Amigos de Dios

Vivir cara a Dios y cara a los hombres

Lugar en el libro: 10ª
Datación: 3-XI-1963
Primera edición: VI-1976
Orden de edición: 14ª

1. Nota histórica

Como ha quedado indicado más arriba, el original de la homilía Vivir cara a Dios y cara a los hombres fue enviado al mismo tiempo que el de Trabajo de Dios, "para que las publiquéis como de costumbre" 1. Ocupaba diecinueve folios mecanografiados a doble espacio, con treinta y siete notas a pie de página, algunas incompletas. En el primer folio, debajo del título, se lee: "3-XI-1963. Domingo XXII después de Pentecostés" 2.
La primera parte de la homilía (nn. 154-165), fue redactada por san Josemaría teniendo presente la transcripción de los apuntes –tomados por algunos asistentes– de una meditación predicada por él en Roma, a los miembros del Consejo General del Opus Dei, el 3 de noviembre de 1963 (domingo XXII después de Pentecostés) 3. Se conservan tres versiones, prácticamente idénticas, de esa meditación 4.
No conocemos, en cambio, qué texto básico utilizó san Josemaría para elaborar la segunda parte de la homilía (nn. 166-174), que trata sobre la virtud de la justicia. Es muy probable que fuera directamente redactada de cara a su publicación.
La primera edición de Vivir cara a Dios y cara a los hombres apareció en la revista Palabra, n. 142, junio de 1977, pp. 5-10. Iba precedida de una entradilla de la redacción de la revista que decía:
"El 26 de junio se cumple el segundo aniversario del tránsito al cielo de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. De entonces acá, con la perspectiva que proporciona el tiempo, su figura y su enseñanza vienen agrandándose en la conciencia de millones de fieles, que procuran conocer con más detalle su vida santa, meditan con atención sus escritos, visitan en Roma la cripta donde reposan sus restos mortales, tratan de vivir sus enseñanzas, y –más que encomendarlo a Dios Nuestro Señor– en la intimidad de sus corazones se encomiendan a la intercesión del Fundador del Opus Dei (se cuentan por miles las personas que manifiestan haber alcanzado por su mediación gracias divinas de todo tipo). Las páginas de Palabra se honran, en este aniversario, con la publicación de una homilía –hasta ahora inédita– de Mons. Escrivá de Balaguer. Y, mejor que presentar el texto, preferimos invitar a su lectura".
Poco después fue publicada también en Cuadernos "Mundo Cristiano", n. 11, julio 1977 (10.000 ejemplares).

2. Líneas teológico-espirituales de fondo

Las imprescindibles virtudes del buen gobierno
Como enseña el Concilio Vaticano II, una misma es la santidad a la que son llamados los cristianos, en cualquier género de vida y de circunstancias personales; pero cada uno ha de alcanzarla en conformidad con los dones y gracias recibidos (cfr. Lumen gentium, 41).
Análogamente, una y la misma es la vida sobrenatural, como proceso de conformación con Cristo, y es también común el modo de avanzar por ese camino: la docilidad al Espíritu Santo y la práctica de todas las virtudes. Y, aunque dicha práctica es requisito para todos los que quieren seguir a Cristo de cerca, es asimismo claro que en determinadas situaciones personales –por las funciones que se deben desempeñar, por motivos de formación, por encargos de gobierno, etc.– viene exigido de manera más directa y con mayor carga de responsabilidad el ejercicio constante y generoso de las virtudes cardinales.
Este es el argumento básico de la presente homilía, cuyo punto de apoyo fue, como hemos indicado, una meditación de san Josemaría, en 1963, a un grupo fieles del Opus Dei que respondían al perfil indicado. El contenido del texto se refiere principalmente a la práctica de la prudencia y de la justicia, virtudes imprescindibles para llevar a cabo un buen gobierno. De la primera, en efecto, señala el Autor: "la virtud de la prudencia resulta imprescindible a cualquiera que se halle en situación de dar criterio, de fortalecer, de corregir, de encender, de alentar" (155a). Y sobre la segunda, después de destacar que, por delante de toda otra forma de justicia se encuentra la justicia con Dios, escribe: "Mirad que la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto de derechos y de deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a base de sumas y de restas" (168b). "La virtud cristiana es más ambiciosa: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legítimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales, familiares, sociales…, sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes" (169a).
El texto se articula en ocho apartados, cuyas líneas de fondo sintetizamos a continuación.

La prudencia, virtud necesaria (nn. 155-157)

Ya hemos encontrado en un texto anterior diversas aseveraciones de san Josemaría sobre la virtud de la prudencia (cfr. supra, 85-88, con las respectivas anotaciones y la bibliografía allí citada, a las que nos remitimos). Aquí es denominada "virtud necesaria", haciéndose probablemente eco de la doctrina de santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th., II-II, q. 47), para quien la prudencia es, en efecto, la virtud más necesaria para llevar una existencia íntegra, ya que vivir bien consiste en obrar bien. En cuanto virtud moral suele describirse como un hábito intelectual –una cualidad del intelecto práctico–, que ayuda a ordenar rectamente, de acuerdo con la verdad y el bien, la finalidad de las propias acciones, y a elegir los medios adecuados para lograrlo. En ese sentido, siguiendo a Aristóteles, es clásica su definición como "recta ratio agibilium". En el orden sobrenatural, esto es, bajo el régimen de la gracia, la prudencia es luz de Dios que impulsa a orientar todas las acciones hacia nuestro destino eterno y a escoger sabiamente los medios. Desde ese punto de mira, como pone de manifiesto la teología, depende de la prudencia el ejercicio de las demás virtudes, y es indispensable para su desarrollo 5. Es designada por ello "genitrix et auriga virtutum". A la prudencia sobrenatural se refiere san Josemaría cuando escribe: "Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima (…) que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes" (155b). Ese prudente "trabajar por Dios" será considerado, principalmente, por el Autor desde la perspectiva de su aplicación a las responsabilidades de quienes han de guiar a otros en el camino de la santidad y el apostolado.

Los respetos humanos (nn. 158-159)

Ser prudentes en el ejercicio de los trabajos mencionados exige –como en cualquier tarea realizada por un cristiano, pero aquí además con el particular deber de conducir a otros hacia Dios– amor a la verdad y valentía para practicarla de modo coherente, sin temor al qué dirán, aunque a veces resulte gravoso. La tentación de callar ante la dificultad, o de pasar por alto lo que cuesta hacer o decir, está siempre acechando. Ceder en esos puntos es impropio del maestro prudente, pues: "Los que no se esfuerzan en llevar a cabo con diligencia su tarea, ni son maestros, porque no enseñan el camino auténtico; ni son verdaderos, pues con su falsa prudencia toman como exageración o desprecian las normas claras, mil veces probadas por la recta conducta, por la edad, por la ciencia del buen gobierno, por el conocimiento de la flaqueza humana y por el amor a cada oveja, que empujan a hablar, a intervenir, a demostrar interés" (158b). En quien tiene obligación de ayudar delicadamente a otros a amar la verdad, el miedo a "apurarla" es una conducta impropia, una actitud de "falsos maestros", en cuya actuación "no hay prudencia, ni piedad, ni cordura; esa postura refleja apocamiento, falta de responsabilidad, insensatez, necedad" (158c). Diligencia, pues, en el gobierno espiritual, que asimismo exige cercanía, confianza, cordialidad: "Prudentes, sí; cautelosos, no. Conceded la más absoluta confianza a todos, sed muy nobles. Para mí, vale más la palabra de un cristiano, de un hombre leal –me fío enteramente de cada uno–, que la firma auténtica de cien notarios unánimes, aunque quizá en alguna ocasión me hayan engañado por seguir este criterio. Prefiero exponerme a que un desaprensivo abuse de esa confianza, antes de despojar a nadie del crédito que merece como persona y como hijo de Dios" (159b).

Actuar con rectitud (nn. 160-161)

El modo recién referido de llevar adelante la tarea descrita, se puede resumir en tres palabras: "actuar con rectitud". A este comportamiento de maestro prudente se refieren los próximos párrafos. "Rectitud" es aquí sinónimo de integridad, honradez, sinceridad…, y en ese sentido, el contenido del apartado puede quedar válidamente expresado con estas palabras: "Sed prudentes y obrad siempre con sencillez, virtud tan propia del buen hijo de Dios. Mostraos naturales en vuestro lenguaje y en vuestra actuación. Llegad al fondo de los problemas; no os quedéis en la superficie. Mirad que hay que contar por anticipado con el disgusto ajeno y con el propio, si deseamos de veras cumplir santamente y con hombría de bien nuestras obligaciones de cristianos" (160b). Evidentemente, es más cómodo callar "con la excusa de no disgustar al prójimo", pero es un serio descamino en la tarea de formar a otros, ante el que san Josemaría no duda en escribir: "Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas" (161a).

El colirio de la propia debilidad (nn. 162-164)

En el nuevo apartado de la homilía, el Autor, tomando como referencia el significado del término "colirio" (medicamento que se usa para las enfermedades de los ojos), aborda otro aspecto de su enseñanza sobre la virtud de la prudencia. Mirar a los demás desde el conocimiento de la propia debilidad forma también parte de la práctica de la virtud en las tareas de formación y dirección. "No ha de asustarte que vean tus defectos personales, los tuyos y los míos; yo tengo el prurito de publicarlos, contando mi lucha personal, mi afán de rectificar en este o en aquel punto de mi pelea para ser leal al Señor. El esfuerzo para desterrar y vencer esas miserias será ya un modo de indicar los senderos divinos" (163a).

A cada uno lo suyo (nn. 165-166)

Comienza la segunda parte de la homilía, dedicada a la virtud cardinal de la justicia. El título del apartado expresa ya lo esencial de la virtud, que consiste en efecto en dar a cada uno –a Dios y a los hombres– lo que rectamente les corresponde. No tenemos conocimiento de algún texto procedente de su predicación, en el que san Josemaría pudiera haberse apoyado 6.
En ese "dar a cada uno lo suyo" pone aquí san Josemaría un acento muy característico, pues lo formula –quizás porque está pensando desde la inseparabilidad entre justicia y caridad, a la que luego se referirá más expresamente– en términos de servicio. Y así, considerando la virtud en toda su extensión, y contemplándola desde la hondura de su concepción cristiana, escribe: "No hay –no existe– una contraposición entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este mundo como camino que nos lleva a la patria celeste" (165b). Por esa vía continúa la reflexión en los párrafos sucesivos.

Deberes de justicia con Dios y con los hombres (nn. 167-169)

He aquí el punto clave: "Grabémoslo bien en nuestra alma, para que se note en la conducta: primero, justicia con Dios. (…) Porque negar a Nuestro Creador y Redentor el reconocimiento de los abundantes e inefables bienes que nos concede, encierra la más tremenda e ingrata de las injusticias. Vosotros, si de veras os esforzáis en ser justos, consideraréis frecuentemente vuestra dependencia de Dios (…), para llenaros de agradecimiento y de deseos de corresponder a un Padre que nos ama hasta la locura" (167a). Y si nos pareciera impotente nuestra justicia –como efectivamente lo es– para dar a Dios todo lo que se le debe dar, el Autor nos recuerda que "a la impotencia de la justicia humana, suple con creces la misericordia divina. Él sí se puede dar por satisfecho, y remitirnos la deuda, simplemente porque es bueno e infinita su misericordia (Ps CV, 1)" (ibid.).
Y justicia también con los hombres, ordenadamente: con la familia, los amigos, los colegas, los conciudadanos, con todos los hombres, en fin. Y no limitándose a un cumplimiento frío, a un "respeto exacto de derechos y de deberes" (168b), sino poniéndola en juego, por decirlo así, en su pleno sentido cristiano, pues "la virtud cristiana es más ambiciosa: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legítimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales, familiares, sociales…, sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes" (169a).

Justicia y amor a la libertad y a la verdad (nn. 170-171)

En el título del nuevo apartado se pone de manifiesto la primera perspectiva que va a seguir el Autor, para ayudar al lector a captar la verdadera naturaleza de la virtud de la justicia y de su práctica, esto es, su inseparable relación con la verdad y la libertad, sin las cuales se vacía de sentido y queda su práctica reducida a palabrería. Justicia, sí, pero con la obligación previa y concomitante de "defender la libertad personal de todos, sabiendo que Jesucristo es el que nos ha adquirido esa libertad (Gal IV, 31); si no actuamos así, ¿con qué derecho reclamaremos la nuestra?" (171a). Justicia, sí, con todos, pero defendiendo también la verdad "que nos libera, mientras que la ignorancia esclaviza" (ibid.): la verdad del hombre y de su dignidad de hijo de Dios. Esa verdad implica su derecho "a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad, porque la conciencia –si es recta– descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas" (170a). Encierran esas palabras una síntesis de la doctrina social de la Iglesia.

Justicia y caridad (nn. 172-174)

Segunda perspectiva que nos ofrece el Autor para captar la verdadera naturaleza de la virtud de la justicia y de su puesta en práctica: su relación con la caridad ("que es un generoso desorbitarse de la justicia", 173a), donde todo llega a su pleno sentido. Basta con reproducir un pasaje, que, como los demás, serán comentados más adelante: "Convenceos de que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad. Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios. La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo, lo deifica: Dios es amor (1Jn 4, 16)" (172b).

Notas

1 Cfr. supra, la "Nota Histórica" de Trabajo de Dios. Ambos textos venían acompañados de com/cg/22-III-1977 (AGP, A.3, 109-1-7).
2 Falta, seguramente por descuido, la habitual expresión: "Homilía pronunciada el", que suele preceder a esa fecha. El original se encuentra archivado en AGP, A.3, 109-2-7. Además de este, y de manera semejante a las demás homilías que estudiamos, se conserva otra copia del original (en AGP, A.3, 110-2-10), en la que, posteriormente, se han escrito a mano los números marginales definitivos (154-174) –tachando los de la primera ordenación (177-197)–, y ya se han completado las citas patrísticas, con referencia al Migne.
3 En una brevísima anotación del Diario del Consejo General, correspondiente a ese día, se lee: "Tenemos retiro mensual. La primera meditación la dirige el Padre" (AGP, M.2.2, 430-11, 12 abr – 27 dic 1963).
4 AGP, A.4, m631103. Versión A): Dos hojas, tamaño holandesa, casi sin márgenes. Título: "PALABRAS NO LITERALES DEL PADRE", y al final de la segunda hoja la fecha: "Roma, 3 de noviembre 1963". Se conserva original y una copia; Versión B): Tres folios a espacio sencillo. Es una copia de la anterior, aunque mecanografiada en otro formato. Título: "PALABRAS NO LITERALES DEL PADRE. 3.XI.63" (usaremos esta versión para comparación de textos); Versión C): Cuatro folios mecanografiados a doble espacio. Es una versión corregida de las anteriores (pequeñas erratas: comas, acentos, etc.), pero sustancialmente idéntica. Su título: "Domingo XXII después de Pentecostés. 3-XI-1963".
5 Cfr. SELLÉS, La virtud de la prudencia.
6 Sobre la virtud de la justicia en la enseñanza de san Josemaría, cfr. FERRARI, "Justicia", pp. 704-710; BURKHART-LÓPEZ, 2, pp. 430ss.