protestantes, viejos católicos, musulmanes, judíos…; han vivido juntos y en paz hasta que llegaron las ideologías totalitarias que quebraron la capacidad de albergar y armonizar las diferencias sembrando violencia y desconfianza. Extraer fuerzas del pasado es recuperar la raíz y mantener siempre vivo lo más auténtico y original que vive en vosotros y que os ha permitido crecer y no sucumbir como nación: la tolerancia, la hospitalidad, el respeto y la solidaridad.
Mirando el escenario mundial que nos toca vivir, en el que crecen las voces que siembran división y enfrentamiento –instrumentalizando muchas veces la inseguridad o los conflictos– o que pregonan que la única manera posible de garantizar la seguridad y la subsistencia de una cultura nace buscando eliminar, cancelar o expulsar a las otras, vosotros lituanos tenéis una palabra autóctona que aportar: "albergar las diferencias". Por medio del diálogo, de la apertura y la comprensión estas pueden convertirse en puente de unión entre el oriente y el occidente europeo. Este puede ser el fruto de una historia madura, que como pueblo ofrecéis a la comunidad internacional y en particular a la Unión Europea. Vosotros habéis sufrido en "carne propia" los intentos de imponer un modelo único, que anulase lo diverso con la pretensión de creer que los privilegios de algunos pocos estén por encima de la dignidad de los otros o del bien común. Bien lo señaló Benedicto XVI: «Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. […] Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales» (Carta enc. Caritas in veritate, 7). Todos los conflictos que se presentan tienen soluciones duraderas siempre y cuando se sustenten en el reconocimiento concreto de las personas, especialmente de las más débiles y en el sentirse desafiados a «ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que los beneficiará a todos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 235).
En este sentido, extraer fortaleza del pasado es prestar atención a los más jóvenes, que no solo son el futuro, sino el presente de esta nación, siempre y cuando permanezcan unidos a las raíces del pueblo. Un pueblo donde los jóvenes encuentran espacios para desarrollarse y trabajar, les ayudará sentirse protagonistas de la construcción del entramado social y comunitario. Eso posibilitará a todos alzar la mirada con ilusión hacia el mañana. La Lituania que soñáis se juega en la búsqueda incansable por promover todo tipo de políticas que incentiven la participación activa de los más jóvenes en la sociedad. Sin duda, eso será semilla de esperanza, puesto que portará a un dinamismo en el que el "alma" de este pueblo seguirá gestando hospitalidad: hospitalidad hacia el extranjero, hospitalidad hacia los jóvenes, hacia los ancianos, que son memoria viva, hacia el pobre, en definitiva, hospitalidad al porvenir.
Le aseguro señora Presidenta que pueden contar –como hasta ahora– con el esfuerzo y el trabajo mancomunado de la Iglesia católica, para que esta tierra pueda cumplir su vocación de ser tierra puente de comunión y esperanza.