Señores cardenales,
Queridos hermanos obispos y sacerdotes,
Hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme con vosotros al concluir los trabajos de vuestra Asamblea. Agradezco a Mons. Piero Marini sus amables palabras. Saludo a los Delegados nacionales nombrados por las Conferencias episcopales y, de manera especial, a la Delegación del comité húngaro encabezada por el cardenal Peter Erd?, arzobispo de Budapest, ciudad donde se celebrará el próximo Congreso Eucarístico Internacional, en el año 2020. El escenario en el que tendrá lugar este evento es una gran ciudad europea, donde las comunidades cristianas esperan una nueva evangelización capaz de hacer frente a la modernidad secularizada y a una globalización que corre el riesgo de borrar las peculiaridades de una historia tan rica y variada.
De ahí surge la pregunta fundamental: ¿Qué significa celebrar un Congreso eucarístico en una ciudad moderna y multicultural donde el Evangelio y las formas de pertenencia religiosa se han vuelto marginales? Significa colaborar con la gracia de Dios para difundir, a través de la oración y la acción, una "cultura eucarística", es decir, una forma de pensar y trabajar fundada en el sacramento, pero que se puede percibir también más allá de la pertenencia a la Iglesia. En Europa, enferma por la indiferencia y atravesada por divisiones y barreras, los cristianos ante todo renuevan cada domingo el gesto sencillo y fuerte de su fe: se reúnen en el nombre del Señor, reconociéndose hermanos entre sí. Y el milagro se repite: en la escucha de la Palabra y en el gesto del Pan partido, incluso la asamblea más pequeña y humilde de creyentes se convierte en el cuerpo del Señor, su sagrario en el mundo. Así, la celebración de la Eucaristía favorece el desarrollo de las actitudes que generan una cultura eucarística, porque nos impulsa a transformar, en gestos y actitudes de vida, la gracia de Cristo, que se entregó totalmente.
La primera de estas actitudes es la comunión. En la última cena, Jesús eligió, como signo de su entrega, el pan y el cáliz de la fraternidad. De esto se deduce que la celebración de la memoria del Señor, en la que nos alimentamos de su cuerpo y su sangre, requiere y establece la comunión con él y la comunión de los fieles entre sí. Precisamente la comunión con Cristo es el verdadero desafío de la pastoral eucarística, porque se trata de ayudar a los fieles a establecer esa comunión con él, presente en el sacramento, para que vivan en él y con él en la caridad y en la misión. A esto también contribuye en gran medida el culto eucarístico fuera de la misa, que siempre ha sido un momento importante en estos eventos eclesiales. La oración de adoración nos enseña a no separar a Cristo cabeza de su cuerpo, es decir, la comunión sacramental con él de la comunión de sus miembros y del compromiso misionero que conlleva.
La segunda actitud es la del servicio. La comunidad eucarística, participando en el destino de Jesús Siervo, se convierte en "servidora": al comer el "cuerpo entregado" se transforma en un "cuerpo ofrecido por las multitudes". Volviendo constantemente a la "habitación superior" (cf. Hch 1, 13), vientre que da a luz a la Iglesia, donde Jesús lavó los pies a sus discípulos, los cristianos sirven a la causa del Evangelio entrando en los lugares de la debilidad y de la cruz para compartir y sanar. Hay muchas situaciones en la Iglesia y en la sociedad sobre las que se debe derramar el bálsamo de la misericordia con las obras espirituales y corporales: son familias con dificultades, jóvenes y adultos sin trabajo, ancianos y enfermos solos, migrantes marcados por la fatiga y la violencia –y rechazados–, como también otros tipos de pobreza. En estos lugares de la humanidad herida, los cristianos celebran el memorial de la cruz y hacen vivo y presente el Evangelio del Siervo Jesús que se entregó por amor. Así, los bautizados siembran una cultura eucarística haciéndose servidores de los pobres, no en nombre de una ideología, sino del Evangelio mismo, que se convierte en la regla de vida de cada persona y de las comunidades, como lo atestigua el conjunto ininterrumpido de santos y santas de la caridad.
Finalmente, cada misa nutre una vida eucarística trayendo a la luz palabras del Evangelio que nuestras ciudades a menudo han olvidado. Solo pensemos en la palabra misericordia, casi eliminada del diccionario en la cultura actual. Todos se quejan del río cárstico de miseria que experimenta nuestra sociedad. Se trata de tantas formas de miedo, opresión, arrogancia, iniquidad, odio, barreras, abandono del medio ambiente, entre otras. Y, sin embargo, los cristianos experimentan cada domingo que este río en crecida no puede hacer nada contra el océano de misericordia que inunda el mundo. La Eucaristía es la fuente de este océano de misericordia porque, en ella, el Cordero de Dios inmolado, pero que está en pie, hace surgir de su costado abierto ríos de agua viva, infunde su Espíritu para una nueva creación y se ofrece como alimento en la mesa de la nueva pascua (cf. Carta ap. Misericordiae vultus, 7). La misericordia entra así en las venas del mundo y ayuda a construir la imagen y la estructura del Pueblo de Dios adecuadas para el tiempo de la modernidad.
El próximo Congreso Eucarístico Internacional, con su historia más que centenaria, está llamado a indicar este camino de novedad y conversión, recordando que en el centro de la vida eclesial está la Eucaristía. Esta es misterio pascual capaz de influir positivamente no solo en cada bautizado, sino también en la ciudad terrenal en la que vive y trabaja. Que este acontecimiento eucarístico de Budapest fomente procesos de renovación en las comunidades cristianas, de modo que la salvación que brota de la Eucaristía se traduzca también en una cultura eucarística capaz de inspirar a hombres y mujeres de buena voluntad en los campos de la caridad, la solidaridad, la paz, la familia y el cuidado de la creación.
Encomiendo desde ahora el próximo Congreso Eucarístico Internacional a la Virgen María. Que ella proteja y acompañe a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades, y haga fructífero el trabajo que estáis realizando y que os agradezco. Os pido, por favor, que recéis por mí y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.