Viaje a Venecia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Hasta el sol sonríe!
¡Me alegro de verles! Encontrarnos juntos nos permite compartir, aunque sólo sea a través de una oración, una mirada y una sonrisa, la maravilla que somos. Porque todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a realizar el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría. No hay cosa más hermosa. No sé si ustedes han tenido alguna experiencia tan hermosa que no pueden guardársela para sí mismos, sino que sienten la necesidad de compartirla. Todos tenemos esa experiencia, una experiencia tan hermosa que uno siente la necesidad de compartirla. Hoy estamos aquí para eso: para redescubrir en el Señor la belleza que somos y para alegrarnos en el nombre de Jesús, el Dios joven que ama a los jóvenes y que siempre sorprende. Nuestro Dios siempre nos sorprende. ¿Lo han entendido? Es muy importante estar preparados para las sorpresas de Dios.
Amigos, aquí en Venecia, ciudad de la belleza, vivimos juntos un hermoso momento de encuentro, pero esta noche, cuando cada uno está en su casa, y luego mañana y en los días que vendrán, ¿de dónde partimos para acoger la belleza que somos y alimentarla, por dónde empezar para captar esta belleza? Sugiero dos verbos, para volver a empezar, dos verbos prácticos porque son maternales: dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, Madre de Dios y nuestra. Ella, para difundir la alegría del Señor y ayudar a los necesitados, «se levantó y se fue» (Lc 1, 39). Levantarse e ir. No olvidar estos dos verbos que la Virgen vivió antes de nosotros.
En primer lugar, levántate. Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levántate de las penas para mirar hacia arriba. Levantarse para estar ante la vida, no sentarse en el sofá. ¿Han pensado, imaginado, cómo es un joven toda la vida sentado en el sofá? ¿Han imaginado esto? Imagínense esto; y hay diferentes sofás que nos agarran y no nos dejan levantarnos. Levantarse para decir «¡Aquí estoy!» al Señor, que cree en nosotros. Levantarse para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles. "Pero Padre, Papa o Señor Papa, no, eso no es verdad, yo soy feo, yo soy fea…". No, no, nadie es feo y cada uno de nosotros es hermoso y tiene un tesoro dentro, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. ¿Están de acuerdo con esto o no? ¿Sí están de acuerdo? Y esto, escuchen bien, no es autoestima, no, ¡es realidad! Reconocerlo es el primer paso que das por la mañana al levantarte: sales de la cama y te acoges como un regalo. Te levantas y, antes de sumergirte en las cosas que tienes que hacer, reconoces quién eres dando gracias al Señor. Le dices: «Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de mi vida». Reconoce quién eres tú y da gracias al Señor. Puedes decirle: "Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida. Dios mío, Tú eres mi vida. Dios mío, ayúdame hoy por esto, por esto otro… Ya sabes, Dios mío, estoy enamorado, estoy enamorado, ayúdame, ayúdame a que este amor crezca y acabe en una pareja feliz". Muchas cosas hermosas se le pueden decir siempre al Señor. Luego rezas el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: dices «Padre» y te reconoces hijo amado, hija amada. Te recuerdas que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo. "¡Pero, padre, eso es demasiado romántico!" No, es la realidad, querido o querida, pero debemos descubrirla en nuestra vida, no en los libros, en la vida, nuestra vida.
Sin embargo, a menudo nos encontramos luchando contra una fuerza de gravedad negativa que tira de nosotros hacia abajo, una inercia opresiva que quiere que lo veamos todo gris. A veces nos pasa esto. ¿Cómo lo hacemos? Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona. «Pero yo - dirá usted - no estoy a la altura: me percibo frágil, débil, pecador, ¡a menudo caigo!». Pero cuando te sientas así, cambia de «marco»: no te mires con tus propios ojos, sino piensa en la mirada con la que Dios te mira. Cuando cometes un error y caes, ¿qué hace Él? Se queda ahí, a tu lado, y te sonríe, dispuesto a cogerte de la mano y levantarte. Esto es algo muy hermoso: siempre está ahí para levantarte.
Les diré algo que esto me sugiere. ¿Está bien mirarle a uno desde arriba hacia abajo, por encima del hombro? ¿Está bien o no? No, no está bien. Pero, ¿cuándo se puede mirar a una persona por encima del hombro? Para ayudarla a levantarse. La única vez que podemos mirar a una persona desde arriba hacia abajo con belleza, "por encima del hombro", es cuando la ayudamos a levantarse. Y así hace Jesús con nosotros cuando hemos caído. Nos mira desde arriba. Eso es hermoso. ¿No te lo crees? Abre el Evangelio y mira lo que hizo con Pedro, con María Magdalena, con Zaqueo, con tantos otros: maravillas con sus fragilidades. El Señor hace maravillas con nuestra fragilidad.
Y "en passant": ¿Leen el Evangelio? Les doy un consejo. ¿Tienen un pequeño Evangelio de bolsillo? Llévenlo siempre con ustedes y, en cualquier momento, ábranlo y lean un pequeño pasaje. Siempre lleven con ustedes el pequeño Evangelio de bolsillo. ¿De acuerdo? [respuesta: "¡Sí!"] ¡Vamos, ánimo!
Dios sabe que, además de bellos, somos frágiles, y las dos cosas van juntas: un poco como Venecia, que es espléndida y delicada al mismo tiempo. Es hermosa y delicada, tiene algunas fragilidades que deben cuidarse. Dios no ata nuestros errores en su dedo: "Hiciste eso, hiciste…". No se ata a esto, sino que nos tiende la mano. "Pero, Padre, tengo muchas, muchas cosas de las que me avergüenzo". ¡Pero no te mires a ti, ¡mira la mano que Dios te tiende para levantarte! No lo olvides: si te sientes agobiado por tu conciencia, mira al Señor y deja que te lleve de la mano. Cuando estamos abatidos, Él ve hijos a los que levantar, no malhechores a los que castigar. Por favor, ¡confiemos en el Señor! Esto se está haciendo un poco largo, ¿Se están aburriendo? [respuesta: "¡No!"] ¡Son educados, de acuerdo!
Y, una vez que estamos de pie, depende de nosotros permanecer de pie. Por primera cosa levantarse y luego ponerse de pie, «permanecer» cuando nos apetece sentarnos, soltarnos, dejarnos llevar. No es fácil, pero es el secreto. Sí, el secreto de los grandes logros es la constancia. Es cierto que a veces existe esa fragilidad que te arrastra hacia abajo, pero la perseverancia es lo que te hace avanzar, es el secreto. Hoy vivimos de emociones rápidas, de sensaciones momentáneas, de instintos que duran instantes. Pero así no se llega lejos. Los campeones deportivos, así como los artistas, los científicos, demuestran que los grandes logros no se alcanzan en un momento, de golpe. Y si esto es cierto para el deporte, el arte y la cultura, con mayor razón lo es para lo que más cuenta en la vida. ¿Que cuenta en la vida? El amor, La fe. Y para crecer en la fe y en el amor, debemos tener perseverancia y seguir siempre adelante. En cambio, aquí el riesgo es dejarlo todo a la improvisación: rezo si me apetece, voy a misa cuando me apetece, hago cosas buenas si me apetece… Esto no da resultados: hay que perseverar, día tras día. Y hacerlo juntos, porque el hacerlo juntos nos ayuda a avanzar. Juntos: el «hazlo tú mismo» en las cosas grandes no funciona. Por eso les digo: no se aíslen, busquen a los demás, experimenten a Dios juntos, sigan caminos de grupo sin cansarse. Quizá digas: «Pero todos los que me rodean están solos con sus móviles, pegados a las redes sociales y a los videojuegos». Y tú, sin miedo, vas contracorriente: toma la vida en tus manos, ponte en juego; apaga la tele y abre el Evangelio – ¿es esto demasiado? -, deja el móvil y ¡encuéntrate con la gente! El teléfono móvil es muy útil, para comunicarse, es útil, pero ten cuidado cuando tu teléfono móvil te impida conocer gente. Usa el móvil, está bien, pero ¡conoce gente! Ya sabes lo que es un abrazo, un beso, un apretón de manos: gente. No lo olviden: usen el móvil, pero conozcan gente.
Me parece oír tu objeción: «No es fácil, padre, ¡parece que vas contracorriente!». Pero ustedes no pueden decir esto aquí en Venecia, porque Venecia nos dice que sólo remando con constancia se llega lejos. Si son ciudadanos venecianos, ¡aprendan a remar con constancia para llegar lejos! Por supuesto, remar requiere regularidad; pero la constancia recompensa, aunque cueste esfuerzo. Así que, chicos y chicas, esto es levantarse: ¡dejar que Dios te lleve de la mano para caminar juntos!
Y después de levantarse, ir. Ir es hacerse don, darse a los demás, la capacidad de enamorarse; y esto es una cosa hermosa: una persona joven, un joven que no siente la capacidad de enamorarse o de ser cariñoso con los demás, algo le falta. Ir al encuentro, caminar hacia el encuentro, avanzar.
Queridos hermanos, queridas hermanas, estoy terminando, ¡tranquilos!
Pensemos en nuestro Padre, que creó todo para nosotros, Dios nos ha dado todo: y nosotros que somos sus hijos, ¿para quién creamos algo bello? Vivimos inmersos en productos hechos por el hombre, que nos hacen perder el asombro por la belleza que nos rodea, sin embargo, la creación nos invita a ser creadores de belleza a nuestra vez, y a hacer algo que antes no existía. ¡Esto es hermoso! Y cuando se casen y tengan un hijo, una hija, ¡habrán hecho algo que antes no existía! Y ésta es la belleza de la juventud, cuando se convierte en maternidad o paternidad: hacer algo que antes no existía. Esto es hermoso. Piensen en su interior en los hijos que tendrán, y esto debe empujarnos hacia adelante, no seáis profesionales del tecleo compulsivo, ¡sino creadores de novedad! Una oración hecha con el corazón, una página que escribes, un sueño que realizas, un gesto de amor hacia alguien que no puede corresponderte: esto es crear, imitar el estilo de Dios que crea. Es el estilo de la gratuidad, que te saca de la lógica nihilista del «hago para tener» y del «trabajo para ganar». Esto hay que hacerlo -hago para tener y trabajo para ganar-, pero no debe ser el centro de tu vida. El centro es la gratuidad: den vida a una sinfonía de gratuidad en un mundo que busca el beneficio. Entonces seréis revolucionarios. ¡Adelante, entrégate sin miedo!
Joven que quieres tomar las riendas de tu vida, ¡levántate! Abre tu corazón a Dios, dale gracias, abraza la belleza que eres; enamórate de tu vida. Y luego, ¡ve! ¡Levántate, enamórate y ve! Sal, camina con los demás, busca a los solitarios, colorea el mundo con tu creatividad, pinta las calles de la vida con el Evangelio. Por favor, pinta las calles de la vida con el Evangelio. Levántate y anda. ¡Lo decimos todos juntos, unos por otros! [repiten: "¡Levántate y anda!"] No he oído… [repiten en voz alta: "¡Levántate y anda!"] ¡Me gusta!
Jesús te dirige esta invitación. A tantas personas a las que ayudó y curó, les dijo: «Levántate y vete» (cf. Lc 17, 19). Escucha esta llamada, repítela en tu interior, guárdala en tu corazón. ¿Y cómo era eso? [repiten: «Levántate y vete»] ¡Gracias!