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Mi 1, 1-16. Vaticinios contra Israel y Judá

Yahvé va a descargar su ira sobre su pueblo elegido. Primeramente el reino del norte, simbolizado en su capital, Samaría, sufrirá las consecuencias del enojo divino. Después Jerusalén, por haber imitado la conducta perversa del reino del norte, sufrirá también la destrucción y la ruina. El estilo es solemne e impresionante, como el de Isaías.

Mi 1, 1-4. El día de la cólera de Yahvé está próximo

Miqueas es del reino de Judá, de una localidad (Morasti) que es localizada por San Jerónimo cerca de la actual Bet-Gebrin, entre Jerusalén y Gaza. En la Biblia aparece otro Miqueas hijo de Jimia. Sin duda que el compilador de los escritos de nuestro profeta quiere distinguirlo de éste al decir que era de Morasti, que los LXX interpretan en sentido étnico, no geográfico.
La época en que se desarrolló su actividad profética es bien concreta, y coincide en general con la de Isaías, es decir, en el siglo VIII a.C., bajo los reinados de Jotam (740/39 - 736/35), Acaz (736/5 - 727) y Ezequías (727 - 698/7). Al dar estos tres nombres, el compilador muestra que la actividad profética de Miqueas duró largo tiempo. Son los años en que el antiguo Oriente vivía bajo la obsesión del peligro asirio, en los tiempos de Teglatfalasar III (745-727), Salmanasar V (727-722), Sargón (722-705) y Senaquerib (705-681).
Los oráculos de Miqueas se refieren tanto al reino del norte (Samaría) como al reino del sur (Jerusalén). Enfáticamente invita el profeta a todos los pueblos a ser testigos del juicio que Yahvé va a decretar contra su pueblo. El Dios de Israel, que mora en su santo templo (de Jerusalén), tiene un litigio pendiente con su pueblo y lo quiere ventilar a las luces de todos los pueblos para escarmiento general. Ha llegado la hora de la cólera divina, pues Yahvé va a salir de su lugar (la morada de los cielos), caminando sobre las nubes o cumbres de la tierra. Como un gigante, va atravesando las cordilleras, envueltas en nubes, para hacer justicia en la tierra. Ante su avance majestuoso se fundirán los montes y se hendirán los valles, incapaces de soportar tanta grandeza, como al fuego se derrítela cera. No podía el profeta escoger una introducción más solemne e impresionante a sus oráculos que esta descripción de la majestad de Yahvé avanzando en medio de las conmociones cósmicas de una naturaleza que se asocia a su Creador para dar a entender a los hombres su grandeza y omnipotencia, que se va a manifestar en el juicio sobre su pueblo escogido.

Mi 1, 5-9. La ruina de Samaría y de Jerusalén

La prevaricación de Jacob está resumida en la prevaricación de su capital, Samaría. Sin duda que el profeta alude a los cultos idolátricos y cismáticos del reino del norte. La prevaricación de Judá está resumida en sus lugares excelsos o bamot, en los que se daba culto a Yahvé, pero con fuertes infiltraciones paganas cananeas. Los profetas de Judá siempre lucharon contra estas prácticas, y de hecho la reforma de Ezequías (contemporáneo de Miqueas) tuvo por objetivo principal centralizar el culto en el templo, acabando con los cultos en los bamot, fuente de muchas idolatrías. Miqueas, pues, declara que el pecado específico de Judá son los bamot o lugares excelsos, sobre las colinas que rodeaban Jerusalén.
Yahvé castigará al reino del norte, simbolizado en su capital, Samaría, a la que convertirá en majano campestre (v.6), o montón de ruinas. Será totalmente derruida, y sus piedras serán lanzadas en el valle (Samaría estaba asentada sobre una elevada colina). Las esculturas de sus lugares de culto serán abatidas, y todos sus salarios o ganancias conseguidas con el culto idolátrico (mercedes de prostitución, v-7) serán pasto de las llamas, como cosas viles y despreciables.
Después de anunciar el terrible castigo sobre Samaría, el profeta se siente profundamente conmovido, entregándose al duelo más sincero: gimo., voy descalzo. (v.8). Miqueas simboliza en este duelo sin consuelo a la nación desolada. El aullido lúgubre de los chacales y el gemido doloroso del avestruz son un tópico literario, que expresa bien el estado de ánimo triste del profeta.
En la destrucción de Samaría ve una amenaza inminente del reino de Judá (v.9). En efecto, las tropas asirías ocuparán pronto Samaría bajo Sargón II en 721 a.C.; pero en el 705 a.C. el ejército de Senaquerib pondrá sitio a Jerusalén. La amenaza, pues, afectaba a los dos reinos por igual.

Mi 1, 10-16. La inminencia de la invasión asiría sobre Judá

En este fragmento se describe con estilo nervioso la inminencia de la invasión: abundan los juegos de las palabras en hebreo y son intraducibles. Muchas de las localidades son citadas sólo para hacer juegos de palabras con la idea a expresar. Así, Miqueas pide a sus compatriotas que no vayan a llorar su situación, en demanda de ayuda, a los filisteos y a los fenicios (no vayáis a pregonarlo en Gat ni a llorarlo en Acco), sino que hagan públicas manifestaciones de penitencia y duelo en Bet-le-Afrá.
Israel se siente aislado y abandonado de sus supuestos aliados: Os han traicionado los de Safir. El profeta parece aludir a defecciones de ciudades que estaban obligadas a defenderse mutuamente. Cuando Salmanasar V (728-21) atacó Tiro y Samaría, muchas ciudades fenicias abandonaron aquélla a su suerte. Quizá la frase ciudades de la vergüenza (v.11) aludan a este hecho. Tampoco los egipcios cumplieron su palabra de subir en epoyo de Israel: No salieron a campaña los habitantes de Saanán o de Soan (Tanis, en el delta egipcio). La casa vecina puede ser Fenicia en general, región fronteriza con Israel, que les traicionó y negó su apoyo. Es más, los aprovechados fenicios se han alegrado del infortunio de Israel, pues esperaban, llevados de su espíritu mercantil innato, sacar bien de la situación.
Los habitantes de Marot (v.12) parecen ser los habitantes de la ciudad fenicia Marat, entre Arad y Simyra. El profeta les echa en cara el haberse alegrado porque ha descendido de Yahvé el mal a las puertas de Jerusalén. Es el anuncio de la invasión asiría, que amenaza ya a la Ciudad Santa. El profeta ve tan inminente la incursión del ejército asirio sobre el reino de Judá, que invita a una de las ciudades fortificadas de éste, Lakis, situada al sudoeste de Jerusalén, a hacer los preparativos de defensa: Uncid al carro los corceles, habitantes de Lakis (v.13). Es la hora del castigo de la hija de Sión, Jerusalén, porque ha imitado las prevaricaciones de Israel, el reino cismático del norte. El reino de Judá, simbolizado en Jerusalén, su capital, va a tener que ceder parte de su territorio como dote al invasor, y esta dote será Moreshet-Gat, localidad cercana a la filistea Gat. El profeta está jugando con nombres geográficos en consonancia con las ideas que quiere expresar.
Los reyes de Israel han confiado en sus aliados fenicios, pero las casas de Akzib serán un engaño para ellos. La invasión se realizará porque Yahvé lo ha determinado así: Os traeré un poseedor (conquistador), moradores de Maresa (v.15), localidad del reino de Judá, al sudoeste de Jerusalén, que también aquí simboliza a Judá, y que es nombrada para hacer juego de palabra con poseedor. La consecuencia de la invasión asiría será la deportación de Israel a Mesopotamia: y la gloria de Israel emigrará a Elam (v.16). Por eso, el profeta invita al duelo general con las tradicionales manifestaciones externas de dolor: motílate y ráete., ensancha tu calvicie como la del buitre (v.16). Es la suerte de la nación la que está en juego; sus hijos queridos serán llevados al exilio. Ya en tiempos de Teglatfalasar III (745-727) empezó el desplazamiento de poblaciones israelitas a Mesopotamia y a las montañas contiguas de Elam. En el 721, con la caída de Samaría, la deportación de la población israelita del reino del norte al destierro fue masiva.

Mi 2, 1-13 Anuncios de castigo

Mi 2, 1-5. Invectivas contra los ricos desaprensivos

Como su antecesor Amos, el profeta Miqueas se levanta contra los abusos de las clases pudientes. El castigo que Yahvé va a enviar está justificado, porque están conculcadas las elementales normas de convivencia social. Los adinerados no piensan sino en maquinar la iniquidad para ponerla por obra cuanto antes (al amanecer), oprimiendo a las clases débiles de la sociedad. Nada llena su codicia: campos, casas, heredades. (v.2).
Pero Yahvé no se duerme, y también El está maquinando un mal contra esa estirpe inicua. Vendrá la invasión asiría, y entonces los pudientes de Israel no volverán a andar erguidos y altaneros (v.3), porque van a ser humillados por la desventura, en la que perderán todas sus posesiones. Es la hora de la prueba, en que tendrán que oír la sátira irónica: Hemos sido destruidos. Se ha mudado la suerte de mi pueblo (?.6). La prosperidad de Israel era sólo aparente, y ahora es el invasor el que arrebata para no devolver, y reparte sus campos, tan codiciados. Ya no habrá quien distribuya los lotes por suertes al modo tradicional (v.5).

Mi 2, 6-11. La hora de la justicia vindicativa de Dios

Miqueas hace frente a los falsos vaticinios de los profetas mendaces que anuncian prosperidades al pueblo: ¡No vaticinéis!. Se creían al abrigo de toda adversidad política: el oprobio no nos alcanzara (v.6). Muchos autores creen, sin embargo, que el profeta trae aquí las protestas del pueblo contra los anuncios tristes proclamados por Miqueas: ¡No vaticinen!. El oprobio no nos alcanzara, y, en ese caso, parece lógica la ilación del pensamiento del ?.7: ¿Se ha acortado la paciencia de Yahvé? ¿Dónde están sus obras? El pueblo judío se creía al abrigo de toda catástrofe nacional, confiando en la tradicional protección de Yahvé. La historia mostraba que su Dios había sido muy paciente con las pasadas generaciones; no iba, pues, a cambiar ahora de proceder.
Más bien el texto parece sugerir que el auditorio de Miqueas está consternado ante sus amenazas, y se pregunta si Yahvé no ha cambiado de conducta, pues en tiempos anteriores había ayudado y perdonado a su pueblo conforme a su paciencia, pero ahora sí son verdad las amenazas de Miqueas: ¿Se ha acortado la paciencia de Yahvé? ¿Dónde están sus obras o manifestaciones de perdón otorgadas anteriormente? El profeta proclama que Yahvé no ha cambiado en su proceder, sino que da a cada uno conforme a su conducta moral: ¿Mis palabras no están plenas de bondad para los que caminan en rectitud?. Es bueno para los que siguen las sendas del bien.
Las amenazas proclamadas por el profeta son consecuencia de sus pecados, que reclaman justicia. Las clases dirigentes expolian al pueblo, y en ello no hacen sino adelantarse al despojo que va a realizar Salmanasar con su ejército; en esto son auxiliares del conquistador asirio: Ayudáis al enemigo contra mi pueblo. Delante de Salmanasar arrebatáis el botín de guerra a los que confiados van su camino (v.8), es decir, al pueblo sencillo, que camina confiadamente, sin dobleces en la vida y sin esperar que los magnates se aprovechen de su posición para expoliarlos. Esta conducta contribuirá a que Yahvé envíe el terrible castigo al invasor asirio, que llevará cautivos a los israelitas: Arrojáis a las mujeres de mi pueblo de su querido hogar (v.9), y, con ello, sus hijos serán privados de la gloria de Yahvé, pues no podrán considerarse hijos de Israel en su patria, con el privilegio de asistir a los cultos del Dios nacional. Yahvé había prometido su protección y bendición a su pueblo, pero ahora llega el castigo por sus pecados, y las próximas generaciones se sentirán huérfanas de su Dios, lo que constituía su gloria.
El castigo es tan inminente, que el profeta invita a sus oyentes pecadores a ponerse en marcha hacia el exilio antes de que llegue de hecho: Levantaos y echad a andar. (v.10). Toda la tierra de Israel está contaminada con la inmundicia del pecado, que va a ser castigado con horrible tormento. Por ello, el profeta hace una llamada a sus corazones: él es profeta y, como tal, no profetiza falsamente. No puede ocurrir que uno que esté inspirado de Dios pueda anunciar algo falso, y, por tanto, deben atender a la profecía de Miqueas que anuncia el despliegue de la ira divina: yo te profetizo el vino y la bebida embriagadora de que rebosa este pueblo. Supone el profeta que Yahvé va a dar a beber del cáliz embriagador de su ira. Es la hora de su justicia punitiva. Nadie puede librarse de ella, a menos que se cambie de vida. Estas profecías conminatorias son siempre condicionadas.

Mi 2, 12-13. La intervención salvadora de Yahvé

Estos versos han sido diversamente interpretados. Muchos autores ven aquí un anuncio del retorno glorioso del exilio, con Yahvé a la cabeza. Quizá sea mejor considerarlos como continuación de la amenaza anterior. El profeta acaba de conminarlos para que se lancen a la huida antes de que llegue la catástrofe. Ahora parece anunciarles que el mismo Yahvé les ayudará a abrirse paso en la huida. Yahvé los va a reunir como un rebaño en su aprisco para emprender la huida todos juntos bajo su protección. Probablemente la frase es irónica: Yahvé siempre los había congregado para salvarlos, pero ahora es para mandarlos al destierro, si bien en ello hay un sentido de salvación, pues es el único modo de librarse de la muerte.
El profeta describe a Israel como un rebaño que va tras el macho cabrío: ira delante de ellos el que rompe la marcha (?.13); es el rey o jefe político, que debe abrir la marcha en la huida. La frase y a su cabeza Yahvé es considerada por muchos autores como glosa. Pero bien puede ser de Miqueas, que, para anunciar la inminencia de la catástrofe, presenta a Yahvé ayudando a su pueblo a salvarse en su trágica huida.
Como dijimos antes, este fragmento es considerado por muchos como el anuncio del retorno glorioso del exilio, al estilo de Is 52, 12. Así, Condamin cree que debe colocarse después de Mi 4, 7.

Mi 3, 1-12. Los Falsos Profetas

Mi 3, 1-4. Acusaciones contra los abusos de la clase dirigente

El profeta se levanta enérgicamente contra las injusticias sociales, como lo había hecho su predecesor Amos en Samaría, cuyo estilo aparece reflejado en estas vigorosas frases. Las imágenes son muy crudas, pero expresivas. Los jefes de Israel tratan al pueblo sencillo como a una oveja a la que arrancan su piel y aprovechan después su carne para la olla. Nada se libra a sus arbitrarias exacciones; pero, cuando llegue la hora de la angustia y el castigo, de nada les servirá el clamar a Yahvé, que los dejará a su suerte, ocultando su rostro para que no sientan su protección esperada. Yahvé no puede aprobar su conducta perversa y su falsa religión, puramente externa.

Mi 3, 5-8. Contra los falsos profetas

Miqueas arremete ahora contra los que se presentaban como profetas, sin serlo realmente, ante su pueblo. En sus discursos no buscaban sino halagar, para después lucrarse de la simpatía ganada. Así, de un lado esquilman al pueblo (muerden con sus dientes, ?.6), mientras que de otro anuncian una paz que no llegará. Se prestan a toda clase de comunicaciones mientras les hagan dones (al que les pone algo en la boca); pero al que no les da nada, le declaran la guerra santa, considerándole como enemigo de Dios. Se consideran los monopolistas de la religión, y, como tales, se atreven a condenar a los que no se doblegan a sus ambiciones.
Pero Dios castigará sus abusos, y así les negará toda comunicación profética: la visión se os hará noche. (v.6); quedarán avergonzados ante el pueblo, ya que no acertarán en sus supuestos vaticinios por no proceder del mismo Dios, que es el único que conoce el futuro. Así, en signo de postración moral y de duelo, se cubrirán la barba (?.7), como tenía que hacerlo el leproso cuando se encontraba con alguno. En contraposición a esta actitud humillante, Miqueas podrá ir con la cabeza erguida, porque sus predicciones resultarán veraces, pues se siente poseído del espíritu de Yahvé (v.8), y su misión es desenmascarar las prevaricaciones y pecados de Israel. Lejos de adular al pueblo anunciándole una paz ficticia, Yahvé le empuja a anunciar castigos por los pecados de Israel.

Mi 3, 9-12. Anuncio de la destrucción de Jerusalén

Conforme a la actitud antes enunciada, Miqueas proclama la inminencia del castigo sobre las clases dirigentes, responsables de todas las injusticias sociales. Los jueces, los profetas y los sacerdotes ejercen su ministerio por puro lucro, y con ello no hacen sino dar pie para los mayores crímenes, edificando a Sión con sangre y a Jerusalén en iniquidad (v.10). La ira divina vendrá devastadora y Jerusalén sufrirá la suerte de Samaría, siendo totalmente arrasada. Aquí nos encontramos con un caso típico de profecía conminatoria condicionada, ya que Jerusalén no fue destruida por los asirios, como lo fue Samaría.
En tiempos de Jeremías, los ancianos de la ciudad tratan de salvar la vida del profeta alegando que también Miqueas anunció la destrucción de Jerusalén y que, gracias a la penitencia del rey Ezequías y del pueblo, no se cumplió el terrible castigo. De hecho, Jerusalén será destruida en el 586 a.C. por las tropas de Nabucodonosor, pero parece que el anuncio de Miqueas se refería a una invasión asiría, aunque el vaticinio era condicionado, es decir, en el supuesto de que Jerusalén no se arrepintiera de sus pecados.

Mi 4, 1-14. Promesa de restauración y de Paz

Mi 4, 1-5. Jerusalén, centro religioso del mundo en la era mesiánica

Los c.4-5 nos presentan una perspectiva muy diversa de la de los tres capítulos anteriores. En éstos se anunciaba el castigo inminente y la destrucción de Jerusalén; ahora, en cambio, se habla de una era mesiánica venturosa, en la que la ciudad santa de Sión será el centro religioso de todas las naciones, y si se alude a desgracias presentes o futuras, es para contrastarlas con la felicidad de los tiempos mesiánicos. No pocos autores suponen por esto que los c.4-5 son posteriores a Miqueas, del tiempo postexílico. Sin embargo, quizá la nueva perspectiva alentadora refleja el optimismo de Miqueas con motivo de la reforma de Ezequías, que siguió a su predicación de amenazas. Al menos en tiempos de Jeremías, los ancianos creían que los peligros y castigos de que había hablado Miqueas habían sido alejados a causa del arrepentimiento del pueblo. En este ambiente esperanzador podemos explicar la efusión mesiánica del profeta en tiempos en que Isaías consolaba a Judá con vaticinios de liberación mesiánica.
Los v.1-4 del c.4 se hallan casi literalmente en Is 2, 2-4. Se ha discutido mucho la paternidad genuina del pasaje. Hay quienes suponen incluso una fuente común a ambos fragmentos. De todos modos, parece que en Miqueas está dentro del contexto de liberación, y bien puede suponerse que un redactor posterior la haya insertado en el libro de Isaías.
La mente del profeta se traslada a los días venturosos de la era mesiánica, al fin de los días (v.1), en que Jerusalén será el punto de atracción religiosa de todas las naciones. Ahora es un punto insignificante en el globo, pero llegarán días en que todos los pueblos volverán sus ojos hacia la colina de Sión, que idealmente es presentada a la cabeza de los montes, como faro luminoso al que puedan orientar sus pasos los gentiles. Movidos de su íntimo instinto, las naciones reconocerán que la Ley salvadora vendrá de Jerusalén (v.2), pues es expresión de la palabra de Yahvé.
Israel se encontrará entonces en situación privilegiada, como árbitro de los destinos de los pueblos: Juzgará a muchos pueblos y ejercerá la justicia hasta muy lejos (v.3), y como consecuencia de ello, reinará una paz edénica, en la que no habrá temores de guerra. Los mismos instrumentos belicosos se convertirán en instrumentos de paz: de sus espadas harán azadas, y de sus lanzas hoces (v.5). Es la idealización de los tiempos mesiánicos. Isaías proclama que en esos días los animales salvajes perderán sus instintos salvajes y que el Niño-Mesías acabará con todo atuendo militar belicoso. Miqueas, contemporáneo suyo, se sitúa en la misma perspectiva y anuncia que las gentes no se adiestrarán para la guerra, y se sentará cada uno bajo su parra y bajo su higuera (v.4). La expresión es proverbial y refleja bien los tiempos mesiánicos, en que no habrá sobresaltos ni temores: nadie los aterrorizará (v.4).
Las genes de Palestina de tiempos del profeta vivían angustiadas con la amenaza de alguna invasión extranjera, asiría o egipcia, y de ahí el profundo anhelo de paz que surgía de todos los corazones. La era mesiánica sería, pues, el remedio de todos los males. Naturalmente, en todas estas descripciones hay mucho de hipérbole oriental, y de hecho sabemos que esa paz total no se logrará más que en el cielo, la etapa definitiva del mesianismo.
La Iglesia es la continuación y heredera de las promesas del Israel del A.T.; la profecía de Miqueas se cumplió sustancialmente, ya que la Iglesia es el faro que ilumina al mundo, predicando el espiritualismo y el retorno de los pueblos a Dios. Históricamente Jerusalén ha perdido toda categoría como capital de la espiritualidad en el mundo, porque el pueblo judío no reconoció al Mesías cuando hizo su aparición en la historia. Los judíos no veían en las profecías mesiánicas más que el ropaje exterior literario en el que se hablaba de un reino terrenal, y no quisieron ver el contenido sustancial espiritualista que en ellas late, y de ahí su incomprensión del mensaje de Cristo. Si Jerusalén hubiera aceptado al Mesías, sería, en efecto, el centro del espiritualismo mundial. La Iglesia de Roma es el Israel de Dios de que habla San Pablo, heredero de las promesas mesiánicas del A.T. A través de la historia ha sido el centro del espiritualismo de ese movimiento que aspira a aunar los corazones bajo la Ley de Dios.
Y el profeta concreta la razón de esta situación privilegiada de Jerusalén en los tiempos mesiánicos: porque todos los pueblos marchan cada uno en el nombre de sus dioses, pero nosotros marcharemos siempre en el nombre de Yahvé, nuestro Dios. (v.5). Es la afirmación de la elección de Israel por Dios. Yahvé ha hecho promesas a la casa de Jacob, y El es la garantía de su cumplimiento en los tiempos mesiánicos. Los otros pueblos se apoyan en ídolos, mientras que Israel se apoya en el único Dios viviente que dirige la marcha de la historia.

Mi 4, 6-13. Rehabilitación de Sión

Después de anunciar los tiempos gloriosos mesiánicos, el profeta declara que para llegar a esa era venturosa es preciso pasar por la prueba. Israel es como un rebaño que ha sido atacado, del que han quedado muchas ovejas maltrechas. Los ejércitos invasores han arruinado al pueblo elegido, pero Yahvé volverá a restablecerlo en su integridad; y así, es presentado como un pastor solícito que se cuida particularmente de la oveja renga y descarriada, es decir, del pueblo judío, castigado por El. La prueba fue de purificación, no de exterminio; por eso, en su providencia, dejó un resto o núcleo de restauración: de la renga haré un resto (v.4).
Amos e Isaías hablaban de un resto que se salvaría en todos los momentos críticos de la nación para heredar las promesas de restauración mesiánica. Israel será como un rebaño esquilmado, pero con la ayuda de Yahvé volverá a ser un pueblo poderoso, en el que Yahvé reinara para siempre. Es un nuevo anuncio mesiánico. Por muy grandes que sean en la historia las pruebas a que será sometido el pueblo elegido, volverá a renacer porque las promesas mesiánicas tendrán necesario cumplimiento. Jerusalén volverá a ser cabeza de un reino que restablecerá el antiguo poderío de los tiempos de David. El profeta la llama cariñosamente torre del rebaño (v.8), conforme al símil anterior. En la campiña había apriscos con torres de vigía para guardar el ganado. Es la misión que está reservada a Jerusalén, como guardiana de los intereses del rebaño de Yahvé, Israel.
Ante este horizonte de triunfo, el profeta se encara con la depresión moral del pueblo en la época del peligro ante el invasor, y pide a sus compatriotas que consideren el futuro glorioso como antídoto a sus angustias: ¿Por qué tantos clamores? (v.8). En la mente del profeta aparece la consternación general ante el invasor, y para levantar los ánimos declara que la situación no es desesperada, ya que todavía tienen una organización jerárquica, que puede hacer frente a la situación: ¿No hay rey en ti o te falta tu consejero? La realeza actual es prenda de la realeza futura mesiánica (v.8).
El v.10 es considerado por muchos autores como una interpolación posterior de un glosista, que, al leer el interrogante de Miqueas (¿te dueles como mujer en parto?), lo haya aplicado a la situación posterior al 586, en que tuvo realidad la deportación en masa a Babilonia. Sin embargo, otros prefieren mantener la autenticidad del pasaje; y entonces la mención de Babilonia como lugar de la deportación se explicaría, o bien por la previsión a distancia del profeta, que en espíritu asistiría a la catástrofe del 587, o bien suponiendo que Babilonia es un término genérico equivalente a Mesopotamia.
Pero no es fácilmente conciliable la contraposición de pensamiento del v.9 y el v.10. En el primero, el profeta echa en cara a Judá que se deja impresionar, gimiendo como mujer en parto, por la crítica situación, como si no hubiera salvación; en cambio, en el v.10 se invita a Jerusalén a dolerse y gemir como mujer en parto. No hay ilación lógica, pues, entre ambos versos, y creemos que el v.10 es glosa adicional.
El v.11 sigue la idea de consolación del v.8. Aunque de momento se vea Jerusalén rodeada de muchas gentes, que están tramando su destrucción (dicen: sea profanada.), sin embargo, debe permanecer impávida, ya que no prevalecerán contra los pensamientos de Yahvé, que no conocen (v.12). La mente del profeta parece que se traslada a un horizonte escatológico, cuando se dé la gran batalla contra las naciones opresoras de Israel, que ha de preceder a la inauguración mesiánica. Las naciones paganas se han reunido para cercar al pueblo elegido, pero, en realidad, no conocen los designios de Dios, que les ha hecho caer en un lazo, pues las ha juntado como gavillas en la era (v.12) para triturarlas. Israel las va a triturar como el buey en la era. Su poder será irresistible, ya que sus cuernos serán como de hierro, y sus pezuñas de bronce. Es el triunfo de Israel en los tiempos mesiánicos. Todos los pueblos le estarán sometidos, y sus despojos serán consagrados como anatema a Yahvé, Señor de toda la tierra.

Mi 5, 1-14. El Rey Vencedor

Mi 5, 1-6. El Salvador de Israel, nacido en Belén

El v.1 de la Vulgata es el v.14 del c.4 en el TM. El profeta parece contraponer dos situaciones: una de crisis, en que se halla Judá, y otra de liberación por efecto de un misterioso Libertador. El profeta quiere hacer un juego de palabras con el verbo hebreo, que traducimos por rodéate de muros, y así escoge Bet-Gader, localidad de Judá que será como el símbolo de la nación en peligro. Judá no debe desfallecer al verse rodeada de enemigos, sino que debe resistir, porque al fin saldrá victorioso. La crisis es momentánea, pues las tribus de Israel, ahora humilladas, volverán a recuperar su antiguo esplendor, porque Yahvé hará surgir un líder victorioso que será el libertador de sus compatriotas, el cual será oriundo de este reino de Judá ahora en peligro de desaparecer.
En efecto, de una de las localidades más modestas saldrá el que señoreará en Israel (v.2/1). Ese lugar, que ahora es considerado como pequeño entre los clanes de Judá, lleva el nombre de Belén Efratá o de los efrateos. Los habitantes de Belén procedían de Efratá, en la tribu de Benjamín, al norte de Jerusalén. De ahí que el profeta puntualice Belén de Efratá, sin duda para distinguirlo de otro Belén que estaba en el norte en la tribu de Zabulón. Belén aparece aquí en paralelo con Bet-Gader, simbolizando al reino de Judá. De hecho sabemos que los habitantes de ambas localidades tenían un mismo antepasado, Caleb.
Se comprende así bien por qué escogió el profeta a Bet-Gader para simbolizar al reino de Judá en peligro, contraponiéndolo a la gloria inmensa que había de surgir de otra localidad de Judá, Belén de Efratá, la patria del que señoreará en Israel, que no es otro que el Mesías, como veremos después. Los rabinos judíos dijeron a Herodes, cuando fueron consultados, que Belén sería la patria del Mesías, citando el texto de Miqueas. San Mateo lo cita ad sensum, dando por cumplida la profecía, y así aparentemente parece en contradicción con el texto de Miqueas, pero en el fondo significa lo mismo. En Mt 2, 6 se dice: "Y tú, Belén, de ningún modo eres pequeña entre los príncipes de Judá." El evangelista se pone en la perspectiva de la profecía ya cumplida, y así, al citar el texto, constata que Belén ha dejado de ser pequeña para ser muy gloriosa. Miqueas, en cambio, contrapone la situación modesta de Belén en su tiempo (eres pequeña entre los clanes de Judá), pero llegará un día en que será muy grande, por el gran personaje que ha de nacer en ella. Es interesante esta confrontación de textos para ver cómo los autores del N.T. citan el A.T. libremente ad sensum, sin preocupaciones literalistas exegéticas.
La nueva dignidad de Belén consistirá, pues, en ser la patria del gran personaje que habría de señorear en Israel, al que se le considera perteneciente a una familia de antiguo y glorioso linaje: cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad (v.2/1). La Vg traduce a diebus aeternitatis, y, conforme a esta versión, los exegetas y teólogos antiguos veían en esta frase una alusión al origen divino del Mesías. Sin embargo, la palabra hebrea O'olam, que la Vg traduce por aeternitatis, tiene un sentido amplio en hebreo y generalmente significa un largo lapso de tiempo. En concreto, el profeta con su frase cuyos orígenes son de antiguo parece aludir a la dinastía gloriosa de David, procedente de Belén.
Isaías habla de un retoño de Isaí (padre de David), que será el Niño misterioso que tendrá sobre sus hombros "la soberanía, y se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y la justicia desde ahora para siempre jamás". Es el mejor comentario a la expresión señoreará en Israel del texto de Miqueas, profeta contemporáneo de Isaías.
En el v.3/2 encontramos un nuevo paralelo con la profecía de Isaías sobre el Emmanuel. Miqueas, después de anunciar la situación privilegiada de que gozará Belén como lugar de nacimiento del que señoreará en Israel, alude de nuevo a la triste situación en que ahora se encuentra el reino de Judá, sometido a un ataque enemigo: Por eso los entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá (v.3/2). El castigo a que entregará Yahvé a su pueblo, anunciado en Mi 4, 14, durará poco tiempo, hasta que una mujer misteriosa dé a luz a un Niño también misterioso, que el profeta parece relacionar con el que señoreará en Israel del v.2. En este supuesto, vemos aquí un perfecto paralelo con la virgen o doncella que va a dar a luz un niño admirable, que ha de ser el Salvador de Judá frente a los asirios. Las dos profecías se completan y explicitan mutuamente.
En la profecía de Miqueas, además de insinuarse que la aparición del que señoreará en Israel señalará la salvación de Judá de sus enemigos asirios, se indica expresamente que con él tendrá lugar el restablecimiento del pueblo israelita en su integridad primordial: el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel (v.3/2). La frase parece aludir a la reincorporación de los hermanos cismáticos del reino de Samaría al reino de Judá.
Sobre este reino, con inclusión de todas las tribus israelitas, se afirmará el que ha de ser Dominador en Israel, el cual gozará de la protección especial de Yahvé. Su dominio, con la fortaleza de Yahvé, se extenderá hasta los confines de la tierra (v.4/3). Con esta frase, el profeta recalca la perspectiva mesiánica del vaticinio. Toda la tierra está sometida a ese que señoreará en Israel, que no parece ser otro que el hijo de la que ha de dar a luz. Bajo su égida, los súbditos morarán tranquilamente, sin temores a enemigos invasores, porque le protegerá la fortaleza de Yahvé. Es el paralelo de príncipe de la paz del vaticinio de Isaías.
La frase del v.5/4, y así será la paz: cuando invada Asur nuestra tierra para hollar a nuestros palacios, suscitaremos contra él siete pastores y ocho príncipes, y regirán la tierra de Asur con la espada, la tierra de Nemrod con la espada desnuda, es considerada por no pocos autores como glosa explicativa de la expresión siguiente: El nos librará de Asur cuando venga contra nuestra tierra para hollar nuestras fronteras (v.6/5). Asur aquí aparece como tipo de los enemigos de Israel, que han de ser vencidos por el que señoreará en Israel. Los profetas, al describir la victoria del Mesías sobre los enemigos del pueblo elegido, presentan como enemigo concreto al que constituía el peligro inmediato para Judá e Israel en su tiempo.
Las perspectivas proféticas se superponen, y el juicio profético cabalga sobre la realidad histórica concreta de los tiempos del profeta. Por eso Miqueas presenta al futuro Mesías venciendo a Asur cuando venga contra nuestra tierra. En los c.1-3 la invasión asiría se presentaba como inminente y se exhortaba a la defensa; ahora la perspectiva se alarga, y se supone que vendrá otro gran ataque contra Judá de parte del enemigo tradicional, Asina; pero este pueblo invasor será derrotado por un personaje misterioso que gozará de la fortaleza de Yahvé.
El glosista, que habla de siete pastores y ocho príncipes que se opondrán al invasor, piensa en los numerosos jefes con que contará Judá para cuando llegue el momento crítico del ataque. Su victoria será tan completa, que no sólo el país de Judá se verá libre, sino que hasta la misma tierra de Asur o país de Nemrod caerá bajo la férula de los jefes salvadores de Judá. Esta intervención de los siete pastores y ocho príncipes, o caudillos militares de la glosa, parece minimizar el papel que jugará en la victoria sobre los asirios el que señoreará en Israel, la gran figura excepcional nacida en Belén.
La crítica racionalista supone que los c.4-5 del libro de Miqueas son de tiempo posterior al exilio. El anuncio de la cautividad de Babilonia de mi 4, 10 puede explicarse teológicamente suponiendo que Miqueas, por especial revelación divina, vio de antemano un hecho que habría de cumplirse siglo y medio más tarde. Pero también Babilonia puede aquí ser sinónimo de Mesopotamia; por otra parte, sabemos que el rey asirio Sargón II (721-705 a.C.) llevó a muchos de sus cautivos hasta la misma Babilonia.
El optimismo que se refleja en estos c.4-7 puede explicarse en un tiempo en que los habitantes de Judá, bajo Ezequías, emprendieron el camino de retorno a Yahvé impresionados por las amenazas de Miqueas. De momento, el peligro asirio se alejó después de conquistada Samaría por Sargón (721 a.C.); luego el nuevo rey tuvo que hacer frente a dificultades políticas y militares en la zona de Babilonia, y por ello tuvo que interrumpir sus campañas en la costa siro-fenicio-palestina. Podemos suponer en este lapso de tiempo la composición de estos vaticinios de salud de Miqueas.
La tradición judaica y cristiana ha visto siempre en este fragmento de Mi 5, 1-6 un claro vaticinio mesiánico. Los rabinos judíos, consultados por Heredes, dicen claramente que el Mesías debe nacer en Belén, porque así lo ha anunciado Miqueas. Y los interlocutores judíos dicen que Jesús de Nazaret no puede ser el Mesías, porque dice la "Escritura que del linaje de David y de la aldea de Belén, de donde era David, había de venir el Mesías". Esta creencia aparece también en el Talmud.
La tradición cristiana es unánime desde el principio en reconocer el carácter mesiánico del texto de Miqueas. Este misterioso Dominador en Israel que salva a su pueblo de los asirios y reúne a los dispersos del pueblo elegido para establecer un dominio hasta los confines de la tierra, no es otro que el Emmanuel de las profecías de Isaías, contemporáneo de Miqueas; y la mujer que ha de dar a luz no es sino la virgen de Is 7, 14, que da a luz un Niño misterioso adornado de cualidades excepcionales y vencedor del invasor asirio.

Mi 5, 7/6-9/8. Israel, señor de las naciones

Después del triunfo sobre los enemigos se anuncia la prosperidad de Israel entre los pueblos. El pueblo elegido será como un rocío de Yahvé, que hace brotar la hierba sin concurso del hombre: no tiene que esperar de nadie. (v.7/6). Israel vivirá de la fortaleza que le dé Yahvé y prosperará como la hierba que ha recibido el rocío bienhechor. El pueblo elegido será dotado de un vigor especial entre los pueblos y será temido como león en medio de las bestias de la selva, como cachorro en medio de un rebaño de ovejas (v.8/7). El triunfo sobre sus enemigos será como el animal señor de la selva, que pasa, pisa y desgarra sin que nada se oponga a su poder. Las expresiones son duras, conforme a la mentalidad de revancha del A.T. El profeta quiere hacer ver a sus oyentes que Israel triunfará totalmente de sus enemigos y se convertirá en señor de las naciones: Se alzará tu mano sobre tus enemigos, y todos tus contrarios serán exterminados (v.9/8).

Mi 5, 10/9-14. La paz religiosa de los tiempos mesiánicos

Con la victoria militar vendrá el triunfo de la religión en toda su pureza. Una vez vencidos los enemigos de Israel, éste no tendrá necesidad ya de sus caballos y carros de guerra. La paz será total. Yahvé mismo se encargará de desmontar las fortalezas y ciudades fortificadas (v.11/10). En el orden religioso, las prácticas quedarán libres de todas las hechicerías y agüeros, que eran la lacra de la religión popular, contaminada con los usos cananeos. Todo vestigio de idolatría desaparecerá: los cipos o masseboh (piedras o postes verticales, que constituían el elemento de culto esencial en el templo cananeo al aire libre) desaparecerán.
Y las asheras o bosques artificiales, en los que se daba culto a la fuerza generadora de la naturaleza (simbolizada en Astarté), serán arrancadas, quedando sólo el culto puro a Yahvé en su templo. La idolatría era el vicio capital de los israelitas anteriores al destierro. Los profetas lucharon contra todas las prácticas idolátricas como base de un retorno de los corazones a Yahvé. En los tiempos mesiánicos desaparecerán todos los vestigios politeístas; con ello Israel podrá presentarse como señor de todas las naciones, y los pueblos que no quieran aceptarle como soberano, sufrirán la ira y venganza de Yahvé, protector del pueblo elegido.

Mi 6, 1-16. Reprensión de Israel por sus Transgresiones

Los c.6-7 constituyen una nueva sección, y en ellos se expresa, de modo dramático, la interpolación de Yahvé a su ingrato pueblo por sus iniquidades. La requisitoria de Yahvé recuerda a Israel su olvido de los antiguos beneficios conferidos al salir de Egipto. Yahvé dirige sus quejas contra Israel, que puede aplicarse al reino del norte, con Samaría por capital (y en este caso el oráculo sería anterior a la destrucción de Samaría, 721 a.C.) o a las doce tribus de Jacob en general.

Mi 6, 1-5. Querella de Yahvé con Israel

La requisitoria es tierna y dramática. Enfáticamente se invita a los montes y collados a ser testigos de esta querella contra la ingratitud de Israel para que lo transmitan a las generaciones futuras. Los montes y collados representan aquí a la nación israelita, a la que Yahvé va a llamar a litigio. De ahí la expresión queréllate contra los montes del v.1. La tierra de Israel era casa particular del Dios de Israel. Las transgresiones del pueblo elegido la habían maculado, y por eso se invita al profeta a pedir cuenta a los accidentes geográficos de la "tierra santa" por antonomasia.
Con acento tierno, Dios se presenta a su pueblo como inocente. Durante toda la historia no ha hecho sino acumular beneficios. Jamás le ha inferido mal: ¿en qué te he molestado? (v"3). Es el grito de un corazón lacerado por la ingratitud de un pueblo que no ha comprendido los beneficios recibidos desde que empezó a formarse como nación: yo te hice subir de la tierra de Egipto (v.4). En la peregrinación azarosa por el desierto, Yahvé les dio un guía en Moisés y unos consejeros en Aarón y María.
Y poco antes de entrar en Canaán, las bendiciones sobre Israel se volvieron a repetir por boca de Balaán, falso profeta contratado por el rey de Moab, Balac, para maldecir al pueblo israelita acampado en la estepa moabita. La expresión desde Sitim hasta Guilgal parece aludir a la protección especial de que fue objeto Israel desde que terminó su peregrinación por el desierto (cuya última etapa fue Sitim) hasta que entró en Canaán, al otro lado de Ganaán, acampando en Guilgal.
Yahvé guió, pues, a Israel desde las estepas del Sinaí hasta la tierra de promisión, colmándole de bendiciones y protegiéndole contra todo evento. Aquí se recuerdan estos beneficios para hacer resaltar la ingratitud del pueblo elegido: para que reconozcas las justicias de Yahvé, es decir, su generosidad para con Israel. Toda la historia del pueblo elegido es un trenzado de hechos providenciales, a veces espectaculares, en favor de los descendientes de Jacob; son las justicias de Yahvé, prontas a proteger al pueblo que había de ser el vehículo de transmisión de las promesas salvíficas sobre la humanidad entera.

Mi 6, 6-7. Israel, dispuesto a aplacar la ira de Yahvé

El profeta, ante las exigencias y reconvenciones de Yahvé, enojado por tanta ingratitud, presenta al pueblo preocupado por dar satisfacción a su Dios. Pero en su simpleza no se le ocurre sino apelar a los medios tradicionales de culto externo: holocaustos a base de miles de carneros con abundantes oblaciones de aceite (v.6). En realidad, los sacrificios como tales, si no van acompañados de la compunción del corazón y el arrepentimiento de los pecados, no tienen ningún valor. Por eso, aunque se multiplicaran por miles los carneros y por miríadas los arroyos de aceite (expresiones hiperbólicas para recalcar más la idea de impotencia en cuanto a la expiación), Yahvé no habría recibido satisfacción alguna.
Y aunque entregaran sus primogénitos, sus seres más queridos, fruto de sus entrañas, no aplacarían al Dios enojado. No es que aquí el profeta admita los sacrificios humanos como lícitos (jamás en la Biblia son considerados como lícitos; al contrario, los hagiógrafos expresan el horror por los sacrificios de niños entre los cananeos y moabitas), sino que hiperbólicamente el profeta indica que ni la entrega a Dios de lo más querido, como son los hijos, serviría para satisfacer a la ira divina. Dios quiere, ante todo, de su pueblo la entrega íntima de su corazón. Es la enseñanza que a continuación va a proclamar el profeta.

Mi 6, 8-16. Yahvé, intransigente con las injusticias de los israelitas

El profeta declara, en nombre de Dios, que para agradar a Dios hay que atender sobre todo a la práctica de las virtudes morales. La expresión ¡oh hombre! bien te ha sido declarado lo bueno puede aludir a las exigencias de la ley natural, conocidas por el hombre como tal, o a la predicación de los profetas anteriores, como Amos y Oseas, que tanto habían inculcado pocos años antes, en el reino de Samaría, el cumplimiento de los deberes naturales con los desvalidos y desheredados: hacer justicia, amar el bien y caminar en la presencia de Dios (v.8). Este es el gran programa que exige Dios de los israelitas, y no puede ser sustituido por las prácticas meramente externas de culto en orden a agradarle.
Precisamente por no haber sido fiel a estos preceptos, Yahvé va a-interpelar a la ciudad (probablemente Samaría) (v.8). La frase sabiduría (o cordura) es temer tu nombre es como un paréntesis doxológico, que puede ser de un redactor posterior. La requisitoria de Yahvé se dirige directamente a la tribu y asamblea de la ciudad, es decir, a todo el reino del norte, y en particular a los habitantes de Samaría. Los términos de acusación están en parte tomados de Amos y de Oseas, quienes con toda crudeza habían condenado los procedimientos fraudulentos de los ricos en la explotación de los pobres.
Yahvé no puede pasar por alto las transgresiones elementales de la justicia social: ¿Voy a perder de vista la casa del impío? (v. 10). Sus tesoros de iniquidad, e.d., amontonados con los procedimientos más inicuos e injustos, están clamando por la intervención de la justicia divina. Yahvé no puede aprobar las fraudulencias que se realizan en las transacciones, reduciendo el efá (medida de áridos equivalente a unos 39 litros). La corrupción es general, y, por eso, las balanzas falsas y las pesas fraudulentas están a la orden del día. Todo es violencia y falsía. La ira divina tiene que descargar necesariamente en defensa de los derechos de la justicia conculcada. Vendrá la devastación, traída por el invasor asirio.
Y el profeta vuelve a recordar el vaticinio siniestro de Oseas: comerás y no te saciarás (v.14). De nada les servirá a los israelitas el comer, pues no lograrán satisfacer sus necesidades, y, aunque pretendan salvar algo de la catástrofe, al fin todo quedará en poder del enemigo: apartarás (parte de tus bienes e hijos para salvarlos), pero no lo librarás, porque todo será entregado por Yahvé a la espada. Tampoco lograrán cosechar lo que sembraron (v.15). Sus trabajos serán totalmente estériles: pisarás la aceituna, pero no te ungirás con su óleo. Todo quedará en poder del implacable invasor. Y todo ello como castigo de sus iniquidades.
Los habitantes de Samaría no han hecho sino imitar la pésima conducta de sus antepasados: Has guardado los mandatos de Omrí y las obras de la casa de Acab (v.16). Omrí (885-874), padre de Acab (874-853), había fundado la ciudad de Samaría y es el fundador de una dinastía. Dejó fama de impío y de tirano, lo mismo que su hijo Acab, el gran perseguidor del profeta Elías. Miqueas, en este fragmento, echa en cara a los moradores del reino del norte el haber seguido los malos ejemplos de los dos reyes impíos. Por eso Yahvé los entregará a la devastación. Es el anuncio solemne de la ruina de Samaría, que tuvo lugar el 721 a.C., y que aquí tiene caracteres de maldición: llevaréis sobre vosotros el oprobio de mi pueblo. La frase va dirigida contra los individuos del reino del norte, que han de participar del oprobio o maldición que recaerá sobre todo el pueblo como colectividad, la nación condenada a la ruina.

Mi 7, 1-20. La depravación social

Mi 7, 1-6. Denuncia de la corrupción general del pueblo

No cabe cuadro más siniestro que el descrito por el profeta; la corrupción es general. El profeta se presenta como el recolector, que después de la vendimia anda en busca de algunos frutos de calidad, comparables a los primeros, los más ansiados; pero no encuentra nada que merezca la pena: no hay un racimo para comer. Busca ansioso buenas obras en Israel, y no encuentra nada: han desaparecido de la tierra los piadosos. (v.2). La situación es anárquica, y la violencia reina por doquier: todos acechan la sangre. La situación parece ser la que precedió a la caída de Samaría, cuando las dinastías y los tiranos se sucedían ininterrumpidamente. Las injusticias sociales y las sentencias por cohecho se multiplican en las clases dirigentes de la sociedad: los príncipes, jueces y magnates, al administrar justicia, lo hacen por lucro, pisando a los buenos como a rama de zarza que sale derecha del seto (v.4.). El símil parece aludir al hecho de que el justo es apartado y pisado con desprecio, como una zarza molesta que se atraviesa en el camino; su vida es como una acusación viviente, que se ha de suprimir sin consideración.
Por eso no tardará en aparecer el día del castigo, el día de la manifestación de la ira divina, que ha sido anunciado por tus atalayas o profetas. Estos se consideraban como los vigías, que de antemano anunciaban los peligros que esperaban a su pueblo. Miqueas en esto se hace solidario de las amenazas que sus antepasados Oseas y Amos habían lanzado años antes. Samaría está ya madura para el castigo, porque hasta la fidelidad elemental entre amigos y familiares es quebrantada: No os fiéis del amigo. (v.5).

Mi 7, 7-10. Arrepentimiento del pueblo

Después de cumplido el castigo, después de la manifestación de la ira divina, el pueblo reconocerá sus pecados pasados y se volverá a su Dios. Las perspectivas de los profetas cambian constantemente en un contrabalanceo de esperanzas y de castigos. Una vez anunciado el juicio purificatorio sobre Israel como pueblo pecador, la mente del profeta se transporta a la hora de la restauración con el propósito de levantar los ánimos de sus oyentes. La justicia divina tiene sus exigencias, pero las promesas mesiánicas hechas a los antepasados permanecerán; de ahí que, tras de la hora aciaga, venga la hora luminosa de esperanzas. El castigo no tenía otra finalidad que hacer entrar en sí al pueblo israelita, despreocupado y materializado.
La tragedia nacional hará que los espíritus reflexionen sobre su pasado y sobre la causa de la ruina general. Como consecuencia de ello, vendrá el arrepentimiento y el retorno a Dios, que, si envió el castigo desolador, será también el que envíe la salvación. La nación expresa ahora sus sentimientos de reconciliación con Yahvé: esperaré en el Dios de mi salvación (?.7). La confesión no puede ser más humilde y sincera: si caí, me levantaré, y si moro en tinieblas, Yahvé será mi luz (v.8). Las naciones gentiles (su enemiga) se alegraban al ver la ruina de Israel, que se consideraba al abrigo de toda catástrofe por ser el pueblo de Dios. Con la mejor de las disposiciones, Israel reconoce que era necesario pasar por la prueba purificatoria del castigo: Habré de soportar la ira de Yahvé, porque pequé contra El (v.8).
Estas tinieblas son pasajeras, pues volverá a recuperar la amistad con Yahvé una vez que se haya cumplido el castigo, y entonces el mismo Yahvé saldrá por sus derechos como nación: Hasta que juzgue mi causa y me haga justicia. Frente a las naciones invasoras, Israel mantendrá sus derechos de nación, porque están fundados en las promesas del mismo Dios. La ruina actual no es definitiva, sino que volverán otra vez los tiempos de triunfo. Entonces su enemiga (Asiría) contemplará el triunfo de Israel en virtud de la protección de Yahvé, y se cubrirá de vergüenza (v.10). La derrota de Israel había dado ocasión para que el invasor se regocijara sarcásticamente del pueblo elegido al verle desprovisto de la protección de su Dios: ¿Dónde está Yahvé, tu Dios? Pero también llegará la hora de la justicia divina para Asiría, y entonces Israel asistirá gozosa al castigo de su antiguo invasor: Mis ojos lo habrán de ver. Ahora será pisoteada como el fango de las calles. El juicio del Dios de Israel alcanzará a todos.

Mi 7, 11-20. Anuncio de restauración

Después de constatar el arrepentimiento del pueblo pecador, el profeta anuncia el futuro glorioso que espera a Israel, que verá reconstruidos sus muros y dikttadas sus fronteras, extendiendo su dominio desde Asiría a Egipto y desde Egipto hasta el río (Éufrates). La expresión del uno al otro mar parece aludir al Mediterráneo y al mar Muerto; son los límites de Palestina. El v.13 parece aludir a la devastación de esta tierra por los invasores, por lo que parece fuera de lugar, y más bien hay que colocarlo después de Mi 6, 16, en que se habla de la ruina de Israel por sus pecados. En todo caso, en el lugar en que está ahora parece interrumpir el anuncio de restauración, que parece ser la idea central del fragmento de los v.11-20.
El profeta pide a Yahvé en una hermosa oración que el pueblo se congregue de nuevo después de la dispersión que siguió a la invasión: apacienta con tu cayado a tu pueblo, el rebaño de tu heredad (v.14). Israel está disperso como rebaño sin pastor, aislado en la selva, y el profeta pide a su Dios que lo lleve a los feraces pastos del Carmelo, de Basan y de Galaad (v.14). El profeta está seguro de que Yahvé renovará los prodigios del éxodo de Egipto en favor de su pueblo, y con ello las gentes y naciones paganas se avergonzarán al ver que nada servirá su prepotencia contra la omnipotencia divina (v.16).
Los v. 18-20 son como un epílogo de alabanza a Yahvé por la gran misericordia que ha hecho a Israel pecador al perdonarle sus transgresiones, manteniendo las promesas hechas a Jacob y a Abraham en tiempos antiguos.