Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy la bienvenida, y al saludaros deseo unirme a todos los miembros de las Comunidades Laudato si' de Italia y del mundo. Doy las gracias al señor Carlo Pertini, en mi lengua paterna, no en la materna; "Carlin". Habéis puesto como centro propulsor de todas vuestras iniciativas a la ecología integral propuesta por la Encíclica Laudato si'. Integral, porque todos somos criaturas y todo en la creación está relacionado, todo está conectado. Todavía más, me atrevería a decir: todo es armonioso. Incluso la pandemia lo ha demostrado: la salud del hombre no puede prescindir de la del entorno en el que vive. También es evidente que los cambios climáticos no sólo alteran el equilibrio de la naturaleza, sino que causan pobreza y hambre, golpean a los más vulnerables y a veces los obligan a abandonar sus tierras. El desprecio de la creación y las injusticias sociales se influyen mutuamente: se puede decir que no hay ecología sin equidad y no hay equidad sin ecología.
Estáis motivados para ocuparos de los últimos y de la creación, juntos, y queréis hacerlo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, con mansedumbre y laboriosidad. Os doy las gracias por ello, y renuevo mi llamamiento a comprometerse para salvaguardar nuestra casa común. Es una tarea que concierne a todos, especialmente a los responsables de las naciones y de las actividades productivas. Hace falta una voluntad real de enfrentar desde la raíz las causas de los trastornos climáticos en curso. No bastan los compromisos genéricos, palabras, palabras… y no se puede apuntar sólo al consenso inmediato de los propios votantes o financiadores. Hay que mirar muy lejos, de lo contrario la historia no perdonará. Hay que trabajar hoy para el mañana de todos. Los jóvenes y los pobres nos pedirán cuentas. Es nuestro reto. Tomo una frase del teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer: nuestro reto, hoy, no es "cómo nos las arreglamos", cómo salimos nosotros de esto; nuestro verdadero reto es "cómo podrá ser la vida de la próxima generación": ¡es lo que tenemos que pensar!
Queridos amigos, ahora me gustaría compartir con vosotros dos palabras clave de la ecología integral: contemplación y compasión.
Contemplación. Hoy en día, la naturaleza que nos rodea ya no es admirada, contemplada, sino "devorada". Nos hemos vuelto voraces, dependientes de los beneficios y de los resultados inmediatos y a cualquier precio. La mirada sobre la realidad es cada vez más rápida, distraída, y superficial, mientras que en poco tiempo se queman las noticias y los bosques. Enfermos de consumo: esta es nuestra enfermedad, enfermos de consumo. Nos afanamos por la última "app", pero ya no sabemos los nombres de nuestros vecinos, y mucho menos sabemos distinguir un árbol de otro. Y lo que es más grave, con este modo de vida se pierden las raíces, se pierde la gratitud por lo que hay y por quienes nos lo han dado. Para no olvidar hay que volver a la contemplación; para no distraerse con mil cosas inútiles hay que encontrar el silencio; para que el corazón no enferme hay que detenerse. No es fácil. Es necesario, por ejemplo, liberarse de la prisión del móvil, para mirar a los ojos a los que están a nuestro lado y a la creación que se nos ha dado.
Contemplar es regalarse tiempo para estar en silencio, para rezar, para que regresen al alma la armonía, el equilibrio sano entre la cabeza, el corazón y las manos, entre el pensamiento, el sentimiento y la acción. La contemplación es el antídoto para las decisiones precipitadas, superficiales y sin pies ni cabeza. El que contempla aprende a sentir el terreno que lo sostiene, comprende que no está solo y sin sentido en el mundo. Descubre la ternura de la mirada de Dios y entiende que es precioso. Cada uno es importante a los ojos de Dios, cada uno puede transformar un pedazo del mundo contaminado por la voracidad humana en la realidad buena querida por el Creador. El que sabe contemplar, en efecto, no se queda de brazos cruzados, sino que actúa de forma concreta. La contemplación te lleva a la acción, a hacer.
He aquí la segunda palabra: compasión. Es el fruto de la contemplación. ¿Cómo se entiende si alguien es contemplativo, si ha asimilado la mirada de Dios? Si tiene compasión por los demás. Compasión no es decir: "pero, me da pena esto"; compasión es "padecer con"; se tiene compasión por los demás si se va más allá de excusas y teorías, para ver en los demás hermanos y hermanas a los que hay que custodiar: es lo que ha dicho al final Carlo Pertini sobre la fraternidad. Esta es la prueba, porque esto es lo que hace la mirada de Dios, que no obstante todo el mal que pensamos y hacemos, siempre nos ve como hijos amados. No ve individuos, sino hijos, nos ve como hermanos y hermanas de una sola familia, que vive en la misma casa. Nunca somos extraños a sus ojos. Su compasión es lo contrario de nuestra indiferencia. La indiferencia es aquel –me permito la frase algo vulgar– "pasar de", que entra en el corazón, en la mentalidad y que termina con un "que se las arregle". La compasión es lo opuesto a la indiferencia.
Es lo mismo para nosotros: nuestra compasión es la mejor vacuna contra la epidemia de la indiferencia. "No me concierne", "no me corresponde", "no tengo nada que ver", "es asunto suyo": he aquí los síntomas de la indiferencia. Hay una buena foto… ya lo he dicho otras veces ¿eh? –una hermosa fotografía tomada por un fotógrafo romano, está en la Limosnería. Una noche de invierno, se ve a una señora mayor que sale de un restaurante de lujo, con pieles, sombrero, guantes: bien tapada contra el frío; sale, después de comer bien –lo cual no es pecado, ¡comer bien! [se ríen]– y hay otra mujer en la puerta, con una muleta, mal vestida, se puede ver que siente frío… una sintecho, con la mano tendida… Y la señora que sale del restaurante mira para otro lado. La imagen se llama "Indiferencia". Cuando la vi, llamé al fotógrafo para decirle: "Fuiste muy bueno al sacar esta instantánea", y le dije que la pusiera en la Limosnería: para no caer en el espíritu de la indiferencia. En cambio, el que tiene compasión, pasa del "no me importas" a "eres importante para mí". O por lo menos "tú me has llegado al corazón". Pero la compasión no es sólo un buen sentimiento, no es pietismo, es crear un nuevo vínculo con el otro. Es hacerse cargo, como el buen samaritano que, movido por la compasión, se ocupa del desgraciado al que ni siquiera conoce (cf. Lc 10, 33-34). El mundo necesita esta caridad creativa y activa, gente que no esté comentando delante de una pantalla, sino gente que se ensucie las manos para remover la degradación y restaurar la dignidad. Tener compasión es una decisión: es elegir no tener ningún enemigo para ver en cada uno a mi prójimo. Y esta es una decisión.
Esto no significa volverse pusilánimes y dejar de luchar. Al contrario, quien tiene compasión entra en una dura lucha diaria contra el descarte y el despilfarro, el descarte de los demás y el despilfarro de las cosas. Duele pensar en cuánta gente se descarta sin compasión: ancianos, niños, trabajadores, discapacitados… Pero también es escandaloso el despilfarro de cosas. La FAO ha documentado que en los países industrializados se tiran más de mil millones –¡más de mil millones!– de toneladas de alimentos. Esta es la realidad. Ayudémonos mutuamente a luchar contra el descarte y el despilfarro, exijamos opciones políticas que conjuguen el progreso y la equidad, el desarrollo y la sostenibilidad para todos, de modo que nadie se vea privado de la tierra en que vive, del buen aire que respira, del agua que tiene derecho a beber y del alimento que tiene derecho a comer.
Estoy seguro de que los miembros de cada una de vuestras Comunidades no se contentarán con vivir como espectadores, sino que siempre serán protagonistas humildes y resueltos de la construcción del futuro de todos. Y todo esto hace la fraternidad. Trabajar como hermanos. Construir la fraternidad universal. Y este es el momento, este es el reto de hoy. Os deseo que alimentéis la contemplación y la compasión, ingredientes indispensables de la ecología integral. Gracias por vuestras oraciones y a todos los que rezan entre vosotros os pido que recéis, y a los que no rezan, por lo menos mandadme ondas buenas: ¡lo necesito! (ríen, aplausos).
Y ahora me gustaría pedirle a Dios que bendiga a cada uno de vosotros, que bendiga el corazón de cada uno de vosotros, creyentes o no, de cualquier tradición religiosa que sea: que Dios os bendiga a todos. Amén.