Eminencias, Excelencias, Estimados responsables de las tradiciones religiosas mundiales, Representantes de los organismos internacionales, Ilustres señoras y señores:
Os doy la bienvenida a todos vosotros aquí convocados para esta Conferencia Internacional sobre las religiones y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Cuando hablamos de sostenibilidad, no podemos pasar por alto la importancia de la inclusión y la de la escucha de todas las voces, especialmente de aquellas normalmente marginadas en este tipo de discusión, como las de los pobres, los migrantes, los indígenas y los jóvenes. Me alegra ver a una variedad de participantes en esta conferencia, portadores de una multiplicidad de voces, de opiniones y propuestas, que pueden contribuir a nuevos itinerarios de desarrollo constructivo. Es importante que la implementación de los objetivos de desarrollo sostenible siga su verdadera naturaleza original que es la de ser inclusiva y participativa.
La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados por más de 190 naciones en septiembre de 2015, fueron un gran paso adelante para el diálogo mundial, a la enseña de una necesaria «nueva solidaridad universal» (Enc. Laudato si', 14). Diferentes tradiciones religiosas, incluida la católica, han abrazado los objetivos del desarrollo sostenible porque son el resultado de procesos participativos globales que, por un lado, reflejan los valores de las personas y, por el otro, se sustentan en una visión integral del desarrollo.
Sin embargo, proponer un diálogo sobre el desarrollo inclusivo y sostenible también requiere reconocer que el "desarrollo" es un concepto complejo, a menudo instrumentalizado. Cuando hablamos de desarrollo siempre debemos aclarar: ¿Desarrollo de qué? ¿Desarrollo para quién? Durante demasiado tiempo, la idea convencional de desarrollo se ha limitado casi por completo al crecimiento económico. Los indicadores de desarrollo nacional se basaban en los índices del producto interno bruto (PIB). Esto ha guiado al sistema económico moderno por un camino peligroso, que ha evaluado el progreso solo en términos de crecimiento material, por lo que casi estamos obligados a explotar irracionalmente tanto a la naturaleza como a los seres humanos.
En realidad, como destacó mi predecesor San Pablo VI, hablar de desarrollo humano significa referirse a todas las personas –no solo a unas pocas– y a toda la persona humana, no solo a la dimensión material (véase Enc. Populorum progressio, 14). Por lo tanto, una discusión fructífera sobre el desarrollo debería ofrecer modelos viables de integración social y de conversión ecológica, porque no podemos desarrollarnos como seres humanos fomentando la desigualdad y la degradación del medio ambiente 1.
Las denuncias de los modelos negativos y las propuestas de rutas alternativas no son válidas solo para los demás, sino también para nosotros. De hecho, todos debemos comprometernos a promover e implementar los objetivos de desarrollo que están respaldados por nuestros valores religiosos y éticos más profundos. El desarrollo humano no es solo una cuestión económica o que concierne solo a los expertos, sino, en primer lugar, una vocación, una llamada que requiere una respuesta libre y responsable (cf. Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 16-17).
Y las respuestas son lo que yo espero que surja en esta Conferencia: respuestas concretas al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Compromisos concretos para promover un desarrollo real de manera sostenible a través de procesos abiertos a la participación de las personas. Propuestas concretas para facilitar el desarrollo de los necesitados, haciendo uso de lo que el Papa Benedicto XVI ha reconocido como «la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes» (Caritas in veritate, 42). Políticas económicas concretas que se centren en la persona y que puedan promover un mercado y una sociedad más humanos (véase Caritas in veritate, 45.47). Medidas económicas concretas que tomen seriamente en consideración nuestra casa común. Compromisos éticos, civiles y políticos concretos para desarrollarse junto a nuestra hermana tierra, y no a pesar de ella.
También me alegra saber que los participantes en esta Conferencia están dispuestos a escuchar las voces religiosas cuando discuten la implementación de los objetivos del desarrollo sostenible. Efectivamente, todos los interlocutores de dicho diálogo sobre este tema complejo están, de alguna manera, llamados a salir de su especialización para encontrar respuestas comunes al clamor de la tierra y al de los pobres. En el caso de las personas religiosas, necesitamos abrir los tesoros de nuestras mejores tradiciones para un diálogo verdadero y respetuoso sobre la manera de construir el futuro de nuestro planeta. Los relatos religiosos, aunque antiguos, están normalmente llenos de simbolismo y contienen «una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Enc. Laudato si', 70).
En este sentido, la Agenda de las Naciones Unidas 2030 propone integrar todos los objetivos a través de las cinco P: personas, planeta, prosperidad, paz y partnership 2. Sé que esta conferencia también se articula en torno a estas cinco P.
Acojo con satisfacción este enfoque unificado de los objetivos; también puede servir para defendernos de una concepción de prosperidad basada en el mito del crecimiento y el consumo ilimitados (ver Enc. Laudato si', 106), para cuya sostenibilidad dependeríamos solo del progreso tecnológico. Todavía podemos encontrar algunos que apoyan obstinadamente este mito, y dicen que los problemas sociales y ecológicos se resuelven simplemente aplicando nuevas tecnologías y sin consideraciones éticas o cambios fundamentales (cf. Laudato si', 60).
Un enfoque integral nos enseña que esto no es cierto. Si bien es ciertamente necesario apuntar a una serie de objetivos de desarrollo, sin embargo, esto no es suficiente para un orden mundial ecuo y sostenible. Los objetivos económicos y políticos deben estar respaldados por objetivos éticos, que presupongan un cambio de actitud, la Biblia diría un cambio de corazón (cf. Laudato si', 2). Ya San Juan Pablo II hablaba sobre la necesidad de "«alentar y sostener una conversión ecológica» (Catequesis, 17.I.01). Esta palabra es fuerte: conversión ecológica. Aquí las religiones tienen un papel clave que desempeñar. Para una transición correcta hacia un futuro sostenible, es necesario reconocer «los propios errores, pecados, vicios o negligencias», «arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro», reconciliarse con los demás, con la creación y con el Creador (ver Enc. Laudato si', 218).
Si queremos dar bases sólidas al trabajo de la Agenda 2030, debemos rechazar la tentación de buscar una respuesta simplemente tecnocrática a los desafíos – así no va–, estar dispuestos a enfrentar las causas profundas y las consecuencias a largo plazo.
El principio cardinal de todas las religiones es el amor por nuestros semejantes y el cuidado de la creación. Me gustaría destacar un grupo especial de personas religiosas, la de los pueblos indígenas. Aunque representan solo el 5% de la población mundial, cuidan de casi el 22% de la superficie terrestre. Por vivir en áreas como el Amazonas y el Ártico, ayudan a proteger aproximadamente el 80% de la biodiversidad del planeta. Según la UNESCO: «Los pueblos indígenas son custodios y especialistas de culturas y relaciones únicas con el medio ambiente natural. Representan una amplia gama de diversidad lingüística y cultural en el corazón de nuestra humanidad común» 3. Yo agregaría que, en un mundo fuertemente secularizado, esas poblaciones nos recuerdan a todos la sacralidad de nuestra tierra. Por estos motivos, sus voces y preocupaciones deben ser fundamentales para la implementación de la Agenda 2030 y en el centro de la búsqueda de nuevos caminos para un futuro sostenible. Lo discutiré también con mis hermanos obispos en el Sínodo de la Región Pan amazónica al final de octubre de este año.
Queridos hermanos y hermanas, hoy, después de tres años y medio desde la adopción de los objetivos del desarrollo sostenible, debemos darnos cuenta aún más claramente de la importancia de acelerar y adaptar nuestras acciones para responder adecuadamente al clamor de la tierra y al clamor de los pobres (cf. Enc. Laudato si', 49): están vinculados.
Los desafíos son complejos y tienen múltiples causas; por lo tanto, la respuesta, a su vez, solo puede ser compleja y articulada, respetuosa de las diferentes riquezas culturales de los pueblos. Si estamos realmente preocupados por desarrollar una ecología capaz de remediar el daño que hemos hecho, ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría deben quedar fuera, y esto incluye las religiones y los lenguajes que les son propios (cf. Laudato si', 63). Las religiones pueden ayudarnos a caminar por la senda del desarrollo integral real, que es el nuevo nombre de la paz (cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 76-77).
Expreso mi sincero agradecimiento por vuestros esfuerzos en el cuidado de nuestra casa común, al servicio de la promoción de un futuro sostenible e inclusivo. Sé que a veces puede parecer una tarea demasiado ardua. Y, sin embargo, «capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse» (Enc. Laudato si', 205). Este es el cambio que requieren las circunstancias actuales, porque la injusticia que hace llorar a la tierra y a los pobres no es invencible. Gracias.