Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

135. EL ECUMENISMO EN LAS RELACIONES CON LAS IGLESIAS ORIENTALES
(9.VIII.95)

1. Con respecto al ecumenismo, es particularmente importante lo que afirma el Concilio Vaticano II a propósito de las relaciones entre las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica, es decir, que la actual separación no puede hacer olvidar el largo camino recorrido juntas, manteniendo la fidelidad al patrimonio apostólico común. "Las Iglesias de Oriente y Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina". (Unitatis redintegratio, 14). Durante ese período histórico, las Iglesias orientales tenían su modo propio de celebrar y expresar el misterio de la fe común, así como de seguir la disciplina. Esas diferencias legítimas no impedían aceptar el ministerio confiado a Pedro y a sus sucesores.
2. Durante el camino recorrido juntos, Occidente recibió mucho de Oriente en el campo de la liturgia, la tradición espiritual y el orden jurídico. Además, "los dogmas fundamentales de la fe cristiana sobre la Trinidad y el Verbo de Dios, encarnado de la Virgen María, fueron definidos en Concilios ecuménicos celebrados en Oriente" (ibid.). El desarrollo doctrinal que se produjo en Oriente durante los primeros siglos fue decisivo para la formulación de la fe universal de la Iglesia. Deseo recordar aquí, con profunda veneración, la doctrina definida por algunos Concilios ecuménicos de los primeros siglos: la consustancialidad del Hijo con el Padre, en Nicea, el año 325; la divinidad del Espíritu Santo, en el primer Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381; la maternidad divina de María, en Éfeso, el año 431; y la unidad de persona y la dualidad de naturalezas en Cristo, en Calcedonia, el año 451. De esta aportación fundamental y definitiva para la fe cristiana debe partir el desarrollo temático que permite descubrir cada vez mejor la "inescrutable riqueza" del misterio de Cristo (cfr Ef 3, 8).
El Concilio Vaticano II no quiso volver a analizar las circunstancias de la separación, ni tampoco valorar los reproches mutuos. Sólo hace notar que la idéntica herencia recibida de los Apóstoles se desarrolló de modo diverso en Oriente y en Occidente, "a causa tanto de la diversidad de mentalidad como de las condiciones de vida" (Unitatis redintegratio, 14). Eso creó dificultades que, "además de las causas externas, por falta también de mutua comprensión y caridad, dieron ocasión a las separaciones" (ibid.). El recuerdo de las páginas dolorosas del pasado, en lugar de encerrarnos en una jaula de recriminaciones y polémicas, debe estimularnos a la comprensión recíproca y a la caridad, tanto en la actualidad como en el futuro.
3. Aeste respecto, deseo subrayar el gran aprecio que el Concilio muestra por los tesoros espirituales del Oriente cristiano, comenzando por los relacionados con la sagrada liturgia. Las Iglesias orientales realizan las ceremonias litúrgicas con mucho amor. Eso vale de modo particular para la celebración eucarística, en la que todos estamos llamados a descubrir cada vez mejor la "fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la vida futura" (ibid., 15). En ella "los fieles unidos al obispo, al tener acceso al Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos partícipes de la naturaleza divina (2P 1, 4). Así pues, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias se edifica y crece la Iglesia de Dios" (ibid. ).
El decreto sobre ecumenismo recuerda, además, la devoción de los orientales a María, la siempre Virgen, Madre de Dios, a quien ensalzan con espléndidos himnos. El culto dedicado a la Theotókos manifiesta la importancia esencial de María en la obra de la redención e ilumina también el sentido y el valor de la veneración que se tributa a los santos. Por último, el decreto menciona las tradiciones espirituales y, especialmente, las de la vida monástica, afirmando que de esa fuente "procede la institución religiosa de los latinos, y que más tarde recibió también nuevo vigor" (ibid. ).
La contribución de Oriente a la vida de la Iglesia de Cristo fue y sigue siendo muy importante. Por eso el Concilio exhorta a los católicos a tomar conciencia de que "conocer, venerar, conservar y fomentar el riquísimo patrimonio litúrgico y espiritual de los orientales es de la máxima importancia para conservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana y para lograr la reconciliación de los cristianos orientales y occidentales" (ibid.). En particular, los católicos están invitados a "acercarse con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres orientales", en la tradición de una espiritualidad que "eleva a todo el hombre a la contemplación de lo divino" (ibid. ).
4. Por lo que concierne a los aspectos de la intercomunión, el reciente Directorio ecunlénico confirma y especifica lo que ya había afirmado el Concilio, o sea, que cierta intercomunión es posible, puesto que las Iglesias orientales tienen verdaderos sacramentos, sobre todo el sacerdocio y la Eucaristía.
Se han dado indicaciones específicas sobre ese punto delicado, según las cuales todo católico, al que le resulte imposible encontrar un sacerdote católico, puede recibir del ministro de una Iglesia oriental los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos (Directorio, 13). Recíprocamente, los ministros católicos pueden lícitamente administrar los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos a los cristianos orientales que los pidan. Ahora bien, se debe evitar toda forma de acción pastoral que no respete plenamente la dignidad y la libertad de las conciencias (Directorio, 125). También para otros casos específicos se han previsto y determinado formas de comunicación en las cosas sagradas, en situaciones particulares concretas.
En este contexto, quiero enviar un saludo cordial a las Iglesias orientales que viven en comunión plena con el Obispo de Roma, aun conservando sus antiguas tradiciones litúrgicas, disciplinares y espirituales. Dan un testimonio particular en favor de la diversidad en la unidad, que contribuye a la belleza de la Iglesia de Cristo. Hoy, más que nunca, se les encomienda la misión de servir a la unidad querida por Cristo para su Iglesia, participando "en el diálogo de la caridad y en el diálogo teológico, tanto a nivel local como universal, contribuyendo así a la recíproca comprensión y a una búsqueda dinámica de la plena unidad" (Ut unum sint, 60).
5. Según el Concilio, "las Iglesias de Oriente, recordando la necesaria unidad de la Iglesia entera, tienen la facultad de regirse según sus propias disciplinas" (Unitatis redintegratio, 16). Existe también una diversidad legítima en la transmisión de la única doctrina recibida de los Apóstoles. A menudo, las diferentes fórmulas teológicas de Oriente y Occidente, en vez de oponerse, se complementan. El Concilio, asimismo, hace notar que las auténticas tradiciones teológicas de los orientales están "arraigadas de modo manifiesto en las sagradas Escrituras" (ibid. 17).
Debemos, pues, aprender cada vez más lo que el Concilio enseña y recomienda sobre el respeto a las Iglesias orientales en sus usos, en sus costumbres y en sus tradiciones espirituales. Hay que tratar de tener con ellas relaciones de sincera caridad y de colaboración fructífera, en plena fidelidad a la verdad. No podemos menos de compartir y repetir el anhelo de que "crezca la colaboración fraterna con ellos en el espíritu de la caridad, dejando a un lado todo ánimo de controversia y de emulación" (ibid. ). Sí; que el Señor conceda verdaderamente esto como don de su amor a la Iglesia de nuestro tiempo.