Dirijo mi saludo a todos vosotros que participáis en este Webinar : "Jornada Mundial del Enfermo: significado, objetivos y desafíos", organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con ocasión de la XXX Jornada Mundial del Enfermo. Y el pensamiento va con reconocimiento a todos aquellos que, en la Iglesia y en la sociedad, están con amor junto a quien sufre.
La experiencia de la enfermedad nos hace sentir frágiles, nos hace sentir necesitados de los otros. No solo eso. «La enfermedad impone una pregunta por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta que busca un nuevo significado y una nueva dirección para la existencia, y que a veces puede ser que no encuentre una respuesta inmediata» 1.
San Juan Pablo II indicó, a partir de su experiencia personal, el sendero de este camino de búsqueda. No se trata de plegarse sobre uno mismo, sino, al contrario, abrirse a un amor más grande: «Si un hombre se hace partícipe de los sufrimientos de Cristo, esto acontece porque Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre porque Él mismo en su sufrimiento redentor se ha hecho en cierto sentido partícipe de todos los sufrimientos humanos. El hombre, al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo significado» (Carta ap. Salvifici doloris, 20).
No se debe «olvidar la singularidad de cada persona enferma, con su dignidad y sus fragilidades» 2. La persona en su integridad necesita cuidado: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad y la voluntad, la vida espiritual… El cuidado no se puede seccionar; porque no se puede seccionar el ser humano. Podremos –paradójicamente– salvar el cuerpo y perder la humanidad. Los santos que se han hecho cargo de los enfermos siempre han seguido la enseñanza del Maestro: curar las heridas del cuerpo y del alma; rezar y actuar para la sanación física y espiritual juntas.
Este tiempo de pandemia nos está enseñando a tener una mirada sobre la enfermedad como fenómeno global y no solo individual, y nos invita a reflexionar sobre otros tipos de "patologías" que amenazan a la humanidad y al mundo. Individualismo e indiferencia ante el otro son formas de egoísmo que resultan lamentablemente amplificadas en la sociedad del bienestar consumista y del liberalismo económico; y las consecuentes desigualdades se encuentran también en el campo sanitario, donde algunos gozan de las llamadas "excelencias" y a muchos otros les resulta difícil acceder a los cuidados básicos. Para sanar este virus social, el antídoto es la cultura de la fraternidad, fundada sobre la conciencia de que somos todos iguales como personas humanas, todos iguales, hijos de un único Padre (cfr. Fratelli tutti, 272). Sobre esta base se podrán tener cuidados eficaces y para todos. Pero si no estamos convencidos de que somos todos iguales, no irá bien.
Teniendo siempre presente la parábola del buen samaritano (cfr. ibid., Capítulo II), recordemos que no debemos ser cómplices ni de bandidos que roban a un hombre y lo abandonan herido por la calle, ni de los dos funcionarios del culto que lo ven y pasan de largo (cfr. Lc 10, 30-32). La Iglesia, siguiendo a Jesús, Buen Samaritano de la humanidad, siempre ha trabajado por los que sufren, dedicando, en particular a los enfermos, grandes recursos tanto personales como económicos. Pienso en los dispensarios y en las estructuras sanitarias en los países en vías de desarrollo; pienso en las muchas hermanas y los muchos hermanos misioneros que a menudo han gastado su vida para cuidar a los enfermos más indigentes; a veces ellos mismos enfermos entre los enfermos. Y pienso en los numerosos santos y santas que en todo el mundo han iniciado obras sanitarias, involucrando compañeros y compañeras y dando así origen a congregaciones religiosas. Esta vocación y misión para el cuidado humano integral debe también hoy renovar los carismas en el campo sanitario, para que no falte la cercanía a las personas que sufren.
Dirijo un pensamiento lleno de gratitud a todos aquellos que en la vida y en el trabajo están cada día cerca de los enfermos. A los familiares y a los amigos, que asisten a sus seres queridos con afecto y comparten alegrías y esperanzas, dolores y angustias. A los médicos, a las enfermeras y a los enfermeros, a los farmacéuticos y a todos los trabajadores sanitarios; como también a los capellanes de hospitales, a las religiosas y a los religiosos de los Institutos dedicados al cuidado de los enfermos y a muchos voluntarios, hay muchos voluntarios. A todas estas personas les aseguro mi recuerdo en la oración, para que el Señor les done la capacidad de escuchar a los enfermos, de tener paciencia con ellos, de cuidar de forma integral, cuerpo, espíritu y relaciones.
Y rezo de forma particular por todos los enfermos, de cada rincón del mundo, especialmente por aquellos que están más solos y no tienen acceso a los servicios sanitarios. Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a la protección materna de María, Salud de los enfermos. Y a vosotros, y a los que cuidan de vosotros, envío de corazón mi Bendición.
1 Mensaje para la XXIX JM del Enfermo 2.
2 Mensaje para la XXX JM del Enfermo 3.