Los gestos hablan más que las imágenes y las palabras. Los gestos. Hay, en esta Palabra de Dios que hemos leídos, dos gestos: Jesús que sirve, que lava los pies. Él, que era el jefe, lava los pies a los demás, a los suyos, a los más pequeños. El segundo gesto: Judas que se dirige a los enemigos de Jesús, a los que no quieren la paz con Jesús, para recoger el dinero con el que lo traicionó, las 30 monedas. Dos gestos. También hoy tenemos dos gestos: el primero es el de esta tarde: todos nosotros, juntos, musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos, pero hermanos, hijos del mismo Dios, que queremos vivir en paz, integrados. El otro gesto es el de hace tres días: un gesto de guerra, de destrucción en una ciudad de Europa, de gente que no quiere vivir en paz. Pero detrás de ese gesto, como detrás de Judas, estaban otros. Detrás de Judas estaban los que dieron el dinero para que Jesús fuese entregado. Detrás de ese gesto de hace tres días en esa capital europea, están los fabricantes, los traficantes de armas que quieren la sangre, no la paz; que quieren la guerra, no la fraternidad.
Dos gestos iguales: por una parte Jesús lava los pies, mientras Judas vende a Jesús por dinero; y por otra parte vosotros, nosotros, todos juntos, de diversas religiones, diversas culturas, pero hijos del mismo Padre, hermanos, mientras que aquellos pobres hombres compran las armas para destruir la fraternidad. Hoy, en este momento, cuando yo realizaré el mismo gesto de Jesús de lavar los pies a vosotros doce, todos nosotros estamos realizando el gesto de la fraternidad, y todos nosotros decimos: «Somos distintos, somos diferentes, tenemos diferentes culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz». Y este es el gesto que yo realizo hoy con vosotros. Cada uno de nosotros carga con una historia, cada uno de vosotros carga con una historia: muchas cruces, muchos dolores, pero también tienen un corazón abierto que quiere la fraternidad. Cada uno, en su lengua religiosa, ore al Señor para que esta fraternidad contagie el mundo, para que no existan las 30 monedas para matar al hermano, para que siempre exista la fraternidad y la bondad. Así sea.
Al término de la misa el Papa pronunció las siguientes palabras:
Ahora os saludaría uno por uno, de todo corazón. Os doy las gracias por este encuentro. Y sólo recordemos y hagamos ver que es hermoso vivir juntos como hermanos, con culturas, religiones y tradiciones diferentes: ¡somos todos hermanos! Y esto tiene un nombre: paz y amor. Gracias.