Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 4 de julio de 2001
1. Deseo hoy repasar junto con vosotros las etapas del viaje apostólico que pude realizar en los días pasados a Ucrania. Doy gracias a Dios por haberme dado la posibilidad de hacer esa peregrinación, que tanto anhelaba. Quiso ser un acto de homenaje a ese pueblo, a su larga y gloriosa historia de fe, de testimonio y de martirio.
Con intenso afecto pienso en mis hermanos en el episcopado de Ucrania, tanto orientales como latinos, a los que tuve la alegría de abrazar en su tierra. Con esta ocasión estuvieron presentes numerosos cardenales y obispos de otros países, que acudieron para testimoniar su cercanía espiritual a ese pueblo tan probado. Juntamente con todos esos hermanos en el episcopado di gracias al Señor por la fidelidad de la Iglesia ucraniana, a la que animé a crecer en la comunión y en la colaboración, sin las cuales no puede existir una evangelización auténtica y eficaz.
Desde aquí, junto a la tumba del apóstol san Pedro, deseo enviar una vez más un saludo respetuoso y fraterno a la Iglesia ortodoxa, que en Ucrania reúne un gran número de fieles y que, a lo largo de los siglos, ha enriquecido a la Iglesia universal con el testimonio de fidelidad a Cristo de tantos hijos suyos.
Renuevo la expresión de mi profunda gratitud al presidente de la República, señor Leonid Kuchma, y a las demás autoridades del Estado, que me acogieron con gran cordialidad y organizaron todo para que este viaje tuviera pleno éxito. Les manifesté estos sentimientos también durante el encuentro con los representantes del mundo político, cultural, científico y económico, que se celebró en el palacio presidencial la tarde de mi llegada a Kiev. En esa ocasión puse de relieve, además, el camino de libertad y de esperanza emprendido por Ucrania que, después de un siglo de durísimas pruebas, está llamada ahora a consolidar más su identidad nacional y europea, permaneciendo adherida a sus raíces cristianas.
2. Kiev es la cuna del cristianismo en Europa oriental. Ucrania, desde la cual hace más de mil años se irradiaron la fe y la civilización cristiana en el Oriente europeo, constituye un significativo "laboratorio", donde coexisten la tradición cristiana oriental y la latina.
Fue para mí una experiencia inolvidable presidir en Kiev y en Lvov solemnes celebraciones eucarísticas en rito latino y en rito bizantino-ucraniano. Fue como vivir la liturgia "con dos pulmones". Así era al final del primer milenio, después del bautismo de la Rus' y antes de la infausta división entre Oriente y Occidente. Hemos orado juntos para que la diversidad de las tradiciones no impida la comunión en la fe y en la vida eclesial. "Ut unum sint": estas palabras de la apremiante oración de Cristo resonaron de modo elocuente en esa "tierra de frontera", cuya historia tiene inscrita en la sangre la llamada a ser "puente" entre hermanos divididos.
Noté esta peculiar vocación ecuménica de Ucrania cuando me encontré con los miembros del Consejo panucraniano de las Iglesias y de las organizaciones religiosas. Forman parte de él representantes de las Iglesias cristianas, de las comunidades musulmana y judía, y de otras confesiones religiosas. Se trata de una institución que promueve los valores espirituales, fomentando un clima de entendimiento entre comunidades religiosas diversas. Y esto es sumamente importante en un país que sufrió de manera muy severa la coerción de la libertad religiosa. ¡Cómo no recordar que, junto a muchos cristianos, también un número notable de judíos fueron víctimas del fanatismo nazi y muchos musulmanes fueron perseguidos duramente por el régimen soviético! Todos los creyentes en Dios, rechazando cualquier forma de violencia, están llamados a alimentar las imprescindibles raíces religiosas de todo humanismo auténtico.
3. Mi peregrinación quiso ser un homenaje a la santidad en esa tierra impregnada de sangre de mártires. En Lvov, capital cultural y espiritual de la región occidental del país y sede de dos arzobispos, los cardenales Lubomyr Husar, para los greco-católicos, y Marian Jaworski, para los latinos, tuve la alegría de proclamar beatos a treinta hijos de Ucrania, tanto latinos como greco-católicos.
Los nuevos beatos son: el obispo Mykola Carneckyj y veinticuatro compañeros, mártires, entre los cuales hay siete obispos, trece sacerdotes, tres religiosas y un laico, heroicos testigos de la fe durante el régimen comunista; Emiliano Kovc, sacerdote y mártir bajo la ocupación nazi; el obispo Teodoro Romza, celoso pastor, que pagó con la vida su fidelidad inquebrantable a la Sede de Pedro; José Bilczewski, profesor de teología muy estimado y arzobispo ejemplar de Lvov de los latinos; Segismundo Gorazdowski, sacerdote, apóstol incansable de la caridad y de la misericordia; y Josafata Hordashevska, religiosa, fundadora de la congregación de las Esclavas de María Inmaculada.
Ojalá que el patrimonio de santidad dejado por estos ejemplares discípulos de Cristo y por muchos otros que ellos de algún modo representan infunda en Ucrania un renovado entusiasmo apostólico. Su herencia, en particular la de los mártires, debe ser conservada celosamente y comunicada a las nuevas generaciones.
Esta tarea corresponde en primer lugar a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, comprometidos activamente en el apostolado. Es de desear que un rico florecimiento de vocaciones asegure la necesaria continuidad en un eficaz servicio pastoral al pueblo de Dios.
4. Desde esta perspectiva, es significativo que, entre las dos ceremonias de beatificación en Lvov, se celebrara el esperado encuentro con los jóvenes. A ellos, esperanza de la Iglesia y de la sociedad civil, les indiqué a Cristo: sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6, 68) y lleva a la verdadera libertad. Entregué simbólicamente a los jóvenes de Ucrania la ley divina del Decálogo, como brújula indispensable para su camino, poniéndolos en guardia contra los ídolos de un falso bienestar material y contra la tentación de huir de sus responsabilidades.
Con las imágenes de ese viaje y de sus diversas etapas grabadas en mi mente y en mi corazón, pido al Señor que bendiga los esfuerzos de cuantos, en esa amada nación, se dedican al servicio del Evangelio y a la búsqueda del verdadero bien del hombre, de todo hombre. Pienso, en este momento, en las numerosas situaciones de sufrimiento y dificultad, entre ellas en la de los presos, a quienes envío mi afectuoso saludo, asegurándoles un recuerdo especial en la oración.
Encomiendo los buenos propósitos de cada uno a la intercesión de María santísima, venerada con tierna devoción en los numerosos santuarios del país.
Al pueblo ucraniano le renuevo mi deseo de prosperidad y paz, estrechando a todos en un gran abrazo de simpatía y afecto. Que Dios sane todas las heridas de ese gran pueblo y lo guíe hacia un nuevo futuro de esperanza.
(L'Osservatore Romano - 6 de julio de 2000)