Viaje apostólico a Bulgaria y Macedonia del Norte, 5-7 de mayo de 2019
Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Ilustres miembros del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de las distintas Confesiones religiosas,
Queridos hermanos y hermanas,
Christos vozkrese!
Me alegro de encontrarme en Bulgaria, lugar de encuentro entre muchas culturas y civilizaciones, puente entre Europa del este y del sur, puerta abierta hacia el cercano oriente; una tierra en la que han arraigado antiguas raíces cristianas, que alimentan la vocación que favorece el encuentro en la región como también en la comunidad internacional. Aquí la diversidad, en el respeto de las específicas peculiaridades, es vista como una oportunidad, una riqueza, y no como un motivo de conflicto.
Saludo cordialmente a las Autoridades de la República y les agradezco la invitación a visitar Bulgaria. Agradezco al señor Presidente las corteses palabras que me ha dirigido acogiéndome en esta histórica plaza que lleva el nombre del estadista Atanas Burov, que sufrió la dureza de un régimen que no podía aceptar la libertad de pensamiento.
Envío con deferencia mi saludo a Su Santidad el Patriarca Neofit –a quien visitaré dentro de poco–, a los Metropolitas y a los Obispos del Santo Sínodo, y a todos los fieles de la Iglesia Ortodoxa Búlgara. Dirijo un afectuoso saludo a los Obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los miembros de la Iglesia Católica, a los que vengo a confirmar en la fe y a animar en su cotidiano camino de vida y de testimonio cristiano.
Saludo cordialmente a los cristianos de otras Comunidades eclesiales, a los miembros de la Comunidad hebrea y a los fieles del islam y reafirmo con vosotros «la fuerte convicción de que las verdaderas enseñanzas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Aprovechemos la hospitalidad que el pueblo búlgaro nos ofrece para que cada religión, llamada a promover la armonía y la concordia, ayude al crecimiento de una cultura y de un ambiente permeados por el pleno respeto por la persona humana y su dignidad, instaurando conexiones vitales entre civilizaciones, sensibilidades y tradiciones diferentes, y rechazando toda violencia y coerción. De este modo, serán derrotados todos aquellos que buscan por todos los medios manipularla e instrumentalizarla.
Mi presente visita pretende unirse simbólicamente a la que realizó san Juan Pablo II en mayo de 2002 y se desarrolla en el grato recuerdo de la presencia en Sofía, por más de un decenio, del entonces Delegado Apostólico Mons. Angelo Giuseppe Roncalli. Él guardó siempre en el corazón sentimientos de gratitud y de profunda estima por vuestra nación, hasta el punto de afirmar que, estuviese donde estuviese, su casa siempre habría estado abierta para vosotros, sin necesidad de decir si se era católico u ortodoxo, sino solo un hermano de Bulgaria (cf. Homilía, 25 diciembre 1934). San Juan XXIII trabajó infatigablemente para promover la colaboración fraterna entre todos los cristianos, y gracias al Concilio Vaticano II, que él convocó y presidió en su primera fase, dio un gran impulso y fuerza al desarrollo de las relaciones ecuménicas.
Siguiendo la estela de estos providenciales eventos, a partir de 1968 –por tanto, hace ya 50 años– una delegación oficial búlgara, formada por las más altas Autoridades civiles y eclesiásticas, realiza cada año una visita al Vaticano con ocasión de la fiesta de los santos Cirilo y Metodio. Ellos evangelizaron los pueblos eslavos y fueron el origen del desarrollo de su lengua y cultura y sobre todo de abundantes y duraderos frutos de testimonio cristiano y de santidad.
Sean benditos los santos Cirilo y Metodio, copatronos de Europa, que, con sus oraciones, su ingenio y su concorde fatiga apostólica son ejemplo para nosotros y permanecen, después de más de un milenio, inspiradores del diálogo fecundo, de la armonía, del encuentro fraterno entre las Iglesias, los Estados y los pueblos. Que su brillante ejemplo suscite también en nuestros días numerosos imitadores y haga surgir nuevos itinerarios de paz y de concordia.
Ahora, en esta coyuntura histórica, pasados 30 años del final del régimen totalitario que limitaba la libertad y las iniciativas, Bulgaria debe afrontar las consecuencias de la emigración, que se ha producido en los últimos decenios, en la que más de dos millones de connacionales han salido buscando nuevas oportunidades de trabajo. En ese mismo tiempo, Bulgaria –como otros países del viejo continente– tiene que hacer frente a lo que se puede considerar un nuevo invierno demográfico, que ha caído como una cortina de hielo sobre buena parte de Europa, consecuencia de una disminución de la confianza en el futuro. La caída de los nacimientos, por tanto, sumándose al intenso flujo migratorio, ha supuesto la despoblación y el abandono de tantos pueblos y ciudades. Además, Bulgaria debe hacer frente al fenómeno de aquellos que buscan entrar dentro de sus fronteras, para huir de la guerra y los conflictos o la miseria, e intentan alcanzar de cualquier forma las zonas más ricas del continente europeo, para encontrar nuevas oportunidades de existencia o simplemente un refugio seguro.
Señor Presidente: Conozco el compromiso con el que, desde hace años, los gobernantes de este país se esfuerzan por crear las condiciones para que, sobre todo los jóvenes, no se vean obligados a emigrar. Quisiera animaros a seguir en este sentido, a realizar todo el esfuerzo posible para promover unas condiciones favorables con vistas a que los jóvenes puedan invertir sus nuevas energías y programar su futuro personal y familiar, encontrando en su patria las condiciones que les permitan llevar una vida digna. Y a vosotros, que conocéis el drama de la emigración, me permito sugeriros que, siguiendo vuestra tradición, no cerréis los ojos, ni el corazón, ni la mano a quien llama a vuestra puerta.
Vuestro país se ha distinguido siempre como un puente entre el este y el oeste, capaz de favorecer el encuentro entre culturas, etnias, civilizaciones y religiones diferentes, que, desde hace siglos, han convivido aquí en paz. El desarrollo, también económico y civil, de Bulgaria pasa necesariamente a través del reconocimiento y la valorización de esta específica característica suya. Ojalá que esta tierra, delimitada por el gran río Danubio y las orillas del mar Negro, fertilizada por el trabajo humilde de tantas generaciones y abierta al intercambio cultural y comercial, integrada en la Unión Europea y con sólidos vínculos con Rusia y Turquía, pueda ofrecer a sus hijos un futuro de esperanza.
Que Dios bendiga Bulgaria y la conserve pacífica y acogedora, y la haga próspera y feliz.