Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 27 de marzo de 2002

El Triduo pascual

1. Comienza mañana el Triduo pascual, que nos hará revivir el acontecimiento central de nuestra salvación. Serán días de oración y meditación más intensas, en los que reflexionaremos, con la ayuda de los sugestivos ritos de la Semana santa, en la pasión, en la muerte y en la resurrección de Cristo.

En el misterio pascual se halla el sentido y la plenitud de la historia humana. "Por ello -subraya el Catecismo de la Iglesia católica-, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "fiesta de las fiestas", "solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama "el gran domingo", así como la Semana santa es llamada en Oriente "la gran Semana". El misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido" (n. 1169).

2. Mañana, Jueves santo, contemplaremos a Cristo que en el Cenáculo, la víspera de su pasión, se entregó a sí mismo como don a la Iglesia, instituyó el sacerdocio ministerial y dejó a sus discípulos el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. En el sacramento de la Eucaristía quiso así quedarse con nosotros, haciéndose nuestro alimento de salvación. Después de la sugestiva santa misa in Cena Domini, velaremos en adoración con el Señor, cumpliendo el deseo que él manifestó a los Apóstoles en el huerto de los Olivos: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26, 38).

El Viernes santo recorreremos los trágicos sucesos de la pasión del Redentor hasta la crucifixión en el Gólgota. La adoración de la cruz nos permitirá comprender con más profundidad la misericordia infinita de Dios. Al someterse conscientemente a ese inmenso dolor, el Hijo unigénito del Padre se hizo anuncio definitivo de salvación para la humanidad. ¡Camino ciertamente difícil el de la cruz! Y sin embargo sólo en él se nos entrega el misterio de la muerte que da la vida.

El clima de recogimiento y silencio del Sábado santo nos ofrecerá, luego, la ocasión de esperar, orando con María, el acontecimiento glorioso de la Resurrección, gustando ya anticipadamente su íntima alegría.

En la Vigilia pascual, con el canto del "Gloria", se manifestará el esplendor de nuestro destino: formar una humanidad nueva, redimida por Cristo muerto y resucitado por nosotros.

Cuando, el día de Pascua, en las iglesias de todo el mundo se cante "Dux vitae mortuus regnat vivus", "el Señor de la vida estaba muerto, pero ahora, vivo, triunfa" (Secuencia), podremos comprender y amar a fondo la cruz de Cristo: en ella Cristo derrotó para siempre el pecado y la muerte.

3. Durante el Triduo pascual contemplaremos, de manera más intensa, el rostro de Cristo: un rostro sufriente y agonizante, que nos ayuda a comprender mejor el dramatismo de los acontecimientos y las situaciones que, también en nuestros días, afligen a la humanidad; un rostro radiante de luz, que abre a nuestra existencia una renovada esperanza.

En la carta apostólica Novo Millennio Ineunte escribí: "Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vuelve a vivir como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. "Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia": ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón!" (n. 28).

En Getsemaní nos sentiremos en singular sintonía con los que sufren bajo el peso de la angustia y de la soledad. Meditando el proceso al que fue sometido Jesús, recordaremos a los que son perseguidos por su fe y a causa de la justicia.

Acompañando a Cristo hasta el Gólgota, a través de la vía dolorosa, se elevará confiada nuestra oración por los que llevan en su cuerpo y en su espíritu el peso del mal y del pecado.

En la hora suprema del sacrificio del Hijo de Dios pondremos con confianza al pie de la cruz el anhelo que embarga el corazón de todos: el deseo de la paz.

María santísima, que siguió fielmente a su Hijo hasta la cruz, nos llevará, después de contemplar juntamente con ella el rostro doliente de Cristo, a gozar de la luz y la alegría que irradia el rostro esplendoroso del Resucitado.

Este es mi deseo: que sea un Triduo realmente santo, para vivir una Pascua feliz y consoladora.

(L'Osservatore Romano - 29 de marzo de 2002)