Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Les dirijo un cordial saludo a todos ustedes que han venido de diversos países para participar en el congreso Mujeres en la Iglesia: artífices de humanidad. Gracias por su presencia, y por haber organizado y promovido este evento.
El congreso destaca, de manera particular, el testimonio de santidad de diez mujeres. Me gustaría nombrarlas: Josefina Bakhita, Magdalena de Jesús, Isabel Ana Seton, María de la Cruz MacKillop, Laura Montoya, Catalina Tekakwitha, Teresa de Calcuta, Rebeca de Himlaya ar-Rayyas, María Beltrame Quattrocchi y Daphrose Mukasanga.
Todas ellas, en diferentes épocas y culturas, con estilos distintos, y con iniciativas de caridad, de educación y de oración, han dado una prueba de cómo el "genio femenino" puede reflejar, en modo único, la santidad de Dios en el mundo. En épocas en las que la mayoría de las mujeres eran excluidas de la vida social y eclesial, «el Espíritu Santo suscitó santas cuya fascinación provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia». Pero también quisiera «recordar a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 12). La Iglesia las necesita, porque la Iglesia es mujer: es hija, esposa y madre, y ¿quién mejor que la mujer para revelarnos su rostro? Ayudémonos, sin presiones ni desgarros, sino con un atento discernimiento, dóciles a la voz del Espíritu Santo y fieles en la comunión, a encontrar caminos adecuados para que la grandeza y el papel de las mujeres sean más valorados en el Pueblo de Dios.
Ustedes han escogido una expresión particular para titular este congreso, refiriéndose a las mujeres como "artífices de humanidad". Son palabras que evocan aún más claramente la naturaleza de su vocación, la de ser "artesanas", colaboradoras del Creador al servicio de la vida, del bien común, de la paz. Y quisiera subrayar dos aspectos de esta misión, que se refieren al estilo y a la formación.
En primer lugar, el estilo. Nuestra época está desgarrada por el odio; es un tiempo en el cual la humanidad necesita sentirse amada, pero en cambio, esta se ve frecuentemente marcada por la violencia, por la guerra y las ideologías que ahogan los sentimientos más hermosos del corazón. Y es precisamente en este contexto, donde la aportación femenina es más indispensable que nunca: la mujer, en efecto, sabe unir con la ternura. Santa Teresita del Niño Jesús decía que quería ser, en el corazón de la Iglesia, el amor. Y tenía razón. Sin duda, la mujer, con su capacidad única de compasión, con su intuición y su tendencia natural a "cuidar", sabe en modo sublime ser, para la sociedad, "inteligencia y corazón, que ama y que une", llevando amor donde no lo hay, y poniendo humanidad donde al ser humano le cuesta encontrarse a sí mismo.
El segundo aspecto es la formación. Han organizado este congreso con la colaboración de diversas realidades del entorno académico católico. En efecto, en el ámbito de la pastoral universitaria, además de la profundización académica de la doctrina y del mensaje social de la Iglesia, se proponen a los alumnos testimonios de santidad, sobre todo femeninos; se les anima a levantar la mirada, a dilatar el horizonte de los sueños y del modo de pensar, y a disponerse a seguir altos ideales. De esta manera, la santidad puede volverse como una especie de línea educativa trasversal en el planteamiento global del conocimiento. Para esto espero que sus ambientes, además de ser lugares de estudio, de investigación y de aprendizaje, lugares de "información", sean también contextos de "formación", donde se ayude a abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo. Por esta razón es importante conocer a los santos, particularmente a las santas, en toda la profundidad y especificidad de su humanidad, de este modo la formación será aún más capaz de tocar a cada persona en su integridad y en su singularidad.
Una última consideración a propósito de la formación. En el mundo, donde las mujeres siguen sufriendo tanta violencia, desigualdad, injusticias y maltratos –y esto resulta todavía más escandaloso si es provocado por quienes profesan la fe en el Dios «nacido de una mujer» (Ga 4, 4)–, hay una forma grave de discriminación, que está precisamente vinculada a la formación de la mujer. Efectivamente, en muchos contextos dicha formación es temida, sin embargo, el camino hacia sociedades mejores pasa justamente por la educación de las niñas, de las adolescentes, de las jóvenes, de la que se beneficia el desarrollo humano. ¡Recemos y esforcémonos por ello!
Queridas hermanas y hermanos, confío al Señor los frutos de este congreso, y los acompaño con mi bendición. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.