Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
24. La Virgen María santa durante toda la vida
(19-VI-1996)
1. La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se refiere de modo directo únicamente al primer instante de la existencia de María, a partir del cual fue "preservada inmune de toda mancha de la culpa original". El Magisterio pontificio quiso definir así sólo la verdad que había sido objeto de controversias a lo largo de los siglos: la preservación del pecado original, sin preocuparse de definir la santidad permanente de la Virgen Madre del Señor.
Esa verdad pertenece ya al sentir común del pueblo cristiano, que sostiene que María, libre del pecado original, fue preservada también de todo pecado actual y la santidad inicial le fue concedida para que colmara su existencia entera.
2. La Iglesia ha reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o imperfección moral. El Concilio de Trento expresa esa convicción afirmando que nadie "puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales, si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia" (DS 1573). También el cristiano transformado y renovado por la gracia tiene la posibilidad de pecar. En efecto, la gracia no preserva de todo pecado durante el entero curso de la vida, salvo que, como afirma el Concilio de Trento, un privilegio especial asegure esa inmunidad del pecado. Y eso es lo que aconteció en María.
El Concilio tridentino no quiso definir este privilegio, pero declaró que la Iglesia lo afirma con vigor: Tenet, es decir, lo mantiene con firmeza. Se trata de una opción que, lejos de incluir esa verdad entre las creencias piadosas o las opiniones de devoción, confirma su carácter de doctrina sólida, bien presente en la fe del pueblo de Dios. Por lo demás, esa convicción se funda en la gracia que el ángel atribuye a María en el momento de la Anunciación. Al llamarla "llena de gracia", kejaritoméne, el ángel reconoce en Ella a la mujer dotada de una perfección permanente y de una plenitud de santidad, sin sombra de culpa ni de imperfección moral o espiritual.
3. Algunos Padres de la Iglesia de los primeros siglos, al no estar aún convencidos de su santidad perfecta, atribuyeron a María imperfecciones o defectos morales. También algunos autores recientes han hecho suya esta posición. Pero los textos evangélicos citados para justificar estas opiniones no permiten en ningún caso fundar la atribución de un pecado, ni siquiera una imperfección moral, a la Madre del Redentor.
La respuesta de Jesús a su Madre, a la edad de doce años: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49) fue, en ocasiones, interpretada como un reproche encubierto. Ahora bien, una lectura atenta de ese episodio lleva a comprender que Jesús no reprochó a su Madre y a José el hecho de que lo estaban buscando, dado que tenían la responsabilidad de velar por Él.
Al encontrar a Jesús después de una ardua búsqueda, María se limita a preguntarle solamente el porqué de su conducta: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?" (Lc 2, 48). Y Jesús responde con otro porqué, sin hacer ningún reproche y refiriéndose al misterio de su filiación divina.
Ni siquiera las palabras que pronunció en Caná: "¿Qué tengo Yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora" (Jn 2, 4) pueden interpretarse como un reproche. Ante el probable malestar que hubiera provocado en los recién casados la falta de vino, María se dirige a Jesús con sencillez, confiándole el problema. Jesús, a pesar de tener conciencia de que como Mesías sólo estaba obligado a cumplir la voluntad del Padre, accede a la solicitud de su madre. Sobre todo, responde a la fe de la Virgen y de ese modo comienza sus milagros, manifestando su gloria.
4. Algunos han interpretado en sentido negativo la declaración que hace Jesús cuando, al inicio de la vida pública, María y sus parientes desean verlo. Refiriéndose a la respuesta de Jesús a quien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte" (Lc 8, 20), el evangelista San Lucas nos brinda la clave de lectura del relato, que se ha de entender a partir de las disposiciones íntimas de María, muy diversas de las de los "hermanos" (cf. Jn 7, 5). Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21).
En efecto, en el relato de la Anunciación San Lucas ha mostrado cómo María ha sido el modelo de escucha de la palabra de Dios y de docilidad generosa. Interpretado de acuerdo con esa perspectiva, el episodio constituye un gran elogio de María, que realizó perfectamente en su vida el plan divino.
Las palabras de Jesús, a la vez que se oponen al intento de los hermanos, exaltan la fidelidad de María a la voluntad de Dios y la grandeza de su maternidad, que vivió no sólo física sino también espiritualmente.
Al hacer esta alabanza indirecta, Jesús usa un método particular: pone de relieve la nobleza de la conducta de María, a la luz de afirmaciones de alcance más general, y muestra mejor la solidaridad y la cercanía de la Virgen a la humanidad en el difícil camino de la santidad.
Por último, las palabras "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11, 28), que pronuncia Jesús para responder a la mujer que declaraba dichosa a su madre, lejos de poner en duda la perfección personal de María, destacan su cumplimiento fiel de la palabra de Dios: así las ha entendido la Iglesia, incluyendo esa expresión en las celebraciones litúrgicas en honor de María.
El texto evangélico sugiere, en efecto, que con esta declaración Jesús quiso revelar que el motivo más alto de la dicha de María consiste precisamente en la íntima unión con Dios y en la adhesión perfecta a la palabra divina.
5. El privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre Ella y Dios.
Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad.