Un halo de leyenda, tejida poco después de su muerte y aumentada en los siglos medievales, envuelve la encantadora imagen de esta doncella mártir. Es el arquetipo y símbolo de la virginidad hasta la inmolación. Los antiguos Padres de la Iglesia loan, conmovidos, la extraordinaria entereza de esta niña frágil y delicada que, a los trece años de edad -canta el oficio en su día- perdió la muerte y halló la vida, porque solamente amó al Autor de la vida.
San Ambrosio, en su libro De Virginibus que es un conjunto de homilías, habla largamente de Inés; pero habla como quien sabe que su auditorio conoce ya los hechos que va ensalzando: ¿Qué podemos decir nosotros que sea digo de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio? Alude a la etimología de la palabra Inés, en latín Agnes, que, si se deriva de esta lengua, significa agnus, cordero; y si proviene del griego, agnos pura. Esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban, como personas pronuncian su nombre.
El sabio obispo de Milán pasa después a comentar la narración del martirio, sin duda apoyándose en las Actas que ya por entonces se conocían, y tal vez un tanto alteradas. Y dice: Refiérese que tenía trece años cuando padeció. La crueldad del tirano fué tanto más detestable cuanto no perdonó una edad tan tierna. Pero, notemos ante todas las cosas el poder de la fe, que halla testigos de tal edad. ¿Había acaso sitio en tan pequeño cuerpo para tantas heridas? Mas, donde no había sitio para recibir el hierro, lo había para vencer al hierro. Muéstrase intrépida en las ensangrentadas manos de los verdugos; no se conmueve cuando oye arrastrar con estrépito pesadas cadenas; ofrece todo su cuerpo a la espada del soldado furioso; ignora todavía lo que es la muerte, pero está dispuesta, si es llevada contra su voluntad a los altares de los ídolos, a tender las manos hacía Jesucristo desde el fondo de la hoguera y a formar, aun sobre el brasero sacrílego, ese signo que es el triunfo del Señor victorioso. Introduce el cuello y las manos en las argollas de hierro que le presentan, pero ninguna puede ceñir miembros tan pequeños... No iría el esposo a las bodas con tanto apresuramiento como ponía esta santa virgen en dirigirse con paso ligero al lugar del suplicio, gozosa de su proximidad. Todos lloraban, todos menos ella. La mayor parte admiraban la gran facilidad con que, pródiga de una vida que aún no había gozado, la daba como si la hubiese ya agotado. Estaban todos llenos de asombro de que se mostrase testigo de la Divinidad en una edad en que no podía aún disponer de sí misma. ¡Cuántas amenazas emplea el tirano para intimidarla! ¡Cuántos halagos para persuadirla! ¡Cuántos hombres la deseaban por esposa! Mas ella contestaba: La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Unicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los cuales no quiero complacer. Llega, ora, inclina la cabeza. Hubierais visto temblar al verdugo, lleno de miedo, como si él fuese el condenado a muerte. Su mano tiembla, palidece por el peligro ajeno, en tanto que la jovencita mira sin temor su propio peligro. He aquí, pues, en una sola víctima, dos martirios: el de la pureza y el de la religión. Inés permanece virgen y obtiene el martirio.
Monseñor Federico Fofi, canónigo regular y lateranense y, durante muchos años, cura párroco de la basílica de Santa Inés, ha escrito un curioso libro sobre la vida y culto de la ilustre mártir. Y, luego de glosar los textos de San Ambrosio, de San Dámaso y de Aurelio Prudencio, y de hacer una erudita crítica sobre los escritos del cardenal Bartolini, de Mario Armellini, de Ludovico Emerenciano Le Bourgeois, de Pío Franchi dei Cavalien, del padre Florián Jubaru, S. J., y de otros autores, y de enriquecer su obra con las Actas martiriales, reconstruye, según ellas y los comentarios del santo obispo de Milán, la vida de Santa Inés, con afectuosa devoción, aunque sin fiarse plenamente de los documentos citados.
Según Fofi, la Santa pertenecía a una noble familia romana, tal vez la Clodia. Vino al mundo hacia el año 290 de la era cristiana, recibió, después del bautismo, una educación sólidamente piadosa y se consagro a Jesucristo con voto de virginidad.
Volviendo una vez la niña de la escuela, el hijo del prefecto de Roma la vio y se enamoró de ella, ofreciéndole a cambio de su promesa matrimonial, magníficos regalos. Inés los despreció, con las palabras que pone en su boca el Oficio divino: Apártate de mí, pábulo de corrupción, por que he sido ya solicitada por otro Amante. El ha adornado mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, ha puesto en mis orejas perlas de inapreciable valor. Ha puesto una señal sobre mi rostro para que no admita fuera de Él otro amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa, de Aquel cuya Madre es virgen, cuyo Padre lo ha engendrado sin concurso de mujer, y que ha hecho resonar en mis oídos acordes armoniosos. Cuando le amare, seré casta; cuando le tocare, seré pura; cuando le recibiere, seré virgen.
El joven. desesperado, recurrió a su padre, el prefecto de Roma, el cual, averiguando que Inés era cristiana, mandó a sus esbirros que, a viva fuerza, la llevaran ante el tribunal. Amenazas, tormentos... Conducida a un lupanar y expuesta a los insultos de la plebe, el cuerpo de la virgen se cubre milagrosamente con su cabellera. Cae muerto a sus pies el hijo del prefecto, único que se había atrevido a acercarse a ella, e Inés, para demostrar la virtud divina de Jesús, obtiene con sus oraciones la resurrección del joven. Se retira el prefecto, dejando en el tribunal a su ayudante, Aspasio, el cual, atribuyendo los milagros de Inés a la magia, condena a la niña a ser quemada viva. Nuevo prodigio: Inés permanece intacta en medio del fuego. Es condenada, por fin, a morir al filo de la cuchilla. La descripción de esta última escena es una de las más bellas páginas de Fabiola, la leyenda escrita por el cardenal Wiseman.
Los padres de Inés depositaron el cuerpo de la niña mártir en el sepulcro de su casa de campo, situado en la vía Nomentana. Pocos días después, otra flor de pureza caía deshojada sobre él. Emerenciana, la hermana de leche de Santa Inés, a quien los paganos apedrearon cuando se hallaba orando ante la tumba. En ese lugar se erigió la basílica, durante el reinado de Constantino, y fué restaurada luego por el papa Honorio I.
Nuestro poeta Aurelio Prudencio (318-413) compuso también un hermoso himno en honor de Santa Inés. Forma parte de los catorce poemas del Peristephanon y se basa en las Actas, ya por entonces algo mixtificadas. Preciso es el breve relato y plegaria que compuso el papa San Dámaso, en dieciséis versos. Integro se conserva, grabado en mármol, en su basílica de la vía Nomentana, y puede traducirse así: La fama repite lo que ha poco declararon los santos progenitores de Inés: que muy niña todavía, cuando oyó los lúgubres sones de la trompeta, dejó el regazo de su nodriza -puede entenderse que se separó de su institutriz o de la doncella encargada de su cuidado- desafiando espontáneamente las amenazas y la furia del tirano cruel, cuando éste quiso que las llamas devorasen su noble cuerpo. Con fuerzas mínimas superó un gran temor, y envolvió su desnudez en su cabellera suelta, de modo que ningún mortal pudiera profanar el templo del Señor. ¡Oh digno objeto de mi veneración, santa gloria de la pureza, ínclita mártir, muéstrate benigna a las súplicas de Dámaso! Es de notar que este ilustre Papa, poeta, en sus epitafios y loas se proponía dar siempre la verdad histórica, y algunas veces buscó a los mismos verdugos para saber, por boca de los mismos, la exactitud de los hechos.
Algo difieren las Actas martiriales de los panegíricos, himnos y narraciones que se han escrito sobre la vida y martirio de Santa Inés. Pero todos los autores coinciden en proclamarla mártir de la virginidad. Es patrona protectora de las jóvenes doncellas y de los jardineros. Se dice que su casa solariega, en Roma, estaba emplazada en el solar que hoy ocupa el Colegio Capranica, donde acabó su carrera sacerdotal el papa Pío XII. Y en la célebre basílica de vía Nomentana es donde cada año, el día 21 de enero, se bendicen los dos corderillos con cuya lana se teje el pallium del Santo Padre.
En nuestros tiempos de materialismo, cuando el concepto de la castidad va decayendo visiblemente, la dulce imagen de Santa Inés resalta con fulgores maravillosos. Que ella muestre a la Juventud el verdadero sentido de la vida, que es amor, pureza, plenitud de Dios.
MARÍA DE LA EUCARISTÍA, R. DE J.M.
«Sólo amó al autor de la vida». La frase suena a epitafio para quien, con oportunidades, no desperdició energía en amores divididos. Habla de fidelidad simple, sin adjetivos. Inés fue una niña frágil y delicada que mostró la mayor entereza posible hasta el martirio. Tenía trece años a su muerte. La Iglesia de todos los tiempos la propone como primoroso ejemplo y la entiende como un símbolo de virginidad e inmolación.
Tratados como el de san Ambrosio «Sobre las vírgenes», poemas, himnos, panegíricos, homilías, relatos y más relatos han ido atravesando el tiempo para recordar a los cristianos la firmeza de su compromiso, la fuerza de Dios si encuentra una voluntad entregada, la responsabilidad del ejemplo, el valor relativo de los bienes presentes –incluida la vida–, la apoteosis del cielo. Todo eso es en Inés un conjunto armónico verdadero que los intelectuales –enseñando– y los sencillos –aprendiendo– han ido transmitiendo, cada uno a su modo –pastores, literatos y artistas–, a la generación siguiente con todo género de adornos, detalles, matices.
Unas veces fueron papas como Dámaso y otras poetas como Aurelio Prudencio. Las Actas que tenemos son probablemente alteradas porque se escribieron tarde y quizá recogieron lo que ya se contaba por el pueblo. Narran el martirio de Inés en Roma, allá por el siglo IV, con sangre, heridas, violencia, fuego, hierros cortantes y uñas aceradas rajando el cuerpo, mientras la niñajoven se describe con seguridad intrépida y firmeza de enamorada, valiente, fuerte, fiel y con firme decisión martirial que afirmaba: «La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Únicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los que no quiero complacer». Si bien no es probable que tales palabras pudieran salir de la inexperta mártir, sí que resumen su actitud interna profunda y decidida que en todo tiempo y para todos es estímulo exigente, rechazando los halagos y amenazas del prefecto que se sentía vencido en el intento de conseguir una claudicación imposible.
Parece que Inés pudo ser de la familia noble Clodia y que nació hacia el 290. Añaden las fuentes que se bautizó de niña y en su piedad consciente se consagró con voto de virginidad a Cristo. El rechazo de las proposiciones matrimoniales y los regalos del hijo del prefecto de Roma dicen que fue motivo más que suficiente para llevarla al tribunal, después de descubierta su condición cristiana por el hecho de la castidad voluntariamente ofrecida.
Por eso se entiende que la versión griega del martirio cargue las tintas en otro aspecto que acentúa la decidida entrega de la virginidad; el juicio y la condena incluiría trasladar a Inés a un lupanar donde sufriera insultos y burlas mientras mantenía su propósito que ahora se vio apoyado por el cielo con desnudez cubierta y luz resplandeciente, impidiendo por medio del temor que se le acercara cualquier cliente del antro. Sólo el despechado y tozudo antiguo pretendiente quiso llegar al abuso, cayendo muerto de repente y resucitado también después de la oración de Inés, ante el asombro de los asustados presentes. Luego la metieron en la hoguera encendida de la que fue liberada intacta por el poder de lo alto. El final del acto está en el filo de la cuchilla que segó la vida de la mártir virgen cristiana.
De modo bellísimo y excelente hará juego etimológico el obispo de Milán, Ambrosio, dando por conocidos los detalles del martirio de Inés por parte de su auditorio: Inés o Agnes, relacionado con Agnus, expresará «cordero»; o Inés, del griego Agnos, indicará «pureza». Juego de palabras en predicación culta que resume con su propio nombre la vida de la santa.
Corrieron voces de que la sepultaron en el jardín o huerto de su propia casa de campo en Vía Nomentana, allí donde a los pocos días cayó muerta a pedradas Emerenciana, hermana de leche de la santa, en cuya tumba rezaba. Unos años más tarde, ya con Constantino, se edificó la iglesia que restauró el papa Honorio I.
¿Qué más da que todos los detalles puedan verificarse o no algún día por la arqueología o historia? A la ciencia –por los sentimientos que tiene– probablemente le dará lo mismo un tajo más que menos, o un golpe de frente o de espaldas; el hecho cierto de una joven limpia, casi niña, muerta por la fe en Cristo y luego fielmente venerada sí que lo comprueba y lo constata. A los hermanos de la heroína doncella muerta por la fe les hizo mucho bien besarla con el recuerdo, adornarla con la palabra y repetirla con la generosa imitación.