Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
127. LA ACTIVIDAD MISIONERA EN NUESTRO TIEMPO
(17.V.95)
1. En una de las anteriores catequesis dedicadas al tema de la misión nos habíamos referido ya a la amplitud de la obra evangelizadora, a la que la Iglesia está llamada hoy, así como a las dificultades que encuentra. De modo particular, debemos recordar una vez más que el factor demográfico ha creado una notable desproporción numérica entre cristianos y no cristianos, ante la cual no se puede menos de sentir la debilidad humana y la escasez de nuestros recursos. Además, la complejidad de las relaciones sociales, incluso a nivel internacional e intercontinental, y la difusión de la cultura, mediante la escuela y todos los medios de comunicación social, plantean problemas inéditos a la actividad misionera, que ya no puede contar con las tradiciones homogéneas y fundamentalmente religiosas de los pueblos.
Tampoco debe suscitar en los fieles fáciles ilusiones "el multiplicarse de las jóvenes Iglesias en tiempos recientes". En efecto, "hay vastas zonas sin evangelizar" (Redemptoris Missio, 37). Y las mismas poblaciones que han recibido la fe cristiana requieren una nueva evangeliza ción, más profunda y atenta a las nuevas necesidades y exigencias. Más aún, "no sólo una nueva evangelización sino también, en algunos casos, una primera evangeliza ción" (ibid.).
2. Así he escrito en la encíclica Redemptoris Missio, subrayando que "la misión ad gentes tiene ante sí una tarea inmensa que de ningún modo está en vías de extinción. Al contrario, bien sea bajo el punto de vista numérico por el aumento demográfico, o bien bajo el punto de vista sociocultural por el surgir de nuevas relaciones, comunicaciones y cambios de situaciones, parece destinada hacia horizontes todavía más amplios" (ibid., 35).
En algunos países la evangelización encuentra "obstáculos (...) de tipo cultural: la transmisión del mensaje evangélico resulta insignificante o incomprensible, y la conversión está considerada como un abandono del propio pueblo y cultura" (ibid. ). En estos casos la conversión al cristianismo puede llegar incluso a causar persecuciones, que evidencian la intolerancia y contrastan con los derechos fundamentales del hombre a la libertad de pensamiento y de culto. En dichos casos, se verifica una especie de aislamiento cultural que constituye, precisamente, un obstáculo para la evangelización, pero también, en sí mismo, una deplorable falta de diálogo y de apertura a un real enriquecimiento espiritual, intelectual y moral.
3. En la encíclica sobre la misión admitía que a veces las dificultades en la actividad misionera "parecen insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana" (ibid.). Sin embargo, no podemos dejar de ver los elementos humanos de esta obra. Las carencias y las deficiencias son reales, y no he dejado de señalarlas (cfr ibid., 36). Principalmente son: cierta disminución del fervor en la actividad misionera; la triste experiencia de las divisiones pasadas y aún presentes entre los cristianos; el descenso en el número de las vocaciones; el antitestimonio de cuantos no son fieles a las promesas y a los compromisos misioneros; y el indiferentismo, que implica el relativismo religioso y hace pensar y afirmar a muchos de nuestros contemporáneos que ouna religión vale tanto como cualquier otra".
Con todo, estas dificultades nos ayudan a comprender mejor el desafío que debe afrontar, hoy más que nunca, el compromiso misionero. Podemos recordar que, ya desde el comienzo, la misión de la Iglesia ha sido un desafío constante: ¿cómo podía ese pequeño grupo de seguidores de Cristo comprometerse en la obra de evangelización universal que Él les pedía? ¿Cómo podía ese puñado de pescadores de Galilea "hacer discípulos a todas las gentes"? Jesús se daba cuenta muy bien de las dificultades que los Apóstoles iban a encontrar; por eso, nos ha ofrecido su misma garantía: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
Los Apóstoles creyeron en Él, en su presencia y en su fuerza, para la vida y para la muerte. La Iglesia primitiva se alimentó de la misma fe. La Iglesia de hoy, aunque es consciente de la flaqueza de las fuerzas humanas, afronta las dificultades de la evangelización con la humildad y la confianza de los creyentes de los primeros tiempos y de siempre. Reaviva su fe en la presencia omnipotente de Cristo.
4. Forma parte de esta fe la certidumbre de que los dones del Espíritu Santo nunca dejan de renovar el impulso misionero de los creyentes, para superar las divisiones con la unidad de la caridad, favorecer el aumento y el fervor de las vocaciones misioneras, reforzar el testimonio proveniente de la convicción y evitar cualquier forma de desaliento. La Iglesia cree poder repetir sin jactancia, con el apóstol Pablo: omnia possum in eo qui me confortat, "todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4, 13).
Con esta confortación de Cristo, los misioneros afrontan los problemas que las nuevas condiciones socioculturales del mundo plantean a la actividad misionera. Aunque la reciente evolución demográfica a nivel mundial hace que un amplio sector de la población se concentre cada vez más en las metrópolis y la actividad misionera ya no se realice "sobre todo en regiones aisladas, distantes de los centros civilizados", la Iglesia no duda en reconocer que "lugares privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura y comunicación", sin olvidar a "los grupos humanos más marginados y aislados" (Redemptoris Missio, 37).
5. Hay que volver a examinar los instrumentos para el anuncio del Evangelio, y emplear cada vez mejor los medios de comunicación social. "El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola -como suele decirse- en una aldea global. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales" (ibid.). Hasta hoy no se han usado suficientemente estos medios, aunque todos conocen su poder, que puede servir para ampliar la difusión del anuncio.
Es sabido también que los medios de comunicación social contribuyen al desarrollo de una cultura nueva. Pues bien, en esta cultura la Iglesia tiene la tarea de sembar el espíritu del Evangelio. "El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (ibid.). Es necesario, por tanto, esforzarse por lograr que los medios de comunicación social, en las manos de los nuevos apóstoles, se conviertan en instrumentos preciosos de evangelización: especialmente la radio y la televisión, por el enorme influjo que ejercen. En este campo los laicos están llamados a desempeñar un papel de gran importancia, para el cual deben tener una seria competencia profesional y un auténtico espíritu de fe.
Con la ayuda divina, también hoy la Iglesia debe trabajar, siguiendo las huellas de San Pablo, por introducir la levadura evangélica en las culturas en continua evolución. También ellas son campos de Dios, en los que es preciso sembrar y cultivar el Evangelio, como buenos agricultores, confiando de modo inquebrantable en Aquel que da la fuerza.