Queridos jóvenes: Boa tarde!
Bem-vindos! Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso estar juntos en Lisboa; fueron llamados por mí, por el Patriarca –a quien agradezco sus palabras–, por sus obispos, sacerdotes, catequistas, animadores. ¡Vamos a agradecerles a todos los que los llamaron y a todos los que trabajaron para posibilitar esta reunión, y lo hacemos con un fuerte aplauso! Pero, sobre todo, es Jesús quien los llamó, agradezcámosle a Jesús con otro fuerte aplauso.
Ustedes no están aquí por casualidad. El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. A todos nos llamó desde el comienzo de la vida. Él los llamó por sus nombres. Escuchamos la Palabra de Dios que nos llamó por sus nombres. Intenten imaginar estas palabras escritas en letras grandes; y después piensen que están escritas dentro de cada uno de ustedes, en sus corazones, como formando el título de tu vida, el sentido de lo que sos: has sido llamado por tu nombre: vos, vos, vos, vos, acá, todos nosotros, yo, todos fuimos llamados por nuestro nombre. No fuimos llamados automáticamente, fuimos llamados por el nombre. Pensemos esto: Jesús me llamó por mi nombre. Son palabras escritas en el corazón, y después pensemos que están escritas dentro de cada uno de nosotros, en nuestros corazones, y forman una especie del título de tu vida, el sentido de lo que somos, el sentido de lo que sos. Has sido llamado por tu nombre. Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad, todos fuimos llamados por nuestro nombre. Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de las sombras de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos amados. Hemos sido llamados porque somos amados. Es lindo. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar, para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única, original. Cada uno de nosotros es único y es original, y la belleza de todo esto no la podemos vislumbrar.
Queridos jóvenes: en esta Jornada Mundial de la Juventud, ayudémonos a reconocer esta realidad; que estos días sean ecos vibrantes de la llamada amorosa de Dios, porque somos valiosos a los ojos de Dios, a pesar de aquello que a veces ven nuestros ojos, a veces nuestros ojos están empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones. Que estos sean días en los que mi nombre, tu nombre, por medio de hermanos y hermanas de tantas lenguas, tantas naciones
–veíamos tantas banderas– que lo pronuncian amistosamente, resuena como una noticia única en la historia, porque único es el latido de Dios por ti. Que sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados como somos. No como quisiéramos ser, como somos ahora. Y este es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo el punto de partida de la vida. Chicos y chicas, somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros.
No es un modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Is 43, 1; 2Tm 1, 9). Amigo, amiga, si Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un número. Es un rostro, es una cara, es un corazón. Quisiera que cada uno vea una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado. Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y prometen que llegarás a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Y estas son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello de lo que son: cosas vanas, pompas de jabón, cosas superfluas, cosas que no sirven y que nos dejan vacíos por dentro. Les digo una cosa: Jesús no es así, no es así; Él confía en ti, confía en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos, cada uno de ustedes le importa. Y ese es Jesús.
Y es por eso [que] nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los que son llamados; no somos la comunidad de los mejores, no, somos todos pecadores, pero somos llamados así como somos. Pensemos un poquito esto en el corazón: somos llamados como somos, con los problemas que tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar. Somos llamados como somos. Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser. Somos comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre.
Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: "Vayan y traigan a todos", jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos. "Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?". ¡Hay lugar para todos! Todos juntos, cada uno, en su lengua repita conmigo: Todos, todos, todos. No se oye, ¡otra vez! Todos. Todos. Todos. Y esa es la Iglesia, la Madre de todos. Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos. Es curioso: el Señor no sabe hacer esto [indica con el dedo], sino que hace esto [hace el gesto de abrazar]. Nos abraza a todos. Nos muestra a Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros.
Jesús nunca cierra la puerta, nunca, sino que te invita a entrar; entrá y ve. Jesús recibe, Jesús acoge. En estos días cada uno de nosotros transmite el lenguaje de amor de Jesús. Dios te ama, Dios te llama. ¡Qué lindo es esto! Dios me ama, Dios me llama. Quiere que esté cerca de Él.
También ustedes, esta tarde, me hicieron preguntas, muchas preguntas. Nunca se cansen de preguntar. No se cansen de preguntar. Hacer preguntas es bueno; es más, a menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece "inquieto" y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, a veces una especie de normalidad que anestesia el alma. Cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro. Llevemos esos interrogantes con nosotros y llevemos en el diálogo común entre nosotros. Llevémoslos cuando rezamos delante de Dios. Esas preguntas que con la vida se van haciendo respuestas, que solamente tenemos que esperarlas. Y una cosa muy interesante: Dios ama por sorpresa. No está programado. El amor de Dios es sorpresa. Es sorpresa. Siempre sorprende. Siempre nos mantiene alertas y nos sorprende.
Queridos chicos y chicas, los invito a pensar esto tan hermoso: que Dios nos ama, Dios nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quisiera que seamos. ¡Como somos! Nos llama con los defectos que tenemos, con las limitaciones que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida. Dios nos llama así. Confíen, porque Dios es Padre y es Padre que nos quiere y Padre que nos ama. Esto no es muy fácil. Y para esto tenemos una gran ayuda, la Madre del Señor. Ella es nuestra Madre también, Ella es nuestra Madre.
QSolamente era esto lo que les quería decir: no tengan miedo, tengan coraje, vayan adelante, sabiendo que estamos "amortizados" por el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama. Digámoslo juntos todos: Dios nos ama. Más fuerte, que no oigo. No se oye acá. Gracias. Adiós.