Jon

Jon 1, 1-16. Orden divina de predicar a los ninivitas

Jon 1, 1-3. Desobediencia de Jonás

La narración se abre sin concretar la época y patria del protagonista, Jonás, hijo de Amitay. Conocemos un profeta de este nombre que profetizó en tiempos de Jeroboam II (787-756 a.C.). Es la época de la dominación incipiente asiría. El hagiógrafo bien pudo escoger este personaje como protagonista de una historia que se había de centrar en torno a la gran metrópoli de Nínive. Jonás recibe la orden de ir a predicar la penitencia en la ciudad grande de Nínive, símbolo del paganismo desenfrenado y símbolo también de la hostilidad contra Israel.
La misión de Jonás era realmente desconcertante para un judío, que creía sólo que su pueblo tenía derecho a gozar de la benevolencia y misericordia de Yahvé, su Dios. Como veremos, la tesis central del libro es el universalismo religioso. Para probarla, nada mejor4 que presentar a la capital del imperio asirio como acogida a la misericordia divina, después de haber manifestado claros signos de arrepentimiento y de penitencia. Yahvé no sólo se preocupa de los israelitas, sino que también tiene providencia de los paganos, y por eso quiere ofrecer una oportunidad de penitencia a los ninivitas, cuya maldad había subido hasta El (v.2).
Esta amplitud de miras y esta magnanimidad no es comprendida por el espíritu mezquino del judío Jonás, que no quiere saber nada de la conversión de los paganos, enemigos de su pueblo. Por eso, en vez de secundar la orden recibida, encaminándose hacia Mesopotamia, toma el camino contrario, hacia occidente, esperando huir lejos de Yahvé. En su estrecha mentalidad cree que fuera de Palestina, la tierra de Yahvé, se encontrará libre de la influencia de su Dios, que concibe como divinidad nacional, si bien le reconoce como el Creador de los cielos y de los mares (v.9).
En su afán de huir de Yahvé, toma en Jope (la actual Jafa, junto a Tel-Aviv) un barco para dirigirse a Tarsis, la región más lejana y occidental de entonces. Generalmente se identifica a Tarsis con la Tartessos de los griegos y romanos, en la desembocadura del Guadalquivir, en España. Los fenicios tenían grandes relaciones con la costa meridional de España, y de hecho Tarsis llegó a significar la península Ibérica, el extremo occidental del mundo clásico conocido. Por ello, las naves de gran tonelaje eran llamadas "naves de Tarsis," pues eran las que solían hacer el recorrido de una punta a otra del Mediterráneo. Es interesante cómo el autor sagrado destaca la voluntad rebelde de Jonás al no querer obedecer, buscando una ruta totalmente opuesta a la debida. Más tarde (Jon 4, 2) Jonás lamentará no haber podido llegar efectivamente al objetivo de su viaje, hacia Tarsis, para verse libre de la ingrata misión de predicar a los ninivitas.

Jon 1, 4-9. La tormenta en el mar

El hagiógrafo destaca cómo, a pesar de la decisión de Jonás, Yahvé le obligará a la fuerza a cumplir su orden. Para ello levanta un huracán que hace imposible el viaje (v.4). La situación de la nave es desesperada. Para salvarla, los marineros arrojan las mercancías al mar. Irónicamente, el autor sagrado contrapone la actitud piadosa de los marineros paganos, que invocan a sus dioses respectivos, a la del hebreo Jonás, que, despreocupado, duerme tranquilo en el fondo de la nave (v.5). El patrón del barco le despierta y le invita a orar también a su propio Dios para que los libre de la muerte. En la mentalidad sincretista y mercantil de los fenicios, cada pueblo tenía su dios y su poder particular. Al invitar a Jonás, no sabía que el Dios de éste era el Señor del universo, como lo declara el propio Jonás.
Los marineros, supersticiosos, creyeron que había entre ellos alguno que había ofendido a su dios, contra el que éste descargara su ira. Por suertes, como era usual, decidieron buscar al culpable, y la suerte cayó precisamente en el indolente hebreo que dormía en el fondo de la nave. Designado Jonás, le preguntaron por su procedencia y origen para descubrir su culpabilidad respecto a su Dios. El viajero hebreo declara su patria y religión, y paladinamente confiesa que su Dios es el Señor de los cielos y de los mares, insinuando así que El ha tenido que enviar la espantosa tormenta.
La trama del relato es perfecta, no exenta de artificialidad literaria. El hagiógrafo contrapone bien las situaciones y las conductas de los respectivos personajes en orden a hacer resaltar su idea teológica sobre la omnipotencia divina y sus designios sobre Jonás, que, contra su voluntad, tendrá que rendirse a la tesis del universalismo religioso que late en toda la narración del libro.

Jon 1, 10-16. Jonás es arrojado al mar

Los marineros quedan consternados al saber lo que había hecho Jonás con su Dios, y le preguntan por qué ha desobedecido. Llevados de su profundo sentimiento religioso, sabían que no se podía desafiar la ira de ningún Dios. En este caso, Jonás había sido un loco, y ahora insinúan que deben deshacerse de él para aplacar a Yahvé, aunque no se atreven a proponerlo claramente: ¿qué vamos a hacer contigo? (v.11). El mar seguía cada vez más encrespado, sin duda porque el Dios de Jonás sigue terriblemente enojado. No se atreven a tomar la iniciativa contra Jonás, y es éste quien se ofrece a ello, pues reconoce noblemente que ha sido la causa de la desesperada situación de la nave. Quiere aplacar a Yahvé para que se salven los inocentes marineros.
Los marineros, sin embargo, hacían lo posible por acercar la nave a tierra, por si podían salvarse sin acudir al extremo de atentar contra la vida de Jonás (v.15). Pero todo fue inútil, y, decididos a deshacerse del infortunado hebreo, piden a Dios perdón por la acción que se ven obligados a cumplir; piden al Dios de Jonás que no se les impute la sangre de Jonás, al que consideran inocente por no haber cometido ninguna acción a sabiendas contra ellos (v.14); pero se someten a sus designios, pues ha dispuesto que sucediera así. Decidieron, pues, arrojar a Jonás al mar, y al punto la tempestad cesó. Reconocieron la omnipotencia del Dios de Jonás y trataron de ganar su benevolencia haciendo sacrificios y votos en acción de gracias (v.16).

Jon 2, 1-11. Salvación milagrosa del Profeta

Jon 2, 1-11. Jonás en el vientre del cetáceo

Según el relato, Jonás fue tragado por un pez, sin que se especifique la naturaleza de éste. Los antiguos han pensado en un tiburón o en un cachalote, que se encuentran en el Mediterráneo. Milagrosamente, Jonás permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches. Jesucristo alude a este relato al argumentar con los fariseos sobre su resurrección: "Como Jonás estuvo tres días y tres noches en el pez, así el Hijo del hombre estará el mismo tiempo en el seno de la tierra para resucitar después." Jesucristo, al expresarse así, no pretende esclarecer el hecho de si realmente Jonás estuvo en el pez tres días y tres noches, sino que, conformándose a la interpretación que daban entonces sus oyentes al relato, utiliza el relato bíblico para argumentar en favor de su resurrección.
La oración de Jonás proferida en el vientre del cetáceo tiene todos los visos de ser una composición artificial, de estilo salmódico, redactada por el hagiógrafo. Es una acción de gracias por haberle librado de la muerte. Aparte de la inverosimilitud de que Jonás hubiera compuesto esta oración en el vientre del pez, hay una serie de detalles que indican el carácter convencional de la misma. Así, se supone que las algas se enredaron en la cabeza de Jonás (v.6), como si el infortunado Jonás hubiera estado vagando por las profundidades del abismo antes de ser tragado por el cetáceo. Es fácil ver en la oración de Jonás un mosaico de citas de salmos4, lo que prueba la tardía composición del libro.
El hagiógrafo procura adaptar la oración a la supuesta situación de Jonás en medio de las olas del mar. El profeta se siente en el seno del seol (v.3), o en peligro de muerte, cara ya a la región tenebrosa subterránea donde moran los que han dejado esta vida. Y por eso se siente alejado de los ojos de Yahvé (v.5). El fiel israelita cifraba su máxima felicidad en asistir a las funciones litúrgicas solemnes del templo de Jerusalén; por eso ahora Jonás siente no poder contemplar su santo templo. El infortunado profeta se considera ya bajado a las bocas del hades (?.7), la región sin retorno, cuyos cerrojos se echaron sobre él para no abrirse jamás.
Ante esta perspectiva, no cabía sino encomendarse a Yahvé para que lo salvara (v.8). Su deseo fue cumplido, y así probó su omnipotencia, que se manifiesta sólo a sus fieles, ya que los servidores de fútiles vanidades, o ídolos, se hallan totalmente desamparados (v.8). En consecuencia, Jonás promete víctimas y votos en acción de gracias (v.10). Tal es la hermosa plegaria puesta en boca de Jonás por el hagiógrafo para dar gracias por su liberación milagrosa. Yahvé oyó su súplica y ordenó al cetáceo que lo arrojara en la orilla del mar.

Jon 3, 1-10. Jonás en Nínive

Jon 3, 1-4. Predicación de Jonás

En este capítulo se mostrará de nuevo cómo Yahvé impone su voluntad para extender su voluntad salvífica sobre la nación pagana. Jonás, mero instrumento suyo, anuncia la proximidad del castigo a los ninivitas, aunque Yahvé permanece libre respecto a su cumplimiento, ya que dicho anuncio es condicional, es decir, en el supuesto de que no hagan penitencia.
Es sorprendente la facilidad con que ahora Jonás se traslada a Nínive, como si fuera una ciudad no lejana de Palestina. El hagiógrafo recalca las dimensiones grandes de la ciudad (Era Nínive una ciudad grande sobremanera, lo que parece indicar que el redactor es posterior a la desaparición de la ciudad famosa). La frase tres días de andadura es interpretada por San Jerónimo en el sentido de la circunferencia de la ciudad, lo que se ajusta a las medidas dadas por Diodoro de Sicilia para su perímetro (480 estadios). Según Herodoto, un día de camino eran 150 estadios. Diodoro de Sicilia afirma que el diámetro de Nínive era de 150 estadios, justamente el camino de un día (v.4), que anduvo el profeta, según el hagiógrafo, para predicar por toda la ciudad. El autor sagrado quiere ante todo resaltar la extensión de la ciudad, para después valorar la magnitud del efecto conseguido por la predicación de Jonás. Para ello exagera quizá las proporciones.
La predicación conminatoria es taxativa: dentro de cuarenta días Nínive será destruida. El profeta obra por inspiración de Dios, sin conocer plenamente los designios divinos. El hagiógrafo se complace en presentar a Jonás implacable con la ciudad pagana de Nínive, para contrastar su mezquino punto de vista judío con la magnanimidad divina, que admite a la penitencia y a la misericordia aun a los gentiles. Es la tesis del libro, que, como hemos indicado en la introducción, tiene todos los visos de una composición imaginaria didáctica al estilo del libro de Job.

Jon 3, 5-10. Penitencia y perdón de los ninivitas

El éxito de la predicación de Jonás no pudo ser más rotundo. Toda la población, desde el más grande al más pequeño, dio muestras de penitencia, vistiéndose de saco. El mismo rey dio ejemplo a sus súbditos con su conducta, mandando asociar hasta los mismos animales a las manifestaciones externas de penitencia de los ninivitas. El hecho es totalmente insólito en la historia de todos los pueblos. Aquí la inverosimilitud desborda todo lo imaginable, pues Nínive, la gran metrópoli asiría, aparece convertida en masa a la sola predicación de un profeta judío. De hecho, en la historia de Asiría no encontramos la más mínima alusión a lo narrado aquí. En el libro de Daniel encontramos relatos parecidos en los que se habla de la conversión de Nabucodonosor ante las maravillas obradas por Dios en beneficio de su siervo Daniel. El estilo convencional de todos estos relatos salta a la vista, y de ahí que muchos autores acudan al género literario bíblico midráshico (enseñanza religiosa en la que se recarga el elemento milagroso para fomentar la piedad) para explicar todos estos portentos del libro de Jonás. La enseñanza fundamental que se quiere hacer resaltar en este libro es la posibilidad que tienen los pueblos paganos de reconciliarse con el Dios verdadero de Israel, único Señor de todos los pueblos. Como veremos a continuación, el hagiógrafo contrapone la mezquina mentalidad judía de Jonás, que se molesta por la conversión de los ninivitas, y la magnanimidad de Dios, que los admite a la penitencia.

Jon 4, 1-11. Enfado del profeta y reproche divino

Jon 4, 1-4. Despecho de Jonás

La penitencia de los ninivitas, lejos de alegrar a Jonas, le contrista sobremanera, y éste se queja a Dios porque han resultado fallidos sus anuncios sobre la próxima destrucción de la ciudad. El temperamento mezquino y cerrado del profeta no puede ser mejor reflejado. Cree que se ha comprometido su buen nombre al no realizarse sus funestas predicciones, y no le importa la gloria que supone para su Dios la conversión de una ciudad populosa en pleno. El hagiógrafo se complace, pues, en contrastar la actitud cerrada y malhumorada de Jonás con la magnanimidad abierta del Dios de los judíos.
De hecho, todos los profetas del A.T. se alegran del arrepentimiento de los destinatarios de sus vaticinios conminatorios, y predican siempre en el supuesto de que Yahvé da el perdón a quien sinceramente se vuelve a Él. Jonás, en cambio, aquí simboliza al judío resentido, que considera los gentiles como destinados necesariamente a la reprobación, sin esperanza de rehabilitación. Es un indicio más del carácter artificial de la narración.

Jon 4, 5-11. Reprensión de Dios

Yahvé no encuentra razonable el enojo del profeta: ¿Te parece que haces bien con enojarte así? (v.4). Los designios de la Providencia son secretos, y no puede Yahvé castigar a una ciudad sólo porque quede en buen lugar la fama de Jonás. Aunque le moleste el quedar ante la opinión pública como soñador del castigo de la ciudad, debe pensar ante todo en el bien inmenso que consiguió con su predicación conminatoria. ¿Cómo había de permitir Dios la destrucción de la gran ciudad, sabiendo que hay en ella ciento veinte mil que no distinguen su mano derecha de la izquierda (v.11); es decir, niños que no han llegado al uso de la razón y, por tanto, son totalmente inocentes? La historieta del ricino que crece para sombrear a Jonás, y su desaparición, sirve para mostrar el carácter antojadizo y ruin de Jonás, que se molesta por la desaparición del arbusto que le daba sombra, mientras que no le da pena de la muerte de miles de inocentes en la ciudad.
El contraste entre la actitud magnánima de Dios y la mezquina de Jonás es irónica, y puede considerarse como la tesis general del libro. Dios admite también a la penitencia a los paganos. Es la tesis universalista, que se va abriendo paso en la literatura tardía del judaísmo. En el libro de Job es un oriental (no judío) el máximo dechado de rectitud moral. En el libro de Jonás se critica la tesis del exclusivismo judío, según la cual sólo los pertenecientes al pueblo elegido tenían derecho al arrepentimiento y perdón de parte de Dios. Como el libro de Job, este de Jonás reviste las características de una novela religiosa didáctica, en la que se contrastan dos ideas teológicas: el exclusivismo judío tradicional y el universalismo, que va adquiriendo carta de naturaleza en la época postexílica.