2Jn
Capitulo Único
2Jn 1, 1-3. Encabezamiento.
El encabezamiento de la carta se adapta perfectamente al modelo usual de las epístolas cristianas. Esta 2Jn sigue el modelo paulino, cambiando únicamente el título de apóstol por el de Presbítero. La epístola va dirigida a la "señora Electa" y a sus hijos, es decir, a una iglesia del Asia Menor.
El autor de la 2Jn se llama a sí mismo el Presbítero. El artículo indica que el que llevaba este nombre era una persona bien conocida y reverenciada por los lectores: era el Presbítero, el Anciano, por excelencia. El servirse de este seudónimo para no revelar su propio nombre es una nota que conviene perfectamente a San Juan Apóstol, que en el cuarto evangelio siempre se designa con el apelativo de "el discípulo a quien Jesús amaba". Quien dice presbítero no significa que quiera designar necesariamente un apóstol, pero tampoco lo excluye, pues San Pedro se llama a sí mismo "copresbítero". En los Padres apostólicos, el título p?esß?te??? es característico para designar a los jefes espirituales de la comunidad (sacerdotes y a veces obispos). En esta designación interviene mucho menos la edad que la autoridad. De igual modo, el título de el Presbítero por excelencia dado al apóstol San Juan provenía más bien de su extraordinaria autoridad que de su ancianidad.
San Juan escribe a la señora Electa y a sus hijos (v.1). Esta dirección constituye un título de honor y de cortesía, que se encuentra en los papiros en el encabezamiento de cartas dirigidas a mujeres. En la 2Jn este título probabilísimamente no se refiere a una persona determinada, sino que es un símbolo para designar una iglesia del Asia Menor. El significado colectivo de este apelativo se deduce del hecho de que San Juan se dirige a esta señora tanto en singular como en plural (v.12-13). Los hijos de esta señora son amados por todos aquellos que han conocido la verdad (v.1-2). El precepto que ella recibe de la caridad fraterna es el precepto dado a todos los cristianos de amarse los unos a los otros (v.5). El apóstol exhorta a los hijos de la Electa, es decir, a los fieles, a precaverse contra los peligros de los falsos doctores (v.7.5ss). Una hermana de la Electa es llamada también la Elegida o Electa (v.15). El apóstol San Pedro también llama a la iglesia romana la Coelecta.
La personificación de Jerusalén y del pueblo de Israel bajo la figura de una mujer es frecuente en los profetas. También en el Apocalipsis están personificadas las siete iglesias o comunidades del Asia Menor; y la Iglesia en su totalidad está personificada en, la mujer vestida de sol.
El apóstol de la caridad comienza expresando el amor sincero que tiene a la señora Electa y a sus hijos: la ama en la verdad cristiana, en Cristo. Este amor en la verdad sería semejante al amor en Cristo Jesús de San Pablo. Sería un amor auténtico, un amor santo, que une entre sí a todos los hijos de Dios. San Juan les quiere decir que los ama profundamente. Se trata, por consiguiente, de un amor propiamente divino, pero humanamente asimilado por el apóstol. Este ama a los fieles en Dios, y, sin embargo, es él mismo el que ama. Y este amor se lo tienen todos cuantos conocen la verdad es decir, todos los cristianos que han llegado a conocer a Dios con un conocimiento vital, de comunión íntima con la Verdad.
La razón profunda de este amor es la verdad que mora en nosotros (v.2). La verdad es considerada como un huésped, o mejor, como un principio activo que permanece en el alma, como la palabra de Dios en 1Jn 2, 14. La verdad casi personificada de que nos habla el apóstol parece identificarse -si nos atenemos a lo que dicen algunos autores- con el Espíritu Santo, que mora en nosotros y es también Espíritu de verdad. Sin embargo, parece más probable que la verdad de este versículo haya que identificarla con la doctrina de Cristo. Mientras que la verdad revelada por Jesucristo permanezca en el cristiano, éste se conservará unido a Dios.
La presencia de la verdad en el fiel, o la inhabitación del Espíritu Santo, verdad divina, en el alma del cristiano, atraerá sobre él toda clase de dones. Esos dones están resumidos en un trinomio: gracia, misericordia y paz (v.3). La gracia no es la alegría que los griegos deseaban en el saludo, sino la gracia en el sentido general de favor divino. La misericordia designa la disposición benévola de Dios hacia nosotros, pobres pecadores; e implica también el perdón divino de nuestras faltas y el auxilio que Dios otorga a los cristianos en sus necesidades espirituales y temporales. La paz no es sólo el saludo semítico, sino que supone mucho más: implica los bienes mesiánicos que Cristo nos vino a traer, especialmente el don de la reconciliación que Jesucristo nos mereció con su muerte, y que el mundo no puede dar. Esta reconciliación con Dios confiere al Cristiano una gran seguridad sobrenatural en medio de las pruebas de este mundo. La paz que Cristo nos ha traído del Padre es algo que el mundo no conoce.
Todos estos dones nos vienen de Dios Padre y de Jesucristo, su Hijo. Esta fórmula expresa claramente la consubstancialidad de las dos personas divinas. Por eso escribe muy bien San Beda: "Juan atestigua que también de Cristo, como de Dios Padre, proviene la gracia, la misericordia y la paz, y para demostrar que es igual y co-eterno al Padre, dice que cuanto puede dar el Padre puede darlo también el Hijo". Las palabras de San Juan parecen como un eco del sermón de la última cena, en que Jesús anunciaba que El y el Padre enviarían al Espíritu Santo. San Juan enseña en varios lugares que el Padre envió a su Hijo al mundo para darnos la verdad y la vida y para ser propiciación por nuestros pecados. Los dones que el Padre comunica a los fieles por medio del Hijo crecen y se expansionan en la vida de los cristianos por el ejercicio de la fe y de la caridad: en la verdad y en la caridad.
2Jn 1, 4-11. Exhortación a la caridad fraterna
El apóstol manifiesta su alegría por haber encontrado (e????a), en Éfeso o durante sus peregrinaciones apostólicas, fieles de la Iglesia a la cual escribe que caminan en la verdad (v.4). San Juan se regocija, porque la fidelidad de éstos le permite juzgar de toda la comunidad. No es un reproche, sino más bien una alabanza. Caminar en la verdad es un hebraísmo que significa vivir según los mandamientos. Esos cristianos conforman su conducta a la doctrina evangélica y al mandato que hemos recibido del Padre (v.4), que comporta la creencia en Jesucristo y la práctica de la caridad fraterna.
El precepto de la caridad fraterna no es recomendado como una cosa nueva, sino como un recuerdo de la catequesis tradicional (v.5). Es el gran mandamiento que ellos han recibido desde el principio de su iniciación en la religión cristiana. Las expresiones que emplea San Juan y la doctrina son las mismas que encontramos en 1Jn 2, 7. Después de hablar en general de caminar según los preceptos del Señor, el apóstol los resume todos en el gran precepto de la caridad (v.6). El amor se prueba con la observancia de los preceptos. La expresión y ésta es la caridad puede referirse al versículo precedente y a 1Jn 5, 2, en cuyo caso la caridad es el amor del prójimo. En cambio, si tenemos presente su semejanza con 1Jn 5, 3, parece más bien referirse al amor del cristiano hacia Dios. Tal vez se refiera a ambos, y quiera designar de un modo general la esencia del amor, la participación de la caridad misma de Dios, propia de todos sus hijos, y que constituye el alma misma de la vida cristiana.
"Si el amor auténtico y religioso sé manifiesta en la fidelidad al conjunto de los preceptos del Señor, existe un mandamiento excepcional, esencial, predominante, al cual todos los demás se refieren, el de amar a su prójimo. San Juan repite la enseñanza de su primera epístola: es sobre todo amando a sus hermanos como se prueba el amor que profesamos a Dios, y en primer lugar que somos sus hijos".
Lo que hace más urgente la exhortación a la caridad es la presencia de seductores en la comunidad cristiana. Estos negaban que Jesucristo fuese el verdadero Hijo de Dios, encarnado y muerto por los hombres (v.7). Negando la encarnación, desconocían el amor que Dios había manifestado a los hombres. Amor que es la fuente y el modelo del que nosotros hemos de profesar a nuestros hermanos. San Juan considera la caridad como inseparable de la verdadera fe. Los herejes son los mismos ya denunciados en 1Jn y que allí llamaba seudoprofetas. Sin embargo, el apóstol en su primera epístola consideraba la encarnación como un hecho acaecido en el pasado; en cambio, en esta segunda epístola la considera como actual y permanente: la unión del Verbo con la naturaleza humana es un hecho que permanece. Los falsos doctores constituyen colectivamente el anticristo: Este es el seductor y el anticristo, que ya desde ahora ejercita su influjo satánico sobre el mundo. El artículo delante de seductor y de anticristo indica que se trata de un personaje conocido. En 1Jn 2, 18 llamaba a los seudoprofetas anticristos. Éstos seducían lo mismo que el anticristo de 2Jn, pues ambos representan un mismo personaje escatológico, que ya está actuando entre los hombres por medio de sus secuaces.
El error es tan engañoso, que el apóstol exhorta a los fieles a mantenerse en guardia para no dejarse arrastrar por él. Porque en caso contrario perderían lo que han ganado con tanto trabajo (v.8). La vida del cristiano supone trabajo y renuncia, que delante de Dios le merecerán un gran galardón. Los cristianos que permanezcan fieles hasta el final en la fe recibida de los apóstoles y no sacrifiquen absolutamente nada de ella, obtendrán una recompensa plena. Por el contrario, el que se deja llevar por el error habrá trabajado en vano. El galardón cumplido es la vida eterna, que Dios ha prometido a los que le sean fieles. Si la vida eterna es llamada galardón, recompensa, salario, esto quiere significar, que los justos, por medio de las obras buenas hechas en gracia, la pueden realmente merecer.
Ante todo, es necesario permanecer en la doctrina tradicional, es decir, en la enseñanza dada por los apóstoles. Cuando se pretende poseer -como hacían los seudoprofetas- una revelación más perfecta, una gnosis más sublime, con el propósito de apartarse de la enseñanza de la Iglesia, se demuestra que no se tiene a Dios, que no se permanece en la comunión vital con Dios. La doctrina de Cristo (v.9) es la que Jesús predicó y confió a sus apóstoles, o también la doctrina referente a Cristo, es decir, la que reconoce en Cristo al Hijo de Dios. En el cuarto evangelio, San Juan presenta a Cristo hablando de su doctrina, y a Caigas preguntando a Jesús por su doctrina. El que, por el contrario, permanece en la doctrina, ése tiene al Padre y al Hijo; o sea, está en comunión vital con el Padre y el Hijo. Con esta afirmación, San Juan quiere enseñar e inculcar que la comunión vital con Dios sólo se alcanza por el Hijo.
En aplicación de la advertencia dada en el v.8, el apóstol establece una regla de conducta: cuando algún predicador viene a casa de algún fiel y no confiesa que Jesús es el Hijo de Dios encarnado y muerto por los hombres, San Juan manda al cristiano no recibirlo en casa ni saludarlo (v.10-11). Estas severas palabras del apóstol hay que entenderlas a la luz del ambiente oriental. Entre los orientales, el saludo no era un simple signo de urbanidad, al estilo moderno, sino que era una señal de simpatía, de solidaridad y de familiaridad. La hospitalidad tampoco era un simple acto de cortesía o un medio de lucro, como sucede hoy día, sino un deber sagrado, un acto de caridad, una verdadera demostración de solidaridad para con el huésped. Sin embargo, en nuestro caso, una tal demostración de simpatía y de solidaridad para con los falsos doctores constituía un grave peligro para la fe. El contacto con ellos podía ser motivo de seducción para los fieles. La prohibición de tener contacto con los herejes y con los falsos hermanos es bastante común en la Iglesia primitiva. El mismo San Juan rehuía todo contacto con los herejes. San Ireneo narra cómo el apóstol puso en práctica dicha advertencia al encontrarse una vez con Cerinto: "Juan, el discípulo del Señor, habiendo entrado en el baño en Éfeso y habiendo visto allí a Cerinto, diose prisa a salir de allí sin bañarse, diciendo: Huyamos, no sea que el baño se hunda por encontrarse en él Cerinto, el enemigo de la verdad. Y el mismo Policarpo, encontrándose un día con Marción, éste le preguntó: ¿No me reconoces? Y el Santo le respondió: Reconozco en ti al primogénito de Satanás". San Ignacio de Antioquía también aconseja a los cristianos huir el contacto con los falsos maestros.
El que recibe y saluda a los herejes -en el sentido indicado más arriba- se hace cómplice de sus malas obras. Se solidariza (??????e?) con los males de otro, comunica en sus perversas obras (v.11). De ahí que el apóstol se esfuerce por librar a los cristianos del peligro de contaminación que les amenazaba.
Lo que San Juan dice de los herejes podemos extenderlo a los malos amigos, a los libros y periódicos que constituyen un peligro para la fe y para las buenas costumbres.
El apóstol explica por qué no les escribe más, aunque tendría muchas más cosas que decirles. Pero las deja para su próxima visita, en que les podrá ver y decírselas de viva voz (v.12). Su visita les proporcionará mayor alegría que una larga carta. El encuentro del apóstol con sus fieles será motivo de gozo recíproco. San Pablo también deseaba ver a los romanos "para consolarse con ellos por la mutua comunicación de nuestra común fe".
San Juan concluye la carta enviando saludos a la señora Electa de parte de los hijos de su hermana, llamada también Electa (?.13). Los hijos representan los miembros de la iglesia -la Electa, madre de esos fieles- desde donde escribía el apóstol, probablemente Éfeso. Si San Juan no manda su saludo personal, es porque él mismo se incluye entre los miembros de la iglesia.