Sr. Cardenal, queridos hermanos obispos, ¡distinguidos señores y señoras!
Les doy la bienvenida con ocasión de la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias. Agradezco al Presidente, Prof. Joachim von Braun, sus amables palabras. Expreso mi gratitud a Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, que tanto ha trabajado como Canciller al servicio de esta Academia y de la Academia de Ciencias Sociales. Que el Señor le recompense y le colme de bendiciones; y le deseamos lo mejor para su 80 cumpleaños y una feliz jubilación. Y dejar que otros gobiernen. ¡Adelante, valor! Y damos la bienvenida al nuevo canciller, el cardenal Peter Turkson: ¡gracias por haber aceptado, Eminencia!
El tema de su sesión plenaria es "Ciencia básica para el desarrollo humano, la paz y la salud planetaria". Una perspectiva que tiene en cuenta los problemas clave a los que se enfrenta la humanidad en este momento de la historia.
Pero antes me gustaría responder a una pregunta que no pocos se hacen: ¿por qué los Papas, a partir de 1603, quisieron tener una Academia de Ciencias? Ninguna otra institución religiosa que yo conozca tiene una Academia de este tipo, y muchos líderes religiosos se han interesado en crearla. Dejando las reconstrucciones históricas a otros, me gusta interpretar hoy esta elección en el horizonte del amor y el cuidado de la casa común en la que Dios nos ha puesto a vivir. La Iglesia comparte y promueve la pasión por la investigación científica como expresión del amor a la verdad, al conocimiento del mundo, del macrocosmos y del microcosmos, de la vida en la estupenda sinfonía de sus formas. Santo Tomás afirma que "el fin de todo el universo es la verdad" (Summa c.G., I, 1). Somos parte de este universo, y lo somos con una responsabilidad única, que nace del hecho de que ante la realidad somos capaces de preguntarnos "¿por qué?". Así, en la base está esta actitud contemplativa; y, complementariamente, la tarea de cuidar la creación. En esta perspectiva, queridos amigos, está también el tema de vuestra sesión plenaria.
Echando la vista atrás a los últimos años, recuerdo con gratitud las declaraciones de la Pontificia Academia ante diversas emergencias, ya sea por la crisis alimentaria y la lucha contra el hambre –en colaboración con la Cumbre de la Alimentación de la ONU–, por la salud de los océanos y los mares, o para reforzar la resiliencia de los pobres en caso de choques climáticos. También fueron importantes los esfuerzos para ayudar a reconstruir los barrios pobres de manera sostenible aplicando la bioeconomía; así como la acción orientada a la equidad para abordar los problemas de salud causados por la pandemia de Covid. No menos importante es el trabajo para el establecimiento de normas internacionales sobre donación y trasplante de órganos en la lucha contra el tráfico de personas; y también para la promoción de una nueva ciencia de la rehabilitación médica para los ancianos y los pobres. Además, aprecio especialmente el esfuerzo por involucrar a la ciencia y la política para prevenir la guerra nuclear y los crímenes de guerra contra la población civil. Felicito a todos los que han participado activamente, especialmente a usted, profesor Von Braun, por el acierto y la dedicación con que ha aportado novedad en la vida de la Academia. Usted ha aprovechado los retos actuales como oportunidades científicas específicas, para abordarlos trabajando con científicos que pueden ayudar a resolver los problemas.
En esta sesión plenaria, hacen hincapié en la "ciencia básica", que nos aporta tantos conocimientos nuevos sobre la Tierra, el universo y el lugar que ocupa el ser humano en él. Les felicito por mantener el objetivo de conectar la ciencia básica con la resolución de los retos actuales; conectar la astronomía, la física, las matemáticas, la bioquímica, la ciencia del clima con la filosofía, al servicio del desarrollo humano, la paz y la salud del planeta. Este enfoque conectivo es muy importante porque, a medida que los logros de las ciencias aumentan nuestro asombro ante la belleza y la complejidad de la naturaleza, aumenta la necesidad de realizar estudios interdisciplinarios, vinculados a la reflexión filosófica, que conduzcan a nuevas síntesis. Esta visión interdisciplinar, si también tiene en cuenta la Revelación y la teología, puede contribuir a dar respuestas a las preguntas últimas de la humanidad, que también se plantean las nuevas generaciones, a veces desorientadas.
En efecto, los logros científicos de este siglo deben estar siempre guiados por las exigencias de la fraternidad, la justicia y la paz, contribuyendo a resolver los grandes retos de la humanidad y su hábitat. También en este sentido, la Pontificia Academia de las Ciencias es única en su estructura, composición y objetivos, que siempre están orientados a compartir los beneficios de la ciencia y la tecnología con el mayor número de personas, especialmente con las más necesitadas y desfavorecidas; y, por lo tanto, también apunta a la liberación de diversas formas de esclavitud, como el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. Estos crímenes contra la humanidad, que van de la mano de la pobreza, también se dan en los países desarrollados, en nuestras ciudades. El cuerpo humano nunca puede ser, en parte o en su totalidad, un objeto de comercio. Estoy encantado de que la Pontificia Academia de las Ciencias se comprometa activamente a apoyar estos objetivos y me gustaría que siguiera haciéndolo con una intensidad acorde con la creciente necesidad.
En resumen, los resultados positivos de la ciencia en este siglo XXI dependerán, en gran medida, de la capacidad de los científicos para buscar la verdad y aplicar los descubrimientos de forma que vayan de la mano de la búsqueda de lo correcto, lo noble, lo bueno y lo bello. Espero con interés los resultados de su trabajo; también serán importantes para las instituciones educativas y las nuevas generaciones.
Estimados miembros de la Academia, en este momento de la historia, les pido que promuevan el conocimiento que tiene como objetivo construir la paz. Tras las dos trágicas guerras mundiales, parecía que el mundo había aprendido poco a poco a avanzar hacia el respeto de los derechos humanos, el derecho internacional y las diversas formas de cooperación. Pero, por desgracia, la historia muestra signos de retroceso. No sólo se intensifican los conflictos anacrónicos, sino que resurgen los nacionalismos cerrados, exasperados y agresivos (cf. Enc. Fratelli tutti, 11), así como las nuevas guerras de dominación, que afectan a los civiles, a los ancianos, a los niños y a los enfermos, y causan destrucción por doquier. Los numerosos conflictos armados en curso son motivo de gran preocupación. He dicho que era una tercera guerra mundial "a trozos"; hoy quizá podamos decir "total", y los riesgos para las personas y el planeta son cada vez mayores. San Juan Pablo II dio gracias a Dios porque, por intercesión de María, el mundo se había salvado de la guerra atómica. Por desgracia, debemos seguir rezando por este peligro, que debería haberse evitado hace tiempo.
Es necesario movilizar todos los conocimientos basados en la ciencia y la experiencia para superar la miseria, la pobreza, la nueva esclavitud y evitar las guerras. Al rechazar ciertas investigaciones, inevitablemente destinadas, en circunstancias históricas concretas, a la muerte, los científicos de todo el mundo pueden unirse en una voluntad común de desarmar la ciencia y formar una fuerza de paz. En nombre de Dios, que ha creado a todos los seres humanos para un destino común de felicidad, estamos llamados hoy a dar testimonio de nuestra esencia fraterna de libertad, justicia, diálogo, encuentro mutuo, amor y paz, y a evitar alimentar el odio, el resentimiento, la división, la violencia y la guerra. En nombre de Dios, que nos dio el planeta para salvaguardarlo y desarrollarlo, hoy estamos llamados a la conversión ecológica para salvar la casa común y nuestras vidas junto con las de las generaciones futuras, en lugar de aumentar la desigualdad, la explotación y la destrucción.
Queridos académicos, queridos amigos, los animo a seguir trabajando por la verdad, la libertad y el diálogo, la justicia y la paz. Hoy más que nunca, la Iglesia católica es una aliada de los científicos que siguen esta inspiración, ¡y lo es también gracias a ustedes! Les aseguro mis oraciones y, respetando sus convicciones, invoco sobre cada uno de ustedes la bendición de Dios. Y ustedes también, por favor, a su manera, recen por mí. Gracias.