Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Os recibo con placer en esta ocasión en la que habéis tenido la oportunidad de dialogar, como responsables de la catequesis de las Iglesias particulares en Europa, sobre la acogida del nuevo Directorio para la catequesis, publicado el año pasado. Agradezco a Su Excelencia Monseñor Rino Fisichella esta iniciativa, que estoy seguro se extenderá también a las Conferencias Episcopales de los demás continentes, para que el camino catequético común se enriquezca con múltiples experiencias locales.
Acabo de regresar de la celebración del Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Budapest en estos días, y la ocasión es favorable para verificar cómo el gran compromiso de la catequesis puede ser eficaz en la obra de evangelización si mantiene su mirada fija en el misterio eucarístico. No podemos olvidar que el lugar privilegiado de la catequesis es precisamente la celebración eucarística, donde los hermanos y las hermanas se reúnen para descubrir cada vez más los diferentes modos en que Dios está presente en sus vidas.
Me gusta pensar en ese pasaje del Evangelio de Mateo en el que los discípulos le preguntan a Jesús: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?» (Mt 26, 17). La respuesta de Jesús muestra claramente que ya lo había preparado todo: conocía el camino que seguiría el hombre con el cántaro de agua, sabía de la sala grande ya dispuesta en el piso superior de la casa (cf. Lc 22, 10-12); y, sin decirlo, intuía plenamente lo que había en el corazón de sus amigos por lo que iba a suceder en los días siguientes.
Las palabras iniciales con las que los envía son: «Id a la ciudad» (Mt 26, 18). Este detalle –pensando en vosotros y en vuestro servicio– nos hace releer el camino de la catequesis como un momento en el que los cristianos, que se preparan para celebrar la culminación del misterio de la fe, son invitados a ir primero "a la ciudad", al encuentro de las personas ocupadas en sus quehaceres cotidianos. La catequesis –como subraya el nuevo Directorio– no es una comunicación abstracta de conocimientos teóricos que hay que memorizar como si fueran fórmulas matemáticas o químicas. Es más bien la experiencia mistagógica de quienes aprenden a encontrar a sus hermanos allí donde viven y trabajan, porque ellos mismos han encontrado a Cristo, que les ha llamado a ser discípulos misioneros. Debemos insistir en indicar el núcleo de la catequesis: ¡Jesucristo resucitado te ama y nunca te abandona! Este primer anuncio nunca puede encontrarnos cansados o repetitivos en las distintas etapas del camino catequético.
Por eso he instituido el ministerio de catequista. Están preparando el ritual para la "creación" –entre comillas– de los catequistas. Para que la comunidad cristiana sienta la necesidad de despertar esta vocación y de experimentar el servicio de algunos hombres y mujeres que, viviendo la celebración eucarística, sientan más vivamente la pasión por transmitir la fe como evangelizadores. El catequista y la catequista son testigos que se ponen al servicio de la comunidad cristiana, para sostener la profundización de la fe en lo concreto de la vida cotidiana. Son personas que anuncian incansablemente el Evangelio de la misericordia; personas capaces de crear los necesarios lazos de acogida y cercanía que permiten apreciar mejor la Palabra de Dios y celebrar el misterio eucarístico ofreciendo frutos de buenas obras.
Recuerdo con cariño a las dos catequistas que me prepararon para la Primera Comunión, y continué mi relación con ellas como sacerdote y también, con una de ellas que todavía vivía, como obispo. Sentía un gran respeto, incluso un sentimiento de agradecimiento, sin hacerlo explícito, pero se sentía como una veneración. ¿Por qué? Porque eran las mujeres que me habían preparado para mi Primera Comunión, junto con una monja. Quiero hablaros de esta experiencia porque para mí fue muy bonito acompañarlas hasta el final de sus vidas, a los dos. Y también la monja que me preparó para la parte litúrgica de la Comunión: ella murió, y yo estaba allí, con ella, acompañándola. Hay una cercanía, un vínculo muy importante con los catequistas.
Como dije el lunes pasado en la catedral de Bratislava, la evangelización no es jamás una mera repetición del pasado. Los grandes santos evangelizadores, como Cirilo y Metodio, como Bonifacio, fueron creativos, con la creatividad del Espíritu Santo. Abrieron nuevos caminos, inventaron nuevos lenguajes, nuevos "alfabetos", para transmitir el Evangelio, para la inculturación de la fe. Esto requiere saber escuchar a la gente, escuchar a los pueblos a los que se anuncia: escuchar su cultura, su historia; escuchar no de forma superficial, pensando ya en las respuestas prefabricadas que llevamos en el maletín, ¡no! Escuchar realmente, y confrontar esas culturas, esas lenguas, incluso y sobre todo lo no dicho, lo no expresado, con la Palabra de Dios, con Jesucristo, el Evangelio vivo. Y repito la pregunta: ¿no es ésta la tarea más urgente de la Iglesia entre los pueblos de Europa? La gran tradición cristiana del continente no debe convertirse en una reliquia histórica, de lo contrario ya no es "tradición". La tradición está viva o no lo está. Y la catequesis es tradición, es tradere pero tradición viva, de corazón a corazón, de mente a mente, de vida a vida. Por lo tanto: apasionados y creativos, con el impulso del Espíritu Santo. He utilizado la palabra "precocinado" para el lenguaje, pero me dan miedo los catequistas con el corazón, la actitud y la cara "precocinadas". No. El catequista es libre o no es catequista. El catequista se deja interpelar por la realidad que encuentra y transmite el Evangelio con gran creatividad, o no es catequista. Pensadlo bien.
Queridos amigos, a través de vosotros quiero transmitir mi agradecimiento personal a los miles de catequistas de Europa. Pienso, en particular, en los que, a partir de las próximas semanas, se dedicarán a los niños y jóvenes que se preparan para completar su camino de iniciación cristiana. Pero pienso en todos y cada uno. Que la Virgen María interceda por vosotros, para que seáis siempre asistidos por el Espíritu Santo. Os acompaño con mis oraciones y mi bendición apostólica. Y vosotros también, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.