En la liturgia de la Palabra de hoy encontramos dos actitudes. Una actitud de grandeza delante de Dios, que se expresa en la humildad del rey Salomón; y otra actitud, de mezquindad, que es descrita por el mismo Jesús: como hacían los doctores de la ley, para los que todo era preciso, y que dejaban aparte la ley para observar sus pequeñas tradiciones.
Vuestra tradición de capuchinos es una tradición de perdón, de dar el perdón. Entre vosotros hay muchos buenos confesores: porque se sienten pecadores, como nuestro fray Cristóbal. Saben que son grandes pecadores y delante de la grandeza de Dios continuamente rezan: «Escucha Señor y perdona» (cf. 1R 8, 30). Y porque saben rezar así, saben perdonar. En cambio cuando alguien se olvida de la necesidad que tiene de perdón, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar. El humilde, quien se siente pecador, es un gran perdonador en el confesonario. Los otros, como estos doctores de la ley que se sienten «los puros», los maestros, solamente saben condenar.
Os hablo como hermano, y en vosotros querría hablarle a todos los confesores, especialmente en este Año de la Misericordia: el confesonario es para perdonar. Y si tú no puedes dar la absolución –hago esta hipótesis– por favor no «varees». La persona que viene, viene a buscar consuelo, perdón y paz en su alma; que encuentre a un padre que lo abraza, que le dice: «Dios te quiere mucho» y ¡que se lo haga sentir! Me disgusta decirlo, pero cuánta gente – creo que la mayoría de nosotros lo hemos oído– dice: «No voy más a confesarme porque una vez me hicieron estas preguntas, me hicieron esto…». Por favor…
Pero vosotros capuchinos tenéis este don especial del Señor: perdonar. Y os pido: ¡no os canséis de perdonar! Me acuerdo de uno que conocí en mi otra diócesis, un hombre de gobierno, que después, acabado su tiempo de gobierno como guardián y provincial, a los 70 años fue enviado a un santuario a confesar. Este hombre tenía una fila de gente, todos, todos: sacerdotes, fieles, ricos, pobres, ¡todos! Un gran perdonador. Siempre encontraba el modo de perdonar o al menos de dejar esa alma en paz con un abrazo. Y una vez lo encontré y me dijo: «Escúchame, tú que eres obispo, tú puedes decírmelo: yo creo que peco porque perdono mucho y me viene este escrúpulo…» – «¿Y por qué?» – «No sé, pero siempre encuentro cómo perdonar…» – «¿Y qué haces cuando te sientes así?» – «Voy a la capilla delante del tabernáculo y le digo al Señor: Discúlpame Señor, perdóname, creo que hoy he perdonado demasiado. Pero Señor, ¡has sido Tú quien me ha dado el mal ejemplo!». Sed hombres de perdón, de reconciliación y de paz.
Hay muchos lenguajes en la vida: el lenguaje de la palabra, pero también el lenguaje de los gestos. Si una persona se acerca a mí, al confesonario, es porque siente algo que le pesa, que quiere quitarse. Quizás no sabe cómo decirlo, pero el gesto es este. Si esta persona se acerca es porque quiere cambiar, y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer preguntas: «¿Pero tú, tú…?». Y si una persona viene es porque en su alma quisiera no hacerlo más. Pero muchas veces no pueden, porque están condicionados por su psicología, por su vida y su situación… «Ad impossibilia nemo tenetur».
Corazón amplio… El perdón… El perdón es una semilla, es una caricia de Dios. Tened confianza en el perdón de Dios. ¡No caed en el pelagianismo! «Tú tienes que hacer esto, esto, esto….». Vosotros tenéis ese carisma de confesores. Hay que retomarlo y renovarlo siempre. Y sed grandes perdonadores, porque quien no sabe perdonar termina como estos doctores del Evangelio: es una gran condenador, que siempre acusa… ¿Y quién es el gran acusador en la Biblia? ¡El diablo! O haces el oficio de Jesús, que perdona dando la vida, y la oración, tantas horas allí sentado, como [san Leopoldo y san Pío]; o haces el oficio del diablo que condena y acusa… No sé, no logro deciros otra cosa. En vosotros, se lo digo a todos, a todos los sacerdotes que van a confesar. Si no os sentís capaces, sed humildes y decid: «No, no, yo celebro la Misa, limpio el suelo, pero no confieso porque no sé hacerlo bien». Y pedid al Señor la gracia, la gracia que pido para cada uno de vosotros, para todos vosotros, para todos los confesores y también para mí.