Jl
Jl 1, 1-20. La Justicia de Yahvé
Jl 1, 1-4. Devastación general del país
El profeta, con tono enfático, llama la atención sobre el carácter extraordinario de lo que va a comunicar. La desolación del país es de tales proporciones, que nadie entre los nacidos ha podido ser testigo de semejante catástrofe. Parece que alude a una plaga de langostas que ha caído sobre el país, arrasándolo todo. Enumera cuatro clases de insectos de la familia de las langostas, cuya traducción no es fácil concretar, pues los nombres aparecen sólo aquí.
El profeta quiere recalcar que la devastación ha sido total: lo que dejó una langosta lo comieron los otros insectos, de forma que en el campo no queda nada para los hombres y las bestias. Las frases son absolutas, y el estilo de las afirmaciones es pomposo e hiperbólico. En Palestina no son raras las invasiones de langostas, que provienen del desierto siroarábigo, traídas por el viento solano o jamshim. En ocasiones bastaron unas horas para que los campos quedaran totalmente asolados. Es lo que debió de ocurrir en tiempos de Joel, pero en proporciones desorbitadas, de forma que ni los más viejos podían recordar semejante catástrofe.
Jl 1, 5-12. Lamentación general en todas las clases sociales
El duelo por la devastación debe ser general. En primer término deben lamentarse los borrachos, que, somnolientos por el efecto del vino, no se han dado cuenta de la pérdida que para ellos supone la pérdida del mosto en las viñas (v.5).
La plaga de langostas es comparada a un ejército invasor (pueblo fuerte, v.2), que todo lo arrasa. Algunos autores creen que aquí se alude no a una invasión de langostas, sino a un ejército enemigo invasor al que no se nombra; pero la generalidad de los comentaristas se inclina por la opinión de que el profeta piensa en una invasión de langostas.
La devastación afecta a todo el reino vegetal: las viñas, higueras. (?.7). Las langostas han descortezado los árboles, dejando blancos sus sarmientos o ramas. Ante tal ruina, el profeta invita solemnemente al duelo a todo el pueblo para que se lamente como virgen ceñida de saco por el prometido de su juventud. La comunidad israelita es presentada a veces en los escritos proféticos como la hija de mi pueblo o la hija de Judá. El lamento de la doncella por su prometido da idea de la gran amargura del pueblo por la catástrofe. La consternación es general, y hasta los mismos sacerdotes están en duelo, porque con la escasez reinante han cesado la ofrenda y la libación en el templo (v.9). Los labradores están avergonzados, decepcionados en sus esperanzas, porque no han conseguido nada de lo que prometían sus sudores de la siembra y del laboreo del campo (v.11). Todo es desolación y ruina, y por eso la alegría se ha retirado avergonzada, como sintiéndose fuera de lugar entre los hombres, donde todo es duelo y consternación (v.12).
Jl 1, 13-20. Exhortación al ayuno
El profeta invita a los sacerdotes a proclamar el ayuno y la penitencia para que Yahvé se aplaque y ponga término a tanta desolación (v.15). Todo el pueblo, ancianos y gentes humildes, deben estar presentes en el duelo general. Va a llegar el día de Yahvé, el tiempo de su manifestación airada para con su pueblo. La invasión de las langostas, con la consiguiente desolación del país, no es sino el anuncio de la asolación del Todopoderoso. Si tales son los signos precursores, ¡qué rio será el día de la ira divina! No hay más solución que la penitencia para que Yahvé se aplaque en su enojo.
Después de esta invitación a la penitencia, el profeta vuelve a describir la desolación presente: los graneros, devastados; las bestias andan mugiendo sin pastos, pues hasta los pequeños oasis o pastizales del desierto o estepa han sido abrasados por el fuego. Hasta las mismas fieras del campo buscan a Yahvé, porque no encuentran alimento.
Jl 2, 1-27. Exhortación a la Penitencia
Jl 2, 1-11. El día de Yahvé está cerca
En este fragmento la perspectiva es distinta, pues la invasión de las langostas es inminente, pero aún no ha llegado. La descripción es altamente poética, y unas veces se presenta la invasión como futura y otras se dan detalles de su realización pasada. Los profetas juegan en sus oráculos con varias perspectivas, la histórica pasada y la futura, y muchas veces los dos planos se superponen o confunden. El estilo es nervioso y entrecortado, para reflejar la inquietud del momento.
Con toda celeridad se manda dar la señal de alarma ante el peligro, pues se acerca, inminente, el día de Yahvé. El profeta aparece, según es tradición en la literatura profética, como el centinela de Israel, que vela por sus intereses y da a tiempo la voz de alarma. El día de Yahvé es descrito como un día de confusión y de tinieblas. Las langostas son tantas, que parecen oscurecer el sol, hecho que el mismo Plinio comprueba: "tanto volant pennarum stridore ut aliae alites credantur solemque obumbrare, sollicitis su-spectantibus populis ne suas operiant térras."
Esta invasión destructora de las langostas va acompañada del viento solano o jamshim, el terror de los beduinos, porque todo lo asola y abrasa: delante de él (el ejército de langostas) va el fuego consumiendo (?.3). Los lugares mas fértiles y frondosos, semejantes al paraíso de Edén, quedan arrasados y convertidos en desolado desierto. Las langostas son descritas como caballos, que arrogantemente avanzan en escuadrones en orden de batalla (v.4). El ruido que hacen al volar es comparable al de carros de guerra que avanzan sobre las cimas de los montes (?.6).
Ante su presencia devastadora, los habitantes de las ciudades se llenan de espanto (v.6), porque saben que no hay escondrijo donde guarecerse, porque como soldados de un ejército invasor asaltan los muros., escalan las casas y entran como ladrones por las ventanas (v.8). La descripción de Joel es literal, pues las langostas avanzan en escuadrones, siguiendo cada una su calzada. La alineación de la marcha es perfecta, sin que haya confusión ni desorden en el enjambre: marchan cada una por su senda, no confunden sus caminos, ni aprieta ninguna a su vecino. (?.7). La frase hiperbólica oscurecen el sol y la luna. (v.10) la encontramos en diversos profetas, y llega a convertirse en una expresión estereotipada de la literatura apocalíptica, que tiene sus preferencias por las comparaciones cósmicas.
El profeta asocia aquí estas imágenes a la invasión de las langostas para destacar el carácter tenebroso del día de Yahvé, del que la invasión de éstas son el anuncio y su primera manifestación. El profeta ve en este castigo de la plaga de langostas un principio de otro castigo mayor que se desencadenará en el pleno día de Yahvé.
Por eso, el enjambre de langostas es considerado como el ejército de Yahvé y el ejecutor de sus palabras o sentencias de castigo sobre Israel (v.11). Y el ruido que hace el enjambre de langostas es la voz de Yahvé, porque ha utilizado a éstas como instrumento de su justicia vengadora. De ahí que nadie puede soportarle o hacer frente al destino señalado por Yahvé mismo.
Jl 2, 12-17. Exhortación al arrepentimiento
Bellísima invitación a la penitencia después de anunciar el castigo del día de Yahvé, iniciado con la invasión de las langostas. Todos los oráculos de Yahvé contra Israel suelen tener el carácter de conminatorios, porque siempre dejan la puerta abierta al arrepentimiento, a la misericordia y el perdón divinos. El profeta, pues, consciente de su misión de centinela de los intereses materiales y espirituales de su pueblo, le hace una última invitación al arrepentimiento y a la penitencia sincera: rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras (v.13). Yahvé quiere ahora sentimientos verdaderos y no mera farsa externa. El es el único modo de conjurar la ruina que se cierne sobre Israel.
Dios es siempre clemente y misericordioso y está más dispuesto a perdonar que a castigar (v.13); por eso no deben desesperar los israelitas en su situación de penuria actual, ya que Yahvé puede apiadarse de ellos y dejar tras de sí bendición de bienes materiales, con los que puedan volver a presentar oblación y libación al altar (v. 14). Ante esta posible alternativa, el profeta invita a la penitencia a todas las clases sociales como signo de arrepentimiento, sincero (v.16); ni siquiera los niños de pecho deben estar ausentes de esta manifestación colectiva de duelo nacional por haber pecado contra Yahvé. Y al frente de todos, los sacerdotes, como ministros de Yahvé, deben dirigir las manifestaciones litúrgicas de penitencia entre el pórtico y el altar (v.17), es decir, entre la parte anterior del edificio del templo que da al oriente y el altar de los holocaustos, Lit. "se arrepiente de (hacer) mal." que se encontraba en el atrio interior, al que sólo tenían acceso los sacerdotes.
Pero hay que notar que la súplica de los sacerdotes ahora no es para que libre al pueblo de la invasión de las langostas y de la ruina del campo, sino para que los libre de caer entre las gentes, que es el oprobio de Israel, pues siendo la heredad de Dios, son objeto de irrisión entre los pueblos: ¿Dónde esta su Dios? (?.17).
Jl 2, 18-20. El perdón de Yahvé
Aunque el profeta no dice expresamente que el pueblo hizo las manifestaciones sinceras de penitencia que había pedido, se sobrentiende por el cambio de tono y de perspectiva. Yahvé está aplacado, y, encendido en el celo por su tierra, perdonó a su pueblo (v.18). Por ello, les otorga en abundancia las cosas que habían perdido con la plaga de langostas, y, además, promete que no volverán a ser el oprobio o ludibrio entre las gentes. No volverá a desamparar a su pueblo, de forma que Israel vuelva a ser presa de las naciones paganas.
Y, por fin, añade que el enemigo norteño será alejado definitivamente hacia una zona desértica con su vanguardia hacia el mar oriental, y su retaguardia hacia el mar occidental. En esa zona entre el mar Muerto (oriental) y el Mediterráneo (occidental) se supone que se corrompe el ejército de ese norteño.
Pero ¿quién es este supuesto enemigo? Algunos autores creen que es el viento que empujó la plaga de langostas desde el norte (la invasión de langostas en Palestina suele venir del desierto oriental o de la estepa sinaítica), que iban a morir entre el mar Muerto y el Mediterráneo. San Jerónimo se inclina por esta interpretación, y dice que, en su tiempo, nubes de langostas morían empujadas hacia el Mediterráneo y eran devueltas por las olas hacia las costas palestinenses, con el consiguiente hedor en la región afectada. Pero es un hecho que este v.20 tiene, por su contenido, muchas analogías con algunos textos de Ezequiel, en los que se habla de un enemigo (Gog y Magog) que es desbaratado entre el mar Muerto y el Mediterráneo.
El norte era el lugar tradicional de las invasiones asirías, babilonias y escitas. De ahí que, en la literatura profética, el norte es sinónimo de región enemiga, de donde vienen los castigos de Yahvé sobre su pueblo. Aquí, pues, Joel parece aludir al castigo que sufrirá un supuesto enemigo del pueblo israelita procedente del norte. En Joel, el elemento escatológico tiene gran importancia, y, como veremos, el profeta supone que antes de la inauguración de la era mesiánica habrá un castigo ejemplar sobre los enemigos del pueblo elegido. En esta perspectiva tenemos que colocarnos para comprender este pasaje, que es, sin duda, paralelo al de Ezequiel sobre la invasión y derrota de Gog entre el templo de la nueva teocracia y el mar Mediterráneo.
Jl 2, 21-27. Anuncio de nueva prosperidad
Ha pasado la hora de temor y de la desolación, y por eso, una vez reconciliados con Yahvé, deben alegrarse todos, porque va a cambiar totalmente el panorama: son muy grandes las cosas que Yahvé va a cumplir (v.21). Con la bendición divina reverdecerán los pastizales, no faltará la lluvia, y de nuevo las cosechas ubérrimas alegrarán a los agricultores (v.24).
Jl 2, 28-32. La efusión del espíritu de Yahvé
Después de anunciar la abundancia de bienes materiales en compensación por la penuria sufrida, el profeta anuncia también la sobreabundancia de bienes espirituales, simbolizados en la efusión pródiga del espíritu profético. Hasta ahora los hombres que eran favorecidos con visiones y oráculos eran una minoría privilegiada. En el futuro (después de esto tiene un sentido amplio de proyección mesiánica), Yahvé se comunicará a los ciudadanos de la nueva teocracia en unas proporciones no soñadas. Zacarías anuncia la efusión de "un espíritu de gracia y de plegaria" sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén. Joel concreta más, y anuncia que todos los representantes de las distintas clases sociales participarán de la efusión del espíritu de Yahvé.
San Pedro, en su discurso el día de Pentecostés, vio el cumplimiento de la profecía en la comunicación sobreabundante del Espíritu Santo a los reunidos en el cenáculo. Joel concibe la inauguración de la era mesiánica como la eclosión plena del espíritu de Dios, que se comunica sobreabundantemente a todos los que formen parte de la nueva teocracia. Jeremías habla de un nuevo pacto entre Dios y su pueblo, basado en la entrega de los corazones; Joel se mantiene en esta línea espiritualista, suponiendo que lo esencial de la era mesiánica será la íntima comunicación entre Yahvé y los miembros de su pueblo elegido. Su profecía se cumplió plenamente en la Iglesia fundada por Cristo, donde abundaron los carismas de todo género, sobre todo en la primitiva generación apostólica.
Al lado del anuncio de la efusión universal del espíritu, el profeta proclama un juicio vindicativo sobre las naciones paganas para hacer justicia al pueblo elegido, por ellas perseguido. Será el día de Yahvé, en el que hasta la misma naturaleza se trastocará. Las frases que aquí se consignan sobre el oscurecimiento del sol y de la luna, que antes se aplicaron a la invasión de las langostas, no han de tomarse al pie de la letra, sino dentro del género literario del lenguaje apocalíptico, en el que siempre entran las convulsiones cósmicas como arte integrante del juicio de Dios sobre los hombres. El profeta intenta encarecer el terror y transformación universal que producirá la manifestación justiciera de Dios. En ese juicio terrorífico se salvará sólo el que invocare el nombre de Yahvé (v.32), es decir, los que pertenezcan a la comunidad teocrática hebrea, los invocadores y adoradores del nombre de Yahvé.
Jl 4, 1-5. Juicio punitivo sobre las naciones gentiles
Este capítulo, que es el cuarto en el TM y el tercero en los LXX y la Vg, versa sobre el juicio terrible sobre las naciones paganas, del que, se habían dado los signos precursores en las transmutaciones cósmicas de la naturaleza. El estilo es vigoroso y escalofriante, conforme al radicalismo de expresión de la poesía oriental apocalíptica. Reiteradamente se habla en la literatura profética de un juicio discriminador de los pueblos antes de la inauguración de la era mesiánica, pero en ningún otro lugar la idea es representada con más dramatismo y exaltación. En la segunda parte (16-21) se anuncia la paz mesiánica total.
Jl 3, 1-15. Juicio en el valle de Josafat
Después de anunciar que los israelitas participarán del nuevo estado venturoso de cosas como consecuencia de la reconciliación con su Dios, el profeta va a vaticinar la suerte que correrán las naciones paganas que se han aprovechado de la desgracia de Judá. La escena apocalíptica que va a describir está situada después de la restauración de Israel, pasada ya la cautividad (v.1). Para los profetas, la repatriación de los exilados es la primera fase en la preparación de la manifestación gloriosa mesiánica.
El triunfo de los judíos va a ser espectacular, de forma que todas las naciones paganas, tradicionalmente enemigas, tendrán que reconocer su derrota definitiva a manos del Dios de Israel. Todas las gentes serán convocadas en el valle de Josafat (v.2), nombre simbólico escogido para expresar el juicio condenatorio que van a sufrir las naciones paganas. Algunos autores creen que Josafat aquí alude al rey de este nombre que, según 2Cro 5, 12, derrotó estrepitosamente a los ejércitos coligados de Moab, Amón y Edom, los enemigos tradicionales de Judá. Joel, pues, en ese caso, habría escogido el nombre del victorioso rey Josafat (870-849) como símbolo de la otra victoria que Yahvé habría de obtener sobre todos los enemigos del pueblo elegido.
Sin embargo, el nombre hebreo Josafat ("Yahvé juzga" o "juicio de Yahvé") se presta a un juego de palabras, y en este sentido bien pudo haber sido elegido para designar el juicio de Dios sobre las naciones paganas. De ahí que no falten comentaristas que traduzcan el pasaje de Joel: "reuniré en el valle del juicio de Yahvé." No se debe, pues, insistir sobre la localización de ese famoso valle, que no es sino un nombre literario simbólico-apocalíptico. La tradición judía dio el nombre del valle de Josafat a la depresión formada por el torrente Cedrón, al este de Jerusalén. Los Santos Padres trasladaron la perspectiva de Joel al fin de los tiempos, y han supuesto que el juicio final tendría lugar en ese famoso valle de Josafat. Pero el profeta no habla del juicio al fin de los tiempos, sino del que debe preceder a la inauguración mesiánica; en ese juicio sólo son juzgados y condenados los pueblos gentiles, mientras que los israelitas son reservados para formar parte de la nueva teocracia hebrea.
Nada en el contexto favorece una interpretación del juicio de los individuos de toda la humanidad en el día del juicio universal al fin de los tiempos; no obstante, este juicio anunciado por Joel puede ser tipo del universal.
Las naciones paganas serán juzgadas por los atropellos que han cometido con el pueblo elegido: litigaré con ellos a propósito de mi pueblo y de mi heredad, que dispersaron entre las naciones, repartiéndose mi porción (v.2), o territorio palestino. Evidentemente, el profeta alude aquí a las incursiones de los moabitas, amonitas y edomitas, que hicieron en el antiguo territorio de Israel después que sus habitantes fueron deportados a Mesopotamia a raíz de la toma de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor. Los vencedores y sus aliados trataron de modo indigno a la población vencida, dando un mozo por una prostituta (v.3), e.d., disponiendo de la suerte de los jóvenes de Judá como si fuesen un salario barato destinado a las cortesanas. Y los mismos dispusieron de las doncellas como si fueran el precio bajo que se da por vino que se bebían. Las dos comparaciones sirven para resaltar el desprecio con que los enemigos de Judá trataron a la población vencida.
Yahvé alcanzará en su juicio condenatorio a todas las naciones paganas, incluso las omnipotentes Tiro y Sidón, que parecen alejadas ahora del escenario de la guerra. Es inútil que quieran librarse del castigo, y sobre todo no podrán hacer nada contra Yahvé, que se dispone a castigar a los pueblos enemigos de Judá, porque, si lo intentan, recibirán el merecido: Si queréis vengaros de mí (Yahvé), al punto haré retornar sobre vuestras cabezas vuestra venganza (contra Yahvé) (v.4). Es un modo de decir que también los filisteos y los fenicios caerán dentro de la sentencia dictada por Yahvé contra los enemigos de Judá, las naciones circunvecinas, Edom, Amón y Moab. Yahvé les echa en cara que, como mercaderes sin escrúpulos, se han aprovechado de la situación de derrota de Judá para cometer expoliaciones sacrílegas (os apropiasteis mi oro y mi plata, v.5), vendiendo a los hijos de Judá a los hijos de los griegos (v.6). Se sabe por los autores clásicos que los esclavos sirios eran muy buscados por los griegos. Los fenicios tenían especiales relaciones comerciales con las costas griegas; por eso, el tráfico de esclavos se dirigía especialmente a esta zona mediterránea. Yahvé les amenaza con pagarles en la misma medida, pues hará que los judíos vendan los hijos de los fenicios a los sábeos, nación apartada, al sudoeste de la península arábiga, con los que tenían tráfico comercial a través de las rutas caravaneras de TransJordania.
Enfáticamente se desafía a todos los pueblos enemigos de Judá para que vengan a luchar con el pueblo de Dios. Antes había anunciado Yahvé que iba a reunir a las gentes en el valle de Josafat; ahora los invita irónicamente a presentarse. Deben proclamar la guerra santa (v.9) para luchar contra Yahvé, el Dios de los judíos. La frase es irónica y desafiante. La guerra santa es aquí equivalente a guerra total; por eso les invita a cambiar sus instrumentos agrícolas de paz en instrumentos de guerra: ¡Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces! (v.10). La idea que late en la expresión irónica es que todo será poco para luchar con Yahvé y no bastarán los depósitos normales de espadas para la gran batalla. Todos los componentes de las naciones, no sólo los guerreros de oficio, deben aprestarse al combate: diga el flaco: ¡Yo soy valiente! La victoria de Yahvé debe ser total, y por eso no debe faltar ninguno a la cita del combate, para que resplandezca la fuerza del Dios de los judíos. Yahvé aparece nervioso porque no acaban de concentrarse en el lugar de la batalla, y los excita al encuentro: Precipitaos y venid. (v.11).
Una vez que el ejército enemigo está concentrado para medir sus armas con Yahvé, el profeta pide a Yahvé que descienda al campo de batalla con su ejército celestial, sus ángeles, que han de luchar por su causa: Haz bajar, ¡oh Yahvé! a tus valientes (v.11). Yahvé responde diciendo que antes deben reunirse todos los enemigos: que se alcen y suban las gentes al valle de Josafat (v.12). La dramatización llega a su punto culminante. Yahvé va a dar el juicio condenatorio sobre todas las gentes, e invita a sus cohortes celestiales a iniciar el estrago: Meted la hoz, que está madura la mies. Pisad, que está lleno el lagar y se desbordan las cubas. Las naciones, por su maldad, están maduras para la siega trágica del juicio de Yahvé, y han acumulado tantos pecados, que se desbordan las cubas. El mejor comentario a esta escena terrorífica es el texto de Is 63, 1-6: "¿Quién es aquel que avanza enrojecido, con vestidos más rojos que los de un lagarero., avanzando en toda la grandeza de su poder? ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido, y tus ropas como las de los que pisan en el lagar? He pisado en el lagar yo solo, y no había nadie enemigo de las gentes. He pisado con furor, he hollado con ira, y su sangre salpicó mis vestiduras y manchó mis ropas. Porque estaba en mi corazón el día de la venganza y aplasté a los pueblos en mi ira y los pisoteé en mi furor, derramando en la tierra su sangre." Tanto en Isaías como en Joel, los pueblos pecadores son exprimidos como en un lagar. Las imágenes son radicales e hiperbólicas, conforme al ardor de una imaginación oriental sobreexcitada. Por otra parte, el carácter apocalíptico del pasaje exige tonos descriptivos subidos e impresionantes.
Joel cierra el fragmento reflejando el rumor de los pueblos reunidos en el valle del juicio: muchedumbres, muchedumbres en el valle del juicio, porque se acerca el día de Yahvé en el valle del juicio. El día de Yahvé, al principio, se anunciaba como el día del castigo de los pecadores de Judá. La invasión de las langostas fue el signo precursor del castigo. Pero la penitencia sincera del pueblo hizo que Yahvé perdonara a su pueblo y el castigo se tornara sobre los pueblos enemigos de Judá. La primera perspectiva cambia, y el profeta, para animar a sus compatriotas a sufrir los duros días de prueba posteriores a la repatriación, les anuncia que habrá un juicio definitivo sobre todas las naciones que han contribuido a la ruina del pueblo elegido. Después del juicio vendrá la era mesiánica, como anuncia a continuación.
Para medir el alcance de las predicciones de Joel no debemos perder de vista el carácter apocalíptico del pasaje, y, dejando de lado las hipérboles y frases radicales, buscar la medula teológica del mensaje: Dios salvará a su pueblo arrepentido y castigará a los pecadores. Toda la dramatización de las escenas del valle de Josafat debemos considerarla como puro artificio literario. De hecho sabemos que esa aparatosa concentración de las naciones no se dio antes de la inauguración mesiánica. Aquí tenemos que acudir al modo de presentar los profetas el reino mesiánico. Conforme a la expectación del ambiente, presentaban al Mesías como un Rey triunfador que había de aplastar a los enemigos (como el "alfarero a sus vasos"), y a Israel organizado en esplendoroso reino bajo la ley dé la justicia divina. En este supuesto conciben también un juicio previo sobre las naciones para vengar los ultrajes cometidos contra el pueblo elegido.
La realización histórica fue muy otra. El Mesías fue "humilde y manso de corazón", y su reino no era de este mundo. El mismo Bautista, precursor inmediato del Mesías, no captaba los modos suaves de Jesucristo, y predicaba una penitencia brusca y deshumanizada, conforme a los cánones del más rabioso ascetismo oriental. Anunciaba también un juicio selectivo sobre los mismos judíos; Dios tenía en la mano el arnero para limpiar su era.
Cristo dice que El no vino a juzgar, sino que cada uno se juzga a sí mismo en la actitud que tome -de aceptación o repulsa- frente a su persona y doctrina. He ahí de hecho en qué terminó el juicio discriminativo anunciado por los profetas. Una vez más tenemos que repetir que los profetas, a pesar de ser iluminados con revelaciones especiales directas de Dios, eran mentalidades del A.T., y, si bien conocían el hecho de la venida del Mesías y de la inauguración del reinado de justicia, no conocían el modo de esta nueva teocracia puramente espiritual, el reino de los cielos predicado por Jesucristo. La única profecía que llegó a captar más el modo de la realización histórica del mesianismo inaugurado por Cristo fue la de los cánticos del Siervo de Yahvé, en los que se da de lado a todas las concepciones tradicionales sobre un Mesías glorioso y Rey terrenal y se presenta una figura del Mesías que parece tomada de los evangelios.
Jl 4, 16-21. Seguridad y prosperidad del pueblo elegido
Después del juicio punitivo sobre las naciones, se inaugura solemnemente la era mesiánica, como consecuencia del poder omnímodo de Yahvé, que ha vencido a los enemigos de Judá: Ruge Yahvé desde Sión (v.16). Todos los pueblos, y hasta los cielos, se conmueven ante el rugido de la voz de Dios, que lanza su veredicto de condenación sobre las naciones. Pero este rugido de condenación para los gentiles es al mismo tiempo el clarinazo solemne que anuncia la salvación de los judíos, cuyo refugio es Yahvé. Es la inauguración solemne de la era venturosa mesiánica soñada y anhelada por las generaciones pasadas. Jerusalén será entonces una cosa santa, de suerte que no volverá a ser hollada y contaminada por los extranjeros: no pasaran por ella los extraños (?.17).
Y con la seguridad que dará la protección divina, vendrá la abundancia como consecuencia de las bendiciones de Yahvé: en aquellos días destilarán mosto los montes. (v.18). Si en otro tiempo sufrieron la sequía y la penuria, ahora la perspectiva es muy otra, pues los wadys o torrenteras, antes secos, se llenarán de copiosas aguas. Pero, además, una fuente brotará de la casa de Yahvé que regará el valle de Sitim (v.18). Es la misma concepción de Ezequiel y de Zacarías. En el nuevo orden de cosas, la misma naturaleza se transformará, y el centro de todas las bendiciones sobre el país será el templo, la casa de Dios. Ezequiel anuncia que ese torrente que procede del templo vivificará el mar Muerto, dotándole de una prodigiosa fecundidad. Según Zacarías, las aguas irán al oriente y al occidente. Aquí Joel anuncia que una nueva feracidad exorbitante surgirá por doquier como consecuencia de la abundancia de aguas. El valle de Sitim aparece en la Biblia al este del Jordán, ya en territorio moabita. Algunos comentaristas prefieren traducir valle de las acacias, y buscan su localización en la zona esteparia del Araba, en la depresión que desciende desde el mar Muerto al golfo elanítico.
En contrapartida a las bendiciones de que gozará Judá, sus enemigos tradicionales, como Egipto y Edom, sufrirán los rigores de la ira divina, pues sus tierras se convertirán en desolado desierto (v.19). Y la razón de este castigo especial para estas dos naciones estriba en que se han ensañado con los judíos, derramando sangre inocente, después de la catástrofe del 586 a.C. Yahvé no puede dejar impune tales crímenes (v.21). Es el Dios de la justicia, y, como tal, castiga al culpable y salva al inocente.