Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida y os agradezco vuestra presencia y el regalo. Agradezco al profesor Paolo Arullani, Presidente de la Fundación, las palabras que me ha dirigido en nombre vuestro. Es un placer conoceros en persona en el mismo día en que celebramos a San Lucas, a quien el apóstol Pablo llama «el querido médico» (Col 4, 14).
He aceptado de buen grado la propuesta de encontraros por lo que sé del Campus Bio-Médico de Roma. Sé lo difícil que es hoy en día llevar a cabo un trabajo en el ámbito de la sanidad, sobre todo cuando, como en vuestro policlínico, no sólo se apuesta por la asistencia, sino también por la investigación para proporcionar a los pacientes las terapias más adecuadas, y sobre todo se hace con amor a la persona. Anteponer el enfermo a la enfermedad es esencial en todos los campos de la medicina; es fundamental para que el tratamiento sea verdaderamente integral, verdaderamente humano. El enfermo antes que la enfermedad. A esto os animó el beato Álvaro del Portillo, a poneros cada día al servicio de la persona humana en su totalidad. Os doy las gracias por esto, es muy agradable a Dios.
La centralidad de la persona, que es la base de vuestro compromiso con la asistencia, pero también con la docencia y la investigación, os ayuda a fortalecer una visión unitaria y sinérgica. Una visión que no pone en primer lugar las ideas, las técnicas y los proyectos, sino al hombre concreto, al paciente, al que hay que cuidar sabiendo su historia, conociendo su experiencia, estableciendo relaciones amistosas que sanan el corazón. El amor al hombre, especialmente en su condición de fragilidad, en el que brilla la imagen de Jesús Crucificado, es específico de una realidad cristiana y no debe perderse nunca.
La Fundación y el Campus Bio-Médico, y la sanidad católica en general, están llamados a testimoniar con hechos que no hay vidas indignas o que descartar porque no responden al criterio de la utilidad o a las exigencias del beneficio. Vivimos una verdadera cultura del descarte; es, un poco, el aire que se respira y tenemos que reaccionar contra esta cultura del descarte. Todo centro sanitario, en particular los de inspiración cristiana, debería ser un lugar donde se practica el cuidado de la persona y donde se puede decir: "Aquí no se ven sólo médicos y enfermos, sino personas que se acogen y se ayudan mutuamente: aquí se puede experimentar la terapia de la dignidad humana" que nunca puede negociarse y que hay que defender siempre.
Hay que centrarse, pues, en la atención al individuo, sin olvidar la importancia de la ciencia y la investigación. Porque el cuidado sin la ciencia es vano, al igual que la ciencia sin el cuidado es estéril. Los dos van juntos, y sólo juntos hacen de la medicina un arte, un arte que implica cabeza y corazón, que combina conocimiento y compasión, profesionalidad y piedad, competencia y empatía.
Queridos amigos, gracias por favorecer el desarrollo humano de la investigación. Desgraciadamente, a menudo se persiguen los caminos rentables del beneficio, olvidando que antes de las oportunidades de ganancias están las necesidades de los enfermos que evolucionan constantemente, por lo que hay que estar preparados para hacer frente a patologías y afecciones siempre nuevas. Tengo en mente, entre otras, las de muchas personas mayores y las relacionadas con tantas enfermedades raras, que no se sabe lo que son, todavía no hay investigaciones para entenderlas… Además de promover la investigación, ayudáis a quienes carecen de medios económicos para pagar la educación universitaria y hacéis frente a gastos considerables que el presupuesto ordinario no puede sostener. Pienso, en particular, en los esfuerzos que ya realizados para el Centro Covid, la sala de urgencias y el reciente proyecto del Hospice.
Todo esto es muy bueno, es hermoso poder hacer frente a mayores emergencias con aperturas cada vez más grandes. Y es importante hacerlo juntos. Hago hincapié en esta sencilla pero difícil palabra: juntos. La pandemia nos ha mostrado la importancia de conectarnos, de colaborar, de abordar unidos los problemas comunes. La sanidad, en particular la católica, necesita y necesitará cada vez más esto, estar en red, que es una forma de expresar el conjunto. Ya no es tiempo de seguir el propio carisma de forma aislada. La caridad requiere el don: el saber se comparte, la competencia se intercambia, la ciencia se pone en común.
La ciencia –digo–, no sólo los productos de la ciencia que, si se ofrecen solos, siguen siendo tiritas capaces de taponar el mal pero no de curarlo en profundidad. Esto se aplica a las vacunas, por ejemplo: es urgente ayudar a los países que tienen menos, pero hay que hacerlo con planes de largo alcance, no sólo motivados por la prisa de las naciones ricas por ser más seguras. Los medicamentos deben distribuirse con dignidad, no como limosnas piadosas. Para hacer un bien real, necesitamos promover la ciencia y su aplicación integral: entender los contextos, enraizarlos tratamientos, fomentar la cultura sanitaria. No es fácil, es una verdadera misión, y espero que la sanidad católica sea cada vez más activa en este sentido, como expresión de una Iglesia extrovertida, de una Iglesia en salida.
Os animo a seguir en esta dirección, acogiendo vuestro trabajo como un servicio a las inspiraciones y sorpresas del Espíritu, que en el camino os hace encontrar tantas situaciones necesitadas de cercanía y compasión. Rezo por vosotros, renuevo mi gratitud y os doy la bendición. Y os pido, por favor, que sigáis rezando por mí. Gracias.