Homilía en el Jueves Santo
Lugar en el libro: 9ª
Datación: 14-IV-1960
Primera edición: III-1972
Orden de edición: 10ª
Consta que la revista italiana “Studi Cattolici" había solicitado a san Josemaría, a comienzos de febrero de 1972, un texto sobre la Misa o la Eucaristía, para publicarlo en el tiempo pascual o en la fiesta del Corpus Christi1. La propuesta fue acogida favorablemente, como puede deducirse de una octavilla fechada a 22-II-1972, que se conserva en el dossier correspondiente a la homilía en el Archivo General de la Prelatura, en la que, refiriéndose a la petición de “Studi Cattolici", e informando a quien correspondiera (en último extremo a san Josemaría) se señala textualmente: “Podría ser la que se pasa ahora, sobre el Corpus Christi"2.
Esa frase contiene un dato importante: por aquel entonces se encontraba ya ultimada, por parte del autor, una homilía sobre el misterio eucarístico. En realidad, sabemos además que el texto castellano se había acabado y dispuesto para la publicación al menos desde el 7-II-1972, pues con esa fecha había sido enviada una copia a España, con vistas a su publicación3. Ese dato permite deducir –ateniéndonos a los plazos habituales de elaboración– que el autor debió dejar ultimado el texto durante el mes de enero de 1972.
Se conserva una copia mecanografiada de la homilía: trece folios, sin correcciones, con treinta y dos notas a pie de página. La ausencia de correcciones indica que se trata de la última versión del original, es decir, la enviada a España y a Italia. Debajo del título se lee: “Homilía pronunciada el 14-IV-1960, festividad del Jueves Santo"4.
El contenido de La Eucaristía, misterio de fe y de amor tiene relación con el de una meditación predicada por san Josemaría el Jueves Santo de 1960, durante unos días de retiro espiritual5. La homilía fue datada por el autor precisamente en esa fecha: 14 de abril de 19606.
De aquella meditación del Jueves Santo se conservan tres versiones muy parecidas, y relacionadas entre sí, que llamaremos A, B y C, procedentes de los apuntes tomados por algunos oyentes; el texto es prácticamente el mismo en todas7. Su hilo de fondo coincide con el de la homilía La Eucaristía, misterio de fe y de amor, aunque ésta –trabajada detenidamente por el autor de cara a la publicación– sea más extensa y de mayor riqueza literaria y teológica.
El esquema fundamental de la primitiva meditación, mantenido en cierto modo en la homilía, se compone de tres apartados: institución, perpetuación y recepción de la Sagrada Eucaristía. El contenido del primero se correspondería, en términos generales, con los nn. 83-85 de la homilía (institución y alegría del Jueves Santo); el del segundo apartado, con el de los nn. 87-91 (la Santa Misa en la vida del cristiano); y el del tercero con los nn. 92-94 (el trato con Jesucristo en la Eucaristía). En las anotaciones a la homilía dejaremos constancia de los paralelismos.
No obstante, hay diferencia entre ambos textos, tanto porque los temas de la meditación han sido reelaborados y ampliados, como también porque el autor ha incorporado a la homilía cuestiones nuevas. Entre los temas reelaborados y ampliados –presentes en la meditación, pero de manera más sucinta– se encuentra, por ejemplo, la reflexión sobre los diferentes momentos de la celebración eucarística, o la consideración del trato con Jesús como Rey, Maestro, Médico y Amigo. Respecto a las cuestiones completamente nuevas, cabe citar, por ejemplo, las profundas consideraciones acerca de la relación entre el misterio eucarístico y el misterio de la Santísima Trinidad (desde el final del n. 84 hasta el comienzo del 87), donde queda esbozada la admirable contemplación de la Eucaristía como máxima manifestación del amor del Dios Trino al hombre (la que será denominada en la homilía: “corriente trinitaria de amor por los hombres").
La Eucaristía, misterio de fe y de amor fue editada por vez primera en Madrid, en marzo de 1972, en la Colección “Noray", n. 22, de Ediciones Palabra. En esa misma fecha fue editada en Milán la versión en italiano, que vio la luz no en la revista “Studi Cattolici" sino en la Colección “Omelie di Mons. Escrivá de Balaguer" (n. 6). Dicha Colección era publicada por la misma editorial (“Ares") responsable de “Studi Cattolici".
El don divino de la Eucaristía tiene en sí mismo, y presenta ante nuestra fe, dos dimensiones diversas aunque inseparables: a) hace actual la muerte redentora de Cristo, pues en cada Misa que se celebra es renovado de manera incruenta el Sacrificio único de la Cruz; y b) en el pan y vino consagrados, bajo sus especies o accidentes, se hace real y sustancialmente presente el mismo Jesucristo, con su divinidad y su humanidad resucitada y gloriosa. La Iglesia celebra litúrgicamente esas dimensiones eucarísticas en dos solemnidades diversas: la del Jueves Santo y la del Corpus Christi, respectivamente.
La liturgia del Jueves Santo contiene, entre otras particularidades en las que no nos detenemos8, una muy especial. Conmemora, en efecto, la institución de la Eucaristía por el Señor, cuando, acabada aquella Última Cena con sus discípulos, tomó sucesivamente pan y vino y pronunció las palabras consacratorias que perdurarán hasta el fin de los tiempos: “esto es mi Cuerpo, ... éste es el cáliz de mi Sangre, ... haced esto en conmemoración mía". En aquella primera Misa celebrada por Cristo, fueron anticipados milagrosamente los próximos acontecimientos en que iba a padecer en lugar nuestro, y quedó establecido el memorial perenne de su Pasión y Muerte en la Cruz.
El amor humano, dirá el autor con una imagen habitual en su predicación, trata de llenar el vacío de la despedida dejando algún recuerdo, por ejemplo “una fotografía, con una dedicatoria tan encendida, que sorprende que no arda la cartulina"9. El Amor divino, en cambio, puede hacer lo que a nuestros ojos parece imposible: irse y, al mismo tiempo, quedarse. “Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. (...) Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad"10.
Los misterios sobrenaturales que Dios ha querido revelar a los hombres pueden ser llamados “misterios de fe", pues en la fe de la Iglesia los hemos recibido y creído. Todos son también expresables, al mismo tiempo, como “misterios de amor", pues tienen su origen en el amor de Dios que se revela y piden ser recibidos con amor por los hombres. Pero si alguno pudiera ser denominado “misterio de fe y de amor" por excelencia debería ser, como nos sugiere esta homilía, el sublime misterio de la Eucaristía, donde máxima es la revelación del amor del Dios Trino por nosotros, y máxima la respuesta de fe y de amor que se nos pide. La entera homilía gira en torno a estos presupuestos.
La fe y el amor se desbordan en una inmensa alegría ante el inesperado don eucarístico. Es la alegría de la Iglesia en el Jueves Santo: la alegría de saber que Cristo “instituye la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca y –en lo que nos es posible entender– porque, movido por su Amor, quien no necesita nada, no quiere prescindir de nosotros"11. Aunque el gozo ha de ir apagándose, para dejar paso al enorme dolor de la muerte del Señor, prima en la conmemoración litúrgica del día de la institución, la dicha de saborear el amor ilimitado del Señor.
“La alegría del Jueves Santo arranca de ahí: de comprender que el Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas"12. Y esa alegría, aunque no aparezca ya más expresamente citada, es la que subyace en los restantes pasajes de la homilía, que van a tratar esencialmente del Sacrificio de la Misa, con un notable preámbulo dedicado a la estrecha relación entre los misterios de la Trinidad y de la Eucaristía.
Toda la obra redentora, llevada a cabo por el Verbo Encarnado, debe ser considerada, al mismo tiempo –como toda acción divina ad extra–, manifestación del amor de la Trinidad a las criaturas. “Esta corriente trinitaria de amor por los hombres –escribe el autor– se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía"13. Esta importante idea, repetida varias veces14, puede ser considerada como el hilo de fondo de nuestro texto, aunque sea expuesto sobre todo en los nn. 85-86. En éstos se deja esbozado el fundamento trinitario de una teología de la Misa: “Sacrificio de Cristo, ofrecido al Padre con la cooperación del Espíritu Santo: oblación de valor infinito, que eterniza en nosotros la Redención, que no podían alcanzar los sacrificios de la Antigua Ley"15.
El comentario teológico-espiritual de esa doctrina se hace en la homilía siguiendo el rito eucarístico vigente en la Iglesia, cuando fue predicada la meditación original (1960), es decir, según el Misal Romano de san Pío V. La fuerza espiritual de estas páginas, recogidas bajo el título de La Santa Misa en la vida del cristiano, podría quedar, en cierto modo, representada en la frase que la define como “la mayor donación de Dios a los hombres"16. O quizás, aún en mayor medida, en aquella otra en la que el autor da respuesta a la pregunta sobre “cómo corresponder a tanto amor de Dios", o dónde “ver expuesto claramente un programa de vida cristiana". “La solución –escribe– es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros"17.
Al final de la homilía, en un epílogo que lleva por título: “Tratar a Jesucristo", menciona y recomienda san Josemaría la costumbre de recogerse unos minutos en acción de gracias al acabar la Misa, en íntima unión con Jesucristo presente en el fiel que ha recibido la Comunión. Y sugiere al lector, en unos párrafos, plenos de piedad y belleza, un modo de dirigirse a Cristo, de hablar con Él en esos pocos minutos (solía hablar de que fueran, al menos, diez): contemplarle como Rey, Médico, Maestro, Amigo18.