Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
86. CAMPOS DE APOSTOLADO DE LOS LAICOS: LA PARTICIPACION EN LA MISION DE LA IGLESIA
(16.III.94)
1. Los cristianos admiten hoy fácilmente que todos los miembros de la Iglesia, incluidos los laicos, pueden y deben participar en su misión de testigo, anunciadora y portadora de Cristo al mundo. Esta exigencia del Cuerpo místico de Cristo la han recordado los Papas, el Concilio Vaticano II y los Sínodos de los obispos, en armonía con la sagrada Escritura, la Tradición, la experiencia de los primeros siglos del cristianismo, la doctrina de los teólogos y la historia de la vida pastoral. En nuestro siglo no se ha dudado en hablar de apostolado, y también este término y el concepto que expresa son conocidos por el clero y los fieles. Pero aún persiste con bastante frecuencia la sensación de incertidumbre acerca de los campos de trabajo en que han de comprometerse de forma concreta, y sobre los caminos que es preciso seguir para realizar ese compromiso. Conviene, por tanto, establecer algunos puntos firmes en este tema, aun conscientes de que una formación más concreta, directa y articulada se podrá y deberá buscar a nivel local, con los propios párrocos, en las oficinas diocesanas y en los centros de apostolado de los laicos.
2. El primer campo de apostolado de los laicos dentro de la comunidad eclesial es la parroquia. En este punto ha insistido el Concilio en el decreto Apostolicam actuositatem, donde se lee: "La parroquia ofrece un modelo clarísimo del apostolado comunitario" (n. 10). También se dice allí que en la parroquia la acción de los laicos es necesaria para que el apostolado de los pastores pueda lograr plenamente su eficacia. Esta acción, que debe realizarse en íntima unión con los sacerdotes, es para "los seglares de verdadero espíritu apostólico" una forma de participación inmediata y directa en la vida de la Iglesia (cfr ibid. ).
Los laicos pueden realizar una gran labor en la animación de la liturgia, en la enseñanza del catecismo, en las iniciativas pastorales y sociales, así como en los consejos pastorales (cfr Christifideles laici, 27). Contribuyen también indirectamente al apostolado con la ayuda que prestan en la administración parroquial. Es necesario que el sacerdote no se sienta solo, sino que pueda contar con la aportación de su competencia y con el apoyo de su solidaridad, comprensión y entrega generosa en los diversos sectores del servicio al reino de Dios.
3. El Concilio señala un segundo círculo de necesidades, intereses y posibilidades, cuando recomienda a los laicos: "Cultiven sin cesar el sentido de diócesis" (Apostolicam actuositatem, 10). En efecto, en la diócesis toma forma concreta la Iglesia local, que hace presente a la Iglesia universal para el clero y los fieles que forman parte de ella. Los laicos están llamados a colaborar en las iniciativas diocesanas, hoy frecuentes, con funciones ejecutivas, consultivas y, a veces, directivas, de acuerdo con las indicaciones y orientaciones del obispo y de los órganos competentes, con generosidad y grandeza de espíritu. Es también significativa la contribución que pueden prestar mediante la participación en los consejos pastorales diocesanos, que el Sínodo de los obispos de 1987 recomendó crear como "la principal forma de colaboración y de diálogo, como también de discernimiento, a nivel diocesano" (Christifideles laici, 25). De los laicos se espera, asimismo, una ayuda específica en la difusión de las enseñanzas del obispo diocesano, en comunión con los demás obispos y sobre todo con el Papa, sobre las cuestiones religiosas y sociales que se presentan a la comunidad eclesial; en el buen planteamiento y en la correcta solución de los problemas administrativos; en la gestión de las Obras catequísticas, culturales y caritativas que la diócesis instituye y dirige en favor de los hermanos pobres, etc. ¡Cuántas otras posibilidades de trabajo fructuoso para quien tiene buena voluntad, deseo de comprometerse y espíritu de sacrificio! Quiera Dios suscitar siempre nuevas y válidas energías para ayudar a los obispos y a las diócesis, en las que muchos magníficos laicos ya dan pruebas de tener conciencia de que la Iglesia local es la casa y la familia de todos.
4. En una esfera más amplia, en la dimensión universal, los laicos pueden y deben sentirse, como de hecho son, miembros de la Iglesia Católica, y comprometerse en su crecimiento, tal como lo recordó el Sínodo de los obispos de 1987 (cfr ibid., 28). Los laicos deberán considerarla una comunidad esencialmente misionera, cuyos miembros tienen todos la tarea y la responsabilidad de una evangelización que se extienda a todas las naciones, a todos los que, lo sepan o no, tienen necesidad de Dios. En este inmenso ámbito de personas y grupos, de ambientes y estratos sociales, se encuentran también muchos que, aun siendo cristianos por estar bautizados, son espiritualmente lejanos, agnósticos, indiferentes a la llamada de Cristo. Hacia estos hermanos se dirige la nueva evangelización, en la que los laicos están llamados a prestar una cooperación preciosa e indispensable. El Sínodo de 1987, después de haber dicho: "Urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana", añadía: "Los fieles laicos, debido a su participación en el oficio profético de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia" (ibid., 34). En las fronteras más avanzadas de esta nueva evangelización, muchos puestos están reservados a los laicos.
Para cumplir esta misión es indispensable una adecuada preparación en la doctrina de la fe y en la metodología pastoral, que los laicos pueden adquirir también en los institutos de ciencias religiosas o en cursos específicos, así como mediante el esfuerzo de estudio de la verdad divina. No a todos ni para todas las formas de colaboración será necesario el mismo grado de cultura religiosa, o incluso teológica, pero ésta resultará indispensable para quienes en la nueva evangelización afronten los problemas de la ciencia y la cultura humana en relación con la fe (cfr ibid.).
5. La nueva evangelización tiende a la formación de comunidades eclesiales maduras, formadas por cristianos convencidos, conscientes y perseverantes en la fe y en la caridad. Esas comunidades podrán animar desde su interior a las poblaciones, también donde Cristo, redentor del hombre, sea desconocido o haya sido olvidado (cfr ibid., 35), o donde es frágil el vínculo que los une a Cristo en el pensamiento y la vida.
Para este fin podrán servir antiguas y nuevas formas de asociación, como las cofradías, las compañias, las pías uniones, enriquecidas, donde sea preciso, con nuevo espíritu misionero, y los diversos movimientos que florecen hoy en la Iglesia. También las tradicionales iniciativas y manifestaciones populares con ocasión de celebraciones religiosas, aun conservando ciertas características vinculadas a las costumbres locales o regionales, podrían y deberían adquirir un valor eclesial, si se preparan y realizan teniendo en cuenta las necesidades de la evangelización. Al clero y a los laicos que las organizan corresponde la tarea de adecuarlas con sabiduría, ingenio y valentía a las exigencias de la Iglesia misionera, cultivando siempre la catequesis que ilumina la costumbre y la práctica sacramental, especialmente de la penitencia y la Eucaristía.
6. Ejemplos elocuentes de compromiso misionero en los campos o sectores que acabamos de mencionar, y en muchos otros, nos vienen de numerosos laicos que, en nuestro tiempo, han descubierto la dimensión plenaria de la vocación cristiana y han acatado el mandato divino de la evangelización universal, el don del Espíritu Santo que quiere llevar a cabo en el mundo un nuevo Pentecostés. A todos estos hermanos nuestros, conocidos y desconocidos, vaya la gratitud de la Iglesia, como no falta, ciertamente, la bendición de Dios. Su ejemplo sirva para suscitar un número cada vez mayor de laicos comprometidos a llevar el anuncio de Cristo a toda persona y a tratar de encender por doquier la antorcha misionera. También por esto el Sucesor de Pedro trata de ir a toda nación, a todo continente, para contribuir humildemente a la propagación del Evangelio, y los obispos, sucesores de los Apóstoles, son activos en todo país, como pastores y como cuerpo eclesial, para la nueva evangelización.