Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
5. María en la experiencia espiritual de la Iglesia
(15-XI-1995)
1. Después de haber comentado en las catequesis anteriores la consolidación de la reflexión de la comunidad cristiana desde sus orígenes sobre la figura y el papel de la Virgen en la historia de la salvación, nos detenemos hoy a meditar en la experiencia mariana de la Iglesia.
El desarrollo de la reflexión mariológica y del culto a la Virgen en el decurso de los siglos ha contribuido a poner cada vez más de relieve la dimensión mariana de la Iglesia. Ciertamente, la Virgen Santísima está totalmente referida a Cristo, fundamento de la fe y de la experiencia eclesial, y a Él conduce. Por eso, obedeciendo a Jesús, que reservó a su Madre un papel completamente especial en la economía de la salvación, los cristianos han venerado, amado y orado a María de manera particularísima e intensa. Le han atribuido una posición de relieve en la fe y en la piedad, reconociéndola como camino privilegiado hacia Cristo, mediador supremo.
La dimensión mariana de la Iglesia constituye así un elemento innegable en la experiencia del pueblo cristiano. Esa dimensión se revela en numerosas manifestaciones de la vida de los creyentes, testimoniando el lugar que ha asumido María en su corazón. No se trata de un sentimiento superficial, sino de un vínculo afectivo profundo y consciente, arraigado en la fe, que impulsa a los cristianos de ayer y de hoy a recurrir habitualmente a María, para entrar en una comunión más íntima con Cristo.
2. Después de la plegaria más antigua, formulada en Egipto por las comunidades cristianas del siglo III para suplicar a la Madre de Dios protección en el peligro, se multiplicaron las invocaciones dirigidas a Aquella que los bautizados consideran muy poderosa en su intercesión ante el Señor.
Hoy, la plegaria más común es el Ave María, cuya primera parte consta de palabras tomadas del Evangelio (cf. Lc 1, 28, 42). Los cristianos aprenden a rezarla en el hogar, ya desde su infancia, recibiéndola como un don precioso que es preciso conservar durante toda la vida. Esta misma plegaria, repetida decenas de veces en el Rosario, ayuda a muchos fieles a entrar en la contemplación orante de los misterios evangélicos y a permanecer a veces durante mucho tiempo en contacto íntimo con la Madre de Jesús. Ya desde la Edad Media, el Ave María es la oración más común de todos los creyentes, que piden a la Santa Madre del Señor que los acompañe y los proteja en el camino de su existencia diaria (cf. Marialis cultus, 42-55).
El pueblo cristiano, además, ha manifestado su amor a María multiplicando las expresiones de su devoción: himnos, plegarias y composiciones poéticas sencillas, o a veces de gran valor, impregnadas del mismo amor a Aquella que el Crucificado entregó a los hombres como Madre. Entre éstas, algunas, como el himno Akathistos y la Salve Regina, han marcado profundamente la vida de fe del pueblo creyente.
La piedad mariana ha dado origen, también, a una riquísima producción artística, tanto en Oriente como en Occidente, que ha hecho apreciar a enteras generaciones la belleza espiritual de María. Pintores, escultores, músicos y poetas han dejado obras maestras que, poniendo de relieve los diversos aspectos de la grandeza de la Virgen, ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de su elevada contribución a la obra de la redención.
El arte cristiano ha encontrado en María la realización de una humanidad nueva, que responde al proyecto de Dios y, por ello, constituye un signo sublime de esperanza para la humanidad entera.
3. Ese mensaje no podía menos de ser captado por los cristianos llamados a una vocación de consagración especial. En efecto, en las órdenes y congregaciones religiosas, en los institutos o asociaciones de vida consagrada, María es venerada de un modo especial. Numerosos institutos, sobre todo -pero no sólo- femeninos, llevan en su título el nombre de María. Ahora bien, más allá de las manifestaciones externas, la espiritualidad de las familias religiosas, así como de muchos movimientos eclesiales, algunos de ellos específicamente marianos, pone de manifiesto su vínculo especial con María, como garantía de un carisma vivido con autenticidad y plenitud.
Esa referencia mariana en la vida de personas particularmente favorecidas por el Espíritu Santo ha desarrollado también la dimensión mística, que muestra cómo el pueblo cristiano puede experimentar en lo más íntimo de su ser la intervención de María.
La referencia a María aúna no sólo a los cristianos comprometidos, sino también a los creyentes de fe sencilla, e incluso a los alejados, para los cuales, a menudo, constituye tal vez el único vínculo con la vida eclesial. Signo de este sentimiento común del pueblo cristiano hacia la Madre del Señor son las peregrinaciones a los santuarios marianos, que atraen, durante todo el año, a numerosas multitudes de fieles. Algunos de estos baluartes de la piedad mariana son muy conocidos, como Lourdes, Fátima, Loreto, Pompeya, Guadalupe o Czestochowa. Otros son conocidos sólo a nivel nacional o local. En todos el recuerdo de acontecimientos vinculados al recurso a María transmite el mensaje de su ternura materna, abriendo el corazón a la gracia divina.
Esos lugares de oración mariana son testimonio magnífico de la misericordia de Dios, que llega al hombre por intercesión de María. Milagros de curación corporal, de rescate espiritual y de conversión, son el signo evidente de que María continúa, con Cristo en el Espíritu, su obra de auxiliadora y de Madre.
4. A menudo los santuarios marianos se transforman en centros de evangelización. En efecto, también en la Iglesia de hoy, como en la comunidad que esperaba Pentecostés, la oración en compañía de María impulsa a muchos cristianos al apostolado y al servicio a los hermanos. Deseo recordar aquí, de modo especial, el gran influjo de la piedad mariana sobre el ejercicio de la caridad y de las obras de misericordia. Estimulados por la presencia de María, los creyentes con frecuencia han sentido la necesidad de dedicarse a los pobres, a los desheredados y a los enfermos, a fin de ser para los últimos de la tierra el signo de la protección materna de la Virgen, icono vivo de la misericordia del Padre.
Todo ello pone claramente de manifiesto que la dimensión mariana penetra toda la vida de la Iglesia. El anuncio de la Palabra, la liturgia, las diversas expresiones caritativas y culturales encuentran en la referencia a María una ocasión de enriquecimiento y renovación.
El pueblo de Dios, bajo la guía de sus pastores, está llamado a discernir en este hecho la acción del Espíritu Santo, que ha impulsado la fe cristiana por el camino del descubrimiento del rostro de María. Es Él quien obra maravillas en los lugares de piedad mariana. Es Él quien, estimulando el conocimiento y el amor a María, conduce a los fieles a la escuela de la Virgen del Magnificat, para aprender a leer los signos de Dios en la historia y adquirir la sabiduría que convierte a todo hombre y a toda humanidad.