Autor: Archidiócesis de Madrid
En la literatura neotestamentaria ya aparecen los nombres de Prisca y Priscila. Alguna vez agradece San Pablo la entereza de alguna de ellas que puso su vida en peligro por defender la del Apóstol. Con respecto al martirio de Prisca se entremezcla en el relato, como veremos, la verdad y la ficción, la historia y la fábula.
Ha nacido en Roma y tiene 13 años. Aún no ha dejado de ser una niña. Es de una familia ilustre. El juez la ha recibido como cristiana descubierta y al verla tan niña piensa que es fácil convencerla para que se convierta y apostate. Ante el templo de Apolo le hace la sugerencia de ofrecer el sacrificio poniendo unos granos de incienso en el fuego y todo el proceso habrá concluído. Yo sólo soy de Jesucristo sale de sus labios con el suave timbre de voz de doncella y con la firmeza de un curtido soldado.
En la cárcel la ponen para que medite y haga el cambio. Corren los tiempos de Claudio.
El juez está ahora en un apuro; es tan impopular ejecutar a una joven y tan difícil asimilar perder la partida con quien tiene tan pocos años... Siempre habrá intercesores, mediadores ante el juez y Prisca que está anclada en su decisión y va in crescendo su voluntad de ser fiel.
Vienen conocidos llenos de misericordia, prudentes llenos de compasión, amigos de la paz que rechazan la violencia; todos ellos intentan bajarla de su propósito; le hablan de la felicidad que le espera en la vida que sólo está empezando, le proponen una existencia plagada de deleites, afirman sin rubor su belleza, restan importancia al asunto del incienso e intentan suavizar la situación. Son los mediocres de turno, los que se muestran como son por carencia de ideales; todo es falso en su vida menos lo práctico que les reporta utilidad. Pero todo es inútil.
Prisca termina su corta vida con la cabeza cortada fuera de la ciudad.
Fue enterrada en Via Ostia el 18 de Enero.
Sus reliquias se conservan en Roma en la iglesia a la que da nombre.
La menciona en su lista el martirologio de San Gregorio y el martirologio romano.
¡Qué más dan los adornos posibles que la leyenda acumula en los siglos sobre los detalles de su proceso y muerte! Que importa si hubo o no morbo en el forzado proceso de reducción; si fue una o tres veces la que estuvo en la cárcel; si su carne fue quemada con grasa derretida; si su cuerpo fue o no rasgado con uñas de acero, ni si los azotes fueron emplomados o no; si el fuego llegó a quemarla o se libró de modo milagroso. Ni siquiera interesa el león que se volvió manso en el anfiteatro y le lamió las manos y los pies. No importa el tormento del hambre, ni tampoco los huesos descoyuntados. Sólo resalta en la historia la actitud altamente llamativa, decidida, de enamorada que mantiene hasta la muerte una muchacha tan madura que pospone el triunfo de su vida a la fidelidad a su Cristo, a su Dios.