A Su Excelencia el señor Qu Dongyu Director General de la FAO
Excelencia:
Saludo cordialmente a los participantes en la celebración del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Agradezco el espacio que se me ha brindado en este evento que tiene como objetivo resaltar la gravedad de un problema que no podemos dejar pasar de largo en este momento tan duro que estamos viviendo.
Cuando la comida no se aprovecha debidamente, sea porque se pierda o porque se despilfarre, estamos a merced de la "cultura del descarte", que se traduce en una manifestación de desinterés por lo que tiene un valor fundamental o de apego a lo que adolece de importancia. Sabiendo que multitudes de seres humanos no pueden acceder a una alimentación adecuada o a los medios para procurársela –siendo este un derecho básico y prioritario de toda persona–, ver tirados los alimentos en la basura o deteriorados por ausencia de los recursos necesarios para hacerlos llegar a sus destinatarios es realmente vergonzoso y preocupante.
Tanto la pérdida como el desperdicio de alimentos son hechos verdaderamente deplorables porque dividen a la humanidad entre los que tienen demasiado y los que carecen de lo esencial, porque aumentan las desigualdades, generan injusticias y niegan a los pobres lo que necesitan para vivir dignamente.
El clamor de los hambrientos, privados de una forma u otra del pan cotidiano, debe resonar en los centros donde se toman las decisiones. Y no puede quedar silenciado o sofocado por otros intereses, considerando que los últimos datos del Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en el Mundo (SOFI 2022) revelan que el año pasado el número de personas que padecen hambre en nuestro planeta aumentó significativamente debido a las múltiples crisis que afronta la humanidad. Así que, déjenme repetirlo, es necesario «recoger para redistribuir, no producir para dispersar» (Discurso a los miembros de la Federación Europea de Bancos de Alimentos, 18.V.19). Ya lo he dicho en el pasado, y no me cansaré de insistir, ¡desechar comida es desechar personas!
Toda la comunidad internacional debe movilizarse para poner fin a la lamentable "paradoja de la abundancia", que mi predecesor san Juan Pablo II denunció con clarividencia hace ya treinta años (cf. Discurso en la apertura de la Conferencia Internacional sobre la nutrición, 5 diciembre 1992). ¡En el mundo existe el alimento necesario para que nadie se vaya a la cama con el estómago vacío! Se producen recursos alimentarios más que suficientes para dar de comer a 8.000 millones de personas. La cuestión, sin embargo, se refiere a la justicia social, es decir, a la forma en que se regula la gestión de los recursos y la distribución de la riqueza.
Los alimentos no pueden ser objeto de especulación. La vida depende de ellos. Y es un escándalo que los grandes productores alienten un consumismo compulsivo para enriquecerse, sin siquiera considerar las auténticas necesidades de los seres humanos. ¡Hay que detener la especulación alimentaria! Debemos dejar de tratar los alimentos, que son un bien fundamental para todos, como moneda de cambio para unos pocos.
Por otra parte, el desperdicio de alimentos o la pérdida de los mismos contribuye significativamente al incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, al cambio climático y a sus dañinas consecuencias. La tierra que explotamos ávidamente gime a causa de nuestros excesos consumistas e implora que cesemos de maltratarla y destruirla invirtiendo el rumbo de nuestras acciones. Los jóvenes, sobre todo, están pidiendo con fuerza que pensemos en ellos, que agudicemos nuestra mirada y agrandemos nuestro corazón, dando lo mejor de nosotros mismos para cuidar la casa común que salió de las manos de Dios y que hemos de salvaguardar, respondiendo con buenas obras al mal que le causamos.
En este asunto de tanta envergadura no podemos contentarnos con ejercicios retóricos, que terminan en declaraciones que luego no logran llevarse a cabo por olvido, mezquindad o codicia. Es hora de actuar con urgencia y buscando el bien común. Es inaplazable tanto para los Estados como para las grandes empresas multinacionales, para las asociaciones como para los individuos –para todos sin excluir a nadie–, responder con eficacia y honestidad al grito desgarrador de los hambrientos que reclaman justicia.
Cada uno de nosotros está llamado a reorientar su estilo de vida de manera consciente y responsable, para que ninguna persona quede postergada y a todas lleguen los alimentos que precisan, tanto en cantidad como en calidad. Se lo debemos a nuestros seres queridos, a las generaciones futuras y a quienes se encuentran golpeados por la miseria económica y existencial.
Que Dios Todopoderoso bendiga sus trabajos, para beneficio de toda la humanidad.
Vaticano, 29 de septiembre de 2022
Francisco