DE JUAN PABLO II PARA LA XXIV
JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO
(27 de septiembre de 2003)
1. El próximo 27 de septiembre se celebrará la Jornada mundial del turismo, que tendrá como tema: "El turismo, elemento propulsor de lucha contra la pobreza, para la creación de empleos y la armonía social". Con vistas a esta significativa celebración, deseo proponer a todos, especialmente a los fieles católicos, algunas reflexiones sobre este tema a la luz de la doctrina social de la Iglesia y de los cambios que se están produciendo actualmente en el mundo, cambios que afectan también al ámbito del turismo.
En efecto, el turismo se ha de considerar como una expresión particular de la vida social, con implicaciones económicas, financieras, culturales y con consecuencias decisivas para las personas y los pueblos. Su relación directa con el desarrollo integral de la persona debería orientar su servicio, como el de las demás actividades humanas, a la edificación de la civilización en el sentido más auténtico y completo, es decir, la edificación de la "civilización del amor" (cf. Sollicitudo Rei Socialis, 33).
La próxima Jornada mundial centrará su atención en la relación del turismo con las bolsas de pobreza que existen en cada continente. El drama de la pobreza es uno de los mayores desafíos actuales, mientras se va agravando la brecha entre las diversas áreas del mundo, a pesar de que se disponga de los medios necesarios para ponerle remedio, pues la humanidad ha alcanzado un desarrollo científico y tecnológico extraordinario. Por tanto, es muy oportuno "reafirmar un principio en sí mismo obvio, aunque frecuentemente incumplido: es necesario buscar no el bien de un círculo privilegiado de pocos, sino la mejora de las condiciones de vida de todos. Sólo sobre este cimiento se podrá construir un orden internacional realmente marcado por la justicia y la solidaridad, como es deseo de todos" (Mensaje para la Cuaresma, 7 de enero de 2003, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de febrero de 2003, p. 3).
2. No es posible permanecer indiferentes e inertes ante la pobreza y el subdesarrollo. No podemos encerrarnos en nuestros intereses egoístas, abandonando a innumerables hermanos y hermanas en la miseria, y, lo que es más grave aún, dejando que muchos de ellos vayan al encuentro de una muerte inexorable.
Basándose en la capacidad creativa y en la generosidad de que la humanidad dispone para poner fin a esta plaga social y moral, es preciso encontrar soluciones adecuadas de carácter económico, financiero, técnico y político. Pero, como recordé en otra ocasión, "todas estas medidas serían insuficientes si no están animadas por valores éticos y espirituales auténticos" (Discurso al nuevo embajador de Bolivia ante la Santa Sede durante la presentación de sus cartas credenciales, 8 de junio de 2000, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2000, p. 8).
La actividad turística puede desempeñar un papel relevante en la lucha contra la pobreza, tanto desde el punto de vista económico como social y cultural. Viajando se conocen lugares y situaciones diversas, y se cae en la cuenta de cuán grande es la brecha entre los países ricos y los pobres.
Además, se pueden valorar mejor los recursos y las actividades locales, favoreciendo la participación de los sectores más pobres de la población.
El viaje turístico y la estancia en otros países implican siempre un encuentro con personas y culturas diversas. Por doquier, pero sobre todo en los países en vías de desarrollo, el visitante y el turista difícilmente pueden evitar entrar en contacto con realidades dolorosas de pobreza y de hambre. En este caso, no sólo es necesario resistir a la tentación de encerrarse en una especie de "isla feliz", aislándose del ambiente social; más aún, es preciso evitar aprovecharse de la propia posición de privilegio para explotar las "necesidades" de la gente del lugar. Por tanto, la visita ha de ser ocasión de diálogo entre personas de igual dignidad; motivo de mayor conocimiento de los habitantes del lugar y de su historia y cultura; y apertura sincera a la comprensión del otro, que desemboque en gestos concretos de solidaridad.
Hay que comprometerse para evitar que el bienestar de unos pocos privilegiados se consiga en detrimento de la calidad de vida de muchos otros. Vale aquí lo que, en sentido más general, escribí en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis con respecto a las relaciones económicas: "Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros. (...) Es necesario someter en el futuro estos mecanismos a un análisis atento bajo el aspecto ético-moral" (n. 16).
3. El tema de la próxima Jornada mundial del turismo trae a la memoria las palabras de Jesús: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt 5, 3), una invitación siempre actual a la solidaridad con los pobres, los hambrientos y los necesitados, que interpela a los creyentes.
Como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, "las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo (...); expresan la vocación de los fieles (...); iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana" (n. 1717). Sería grave que el discípulo de Cristo se olvidara de eso precisamente en el tiempo libre o durante un viaje turístico, es decir, cuando podría dedicarse a una contemplación más serena del "rostro de Cristo" en el prójimo con quien entra en contacto. Cuando la enseñanza del Señor ilumina nuestra vida, nos sentimos comprometidos a hacer que todas las actividades, incluida la turística, sean realizaciones de la "nueva "creatividad de la caridad"", que nos hace solidarios "con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibido como limosna humillante, sino como un compartir fraterno" (Novo Millennio Ineunte, 50).
Esta solidaridad se practica ante todo respetando la dignidad personal de la población del lugar, su cultura y sus costumbres, con una actitud de diálogo para promover el desarrollo integral de cada uno. En el viaje turístico esta actitud es aún más exigente, puesto que es más palpable la diversidad de civilizaciones, culturas, condiciones sociales y religiones.
Deseo vivamente que la actividad turística sea un instrumento cada vez más eficaz para la reducción de la pobreza, para la promoción del crecimiento personal y social de las personas y de los pueblos, y para la consolidación de la participación y la cooperación entre las naciones, las culturas y las religiones.
Que la santísima Virgen María proteja a cuantos, de diferentes modos, están implicados en el vasto campo del turismo y los mantenga siempre sensibles con respecto a quienes sufren a causa de la pobreza, la injusticia, la guerra y la discriminación. Sobre cada uno invoco la abundancia de los dones divinos, a la vez que bendigo de corazón a todos.
Vaticano, 11 de junio de 2003.