El texto original de la homilía Vida de oración fue remitido desde Roma el día 11 de abril de 1973 1. Habían transcurrido veinte días desde el envío anterior 2. Constaba de trece folios mecanografiados a doble espacio, con treinta y tres notas a pie de página 3.
El origen remoto del texto se encuentra en las notas tomadas por los oyentes de una meditación, que san Josemaría predicó el 4 de abril de 1955 (lunes santo), a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz, durante un curso de retiro 4. Se conserva un dossier que contiene una copia manuscrita (A), dos copias mecanográficas de esa misma versión A, aunque algo diversas entre sí (B y C), y otras dos versiones manuscritas (D y E), semejantes, lógicamente, a las anteriores aunque procedentes de oyentes distintos; hay además numerosas fichas breves, redactadas por otros asistentes a la meditación, reunidas en un sobre 5.
El Diario del Colegio Romano, en la anotación correspondiente al 4 de abril de 1955 6, señala que la meditación tuvo lugar a las 12.00 de aquel día, y ofrece –como en otros casos– un amplio resumen de su contenido. Comienza así: "Sabíamos ya que a las 12 el Padre nos iba a dar la meditación. Nos ha hablado de oración, de nuestra vida contemplativa". Y, a partir de esas palabras, recoge literalmente el texto de la mencionada versión C 7.
Antes de elaborar la versión definitiva de la homilía –es decir, la que aparecería editada primero en forma de folleto y luego iría incluida en Amigos de Dios–, san Josemaría había preparado un texto –basándose, probablemente, en la versión C, con la que guarda bastante semejanza–, que fue publicado privadamente, en 1972, en dos revistas internas del Opus Dei, con el título de La oración de los hijos de Dios 8. Este mismo texto apareció de nuevo en 1995, también en forma privada, dentro del volumen titulado En diálogo con el Señor, que reunía algunos escritos inéditos del Autor 9.
La primera edición de la homilía Vida de oración vio la luz en julio de 1973, en Madrid, en el n. 168 de la colección de "Folletos Mundo Cristiano", de Ediciones SARPE10. En un ejemplar de ese folleto introdujo san Josemaría dos ligeras modificaciones autógrafas en rojo (un cambio de palabra y la corrección de una errata), que señalaremos en el lugar correspondiente del texto comentado11.
Comienza el Autor esta nueva homilía con un preámbulo, relativamente extenso, en el que, no obstante su carácter introductorio, ya están puestas las bases firmes sobre las que se construye el texto. Es preciso otorgarles la atención que merecen, y así lo hacemos –como si se tratara de un apartado previo–, poniendo en resalte algunos pasajes.
Una de dichas bases la encontramos ya aludida en el primer párrafo de la homilía, es decir, en su mismo punto de arranque; su simple lectura permite advertir la altura en la que san Josemaría sitúa su reflexión y, derivadamente, lo que piensa y espera de sus lectores: "La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada" (238a). En ese terreno, que es el de Cristo –como vamos a ver inmediatamente–, se mueve el Autor, y ahí quiere asentar las indicaciones, de carácter más didáctico, que posteriormente nos ofrecerá.
La segunda base en la que se sostiene la homilía, colocada inmediatamente después de la anterior, es esta: "Quisiera que hoy, en nuestra meditación, nos persuadiésemos definitivamente de la necesidad de disponernos a ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo, con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. Si pretendemos seguir lealmente los pasos del Maestro, ese es el único camino" (238b). Entiéndalo bien, por tanto, el lector: la oración de la que aquí se nos habla es la de quienes, porque han captado –por la gracia de Dios– la esencia de su vocación de cristianos, quieren ser "almas contemplativas en medio de la calle"; es decir, se habla de oración para "almas de oración". Alto es, pues, el punto de partida, y por eso mismo muy atrayente.
A continuación de ese elevado comienzo, el Autor –con su habitual estilo de predicación– conduce nuestra atención hacia Jesucristo, como diciéndonos: hemos puesto alto el listón, pero no es cosa nuestra sino que es el Señor mismo quien lo ha situado a esa altura, que es la suya –como Hijo del Padre–, y también ha de ser la nuestra –como hijos en el Hijo–. Toda la vida del Señor es, en efecto, una vida de oración. "Es muy importante –perdonad mi insistencia– observar los pasos del Mesías, porque Él ha venido a mostrarnos la senda que lleva al Padre. (…) Aprenderemos a vivir cada instante con vibración de eternidad, y comprenderemos con mayor hondura que la criatura necesita esos tiempos de conversación íntima con Dios: para tratarle, para invocarle, para alabarle, para romper en acciones de gracias, para escucharle o, sencillamente, para estar con Él" (239b).
Por ese camino de la vida de oración se llega enseguida a la conclusión –es un nuevo elemento básico que desvela el Autor– de que: "el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de la vida interior. (…) Si queremos ayudar a los demás, si pretendemos sinceramente empujarles para que descubran el auténtico sentido de su destino en la tierra, es preciso que nos fundamentemos en la oración" (239c).
Finalmente, en este denso preludio de la homilía, contempla san Josemaría a la Santísima Virgen, que vive de oración, mostrándonos que esa es "entonces, como hoy, la única arma, el medio más poderoso para vencer en las batallas de la lucha interior" (242b).
Recogemos ahora algunas ideas de cada apartado.
Comienza el Autor mencionando una aspiración que desearía para todos los que le leen, pero se entiende que es más que eso: es un consejo importante, que va al fondo de la cuestión: "¿Cómo hacer oración? Me atrevo a asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchas, infinitas maneras de orar, podría decir. Pero yo quisiera para todos nosotros la auténtica oración de los hijos de Dios, no la palabrería de los hipócritas, que han de escuchar de Jesús: no todo el que repite: ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el reino de los cielos (Mt 7, 21)" (243a). La oración personal, que es conversación de cada uno con Dios entretejida de actos de amor, de peticiones, de escucha atenta, de compunción, de acciones de gracias, de propósitos…, si no tiene como fundamento la sinceridad con el Señor y con uno mismo, y, en consecuencia, la voluntad de dejarse guiar por lo que Él nos sugiere en el alma, no es propiamente oración de un hijo que confía en su Padre.
Continúa abundando san Josemaría en el mismo consejo, lo que nos confirma en la importancia que tal actitud (oración sincera, oración confiada, oración filial) tiene en su enseñanza. "Cuando se quiere de verdad desahogar el corazón, si somos francos y sencillos, buscaremos el consejo de las personas que nos aman, que nos entienden (…). Empecemos a conducirnos así con Dios, seguros de que Él nos escucha y nos responde; y le atenderemos y abriremos nuestra conciencia a una conversación humilde, para referirle confiadamente todo lo que palpita en nuestra cabeza y en nuestro corazón: alegrías, tristezas, esperanzas, sinsabores, éxitos, fracasos, y hasta los detalles más pequeños de nuestra jornada. Porque habremos comprobado que todo lo nuestro interesa a nuestro Padre Celestial" (245b).
Dios en verdad es "amoroso espectador de nuestro día entero" (246a), y siempre se pone a nuestro alcance. "Hemos de confiarnos con Él como se confía en un hermano, en un amigo, en un padre" (ibid.). Oración es diálogo con quien sabemos que "no nos abandona nunca" (247a); diálogo que se establece fácilmente, en cualquier circunstancia, como es propio de quienes son amigos, de quienes se quieren; diálogo al que no es difícil habituarse, pues la gracia y la perseverancia ayudan a ser –con una expresión muy querida de san Josemaría– "alma de oración". ¡Con qué fuerza lo escribe!: "Yo, mientras me quede aliento, no cesaré de predicar la necesidad primordial de ser alma de oración ¡siempre!, en cualquier ocasión y en las circunstancias más dispares" (ibid.).
La oración de los hijos de Dios tiene como propios esos dos modos de expresión. El primero, la oración vocal, aunque pueda formularse con palabras propias, que llegan a los labios desde la intimidad del que siente la necesidad de levantar hasta Dios su gratitud, su alegría, su contrición, su petición…, suele estar inspirada en la gran tradición espiritual cristiana. El Autor nos recuerda, en efecto, la importancia y la belleza de las oraciones que hemos aprendido en el seno de la Iglesia, "aclamaciones llenas de piedad que nuestros hermanos cristianos han recitado desde el principio" (248a). Y nos exhorta a repetirlas con el espíritu de fe con el que han brotado y han perdurado a lo largo del tiempo.
Su consejo también se extiende, con particular intensidad, a fomentar en todos la oración mental: "Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia Él nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el corazón" (249a). Ese consejo está acompañado de sugerencias concretas, que facilitan su puesta en práctica tanto al que se comienza a acercar a ese modo de oración, como al que tiene experiencia: "Dediquemos a esta norma de piedad un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia" (ibid.).
Muchas son las ideas que nos comunica el Autor en este último apartado de la homilía, tomándolas de su propia alma y de la experiencia de su oración. Es preciso señalar que san Josemaría, habiendo conducido a incontables personas por los caminos de la oración, nunca quiso establecer una vía única por la que todos, uniformemente, hubieran de avanzar: maestro de oración y maestro de libertad, fomenta ambas en cuantos quieren aprender de él a seguir a Cristo. He aquí, pues, un rasgo característico de su enseñanza: "Hay mil maneras de orar, os digo de nuevo. Los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial, para dirigirse a su Padre. El amor es inventivo, industrioso; si amamos, sabremos descubrir caminos personales, íntimos, que nos lleven a este diálogo continuo con el Señor" (255a).
En ese marco –que es el de toda la homilía– se sitúa en particular el presente apartado, que, ya desde el título asignado ("Un personaje más"), propone al lector un modo práctico de emprender y mantener su vía personal de oración: ponerse cerca de Cristo a través de las escenas del Evangelio, que son las mismas para todos pero también exclusivas, en cierto modo, de cada uno cuando son revividas espiritualmente como algo propio, como algo a lo que se asiste, en lo que se está. "Yo te aconsejo que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento, porque quizá Él querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones" (253b).