Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
134. LA ACCION ECUMENICA
(2.VIII.95)
1. En la catequesis anterior hemos subrayado el hecho de que el Concilio Vaticano II señala la oración como la tarea ineludible y principal de los cristianos que quieren comprometerse verdaderamente en favor de la realización plena de la unidad deseada por Cristo. El Concilio añade que el movimiento ecuménico "atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores", cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas (cfr Unitatis redintegratio, 5). Esto significa que la responsabilidad en ese ámbito puede y debe considerarse en varios niveles. Corresponde a todos los cristianos, pero, como resulta muy comprensible, compromete de modo muy especial a algunos, por ejemplo los teólogos y los historiadores. Hace ya diez años afirmé que "hay que demostrar en cada cosa la diligencia de salir al encuentro de lo que nuestros hermanos cristianos, legítimamente desean y esperan de nosotros, conociendo su modo de pensar y su sensibilidad. (...). Es preciso que los dones de cada uno se desarrollen para utilidad y beneficio de todos" (Discurso a la Curia romana, 28 de Junio de 1985, n. 4; L"Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1985, p. 23).
2. Podemos enumerar las pistas principales que el Concilio propone que sigamos en la acción ecuménica. Recuerda, ante todo, la necesidad de una renovación constante: "La Iglesia, peregrina en este mundo -afirma-, es llamada por Cristo a esta reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente" (Unitatis redintegratio, 6). Es una reforma que concierne tanto a las costumbres como a la disciplina. Se puede añadir que esa necesidad proviene de lo alto, o sea, de la misma voluntad divina que pone a la Iglesia en estado de desarrollo permanente. Esto implica que debe adaptarse a las circunstancias históricas, pero también y sobre todo, que ha de progresar en el cumplimiento de su vocación como respuesta cada vez más adecuada a las exigencias del plan salvífico de Dios.
Otro punto fundamental es el compromiso de la Iglesia de tomar conciencia de las faltas y los defectos que, a causa de la fragilidad humana, afectan a sus miembros que peregrinan a lo largo de la historia. Esto vale de manera especial para las faltas que, también por parte de los católicos, se han cometido contra la unidad. No hay que olvidar la advertencia de San Juan: "Si decimos: No hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1Jn 1, 10). Precisamente refiriéndose a esta advertencia el Concilio exhorta: "Humildemente, por tanto, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, así como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido" (Unitatis redintegratio, 7).
En este cambio tiene gran importancia la purificación de la memoria histórica, porque "cada uno debe convertirse más radicalmente al Evangelio y, sin perder nunca de vista el designio de Dios, debe cambiar su mirada" (Ut unum sint, 15).
3. Conviene recordar, además, que la concordia con los hermanos de las otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con el prójimo en general, estriba en la determinación de llevar una vida más conforme con Cristo. Así pues, la santidad de vida, asegurada por la unión con Dios mediante la gracia del Espíritu, posibilitará y hará progresar también la unión de todos los discípulos de Cristo, puesto que la unidad es un don que proviene de lo alto.
Junto con la conversión del corazón y la santidad de vida, forman parte de la acción ecuménica también las "oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos", que suelen promoverse en diversas circunstancias y, especialmente, con ocasión de encuentros ecuménicos. Son tanto más necesarias cuanto más se constatan las dificultades a lo largo del camino hacia la unidad plena y visible. Se comprende así que sólo con la gracia divina puede alcanzarse un progreso real hacia la unidad que quiere Cristo. Por eso, merece alabanza cualquier ocasión que permita a los discípulos de Cristo reunirse para pedir a Dios el don de la unidad.
El Concilio declara que esto no sólo es lícito, sino también deseable (cfr Unitatis redintegratio, 8). El comportamiento concreto que hay que tener en las diversas circunstancias -de lugar, de tiempo y de personas- ha de decidirse en sintonía con el obispo local, en el contexto de las normas dadas por las Conferencias episcopales y por la Santa Sede (cfr ibid.; Directorio ecuménico, 28-34).
4. Con especial esmero habrá que tratar de conocer mejor los estados de ánimo y las posiciones doctrinales, espirituales y litúrgicas de los hermanos de las otras Iglesias o comunidades eclesiales. "Ayudan mucho a conseguir este conocimiento las reuniones de ambas partes, principalmente para discutir cuestiones teológicas, en un nivel de igualdad, siempre que los que participan en ellas, bajo la vigilancia de los prelados, sean verdaderamente expertos" (Unitatis redintegratio, 9).
Esas reuniones de estudio deben estar animadas por el deseo de poner en común los bienes del Espíritu y del conocimiento para un intercambio efectivo de dones a la luz de la verdad de Cristo y con el ánimo bien dispuesto (cfr ibid.). Una metología animada por el amor a la verdad en la caridad exige a todos los participantes un triple compromiso: exponer bien la propia posición, esforzarse por comprender a los demás y buscar los puntos de concordia.
También con vistas a esas formas de acción ecuménica, el Concilio recomienda que la enseñanza de la teología y de las otras disciplinas, especialmente históricas, se haga "bajo un punto de vista ecuménico" (Unitatis redintegratio, 10). Esa enseñanza evitará el estilo polémico y tenderá, en cambio, a mostrar las convergencias y las divergencias que existen entre las diversas partes en el modo de aceptar y presentar las verdades de la fe. Es evidente que, si la metodología ecuménica que se sigue en la obra de formación se basa en una adhesión sincera a la Iglesia, no sufrirá menoscabo la firmeza en la fe definida.
5. En esa misma base deberán apoyarse las modalidades del diálogo. En él la doctrina católica ha de exponerse con claridad en su integridad: "No hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto" (Unitatis redintegratio, 11).
Así pues, los teólogos han de esforzarse por explicar la fe católica con profundidad y exactitud. Deben proceder "con amor a la verdad, caridad y humildad". Además, al comparar las doctrinas, han de recordar -como recomienda el Concilio- "que existe un orden o jerarquía de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (ibid.). Sobre este punto tan importante deberán estar bien preparados y ser capaces de discernir la referencia que las diferentes tesis y los mismos artículos del Credo tienen con las dos verdades fundamentales del cristianismo: la Trinidad y la encarnación del Verbo Hijo de Dios "propter nos homines et propter nostram salutem". Los teólogos católicos no pueden tomar caminos que contrasten con la fe apostólica, enseñada por los Padres y reafirmada por los Concilios. Deberán partir siempre de la aceptación humilde y sincera de la exhortación repetida por el Concilio precisamente a propósito del diálogo ecuménico: "Todos los cristianos, ante las gentes, han de profesar, su fe en Dios uno y trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor nuestro" (Unitatis redintegratio, 12).