PRIMERA CARTA DE SAN JUAN

Según una tradición que se remonta al siglo II, el apóstol San Juan escribió sus tres cartas en Éfeso, a la vuelta de su destierro de Patmos, al final del siglo I de nuestra era. De 1Jn se hace eco ya San Policarpo hacia el año 150 citando la frase: «Quien no confiese que Jesús ha venido en carne…» 1. San Ireneo hacia el año 180 supone que la escribió el apóstol San Juan, pues cita pasajes de la carta atribuyéndolos al «discípulo del Señor» 2 Clemente de Alejandría, hacia el 200, además de escribir un comentario a 1Jn, que nos ha llegado sólo fragmentariamente, la cita con frecuencia en sus obras, atribuyéndola de forma explícita al apóstol San Juan 3. Lo mismo hacen Orígenes (†253) 4, que subraya el parentesco entre el cuarto evangelio y la 1 Juan, y Tertuliano (†hacia el 222) 5. Entre los antiguos catálogos o cánones de los libros inspirados aparece siempre esta carta, señalando a San Juan como su autor.

1. CONTENIDO Y ESTRUCTURA

En la estructura de la carta se pueden delimitar con bastante precisión un prólogo (1Jn 1, 1-4) y un breve epílogo (1Jn 5, 13), seguido de un apéndice (1Jn 5, 14-21). El prólogo, muy parecido al del cuarto evangelio, enuncia la idea fundamental de la carta: la comunión o unión del cristiano con Dios, que se manifiesta en la fe en Jesucristo y en la práctica de la caridad fraterna. Esta idea se resume en el epílogo: «Os escribo estas cosas, a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (1Jn 5, 13). No es fácil, en cambio, encontrar divisiones precisas para la parte central de la carta, porque el pensamiento se desarrolla como en forma de espiral: una y otra vez vuelve sobre las ideas fundamentales, iluminándolas desde ángulos diversos. Pueden, no obstante, distinguirse tres partes: 1) En una primera (1Jn 1, 5-1Jn 2, 29), que se inicia con el mensaje: «Dios es luz», se desarrollan las exigencias de santidad que requiere la vida cristiana, presentada como un caminar en la luz 6. 2) En la segunda (1Jn 3, 1-24), que se inicia con la declaración de la filiación divina del cristiano, se vuelve a exhortar acerca de las mismas exigencias, considerándolas como consecuencia de esa condición de hijos de Dios. 3) En la tercera (1Jn 4, 1-1Jn 5, 12), se desarrollan con nueva amplitud y profundidad los temas centrales de la carta, formando con ellos como un tríptico literario: la fe en Jesucristo (1Jn 4, 1-6), el amor (1Jn 4, 7-21) y, de nuevo, la fe en el Señor (1Jn 5, 1-12).

2. COMPOSICIÓN Y CONTEXTO HISTÓRICO

En la carta no se menciona el nombre del autor, ni el de los destinatarios; tampoco aparecen los saludos de costumbre, ni la despedida al final. Estos datos hacen suponer que se trata de una especie de carta circular enviada a las comunidades cristianas de toda una región. Según una tradición transmitida por San Ireneo 7, el apóstol San Juan, a la vuelta de su destierro en la isla de Patmos, pasó los últimos años de su vida en Éfeso, a la sazón capital de la provincia romana de Asia. Desde allí dirigía las diversas iglesias de Asia Menor, cuyos nombres se citan en el Apocalipsis (Ap 2-3).

Según esta tradición la carta tuvo que ser escrita después del año 95/96, cuando –bajo el imperio de Nerva– San Juan volvió de Patmos. Aunque los argumentos no son definitivos, la mayoría de los autores se inclinan a pensar que es posterior al cuarto evangelio, ya que parece suponer las enseñanzas allí expuestas. De las tres cartas del Nuevo Testamento que se adscriben a San Juan, ésta parece ser cronológicamente la última, escrita al finalizar el siglo I de la era cristiana.

Como se desprende de su contenido, algunos falsos maestros –«anticristos», «falsos profetas» que engañan, «hijos del diablo», les llama San Juan 8– habían surgido en el seno de aquellas jóvenes iglesias, y aunque probablemente ya se habían desvinculado de ellas 9, seguían amenazando con sus errores la pureza de la fe y de las costumbres cristianas. El Apóstol escribe con la finalidad de denunciar aquellas desviaciones y fortalecer en la fe a los creyentes. Tales desviaciones se referían a la Persona y obra salvadora de Cristo, negando que Jesús fuera el Mesías, el Hijo de Dios10. Además, la insistencia de San Juan en que Jesucristo ha venido «en carne»11 parece indicar que rechazaban la realidad de la Encarnación del Verbo de Dios12. Junto a estos errores cristológicos, se propagaba también, en el plano moral, una visión equivocada de la vida cristiana: pretendían no tener pecado13; afirmaban haber alcanzado un conocimiento especial de Dios, que les eximía de guardar sus mandamientos14; decían amar a Dios y vivir en unión con Él, pero no amaban a sus hermanos15. Frente a unos y otros errores el Apóstol deja clara su enseñanza.

3. ENSEÑANZA

La comunión con Dios

San Juan desarrolla ampliamente la doctrina de la comunión o unión del cristiano con Dios. El motivo debió de ser –al menos en parte– las pretensiones de los falsos maestros, que se arrogaban un conocimiento superior de Dios –gnosis–, desvinculado de la enseñanza cristiana tradicional, y una unión permanente con Él, merced a la cual no se consideraban obligados a guardar los mandamientos, en especial el de la caridad fraterna. Frente a tales errores, San Juan subraya que sólo quienes permanecen en comunión con los Apóstoles y aceptan su mensaje, pueden alcanzar la unión con el Padre y con el Hijo16. Para describir esta comunión utiliza frases claras y audaces: conocer a Dios17; estar en Dios18 o en la luz19; tener al Padre20, o al Hijo21, y por tanto la vida eterna22; y, sobre todo, la expresión «permanecer» en Dios23, que llega a su cumbre en las llamadas fórmulas de reciprocidad: «Permanece en Dios y Dios en él»24.

El conocimiento amoroso de Dios se manifiesta en la observancia de sus mandamientos25, de manera que quien «guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él»26; especialmente resplandece en el mandamiento de la caridad fraterna27. En una palabra: «El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él»28.

La fe en Jesucristo

Desde el inicio29 hasta el final30, aparece una y otra vez la fe en la Persona y en la obra redentora del Hijo de Dios, Jesucristo. Tanto para combatir los errores, como para fortalecer a los cristianos en la fe recibida desde el principio, el Apóstol insiste en la divinidad de Jesucristo, en su Encarnación redentora y en su función de Mediador único entre Dios y los hombres. El prólogo resume ya las afirmaciones dogmáticas más importantes acerca de Jesucristo31: es el Verbo32 –es decir, la segunda Persona de la Santísima Trinidad– o el Hijo de Dios33; afirma su existencia eterna junto al Padre34, así como su Encarnación en el tiempo, insistiendo en la realidad de su naturaleza humana35. Es la misma Vida imperecedera, que a través de Él se comunica a los creyentes. Estas afirmaciones se desarrollan a lo largo de la carta.

La caridad

Es tema central en la carta. San Juan utiliza tanto el sustantivo «amor»36, como el verbo «amar»37. Por dos veces afirma que: «Dios es amor»38. Como dice San Agustín, en esta carta el Apóstol «dijo muchas cosas, prácticamente todas, acerca de la caridad»39. Dios es amor porque en Sí mismo, en su vida intratrinitaria, es una comunidad viva de amor. San Juan llega a esa expresión como fruto de una meditación profunda –bajo la inspiración del Espíritu Santo– sobre el modo de obrar de Dios en la historia de la salvación, y especialmente en la Encarnación redentora: «En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida»40.

La filiación divina

La comunión con Dios y la vida de la gracia recibida a través de Jesucristo constituyen al cristiano en hijo de Dios. «Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!»41. Aunque distinta de la filiación natural de Jesucristo42, la filiación divina del cristiano es una maravillosa realidad sobrenatural. Dios, por Jesucristo, da a los hombres su Vida, haciéndoles partícipes de su misma naturaleza divina43: de ahí que San Juan hable con frecuencia de los cristianos como «nacidos de Dios»44. No se trata, por tanto, de una relación meramente extrínseca, como un título honorífico o una simple adopción al modo humano: somos realmente hijos de Dios45.


1 1Jn 4, 2; cfr S. Policarpo, Ad Philippenses 7.1, 2.
2 Por ej., 1Jn 2, 18.19.21; 1Jn 4, 1-3; 1Jn 5, 1; cfr S. Ireneo, Adversus haereses 3, 16, 5.8.
3 cfr Stromata 2, 15, 66; 3, 4, 32; 3, 5, 44; 3, 6, 45.
4 Según testimonio de Eusebio de Cesarea, Historia ecclesiastica 6, 25, 8.
5 cfr Adversus Praxeam 15, Scorpiace 12; Adversus Marcionem 5, 16.
6 cfr 1Jn 1, 7.
7 Adversus haereses 3, 1, 1.
8 cfr 1Jn 2, 18.26; 1Jn 3, 7.10; 1Jn 4, 1.
9 cfr 1Jn 2, 19.
10 cfr 1Jn 2, 22; 1Jn 4, 3.14 s.
11 cfr 1Jn 4, 2.
12 cfr también el prólogo de la carta: 1Jn 1, 1-4.
13 cfr 1Jn 1, 8.
14 cfr 1Jn 2, 4-6.
15 cfr 1Jn 2, 9-11.
16 cfr 1Jn 1, 3.
17 cfr 1Jn 2, 3.13.14; 1Jn 3, 1.6; 1Jn 4, 6- 8; 1Jn 5, 20.
18 cfr 1Jn 2, 5; 1Jn 5, 20.
19 cfr 1Jn 2, 9.
20 cfr 1Jn 2, 23.
21 cfr 1Jn 5, 12.
22 cfr 1Jn 3, 15; 1Jn 5, 12.
23 cfr 1Jn 2, 6.24.27; 1Jn 3, 6.24.
24 1Jn 3, 24; cfr 1Jn 4, 13-16.
25 cfr 1Jn 2, 3-6.
26 1Jn 3, 24.
27 cfr 1Jn 2, 9-11; 1Jn 3, 14-17; 1Jn 4, 12.
28 1Jn 4, 16.
29 cfr 1Jn 1, 1-3.
30 cfr 1Jn 5, 13.20.
31 1Jn 1, 1-4. cfr también el prólogo del Evangelio de San Juan (Jn 1, 1ss.) con el que esta tan emparentado.
32 1Jn 1, 1.
33 1Jn 1, 3.
34 cfr 1Jn 1, 1-2.
35 Ibidem.
36 18 veces. En el original griego, el término es siempre el mismo –agápe–, aunque en la traducción aparezca unas veces «amor» y otras «caridad».
37 28 veces.
38 1Jn 4, 8.16.
39 In Epistulam Ioannis ad Parthos, prólogo.
40 1Jn 4, 9.
41 1Jn 3, 1.
42 San Juan utiliza incluso palabras distintas en griego para referirse al Hijo de Dios –hyiós– y a los cristianos como hijos de Dios –tekna–. Al dirigirse a sus discípulos, llamándoles cariñosamente «hijitos», utiliza otros términos: teknia, paidía.
43 cfr 2P 1, 4.
44 cfr 1Jn 2, 29; 1Jn 3, 9;1Jn 4, 7; 1Jn 5, 1.4.
45 cfr 1Jn 3, 1.