LAMENTACIONES

Lm 1 Lm 1 se relaciona probablemente con la primera caída de Jerusalén (año 598 a.C.), cuando el rey y un grupo selecto de la población fueron deportados. Jerusalén ha pecado gravemente y sus delitos no han quedado impunes; en su desgracia, sus aliados tradicionales (amantes), no la han socorrido, el enemigo ha triunfado, Dios ha entregado a su pueblo en sus manos. No obstante, Jerusalén confía en que, frente a la mirada burlona de quienes la contemplan, Dios se fije en su dolor, se compadezca y la salve.

Lm 2 Este lamento recoge la caída definitiva de Jerusalén ante Babilonia, tras largos meses de asedio. El poema considera a Dios responsable directo, contemplando la desgracia como castigo por los pecados del pueblo. Con el corazón destrozado, el cantor relata el dolor de Jerusalén, personificada en una figura femenina (la hija de Sión), y de sus habitantes. Aun así, hay una invitación a clamar a Dios y a mostrarle tanto sufrimiento.

Lm 3 Lamentación de difícil datación, aunque probablemente sea muy posterior a la caída de Jerusalén, cuando ya, sosegados los ánimos y cicatrizado el dolor, comenzaba a abrirse un horizonte de esperanza.

Lm 4 Elegía relacionada con la segunda. Si aquella se centraba en la caída de Jerusalén y del reino, esta lo hace en las consecuencias para la población, en el hundimiento de su mundo religioso, político y cultural. Sitúa por ello en primera línea la suerte desgraciada de los diversos grupos sociales.

Lm 5 El contenido de este lamento se distancia del momento preciso de la caída de Jerusalén y refleja la situación creada tras este trágico suceso. Se destaca la inversión del orden normal de las cosas: antes todo era armonía, ahora es un caos. Sin embargo, se confiesa la eterna realeza del Señor, que volverá a manifestarse en una nueva aceptación de sus hijos: él los llamará de nuevo y ellos acudirán a su llamada (20-22). Esta es la esperanza del autor.