Queridos hermanos y hermanas:
Me siento grato de encontraros hoy y os agradezco vuestra alegre bienvenida. Doy las gracias en particular a la Señora Presidenta por las palabras fuertes que me ha dirigido –¡fuertes de tono!– en nombre de todo el Movimiento y por los contenidos que ha expresado, recordando vuestra misión al servicio de la vida y la importancia de la Jornada que se celebrará mañana en toda Italia.
La Jornada por la Vida, instituida hace 41 años por iniciativa de los obispos italianos, destaca cada año el valor primario de la vida humana y el deber absoluto de defenderla, desde su concepción hasta su extinción natural. Y me gustaría subrayar algo, como premisa general. Cuidar de la vida requiere que se haga durante toda la vida y hasta el final. Y también requiere que se preste atención a las condiciones de vida: salud, educación, oportunidades de trabajo, etc. En resumen, todo lo que permite a una persona vivir de manera digna.
Por lo tanto, la defensa de la vida no se lleva a cabo solamente de una manera o con un solo gesto, sino que se realiza en una multiplicidad de acciones, atenciones e iniciativas; ni tampoco concierne solamente a algunas personas o a determinados campos profesionales, sino que involucra a cada ciudadano y al complejo entretejido de las relaciones sociales. Consciente de esto, el Movimiento por la Vida, presente en todo el territorio italiano a través de los Centros y Servicios de ayuda a la vida y las Casas de acogida, y a través de sus numerosas iniciativas, desde hace 43 años se esfuerza por ser levadura para difundir un estilo y prácticas de acogida y respeto de la vida en toda "la masa" de la sociedad.
Esta debería ser siempre una celosa y firme custodia de la vida, porque "la vida es futuro", como recuerda el mensaje de los obispos. Solo si le dejas espacio se puede mirar hacia adelante y hacerlo con confianza. Por eso la defensa de la vida tiene su fulcro en la acogida de los que han sido generados y está todavía custodiado en el seno materno, envuelto en el seno de la madre como en un abrazo amoroso que los une. He apreciado el tema elegido este año para el concurso europeo propuesto a las escuelas: «Cuido de ti. El modelo de la maternidad». Nos invita a ver la concepción y el nacimiento no como un hecho mecánico o solo físico, sino en la perspectiva de la relación y de la comunión que une a la mujer y a su hijo.
La Jornada por la Vida de este año recuerda un pasaje del profeta Isaías que nos conmueve cada vez, recordándonos la maravillosa obra de Dios: «He aquí que yo hago cosa nueva» (Is 43, 19), dice el Señor, dejando entrever su corazón siempre joven y su entusiasmo en generar, cada vez como al principio, algo que no estaba allí antes y trae una belleza inesperada. «¿No lo reconocéis?» Agrega Dios por boca del profeta, para sacudirnos de nuestro sopor. «¿Cómo es posible que no os deis cuenta del milagro que se cumple ante vuestros ojos?». Y nosotros, ¿cómo podemos considerarlo solamente una obra nuestra hasta sentirnos con derecho a disponer de ello cómo queramos?
Extinguir la vida voluntariamente mientras está floreciendo es, en cualquier caso, una traición a nuestra vocación, así como al pacto que une a las generaciones, pacto que nos permite mirar hacia adelante con esperanza. ¡Donde hay vida, hay esperanza! Pero si la vida misma es violada cuando surge, lo que queda ya no es el recibimiento agradecido y asombrado del regalo, sino un cálculo frío de lo que tenemos y de lo que podemos disponer. Entonces, también la vida se reduce a un bien de consumo, de usar y tirar, para nosotros y para los demás. ¡Qué dramática es esta visión, desafortunadamente difundida y arraigada, presentada también como un derecho humano, y cuánto sufrimiento causa a los más débiles de nuestros hermanos!
Nosotros, sin embargo, nunca nos resignamos, sino que seguimos trabajando, conociendo nuestros límites, pero también la potencia de Dios, que mira cada día con renovado asombro a nosotros, sus hijos, y a los esfuerzos que hacemos para que germine el bien. Un signo particular de consuelo viene de la presencia entre vosotros de muchos jóvenes. Gracias. Queridos chicos y chicas, vosotros sois un recurso para el Movimiento por la Vida, para la Iglesia y para la sociedad, y es hermoso que dediquéis tiempo y energía a la protección de la vida y al apoyo de los más indefensos. Esto os hace más fuertes y es como un motor de renovación también para los que tienen más años que vosotros.
Quiero dar las gracias a vuestro Movimiento por su apego, siempre declarado y actuado a la fe católica y a la Iglesia, que os hace testigos explícitos y valientes del Señor Jesús. Y al mismo tiempo, aprecio la laicidad con la que os presentáis y trabajáis, laicidad fundada en la verdad del bien de la vida, que es un valor humano y civil y, como tal, pide ser reconocido por todas las personas de buena voluntad, a cualquier religión o credo pertenezcan. En vuestra acción cultural, habéis testimoniado con franqueza que los concebidos son hijos de toda la sociedad, y su asesinato en un número enorme, con la aprobación de los Estados, constituye un grave problema que socava en su base la construcción de la justicia, comprometiendo la solución adecuada de cualquier otra cuestión humana y social. Gracias.
En vista de la Jornada por la Vida de mañana, aprovecho esta oportunidad para dirigir un llamado a todos los políticos, para que, independientemente de las convicciones de fe de cada uno, pongan como primera piedra del bien común la defensa de la vida de quienes están por nacer y entrar en la sociedad, a la que llegan para traer novedad, futuro y esperanza. No os dejéis condicionar por lógicas que apuntan al éxito personal o a intereses solamente inmediatos o partidistas, mirad, en cambio, siempre a lo lejos, y mirad a todos con el corazón.
Pidamos con confianza a Dios que la Jornada por la Vida que estamos a punto de celebrar traiga un respiro de aire fresco, permita a todos reflexionar y comprometerse con generosidad, comenzando con las familias y las personas que tienen roles de responsabilidad al servicio de la vida. A cada uno de nosotros sea dado el gozo del testimonio, en la comunión fraterna. Os bendigo con afecto y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.