Con las autoridades
National University of Singapore
Jueves, 12 de septiembre de 2024

Viaje apostólico a Indonesia... y Singapur (2-13.IX.24)

Señor Presidente,

distinguidas autoridades,

ilustres representantes de la sociedad civil,

miembros del Cuerpo diplomático:

Agradezco al señor Presidente las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido amablemente y que renuevan mi reconocimiento por su reciente visita al Vaticano. A todas las autoridades les doy las gracias por la cálida acogida en vuestra ciudad-estado, confluencia comercial de gran importancia y lugar de encuentro entre distintos pueblos.

Quien llega aquí por primera vez queda impresionado por el bosque de modernísimos rascacielos que parecen alzarse del mar. Son un claro testimonio del ingenio humano, del dinamismo de la sociedad de Singapur y de la perspicacia del espíritu empresarial, que aquí han encontrado un terreno fértil para desarrollarse.

La de Singapur es una historia de crecimiento y resiliencia. Desde sus orígenes humildes, esta nación ha alcanzado un alto nivel de desarrollo, demostrando que eso es el resultado de decisiones racionales y no del azar. Es el resultado de un compromiso constante por llevar a cabo proyectos e iniciativas bien ponderadas y en sintonía con las características específicas del lugar. Precisamente en estos días se celebra el centésimo primer aniversario del nacimiento de Lee Kuan Yew, el primer Primer Ministro de la República de Singapur, que ocupó este cargo de 1959 a 1990 y dio un gran impulso al rápido crecimiento y transformación del país.

Además, es importante que Singapur no sólo haya prosperado económicamente, sino que se haya esforzado por construir una sociedad en la que la justicia social y el bien común se tengan en gran estima. Pienso particularmente en vuestra dedicación para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos mediante políticas de vivienda pública, con una educación de alta calidad y un sistema sanitario eficiente. Espero que estos esfuerzos continúen hasta lograr que todos los habitantes de Singapur participen plenamente.

A este propósito, quisiera señalar el riesgo que conllevan un cierto tipo de pragmatismo y una cierta exaltación del mérito, es decir, la consecuencia involuntaria de legitimar la exclusión de aquellos que se encuentran al margen de los beneficios del progreso.

En este sentido, reconozco y alabo las variadas políticas e iniciativas puestas en marcha para sostener a los más débiles, y espero que se preste una particular atención a los pobres, a los ancianos –cuyos esfuerzos han plantado los cimientos del Singapur que hoy conocemos– y también para tutelar la dignidad de los trabajadores migrantes, que tanto contribuyen a la construcción de la sociedad, y a quienes hay que garantizarles un salario justo.

Las sofisticadas tecnologías de la era digital y el rápido desarrollo en el uso de la inteligencia artificial, no pueden hacernos olvidar que es esencial cultivar relaciones humanas reales y concretas; y que estas tecnologías pueden aprovecharse precisamente para acercarnos unos a otros, propiciando la comprensión y la solidaridad, y no para aislarnos de manera peligrosa en una realidad ficticia e intangible.

Singapur es un mosaico de etnias, culturas y religiones que conviven en armonía. Esta palabra es muy importante: armonía. La realización y la conservación de esta positiva integración se ven favorecidas por la imparcialidad de los poderes públicos, comprometidos en un diálogo constructivo con todos, haciendo posible que cada uno aporte su propia contribución al bien común y evitando que el extremismo y la intolerancia cobren fuerza y pongan en peligro la paz social. El respeto recíproco, la colaboración, el diálogo y la libertad de profesar las propias creencias, acatando la ley vigente, son condiciones determinantes del éxito y la estabilidad alcanzadas por Singapur, que son requisitos para un desarrollo no conflictual o caótico, sino equilibrado y sostenible.

La Iglesia católica en Singapur, desde el inicio de su presencia, se ha esforzado por ofrecer su aportación peculiar al progreso de esta nación, sobre todo en los sectores de la educación y de la salud, valiéndose del espíritu de sacrificio y dedicación de los misioneros y de los fieles. Siempre animada por el Evangelio de Jesucristo, la comunidad católica se encuentra también a la vanguardia en las obras de caridad, contribuyendo en modo significativo a los esfuerzos humanitarios y gestionando, con este fin, distintas instituciones sanitarias y numerosas organizaciones humanitarias, entre ellas Cáritas, que todos conocemos.

La Iglesia, además –acorde con las indicaciones de la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, sobre las relaciones con las religiones no cristianas–, ha promovido constantemente el diálogo interreligioso y la colaboración entre las distintas comunidades de fe, con espíritu de apertura y respeto recíproco, actitudes fundamentales para la construcción de una sociedad que sea justa y pacífica.

Mi visita tiene lugar al cumplirse 43 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Singapur. Tiene la finalidad de confirmar en la fe a los católicos y exhortarlos a proseguir con alegría y dedicación su colaboración con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, en favor de la construcción de una sociedad civil sana y cohesionada, del bien común y de un testimonio transparente de su propia fe.

Singapur tiene asimismo un papel específico que desempeñar en el orden internacional –no olvidemos esto–, un orden que hoy se halla amenazado por conflictos y guerras sangrientas, y me alegra que con gran mérito haya promovido el multilateralismo y un sistema basado en normas comunes para todos. Los animo a continuar trabajando por la unidad y la fraternidad del género humano, en beneficio del bien común de todos, de todos los pueblos y de todas las naciones, con un espíritu que no sea excluyente ni se centre únicamente en los intereses nacionales.

Y quisiera recordar también el papel que desempeña la familia, el primer lugar donde cada uno aprende a relacionarse con los demás, a ser amado y a amar. En las condiciones sociales actuales, los cimientos sobre los que se asientan las familias se ponen en discusión y corren el riesgo de quedar debilitados. Es necesario que se establezcan las condiciones para que las familias puedan transmitir los valores que dan sentido y forma a la vida, y enseñar a los jóvenes a entablar relaciones sólidas y sanas. Por ello, alabo los esfuerzos realizados con el fin de promover, proteger y sostener la unidad familiar a través de la intervención de las diferentes instituciones.

No podemos esconder el hecho de que hoy vivimos una crisis ambiental, y no debemos infravalorar el impacto que una pequeña nación como Singapur puede tener en ese ámbito. Su ubicación exclusiva les ofrece acceso a capitales, tecnología y talentos, recursos que pueden guiar la innovación para cuidar la salud de nuestra casa común.

Su compromiso por un desarrollo sostenible y por la preservación de la creación es un ejemplo a seguir, y su búsqueda de soluciones innovadoras para afrontar los desafíos ambientales puede animar a otros países a hacer lo mismo. Singapur es un brillante ejemplo de lo que la humanidad puede realizar trabajando junta en armonía, con sentido de responsabilidad y con un espíritu incluyente y fraterno. Esto es como el resumen del que debe ser vuestra conducta: trabajar juntos, en armonía, con sentido de responsabilidad y con espíritu de fraternidad y de inclusión. Los animo a seguir este camino, confiando en la promesa de Dios y en su amor paterno por todos.

Señor Presidente, señoras y señores, que Dios los ayude a responder a las necesidades y a las expectativas de vuestra gente, y les anime a experimentar que, con quien permanece humilde y agradecido, Él puede realizar cosas grandes para el bien de todos.

Que Dios bendiga a Singapur.