Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 16 de abril de 2003

La victoria definitiva es de Cristo

1. Comienza mañana por la tarde, con la santa misa in Cena Domini, el Triduo pascual, fulcro de todo el Año litúrgico. En estos días la Iglesia se recoge en silencio, ora y medita el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor.

Participando en los ritos del Jueves santo, del Viernes santo y de la Vigilia pascual, recorreremos las últimas horas de la vida terrena de Jesús, al final de la cual resplandece la luz de la Resurrección.

En el cántico que acaba de proclamarse hemos escuchado que Cristo se hizo "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó" (Flp 2, 8-9). Estas palabras sintetizan el misterioso designio de Dios, que reviviremos en los próximos días, misterio que da sentido y plenitud a la historia humana.

2. Mientras la santa misa Crismal, que se celebra por lo general en la mañana del Jueves santo, pone especialmente de relieve el sacerdocio ministerial, los ritos de la santa misa in Cena Domini son una apremiante invitación a contemplar la Eucaristía, misterio central de la fe y de la vida cristiana. Precisamente para subrayar la importancia de este sacramento, he querido escribir la carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, que tendré la alegría de firmar durante la misa in Cena Domini. Con este texto deseo entregar a todo creyente una reflexión orgánica sobre el sacrificio eucarístico, que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia.

Juntamente con la Eucaristía, en el Cenáculo el Señor instituyó el sacerdocio ministerial, para que se actualice a lo largo de los siglos su único sacrificio: "Haced esto en conmemoración mía" (Lc 22, 19). Luego nos dejó el mandamiento nuevo del amor fraterno. Con el lavatorio de los pies enseñó a sus discípulos que el amor debe traducirse en servicio humilde y desinteresado al prójimo.

3. El Viernes santo, día de penitencia y ayuno, recordaremos la pasión y la muerte de Jesús, permaneciendo absortos en adoración de la cruz. "Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit": "Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo". En el Calvario, el Hijo de Dios cargó sobre sí nuestros pecados, ofreciéndose al Padre como víctima de expiación. Desde la cruz, fuente de nuestra salvación, brota la vida nueva de los hijos de Dios.

Después del drama del Viernes viene el silencio del Sábado santo, día preñado de espera y esperanza. Con María, la comunidad cristiana vela en oración junto al sepulcro, esperando que se cumpla el acontecimiento glorioso de la Resurrección.

En la Noche santa de la Pascua todo se renueva en Cristo resucitado. Desde todos los rincones de la tierra se elevará al cielo el canto del Gloria y del Aleluya, mientras la luz disipará las tinieblas de la noche. En el domingo de Pascua exultaremos con el Resucitado recibiendo de él el saludo de paz.

4. Preparémonos, amadísimos hermanos y hermanas, a celebrar dignamente estos días santos, y a contemplar la obra maravillosa realizada por Dios en la humillación y en la exaltación de Cristo (cf. Flp 2, 6-11).

Hacer memoria de este misterio central de la fe conlleva también el compromiso de actualizarlo en la realidad concreta de nuestra existencia. Significa reconocer que la pasión de Cristo prosigue en los dramáticos acontecimientos que, por desgracia, también en nuestro tiempo siguen afligiendo a tantos hombres y mujeres en todas las partes de la tierra.

Con todo, el misterio de la cruz y de la Resurrección nos asegura que el odio, la violencia, la sangre y la muerte no tienen la última palabra en las vicisitudes humanas. La victoria definitiva es de Cristo y desde él debemos recomenzar, si queremos construir para todos un futuro de auténtica paz, justicia y solidaridad.

La Virgen, que cooperó íntimamente en el designio salvífico, nos acompañe en el camino de la pasión y de la cruz hasta el sepulcro vacío, para encontrar a su Hijo divino resucitado. Entremos en el clima espiritual del Triduo sacro, dejándonos guiar por ella.
Con estos sentimientos, deseo de corazón a todos una serena y santa Pascua.

(L'Osservatore Romano - 18 de abril de 2003)

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