Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 14 de abril de 2004

El tiempo de Pascua

1. La Secuencia pascual recoge y repite el anuncio de esperanza que resonó en la solemne Vigilia pascual: "Muerto el que es la Vida, triunfante se levanta". Estas palabras guían nuestra reflexión en este encuentro, que se sitúa en el clima luminoso de la octava de Pascua.

    Cristo triunfa sobre el mal y sobre la muerte. Este es el grito de alegría que, en estos días, brota del corazón de la Iglesia. Jesús, vencedor de la muerte, dona la vida que ya no tiene fin a todos los que lo acogen y creen en él. Por consiguiente, su muerte y su resurrección constituyen el fundamento de la fe de la Iglesia.

  2. Los relatos evangélicos refieren, a veces con gran riqueza de detalles, los encuentros del Señor resucitado con las mujeres que acudieron al sepulcro y, a continuación, con los Apóstoles. Como testigos oculares, serán precisamente ellos quienes proclamarán primero el Evangelio de su muerte y su resurrección. Después de Pentecostés, sin miedo, afirmarán que en Jesús de Nazaret se cumplieron las Escrituras relativas al Mesías prometido.

    La Iglesia, depositaria de este misterio universal de salvación, lo transmite de generación en generación a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. También en nuestra época es necesario que, gracias al compromiso de los creyentes, resuene con vigor el anuncio de Cristo muerto que, por la fuerza de su Espíritu, ahora está vivo y triunfa.

  3. Para que los cristianos puedan cumplir plenamente este mandato que les ha sido dado, es indispensable que se encuentren personalmente con el Crucificado resucitado, y se dejen transformar por la fuerza de su amor. Cuando esto sucede, la tristeza se convierte en gozo y el miedo cede el lugar al celo misionero.

    El evangelista san Juan nos relata, por ejemplo, el conmovedor encuentro del Resucitado con María Magdalena, la cual, yendo muy de mañana al sepulcro, lo encuentra abierto y vacío. Teme que hayan robado el cuerpo del Señor y por eso llora desconsolada. Pero, repentinamente, alguien, que ella al inicio confunde con el "jardinero", la llama por su nombre: "María". Entonces lo reconoce como el Maestro -Rabboni- y, superando pronto el desconsuelo y la desorientación, corre inmediatamente a llevar con entusiasmo este anuncio a los Once: "He visto al Señor" (cf.Jn 20, 11-18).

  4. "Resucitó de veras mi esperanza". Con estas palabras, la Secuencia pone de relieve un aspecto del misterio pascual, que la humanidad actual necesita comprender más a fondo. Los hombres, sobre los que se ciernen amenazas de violencia y de muerte, buscan a alguien que les infunda serenidad y seguridad. Pero, ¿dónde encontrar paz si no es en Cristo, el inocente, que reconcilió a los pecadores con el Padre?

    En el Calvario la misericordia divina manifestó su rostro de amor y de perdón para todos. En el Cenáculo, después de su resurrección, Jesús encomendó a los Apóstoles la misión de ser ministros de esta misericordia, fuente de reconciliación entre los hombres.

    Santa Faustina Kowalska, en su humildad, fue elegida para anunciar este mensaje de luz particularmente adecuado al mundo actual. Es un mensaje de esperanza que invita a abandonarse en las manos del Señor. "Jesús, confío en ti", solía repetir esa santa.

    Que María, mujer de esperanza y Madre de misericordia, nos obtenga encontrarnos personalmente con su Hijo muerto y resucitado. Que ella nos ayude a ser agentes incansables de su misericordia y su paz.