Los discípulos sabían que Jesús había resucitado, porque lo había dicho María Magdalena por la mañana; después Pedro lo había visto, después los discípulos que habían vuelto de Emaús habían contado el encuentro con Jesús resucitado. Lo sabían: ha resucitado y vive. Pero esa verdad no había entrado en el corazón. Esa verdad, sí, la sabían, pero dudaban. Preferían tener esa verdad en la mente, quizá. Es menos peligroso tener una verdad en la mente que tenerla en el corazón. Es menos peligroso.
Estaban todos reunidos y apareció el Señor (Lc 24, 35-48). Y ellos desde antes se asustaron y creían que era un espíritu. Pero Jesús mismo les dijo: «¡No, mirad, tocadme. Ved las llagas. Un espíritu no tiene cuerpo. Mirad, soy yo!». ¿Pero por qué no creían? ¿Por qué dudaban? Hay una palabra en el Evangelio que nos da la explicación: «Pero ya que por la alegría no creían todavía y estaban llenos de estupor…». Por la alegría no podían creer. ¡Era mucha esa alegría! ¡Si esto es verdad, es una alegría inmensa! «Ah, yo no creo. No puedo». No podían creer que hubiera tanta alegría; la alegría que lleva a Cristo.
Nos pasa también a nosotros cuando nos dan una buena noticia. Antes de acogerla en el corazón decimos: «¿Pero es verdad? ¿Pero cómo lo sabes? ¿Dónde lo has escuchado?». Lo hacemos para estar seguros, porque si esto es verdad, es una alegría grande. Esto nos sucede a nosotros en lo pequeño, ¡imaginad a los discípulos! Era tanta la alegría que era mejor decir: «No, yo no lo creo». ¡Pero estaba allí! Sí, pero no podían. No podían aceptar; no podían dejar pasar en el corazón esa verdad que veían. Y al final, obviamente, creyeron. Y esta es la «renovada juventud» que nos dona el Señor. En la oración Colecta lo hemos hablado: la «renovada juventud». Nosotros estamos acostumbrados a envejecer con el pecado… El pecado envejece el corazón, siempre. Te hace un corazón duro, viejo, cansado. El pecado cansa el corazón y perdemos un poco la fe en Cristo Resucitado: «No, no creo… Sería mucha alegría esto… Sí, sí, está vivo, pero está en el Cielo por sus cosas…». Pero ¡sus cosas soy yo! ¡Cada uno de nosotros! Pero esta unión no somos capaces de hacerla.
El apóstol Juan, en la segunda lectura, dice: «Si alguno ha pecado tenemos un abogado ante el Padre». No tengáis miedo, Él perdona. Él nos renueva. El pecado nos envejece, pero Jesús, resucitado, vivo, nos renueva. Esta es la fuerza de Jesús resucitado. Cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia es para ser renovados, para rejuvenecer. Y esto lo hace Jesucristo. Es Jesús resucitado quien hoy está en medio de nosotros: estará aquí sobre el altar; está en la Palabra… Y sobre el altar estará así: ¡resucitado! Es Cristo que quiere defendernos, el abogado, cuando nosotros hemos pecado, para rejuvenecernos.
Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de creer que Cristo está vivo, ¡ha resucitado! Esta es nuestra fe, y si nosotros creemos esto, las demás cosas son secundarias. Esta es nuestra vida, esta es nuestra verdadera juventud. La victoria de Cristo sobre la muerte, la victoria de Cristo sobre el pecado. Cristo está vivo. «Sí, sí, ahora recibiré la comunión…». Pero cuando tú recibes la Comunión, ¿estás seguro de que Cristo está vivo ahí, ha resucitado? «Sí, es un poco de pan bendecido…». No, ¡es Jesús! Cristo está vivo, ha resucitado en medio de nosotros y si nosotros no creemos esto, no seremos nunca buenos cristianos, no podremos serlo.
«Pero ya que por la alegría no creían todavía y estaban llenos de estupor». Pidamos al Señor la gracia de que la alegría no nos impida creer, la gracia de tocar a Jesús resucitado: tocarlo en el encuentro mediante la oración; en el encuentro mediante los sacramentos; en el encuentro con su perdón que es la renovada juventud de la Iglesia; en el encuentro con los enfermos, cuando vamos a visitarles, con los presos, con los que están más necesitados, con los niños, con los ancianos. Si nosotros sentimos las ganas de hacer algo bueno, es Jesús resucitado quien nos empuja a esto. Y siempre la alegría, la alegría que nos hace jóvenes.
Pidamos la gracia de ser una comunidad alegre, porque cada uno de nosotros está seguro, tiene fe, ha encontrado a Jesús resucitado.