Amigos de Dios

Humildad

Lugar en el libro: 6ª
Datación: 6-IV-1965
Primera edición: III-1973
Orden de edición: 1ª

1. Nota histórica

El 21 de enero de 1973 fueron remitidos desde Roma a la Comisión Regional de España, para ser publicados, algunos textos homiléticos de san Josemaría. Eran los primeros que llegaban tras el envío a la imprenta de Es Cristo que pasa 1. Aunque pudieran aparecer antes en forma de folleto, su destino último era el nuevo volumen de homilías que se estaba comenzando a preparar. En realidad, solo uno de aquellos textos, el titulado Vida de fe, llegaría a formar parte de dicho volumen, pues los otros –de contenido eclesiológico– seguirían otro camino 2.

La homilía Humildad, que ahora consideramos, llegó a España justamente una semana después de las mencionadas, el 28 de enero de 1973 3, pero vio la luz antes que esas. Si bien ocupa el sexto lugar en el "Índice General" de Amigos de Dios, fue la primera de esta segunda serie en ser editada por separado como folleto. Es probable que su elaboración final fuera llevada a cabo por san Josemaría en las semanas comprendidas entre el 13 de diciembre de 1972 y el 28 de enero de 1973 4.

El original de la homilía consta de doce folios mecanografiados a doble espacio, con treinta y siete notas a pie de página de carácter bíblico, patrístico (incompletas) y litúrgico (los textos de la Misa de aquel día) 5.

San Josemaría tomó como base para redactarla algunas enseñanzas suyas sobre la virtud de la humildad, expuestas oralmente unos años antes (concretamente, el 6 de abril de 1965, martes de la Semana de Pasión), en una reunión familiar con los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, de la que han quedado diversos testimonios.

Uno de estos, nos lo ha hecho llegar Mons. Antonio Miralles, que se encontraba presente 6. Se han conservado asimismo tres versiones más de las palabras de san Josemaría en aquella reunión, preparadas – con distinto grado de elaboración– por otros oyentes 7. Un último testimonio, más sencillo y directo, lo ofrece la anotación del Diario del Colegio Romano de aquel día 8.

La primera edición por separado de la homilía Humildad 9 apareció en la revista madrileña Telva, n. 228, 15-III-1973, pp. 28-31, precedida de la siguiente entradilla:

"Contamos hoy en las páginas de Telva con una colaboración extraordinaria del Fundador del Opus Dei, Monseñor Escrivá de Balaguer. Con esa perfecta unión de profundidad teológica y de calidad literaria que le caracteriza, nos hace reflexionar en el tema de la humildad, de interés siempre actual, para el hombre de cualquier edad y condición".

Durante la preparación de la edición de Telva habían sido corregidas algunas pequeñas erratas del texto mecanográfico10. Además, cuando san Josemaría leyó el texto ya editado en la revista, introdujo a mano y en rojo dos modificaciones11, que fueron inmediatamente comunicadas a España12, para que se tuvieran en cuenta en la próxima edición –como folleto– que preparaba la Colección "Noray", y que apareció en su número 37 (Madrid, Palabra, 1973), así como en las ediciones sucesivas de la homilía. Posteriormente fue corregida otra errata13, que había sido detectada en Francia, durante el trabajo de traducción de la homilía al francés, a partir del texto aparecido en "Noray", n. 37.

2. Líneas teológico-espirituales de fondo

Humildad, para "conocer simultáneamente nuestra miseria y nuestra grandeza"

Como podrá comprobar de modo inmediato el lector, hemos elegido como título de esta presentación de la homilía una frase perteneciente al primero de sus párrafos. Es una formulación acertada para describir la situación interior de la persona humilde, que se sabe por sí misma nada y menos que nada: lodo, barro frágil de vasija rota (cfr. 95c), pero que también se sabe, por la Bondad divina, hija de Dios, un Padre "que siempre tiene preparado el auxilio" (95d).

Podríamos haber elegido un título diverso aunque de contenido análogo, tomado también del primer párrafo, y muy característico del lenguaje ascético de san Josemaría: "endiosamiento bueno y endiosamiento malo", grandeza y miseria, cabría decir, del estar en Dios o del estar en uno mismo, al margen de Él.

Desde el inicio de la homilía, cualquier lector que se conozca un poco a sí mismo, y ya por eso sepa también mucho de sus limitaciones (pues "nuestra miseria resalta con demasiada evidencia", 94b), se topará con una idea muy alentadora, esencialmente cristiana: "¿Qué importa que seamos criaturas de lodo, si tenemos la esperanza puesta en Dios?" (94c). Hay en este volumen otro texto dedicado por completo a la esperanza teologal, pero es estupendo encontrar también en este, como ráfaga de aire fresco, una referencia a la inseparabilidad entre humildad y esperanza en el corazón y en la inteligencia del hombre de fe.

El rasgo de fondo al que hemos aludido en anteriores ocasiones, el sentido o autoconciencia de la filiación divina, constituye también aquí, como en toda la enseñanza de san Josemaría, un elemento iluminante. La humildad de la que habla el Autor de la homilía es la humildad de los hijos de Dios: si se deja de resaltar ese "complemento" se desatiende un aporte teológico-ascético característico del texto. La humildad no es encogimiento ni cobardía: va gallardamente de la mano de la esperanza, porque es humildad de hijo de Dios. "No concedáis el menor crédito a los que presentan la virtud de la humildad como apocamiento humano, o como una condena perpetua a la tristeza. Sentirse barro, recompuesto con lañas, es fuente continua de alegría; significa reconocerse poca cosa delante de Dios: niño, hijo. ¿Y hay mayor alegría que la del que, sabiéndose pobre y débil, se sabe también hijo de Dios?" (108a).

Los cinco apartados de la homilía abundan en esta línea.

Para oír a Dios (nn. 96-98)

Así titula san Josemaría el primero de dichos apartados. Es una fórmula sugestiva, que invita a contemplar la práctica de la virtud desde una perspectiva novedosa y atrayente: como "requisito indispensable para disponerse a oír a Dios" (96a). La fuerza del adjetivo (indispensable) ilustra, a sensu contrario, el grave perjuicio inducido en el corazón del hombre, hecho para amar a Dios, por la ausencia de humildad. A veces, más que de "silencio de Dios" hay que hablar de privación o escasez de oído para escucharle, por falta de humildad. En verdad, "Dios únicamente desea nuestra humildad, que nos vaciemos de nosotros mismos, para poder llenarnos; pretende que no le pongamos obstáculos, para que –hablando al modo humano– quepa más gracia suya en nuestro pobre corazón" (98).

La soberbia, el enemigo (nn. 99-101)

La humildad, ese "mirarnos como somos, sin paliativos, con la verdad" (96a), es por eso mismo el único camino posible "para vivir vida divina" (98). Merece entonces ser descrita, repite el Autor, como "endiosamiento bueno" pues abre la puerta del alma al encuentro personal con Quien la sana y la eleva. Y análogamente, su antítesis, la soberbia, es la vía que, como amor exagerado al propio yo, "conduce al endiosamiento malo", al alejamiento de Dios y de los demás, pues "cuando el orgullo se adueña del alma, no es extraño que detrás, como en una reata, vengan todos los vicios: la avaricia, las intemperancias, la envidia, la injusticia" (100a). Resulta así que la soberbia, "el peor de los pecados y el más ridículo" (100b), es también el peor enemigo de la serena vida humana y de la plena vida cristiana.

Un borrico por trono (nn. 102-103)

A lo largo de toda su vida, pero de modo más frecuente durante los primeros años de la fundación del Opus Dei, san Josemaría, en la intimidad de su trato con Dios, al contemplar la debilidad de sus fuerzas y la magnitud de la carga que el Señor había puesto sobre sus hombros, deseando por encima de todo llevarla a cabo, se veía a sí mismo –y así se denominaba en la oración– como un "borrico", e incluso un "borrico sarnoso" (cfr., por ejemplo, VdP, 1, caps. 5-6, passim). En ese estado de cosas, el día 4 de febrero de 1932 tuvo lugar un acontecimiento singular, del que dejó constancia escrita en sus Apuntes íntimos: "Esta mañana, como de costumbre, al marcharme del Convento de Santa Isabel, me acerqué un instante al Sagrario, para despedirme de Jesús diciéndole: Jesús, aquí está tu borrico… Tú verás lo que haces con tu borrico… – Y entendí inmediatamente, sin palabras: ‘Un borrico fue mi trono en Jerusalem’. Este fue el concepto que entendí, con toda claridad" (543). Esa locución divina, que confirmaba la tarea encomendada, estuvo siempre viva y actual en el corazón y en la mente de san Josemaría. A veces la recordaba discretamente, sin hablar de sí, al animar a otros a trabajar por Cristo. Así se advierte en el enunciado de este nuevo apartado de la homilía. Humildad del borrico y humildad también, ¡más significativa!, del Rey que entró en su ciudad montado en un pobre animal de carga. El Autor nos ayuda a contemplar en estos párrafos de la homilía distintas escenas reveladoras de la humildad del Señor.

Frutos de la humildad (nn. 104-106)

¿Consecuencias del "endiosamiento bueno"? La certeza de la permanente cercanía de Dios, que no desdeña jamás a quien le busca, y de su constante socorro en la adversidad pues nunca abandona a los suyos: "Aunque haya muchos peligros, aunque el alma parezca acosada, aunque se encuentre cercada por todas partes por los enemigos de su salvación, no perecerá" (104). El humilde sabe, con una sabiduría que le viene dada, que "el Señor es el de siempre", y que, aun en medio de la mayor adversidad, "las manos de Dios son igualmente poderosas y, si fuera necesario, harían maravillas" (105d) en su favor. El endiosamiento de la humildad ofrece seguridad en cualquier ambiente; permite asimismo confiar siempre en la victoria (cfr. 106a); y, no obstante "la conciencia de nuestra poquedad" (106b), empuja a emprender, con ánimo de servicio, grandes labores (cfr. ibid.).

Humildad y alegría (nn. 107-109)

La humildad de los hijos de Dios va siempre en compañía –no importa repetir el complemento– de la alegría de los hijos de Dios. No cabe motivo de tristeza, resalta san Josemaría, "cuando el alma vive esa realidad sobrenatural de su filiación divina" (108b). La conclusión es inmediata: "Que estén tristes los que se empeñan en no reconocerse hijos de Dios, vengo repitiendo desde siempre" (ibid.). La sugerencia final del Autor es mirar a María, humilde esclava del Señor, llena de gozo como Madre del Verbo divino y, por todo ello, causa de nuestra alegría (cfr. 109).

Notas

1 El índice del primer volumen de homilías (Es Cristo que pasa) había quedado cerrado –como ya ha sido indicado (cfr. supra, "Introducción General", Segunda Parte, I, 6)– el 13 de diciembre de 1972.
2 Se trataba de las homilías Lealtad a la Iglesia y El fin sobrenatural de la Iglesia, que no fueron incluidas finalmente en Amigos de Dios, y acabarían formando parte, junto con la homilía Sacerdote para la eternidad, del libro Amar a la Iglesia (cfr. ibid., nt. 196).
3 com/cg/28-I-1973, en AGP, A.3, 108-1-1. El texto fue asimismo enviado unos días después a las Comisiones Regionales de Alemania, Francia, Portugal y Estados Unidos, para ser traducido y editado en las respectivas lenguas (com/cg/1-II-1973, en AGP, A.3, 108-1-2). El envío a Estados Unidos fue también comunicado a Irlanda, Inglaterra y Australia, para que pudieran disponer de una copia de la traducción inglesa una vez aprobada.
4 En esas semanas concluiría también la redacción final de Vida de fe, enviada una semana antes a España, como ya hemos indicado.
5 Ese original mecanografiado, última redacción del texto de la homilía, sin correcciones, se encuentra en AGP, A.3, 108-1-1. También se conserva, en A.3, 110-2-6, una copia posterior en la que se han añadido a mano dos pequeños, y últimos, retoques al texto, indicados por san Josemaría (los mencionaremos a continuación, y serán también oportunamente señalados en el texto comentado). En esa copia se ha incorporado además alguna corrección de erratas en las citaciones bíblicas, y se han añadido a mano los números marginales definitivos que acompañan al texto editado.
6 Está firmado, con fecha de 22 de junio de 2013. Su contenido literal es este: "El 6 de abril de 1965, martes de Pasión como entonces se llamaba, san Josemaría vino a estar de tertulia poco después de las dos, en el soggiorno de la Casa del Vicolo, con los que habíamos comido en el primer turno de comida. Entonces el Colegio Romano de la Santa Cruz estaba en Villa Tevere y había dos turnos de comida. Era frecuente que nuestro Padre viniera a la tertulia con los del primer turno; los del segundo turno podían estar con él cinco o diez minutos, hasta la hora de su turno. Por eso había una rotación de los que comían en el segundo turno. / Ese martes nuestro Padre pidió que le trajeran un misal de fieles, de esos que eran bilingües, Pancho (Francisco Baeza Donoso), que era el secretario del Colegio Romano, trajo el que usaba habitualmente. La tertulia continuó como de ordinario, pues nuestro Padre quería que vinieran los del segundo turno para decirnos lo que había pensado sirviéndose de ese misal. No era nada frecuente una cosa así. Se veía que quería decirnos algo que era importante que se nos grabara bien. / Cuando llegaron los del turno, san Josemaría empezó a comentarnos el propio de la Misa de ese día, empezando por el Introito. Quería hablarnos de ‘endiosamiento bueno’ y ‘endiosamiento malo’, en resumidas cuentas, de la humildad. Como era habitual, algunos más expertos en esa tarea tomaron notas de lo que nuestro Padre nos decía. Las notas de esa tertulia sirvieron a nuestro Padre para preparar la homilía que, con el título Humildad, se publicó posteriormente –no recuerdo cuándo– y se recogió en el libro póstumo de homilías suyas titulado Amigos de Dios. / No recogió enteramente esas notas, porque no incluyó algunos comentarios sobre unos versículos del Evangelio de aquel día (Jn 7, 1-13), que le habían conmovido, recordando experiencias suyas personales. Los vv. 12-13: ‘Murmur multum erat in turba de eo. Quidam enim dicebant: Quia bonus est. Alii autem dicebant: Non, sed seducit turbas. Nemo tamen palam loquebatur de illo propter metum Iudaeorum’. San Josemaría recordaba los años en que era objeto de continuas calumnias y muchas personas no se atrevían a defenderle por temor a represalias. También comentó el v. 10: ‘Ut autem ascenderunt fratres eius, tunc et ipse ascendit ad diem festum non manifeste, sed quasi in occulto’, subrayando la naturalidad con que actuaba Jesús, sin buscar el espectáculo".
7 Esas versiones, fruto, como hemos señalado, de la recopilación de las palabras de san Josemaría por algunos asistentes a aquella reunión de familia, se hallan reunidas en un dossier que se conserva junto a otros análogos, procedentes en su mayor parte de meditaciones predicadas por el fundador. De hecho, este dossier está archivado como meditación, no siéndolo. Se encuentra en AGP, A.4, m650406. Se conservan tres versiones: Versión A –que es la que tomaremos en cuenta, como texto básico, en el apartado "3. Texto anotado"–): Consta de 2 folios y 1/2, a espacio simple; se conservan cuatro copias iguales, bajo el título de: "Comentario del Padre a la misa del martes de Pasión", y debajo: "(Roma, 6-IV-65)". Lo más interesante es que, aparte de esas cuatro copias, hay una primera redacción de ese mismo texto con algunas pequeñas correcciones autógrafas de san Josemaría en la primera página, a rojo, que en las copias ya han sido corregidas. Además, en las copias se han numerado los párrafos y se han introducido algunas ref. bíblicas que no están en esa redacción primera. No parece que esas pequeñas correcciones tengan que ver con el proceso de redacción de la posterior homilía sino que deben ser de la época en que se tomaron esas notas, y fueron pasadas a san Josemaría para que las viera. Versión B): Consta de 1 folio y 3/4, con un contenido muy semejante al anterior, aunque más escueto. Su título es: "Roma, 6-IV-65. Comentario del Padre a la Misa del martes de Pasión". Se conservan dos copias no exactamente iguales, pues cambia alguna palabra (una de esas copias tiene los párrafos numerados a posteriori). Versión C): Consta de 1 folio, a espacio simple; el texto es análogo a los de las otras versiones, aunque más escueto, y con alguna imprecisión. Tiene como título: "CRS+ 6-IV-65. Comentario del Padre a la Misa de hoy. Martes de Pasión". Un texto más breve, ligado a la Versión A, en "Meditaciones", vol. IV, AGP, Biblioteca, P06, pp. 716-721.
8 He aquí su texto, que recogemos literalmente pues confirma y completa algún aspecto de los anteriores, y que se conserva en AGP, serie M.2.2, leg. 429, cuaderno 5 (12 mar - 22 may 65): "Después de la comida nos enteramos que el Padre está en el soggiorno de la Casa de retiros. Tenemos una larga tertulia con él. / Nos habló del ‘endiosamiento’ bueno y del ‘endiosamiento’ malo, diciéndonos que el bueno es el que está fundado en el amor, la esperanza, la fortaleza de Dios. Con este endiosamiento, comentaba, no importa que seamos de barro, como un botijo de barro roto con lañas, conscientes de que por menos de nada nos podemos romper. / Nos comentó después, con el Misal, la epístola del día, que hablaba del milagro del Señor con Daniel, cuando por una injusticia le habían metido en un foso con leones. Nos dijo que nosotros no debemos tener miedo de nada, que el tiempo actual tiene muchos ‘leones’ sueltos y nosotros, como Daniel, estamos en medio de ellos; pero que ahora los leones están hambrientos y [algunos] se quedan dentro de la Iglesia para hacer daño desde dentro. / Luego nos dijo que debíamos persuadirnos de que nosotros llevamos el remedio para vencer dentro de esta lucha: el espíritu de Dios, nuestro ambiente. Nosotros, tomando las debidas precauciones de prudencia, podemos vivir en medio de leones. Y sin importarnos que haya leones haremos una espléndida siembra de paz y de alegría. Debemos ser hombres tranquilos, serenos, porque mientras queramos la gracia de Dios no nos faltará. / Añadió que, si somos sinceros y nos dejamos ver tal como somos, y nos ‘endiosamos’ a base de humildad y no de soberbia, estaremos seguros en cualquier ambiente, con o sin leones. Luego nos dijo cómo, qué hemos de hacer para conseguir ese endiosamiento bueno. Hacer lo que hacía Jesús, que ponía los medios humanos; y nos comentó el evangelio del día, cuando Jesús les dice a los discípulos que no va con ellos a la ciudad, y después, con discreción, va solo. Medios humanos, discreción, pillería y lección de endiosamiento bueno. / Terminó la tertulia pidiéndonos que hiciéramos el propósito firme de estar pegados al Papa y a la Santa Sede con todas nuestras fuerzas. Y nos dijo que esto, el amor y servicio a la Iglesia y al Papa, en el Opus Dei es cuestión de principio, sin necesidad de votos, ‘ni botas, ni botines’, son ¡virtudes! Que es lo que nos interesa. Repetía el Padre que él tiene hacia los votos toda la veneración y respeto que enseña la Teología moral, pero que en Casa no le interesan".
9 Esa edición es reproducción fiel del original mecanografiado. Las referencias patrísticas, como en dicho original, son aún incompletas al no incluir las referencias a la Patrología de Migne, que más tarde (en la edición del libro) se añadirían.
10 Aunque las señalaremos en su lugar oportuno, las recogemos también aquí, en conjunto:
Lugar – Texto mecanográfico – Texto de la 1ª edición
101c – "morboso" – "morboso, "
105a – "epístola" – "Epístola"
107a – "gradual" – "Gradual"
107c – "ofertorio" – "Ofertorio"
Otras dos correcciones de erratas, que solo se incorporaron al texto –sin que sepamos por qué– en la 3ª edición del libro, son:
Lugar – Texto de la última redacción – Texto de la 1ª edición
102c – "Cafarnaún" – "Cafarnaúm"
107a – "y después suplica:" – "y después suplica, "
11 Las páginas de la revista, con esas correcciones autógrafas, se conservan en AGP, A.3, 108-1-1.
12 com/cg/17-III-1973, en ibid. La misma comunicación fue enviada a los países que se ocupaban de las traducciones (Italia, Portugal, Alemania, Estados Unidos y Francia). En la comunicación esas correcciones autógrafas son señaladas conforme a la paginación del original mecanografiado: 2, §2: encanto original // original encanto; 3, §final: aprendamos // sepamos. En esta edición las indicaremos oportunamente de acuerdo con la numeración de las páginas de Telva, que es donde se encuentran las correcciones.
13 En la nt. 32, ponía: Rom VIII, 31, y debía decir: Ps. IX, 13.