Homilía en la fiesta de Navidad
Lugar en el libro: 2ª
Datación: 24-XII-1963
Primera edición: I-1969
Orden de edición: 2ª
En el mes de mayo de 1968 la revista francesa “La Table Ronde", a través de su coordinador editorial, Henry Cavanna, había solicitado a san Josemaría un texto inédito para incluirlo en un número monográfico sobre Jesucristo1. La petición fue aceptada y se le hizo llegar la homilía Cristo presente en los cristianos. Relataremos los hechos en páginas posteriores, dentro del capítulo correspondiente a dicha homilía.
A mediados de julio de aquel mismo año, Cavanna pasó por Milán con motivo de la preparación, junto a algunos colegas italianos, de un encuentro de intelectuales europeos, que tendría lugar pocas semanas después, en un Centro de reuniones denominado Castello di Urio, junto al lago de Como. En Milán coincidió con Michelangelo Peláez2, a la sazón redactor jefe de la revista “Studi Cattolici", al que dio a conocer la noticia sobre el texto del fundador del Opus Dei que aparecería en “La Table Ronde". En aquellos momentos, la redacción de “Studi Cattolici" estaba a su vez preparando un número monográfico (el de agosto-septiembre de aquel año) sobre el tema: “Pietà popolare", y en la noticia comunicada por Cavanna vieron abierta la posibilidad de solicitar también ellos un inédito del fundador. Con ese motivo Peláez dirigió, el 24 de julio de 1968, una carta personal de tono exploratorio a José Luis Illanes, quien, como sabemos, trabajaba en la Oficina de la opinión pública, en Roma3.
La respuesta a esa carta, redactada también como correspondencia personal y fechada en Roma a 7 de agosto de 19684, fue afirmativa en cuanto a la eventualidad de obtener en el futuro un texto como el solicitado, pero dilatoria en cuanto a los plazos, pues san Josemaría no se encontraba en Roma en aquel periodo y sólo a él, como es lógico, correspondía aprobar el envío de un texto inédito suyo5. En dicha respuesta se sugería, no obstante, como “idea personal" del firmante, una alternativa interesante: que solicitaran con la debida antelación un texto sobre la Navidad, pues posiblemente podría serles enviado6.
Siguiendo aquel consejo, “Studi Cattolici" hizo llegar a mediados de octubre de 1968 a Roma, a través de la Comisión Regional de Italia, su deseo de “poder publicar en el número de diciembre una homilía del Padre sobre la Navidad"7. La petición fue acogida favorablemente por san Josemaría, y, a comienzos de diciembre, se comunicó a través del mismo cauce que, en el plazo aproximado de una semana, sería enviado el texto, traducido ya al italiano8. El día 18 de diciembre, en efecto, se remitía desde Roma a Milán (sede de la Comisión Regional de Italia) el texto de Il trionfo di Cristo nell’umiltà9. Se conserva el original mecanografiado (y una fotocopia) con dicho título, y como subtítulo: “Omelia pronunciata la vigilia del Natale dell’anno 1963".
En esos mismos días había sido remitido también a la Comisión Regional de España, sin que mediara petición previa, el original en castellano de la homilía (El triunfo de Cristo en la humildad), para que fuese publicada en algún periódico o revista del país10.
De ese texto original en castellano se conserva una fotocopia mecanografiada (doce folios a doble espacio, con veinticinco notas a pie de página)11. Bajo el título se lee: “Homilía pronunciada la víspera del día de la Natividad del Señor, 24-XII-1963"12. No incluye el nombre del autor. Se trata de una fotocopia de la penúltima redacción pues todavía contiene diez correcciones hechas a mano por san Josemaría (las indicaremos en el lugar correspondiente del texto). Están señaladas, en este caso, con tinta azul y no con tinta roja como acostumbraba. Las correcciones ya habían sido introducidas cuando fue hecha la traducción italiana, pues el texto de ésta coincide con el de la versión castellana definitiva. Debieron ser añadidas, en consecuencia, antes del 17-XII-1968, fecha del envío a España del texto definitivo.
El contenido global de la homilía y, más cercanamente, alguno de sus párrafos, guarda relación con la meditación predicada por el fundador en Roma en la noche del martes 24 de diciembre de 1963, Vigilia de la Natividad del Señor. La documentación conservada al respecto tiene dos puntos de referencia:
a) El primero lo constituyen las menciones a dicha meditación, consignadas en el Diario del Colegio Romano de la Santa Cruz13, así como en el Diario del Consejo General14. Aunque ligeramente diferentes en algún aspecto secundario, ambas anotaciones confirman que aquella noche de Navidad de 1963, san Josemaría dirigió una meditación a sus hijos junto al belén, en la que les alentaba a contemplar e imitar las actitudes del Niño recién nacido: lecciones de humildad, de obediencia, de entrega, que se prolongaron e intensificaron durante su vida terrena hasta llegar a la plenitud de entrega de la Cruz. La relación entre esa temática y la que desarrollará El triunfo de Cristo en la humildad es patente.
b) El segundo y principal punto de referencia, está formado por tres breves síntesis de aquella meditación, redactadas por diversos oyentes a partir de las notas tomadas mientras escuchaban15. El texto de las tres es prácticamente el mismo16. Algunos de sus párrafos guardan cierta semejanza, a veces incluso literal, con otros de nuestra homilía17, lo que permite suponer que fueron tenidos en cuenta en la redacción final de ésta18.
No tenemos datos que documenten con exactitud cuándo fue realizada dicha redacción final. Probablemente tuvo lugar entre octubre y noviembre de 1968, una vez aprobada por san Josemaría, hacia mediados de octubre, la publicación en “Studi Cattolici" del texto que tenía en preparación. Puesto que consta como dato cierto que, a comienzos de diciembre, la homilía ya estaba redactada en castellano (y en vías de traducción al italiano), sólo quedan unas semanas de octubre y noviembre como periodo útil para la redacción final. La elaboración habría tenido, pues, una duración aproximada de cuatro o cinco semanas, que coincide, como veremos, con lo que también sucedió en otros casos.
Enviado el original en castellano a España, el 17-XII-1968 para que fuese publicado en algún medio de información19. Pocos días después, tras las correspondientes gestiones, la Comisión comunicaba escuetamente al Consejo: “La publicará La Actualidad Española en su número del dos de enero"20, como así sucedió21. Casi simultáneamente vio la luz la versión italiana: “Il trionfo di Cristo nell’umiltà", publicada en “Studi Cattolici", anno XIII, n. 94, gennaio 1969, págs. 3-8.
Pocos meses después, en junio de 1969, El triunfo de Cristo en la humildad fue también editada (junto con la homilía En el taller de José) en el Folleto “Mundo Cristiano", n. 86. El dato es relevante, pues precisamente sobre un ejemplar de este Folleto (en su 2ª edición, de enero de 1970), hizo san Josemaría algunas correcciones –a mano y con bolígrafo rojo– que se incorporarían en las ediciones posteriores de ambas homilías22.
En torno al fundador del Opus Dei la celebración de las solemnidades litúrgicas, relacionadas con los misterios de la vida de Cristo, gozaron siempre de singular relevancia. Su devoción a la Humanidad del Señor se mostraba en aquellas ocasiones con singular fuerza. Esta homilía de Navidad es un ejemplo particularmente elocuente.
Como se ha comentado en nota, al final de la homilía anterior, en la predicación y en los escritos del autor, el fiel cristiano, configurado con Cristo por el bautismo y llamado a continuar en el mundo su misión redentora, es frecuentemente denominado “otro Cristo" (alter Christus). Más aún, yendo a la raíz última del don bautismal, san Josemaría suele unir a la anterior otra expresión de singular carga teológica: “el mismo Cristo" (ipse Christus), pues es Él quien da eficacia a la acción apostólica de sus discípulos. Desde tal prisma, la existencia del cristiano puede ser considerada –según se lee en la homilía– como un “reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo"23, cooperando libremente con los dones de la gracia, y esforzándonos en aprender de Él e imitarle24.
En estas páginas contempla san Josemaría el primero de los misterios de la vida terrena de Cristo: su nacimiento en Belén, hecho histórico que, por la condición personal de Quien nace, arroja una luz inmensa sobre la existencia del hombre en general y sobre la del cristiano en particular.
La perspectiva desde la que se construye la homilía es, en cierto modo –aunque sólo implícitamente– doble, como lo es también la dimensión del misterio que se medita. Si de una parte –dimensión o perspectiva primera– se contempla en sí mismo el Nacimiento del Hijo de Dios, en el que tantas lecciones nos ofrece ya el Señor, de otra –segunda perspectiva– está siempre presente la consideración de la existencia terrena del Hombre Dios, modelo y fundamento de la nuestra. Puesto que el protagonista del misterio contemplado, el Niño recién nacido, es ya una extraordinaria fuente de luz, una parte de la homilía –aproximadamente un tercio de sus párrafos– se orientará directamente hacia esa luz25. Las otras dos terceras partes, en cambio, consideran más directamente el misterio bajo la perspectiva segunda, complementaria e inseparable de la anterior26. El lector podrá advertir la singular atracción que despierta en el autor “el andar terreno de Jesús"27, y la agudeza con que lo describe.
No sabemos cuándo concibió san Josemaría el título que habría de llevar la homilía, pero a la vista de sus dos últimos párrafos, síntesis perfecta de sus líneas de fondo y de su trama, es plausible suponer que pudo decidirlo al redactar esas palabras finales:
“Jesús, que se hizo niño, meditadlo, venció a la muerte. Con el anonadamiento, con la sencillez, con la obediencia: con la divinización de la vida corriente y vulgar de las criaturas, el Hijo de Dios fue vencedor.
Éste ha sido el triunfo de Jesucristo. Así nos ha elevado a su nivel, al nivel de los hijos de Dios, bajando a nuestro terreno: al terreno de los hijos de los hombres"28.
Tanto en estas líneas finales de la homilía, como en su propio título, está latiendo la doctrina paulina acerca del anonadamiento de Cristo y de su obediencia al Padre, citada además de modo explícito en otros dos pasajes29. Quizás pudiera llegarse también a entrever en todo el texto un reflejo de Jn 3, 16-1730. En todo caso, la humildad con la que Cristo ha triunfado, es la de su obediencia a la voluntad del Padre que quiere la salvación de los hombres. Para realizarla, ha asumido el Hijo la condición humana y ha muerto en la cruz.
Pero los pasajes transcritos, así como el título de la homilía, encierran además otro mensaje también de gran densidad teológica y espiritual. El autor, en efecto, contempla el anonadamiento, la sencillez, la obediencia hasta la muerte del Hijo hecho Hombre, como el presupuesto de “la divinización de la vida corriente y vulgar de las criaturas". Y es precisamente ahí, en la fuerza salvífica que brota de la humilde entrega del Hijo y eleva a los hombres al nivel de hijos de Dios, donde se contempla “el triunfo de Jesucristo".
En la humildad de Quien, por amor al Padre y a los hombres, se hizo Niño en Belén y Víctima en el Calvario, estaba eternamente enraizado el triunfo del Salvador. Anonadamiento y victoria, cruz y gloria de Jesucristo son binomios indivisibles del misterio de la Encarnación, que colman de luz y sentido, a través del existir humano del Hijo de Dios, la existencia cotidiana de los hombres, en Él creados y amados. Éste es el terreno en que se sitúa la homilía que estudiamos.
Aquellas palabras que el autor leyó en la mesa del altar de la Santa Casa de Loreto: “Hic Verbum caro factum est" (aquí se encarnó el Verbo), y que son evocadas en los inicios de la homilía31, van a significar mucho en la continuación del texto, aunque sólo aparezcan una vez más32. En cierto modo, toda la homilía podría ser considerada como una meditación de las palabras que escribió san Juan en el prólogo de su evangelio: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad"33. San Josemaría nos invita a contemplarlas en la vida escondida de Jesús en Belén y en Nazaret.
Engarzado nuestro texto en torno a la humildad del Verbo Encarnado, que por obediencia al Padre ha querido hacerse hombre entre los hombres para santificar el mundo desde dentro, su hilo conductor es fácil de enunciar. Con palabras sencillas cabe formularlo así: el cristiano triunfará con Cristo –se santificará y rescatará el mundo para Dios– sólo a través de su humilde donación y amorosa obediencia a la Voluntad divina, es decir, imitando de verdad a Jesús, siendo como Él humanamente es34.
Con esa luz, la misma que ha inspirado en el decurso de los siglos la reflexión espiritual cristiana –de la que el autor es aquí, como siempre, partícipe y testigo–, las enseñanzas específicas de la homilía han quedado distribuidas en cuatro apartados con el siguiente orden:
Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre n. 13
Sentido divino del andar terreno de Jesús nn. 14-15
Pasó por la tierra haciendo el bien nn. 16-18
Cumplió la voluntad de su Padre Dios nn. 19-21
El título de este primer apartado, basado en una profesión de fe del siglo V, el Símbolo Quicumque, proclama un aspecto esencial de la enseñanza cristológica de la Iglesia: la perfección de las dos naturalezas y, en consecuencia, de las dos operaciones –divina y humana– de Cristo. San Josemaría quiere que el lector se fije particularmente en la perfección de esa santa humanidad, de cuyas lecciones hemos de aprender a comportarnos como hijos de Dios. La música de fondo que resuena en ambas, con diversidad de tonos y matices, es siempre la misma: la existencia del cristiano, conforme al modelo de Cristo, está llamada a realizarse como humilde y amorosa obediencia a la voluntad de Dios.
El autor retorna al Hic Verbum caro factum est, para encontrar allí, y más ampliamente en “los años de la infancia de Jesús", perfecto Dios y perfecto hombre, “algo que debería remover a los cristianos"35. Ese algo es el ejemplo de identificación perfecta con la voluntad del Padre, que el Hijo trae consigo al encarnarse. Y con ésta, la paz, signo característico del Hijo hecho hombre y de quienes, como hijos, quieran “unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios"36. La Natividad del perfectus Homo nos desvela el significado de la perfección a la que Dios llama al hombre, y, al mismo tiempo, el camino para alcanzarla: la plena unidad de nuestra voluntad con la suya.
Desde esta perspectiva cristocéntrica y filial, escribe el autor una frase que sintetiza, en cierto modo, la antropología cristiana esencial : “No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios"37. No la hay, en efecto, si las cosas se miran desde la Voluntad salvífica divina y desde el deseo de que se cumpla. Pues, así como no existe más que un Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, Modelo en el que hemos sido creados y salvados, así también no existe más que un tipo de hombre: el eternamente querido y destinado por Dios a ser hijo suyo en Cristo. La conclusión que sugiere, en consecuencia, la homilía de san Josemaría es lógica y diáfana: hay que conocer muy bien al Modelo –ya desde su nacimiento– para poder conocernos a nosotros mismos. “Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido"38. Y a esa tarea se destinan los apartados sucesivos del texto.
El Modelo ha tomado verdaderamente nuestra naturaleza. Ha sido Niño en Belén. Adolescente, joven y hombre maduro en Nazaret. Trabajador, ciudadano, amigo, pariente: uno más entre los demás durante treinta años... ¿Qué revela su existencia en aquellos seis lustros anteriores a la vida pública?
San Josemaría contempla la santa humanidad de Cristo en los años de vida escondida y sólo ve ahí luz y claridad. En el que todavía es un Niño “envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre"39, descubre ya al Maestro y Doctor, y siente el deber de aprender de Él, “entender las lecciones que nos da"40, penetrar en el sentido divino de su andar terreno41. Si el “andar terreno" de Cristo, que ha crecido y vivido “como uno de nosotros"42, tiene un sentido divino, también el nuestro –éste va a ser el primer corolario– ha de tenerlo. Lo que revelan “aquellos treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres"43, es precisamente que “la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino"44. Pero, ¿qué sentido es ése?, ¿cómo expresar adecuadamente su contenido?
La mirada del autor se dirige entonces a los Apóstoles, cristianos de la primera hora, y desde ellos a nosotros, cristianos de la hora actual. ¿Dónde descubrir el “sentido divino" de aquellas existencias junto a Cristo?, ¿dónde el de las nuestras? No, desde luego, en “las escenas tremendas, que nos describen los Evangelistas, en las que vemos a los Apóstoles llenos aún de aspiraciones temporales y de proyectos sólo humanos"45. Tampoco, lógicamente, en nuestro egoísmo, nuestra comodidad, nuestras limitaciones, nuestro personalismo y nuestra ambición, o en fin, en nuestra dificultad para olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos a los demás46. ¿Dónde pues?
Sólo se puede encontrar en lo que Jesús puso en aquellas vidas (y en las nuestras) al elegirlos, mantenerlos junto a Él y encomendarles la misión que había recibido del Padre47. Les llamó entonces (y nos llama ahora) a compartir el significado filial y redentor de Su propia existencia, enteramente identificada con la voluntad del Padre. He aquí de nuevo el verdadero quid de la cuestión: la llamada a identificarnos con la voluntad de Dios en Cristo. Cuando la respuesta del hombre es afirmativa, su existencia se llena de significado vocacional. Cuando la antigua y siempre actual pregunta del Señor a los suyos (“¿Estáis dispuestos a beber el cáliz –este cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre– que yo voy a beber?"48) es respondida afirmativamente (“Possumus!; ¡sí, estamos dispuestos!"49), entonces el caminar humano participa del “sentido divino" que tuvo en Cristo. “No es presunción afirmar possumus! Jesucristo nos enseña este camino divino y nos pide que lo emprendamos, porque Él lo ha hecho humano y asequible a nuestra flaqueza"50.
En este apartado sigue incidiendo el autor en la clave de fondo: “Debemos sentirnos hijos de Dios, y vivir con la ilusión de cumplir la voluntad de nuestro Padre. Realizar las cosas según el querer de Dios, porque nos da la gana, que es la razón más sobrenatural"51. Esa es la libertad con la que anduvo Cristo en la tierra, haciendo el bien. Cuando la vida personal se llena de “sentido divino", también la libertad adquiere –como libertad cristiana– un nuevo significado, una nueva dimensión.
Se descubre entonces que la plenitud de la libertad humana radica, como en Cristo, en la obediencia filial a Dios, que a veces “sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia"52, pero que también “nos habla a través de otros hombres"53. Quiere san Josemaría resaltar –pues lo contempla en el Niño recién nacido y en toda la vida del Señor– que la obediencia libérrima del cristiano forma parte del sentido divino, con el que Jesucristo ha embellecido la existencia humana: el amor a Dios y a su voluntad.
Sólo una lectura pausada de la homilía permite encontrar tantas otras sugerencias en la misma línea, que ahora no es preciso enumerar.
Conclusión: cumplió la voluntad de su Padre Dios
En el apartado final, la mirada contemplativa de san Josemaría se orienta decididamente hacia el núcleo central del misterio de Belén. “Jesucristo se ha encarnado para enseñar, para que aprendamos a vivir la vida de los hijos de Dios (...).Vino a enseñar, pero haciendo; vino a enseñar, pero siendo modelo, siendo el Maestro y el ejemplo con su conducta"54.
Resumamos los cauces por los que, según nuestro autor, ha discurrido esa enseñanza, recordando a la vez sus corolarios:
a) “Obediencia rendida a la voluntad de Dios (...) hasta la muerte y muerte de cruz"55; por tanto, como cristianos, “aprendamos a obedecer, aprendamos a servir: no hay mejor señorío que querer entregarse voluntariamente a ser útil a los demás"56.
b) “Esos años ocultos del Señor no son algo sin significado, ni tampoco una simple preparación de los años que vendrían después (...). El Señor quiere que muchas almas encuentren su camino en los años de vida callada y sin brillo"; en consecuencia, los cristianos corrientes han de saber que “vuestra vocación humana, vuestra profesión, vuestras cualidades, no sólo no son ajenas a sus designios divinos, sino que Él las ha santificado como ofrenda gratísima al Padre"57.
c) “Tú, que por ser cristiano estás llamado a ser otro Cristo, (...) ¿estás viviendo la vida de Cristo, en tu vida ordinaria en medio del mundo?"58; y puesto que vivir la vida de Cristo significa imitarle –estas son las palabras de san Josemaría– “en hacer el bien, en obedecer y en llevar la Cruz"59, las coordenadas de su triunfo desde Belén –anonadamiento, sencillez, obediencia–, habrían de ser también las de sus discípulos.