Cada Jueves Santo leemos este pasaje del Evangelio (Jn 13, 1-15): es algo sencillo. Jesús, con sus amigos, sus discípulos, está en la cena, la cena de la Pascua; Jesús lava los pies de sus discípulos –una cosa extraña que ha hecho: en aquel tiempo los pies eran lavados por los esclavos a la entrada de la casa. Y entonces, Jesús –con un gesto que también toca el corazón– lava los pies del traidor, del que lo vende. Este es Jesús y nos enseña esto, simplemente: entre vosotros, debéis lavar los pies. Es el símbolo: entre vosotros, debéis serviros mutuamente; uno sirve al otro, sin interés. Qué bonito sería que esto se pudiera hacer todos los días y a todas las personas: pero siempre hay interés, que es como una serpiente que entra. Y nos escandalizamos cuando decimos: "He ido a esa oficina pública y me han hecho pagar una propina". Esto duele, porque no es bueno. Y a menudo buscamos nuestro propio interés en la vida, como si nos cobráramos una propina. En cambio, es importante hacer todo sin interés: uno sirve al otro, uno es hermano del otro, uno hace crecer al otro, uno corrige al otro, y así las cosas deben avanzar. Para servir. Y luego, el corazón de Jesús, que le dice al traidor: "Amigo" y también lo espera, hasta el final: lo perdona todo. Me gustaría poner esto en el corazón de todos nosotros hoy, en el mío también: ¡Dios lo perdona todo y Dios siempre perdona! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Y cada uno de nosotros, tal vez, tiene algo ahí en su corazón, que lleva desde hace tiempo, que le hace "run-run", algún pequeño esqueleto escondido en el armario. Pero, pídele perdón a Jesús: Él lo perdona todo. Sólo quiere nuestra confianza para pedir perdón. Puedes hacerlo cuando estás solo, cuando estás con otros compañeros, cuando estás con el sacerdote. Esta es una hermosa oración para hoy: "Señor, perdóname. Trataré de servir a los demás, pero Tú sírveme con tu perdón". Así es como pagó con el perdón. Este es el pensamiento que deseo dejarles. Servir, ayudarse mutuamente y estar seguros de que el Señor perdona. ¿Y cuánto perdona? ¡Todo! ¿Y en qué medida? ¡Siempre! Él no se cansa de perdonar: somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Y ahora, intentaré hacer lo mismo que hizo Jesús: lavar los pies. Lo hago de corazón porque los sacerdotes debemos ser los primeros en servir a los demás, no en explotarlos. El clericalismo a veces nos lleva por este camino. Pero debemos servir. Este es un signo, también un signo de amor para estos hermanos y hermanas y para todos los que estáis aquí; un signo que significa: "Yo no juzgo a nadie. Intento servir a todo el mundo". Hay uno que juzga, pero es un juez un poco extraño, el Señor: juzga y perdona. Sigamos esta ceremonia con el deseo de servir y perdonarnos.