24 de enero

SAN FRANCISCO DE SALES

Patrono de los periodistas y escritores católicos, obispo y doctor.

El visitante que llega hoy a Annecy queda sobrecogido ante la increíble belleza de la ciudad y del paisaje. Si en lugar de quedarse entre calles sube a la colina en la que está edificado el monasterio de la Visitación, su admiración se acrecienta. Todo es bello: los Alpes nevados; el lago, sereno, terso y bruñido; la ciudad tendida a los pies del viajero; la iglesia y el monasterio. Cuando penetra en el templo ve, a los lados del altar mayor, dos preciosas urnas. Y en ellas los cuerpos de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. Ambos parecen estar dormidos, bajo sus mascarillas de cera admirablemente trabajadas. Se diría que de un momento a otro van a abrir sus ojos y a saludar al visitante.

Pero el Annecy que hoy vemos era menos brillante al comenzar el siglo XVII. Ni los hombres de entonces tenían nuestra moderna sensibilidad por el paisaje, ni el turismo había embellecido tantos rincones, ni las circunstancias históricas eran propicias para aquel rincón de Saboya. San Francisco de Sales escribía en 1606 al papa Paulo V dándole cuenta de su diócesis: Annecy era una villa de su diócesis en la que se habían tenido que refugiar sus obispos hace setenta y un años, como consecuencia de la rebeldía de su propia ciudad episcopal: Ginebra. Esta rebeldía había arrastrado en pos de sí ciento treinta parroquias. Y había producido un sin fin de guerras, de rivalidades, de luchas fratricidas que habían empobrecido la diócesis. Refugiados en Annecy los obispos, habían comenzado una labor de lenta reconquista de la que el mismo San Francisco de Sales había de ser maravilloso artífice.

Aún nos parece verle andando por las callejas de la ciudad, que conservan todavía la misma fisonomía que tuvieron mientras el Santo vivía; nos lo imaginamos entrando en la casita de la galería, o ejercitando las funciones pontificales en la pobre y sencilla iglesia que había venido a sustituir a la magnífica catedral ginebrina; nos lo imaginamos subiendo aquellas montañas, visitando los últimos rincones, atendiendo a las gentes que de todas las partes de la diócesis venían a consultarle. Es cierto que la diócesis era pobre, y se encontraba en desgracia. Por eso precisamente la amaba más San Francisco. Un día que Enrique IV, el rey de Francia, le ofrecía un espléndido obispado, él contestó rotundamente: Majestad, estoy casado; me he desposado con una pobre mujer y no puedo dejarla por otra más rica. El rey no volvió a insistir. Y San Francisco de Sales murió obispo de Ginebra, con residencia en Annecy.

Había nacido, según modernamente parece demostrado, en 1566. De noble familia, pues su padre, el marqués de Sales, había heredado, por su mujer, el rico señorío de Boisy. En el castillo de Thorens, en que sus padres residían, vio la primera luz y en la iglesia del mismo lugar recibió el bautismo. Su educación fue exquisita: primero en el Colegio de La Roche, después en el de Annecy. A los diez años hace su primera comunión y recibe la confirmación, y desde aquel momento solo desea consagrarse a Dios.

Pero el itinerario iba a ser largo. Prácticamente iba a pasar por gran parte de Europa. Primero, a los trece años, a París, desde 1581 a 1588, para estudiar bajo la dirección de los jesuitas del Colegio de Clermont. Después, tras una visita rápida a su familia, a la Universidad de Padua, en la que obtiene los grados en ambos derechos. Después un rápido viaje por Roma y las principales ciudades de Italoa. Al regresar, en el verano de 1592, Francisco de Sales contaba con una formación humanística, filosófica, teológica y jurídica realmente excepcional. No es extraño que su padre concibiera grandes planes sobre él. Sin embargo, en su espíritu continuaba ardiente el deseo de consagrarse a Dios. El conflicto tenía que producirse.

De acuerdo con su primo Luis se ideó la manera de salvarlo. Obtenido en secreto el nombramiento de preboste del cabildo catedral, la primera de todas las dignidades, el padre cedió por fin. El 18 de septiembre recibía el diaconado. Y el 18 de diciembre de 1593 el sacerdocio. Ya tenemos a Francisco de Sales presidiendo el cabildo, y constituido en sacerdote.

Lo que sigue resultó increíble para sus contemporáneos. El nuevo canónigo se lanza a ejercitar intensamente los ministerio sacerdotales. Predica con una oratoria sencilla, transparente y llena de unción. Se pasa largas horas en el confesionario. Atiende a los pobres y es el paño de lágrimas de todos los desgraciados de Annecy. Y cuando ya empezaba a extrañar esta conducta se produce un auténtico golpe teatral.

La provincia de Chablais, que formaba parte de la diócesis, había sido arrasada por el protestantismo. La coyuntura política se presentaba relativamente favorable para poder restablecer allí el catolicismo. Pero hacía falta un misionero de talla que acometiera la empresa. Francisco de Sales se ofrece. El obispo acepta. En vano el anciano padre protesta. Juntos los dos primos Francisco y Luis salen, un inolvidable 14 de septiembre de 1594, camino del Chablais a pie, sin criados, y casi sin dinero. El 16 de septiembre entraban en Thonon, sede principal de la herejía, e iniciaban su trabajo. Fueron meses muy duros. Sólo en abril de 1595 se produjeron algunas conversiones. Pero el movimiento general no había de producirse hasta mucho más tarde, en 1598, durante la visita del obispo a la región, que ya pudo considerarse recuperada para el catolicismo.

Fue precisamente en esta época de su vida cuando se produjo el episodio que habría de hacer de San Francisco de Sales el patrono de los periodistas católicos. Los protestantes, movidos unos por el miedo y otros por el respeto humano, no acudían a escuchar la predicación de los misioneros. De esta forma los esfuerzos de éstos se estrellaban ante la imposibilidad de hacerse oír. San Francisco se decidió a cambiar de táctica. Ya que no le oían de viva voz, le leerían. Dicho y hecho: durante el día redactaba unas hojas que por la noche se distribuían a las puertas de las casas. Así tenemos sus célebres Controversias, libro maravilloso, escrito en un estilo punzante y vivo, verdadero modelo de periodismo católico, los descubrimientos de los manuscritos han mostrado hasta qué punto fueron estos escritos, mucho más aún que la versión que anteriormente se conocía, auténticos modelos de estilo atractivo, lleno de movimiento y de color. Y el éxito que se obtuvo en la empresa demostró también el acierto con que había sido concebida: quienes no le oían, lo leyeron y terminaron conviniéndose.

De entonces es también el episodio emocionante de sus visitas a Teodoro de Baza. Jugándose la vida, entra Francisco en Ginebra y conversa durante varias horas con el heresiarca, ya viejo y enfermo. Parece cierto que Teodoro llegó a reconocer la verdad del catolicismo. Estaba, sin embargo, demasiado comprometido para poder romper los lazos que le retenían en el protestantismo. Francisco tuvo la pena de no poder lograr que se hiciera pública su conversión, que tanta resonancia hubiera tenido.

Cuando el obispo de Ginebra, monseñor de Granier, celebró la fiesta de las cuarenta horas en Thonon, y se pasó los días recibiendo abjuraciones, bendiciendo iglesias restauradas y confirmando a sus feligreses recobrados, no pudo menos de pensar que nadie mejor que Francisco de Sales para ser su coadjutor. Así se lo dijo al interesado. Este, sin embargo, estaba lejos de poder pensar en tal cosa. Agotado por el trabajo de aquellos años, hubo de retirarse cinco meses a su casa natal para restablecer su salud quebrantada. Hubo un momento en que todo el mundo creyó que iba a morir. Restablecido contra toda esperanza, partió para Roma. Era noviembre de 1598. El Papa confirmo la elección, en una escena emocionante, en la que hizo el elogio público de su gran sabiduría. De regreso a Annecy el obispo electo continuó predicando, mientras llegaban las bulas y se podía celebrar su consagración.

Pero las cosas habían de complicarse aún más. La diócesis tenía territorios de Saboya, territorios en Suiza y territorios en Francia. Era necesario negociar difíciles asuntos en la corte de París. Y a París, ciudad que tan bien conocía por haber hecho allí sus estudios, volvió Francisco de Sales, desarrollando en los meses que hubo de permanecer un admirable apostolado.

Arreglados los asuntos, de regreso a Annecy, se entera en Lyon de la muerte de monseñor de Granier. Rápidamente se prepara para su consagración. Y el 8 de diciembre de 1603, en la iglesia de Thorens, donde había sido bautizado, recibe, entre maravillas celestiales, la consagración episcopal.

Es admirable la actividad que desplegó como obispo, Siguiendo las huellas de San Carlos Borromeo, a quien toda su vida admiró cordialmente y por quien sintió siempre una devoción apasionada, a pesar de las notabilísimas diferencias de carácter y de manera de concebir el gobierno episcopal que le separaba. San Francisco de Sales se constituye en uno de los más significativos representantes de la maravillosa reforma pastoral que se llevó a cabo en Francia durante el siglo XVII.

Ejemplar en el ejercicio de la catequesis. Lo que comenzó dedicado únicamente a los niños, se hizo pronto el punto de cita de todo Annecy los domingos por la tarde. Las explicaciones sencillas y claras del prelado, atraían a los mayores no menos que a los mismos niños. Fue así un maravilloso obispo catequista. Como supo continuar siendo un inimitable orador sagrado. al que se disputaban las más importantes catedrales de Saboya y Francia para predicar la cuaresma. Como supo ser al mismo tiempo admirable administrador de su diócesis, en la reunión de sínodos diocesanos, en la práctica heroica de la visita pastoral, en la admirable compenetración con su clero. Así como fue también restaurador de no pocas casas religiosas que habían decaído de su primitivo fervor.

Y piénsese que su posición era verdaderamente difícil. Gran parte de su diócesis, infestada por la herejía. rodeaba a Ginebra, la ciudad en que más activamente se había desarrollado el pensamiento protestante. Sus circunstancias políticas eran delicadas, por tener el territorio diocesano dividido en tres soberanías, dos de las cuales, en especial. Francia y Saboya, distaban mucho de estar en relaciones cordiales. Con el pesado fardo de unas estructuras religiosas que, pese al terremoto del protestantismo, no acababan de rendirse a los nuevos tiempos. Es agotador ver las luchas que tuvo para lograr la dotación de sus parroquias por parte de los caballeros de San Mauricio; el tiempo que tuvo que consumir en gestiones diplomáticas en las cortes, en especial en París; las dificultades mismas que le proporcionaban gentes de mentalidad cerrada, que incluso llevaron a denunciarle a Roma como amigo de los protestantes.

Sobrio en la legislación, atiende ante todo y sobre todo a la reforma de las personas a quienes esa legislación se dirige. Quid leges sine moribus? porque ¿para qué valen las leyes sin las costumbres?

Prueba de esta preocupación suya son sus maravillosos escritos. Alcanza San Francisco de Sales a vivir en una época verdaderamente de oro para la lengua francesa. Y aprovechando esta circunstancia, mediante la utilización de su espléndida formación humanística, nos ha dejado unos escritos que todavía hoy conservan toda su frescura y toda su maravillosa unción.

¿Quién osará decir que su Introducción a la vida devota ha perdido en lo más mínimo su actualidad? Es un libro escrito sin querer, simple reedición, retocada y sistematizada, de las cartas a una señorita que en medio del mundo quería santificarse. Y es, sin embargo, uno de los libros que mayor éxito han tenido en la historia de la literatura mundial. Y, lo que es más aún, de los que más profundamente han marcado una huella en la espiritualidad cristiana. Todo es encantador en él: el lenguaje, las comparaciones, los ejemplos. Hasta la misma disposición, tan moderna, en capítulos breves. Y la tersura en la disposición de las ideas, falta por completo de todo artificio.

Tenemos otras obras maestras que brotaron de su pluma. Así, por ejemplo. el soberbio tratado de teología, modelo acabado de controversia dogmática, digno de quien hoy ostenta el título de Doctor de la Iglesia: el primer titulo del Codex Fabrianus. Tenemos el espléndido Tratado del amor de Dios. Y sobre todo contamos con la maravillosa colección de sus cartas. Escribió sin cansarse, a gentes de toda clase, de cualquier condición y cultura. En ellas brilla de manera maravillosa el celo pastoral, el profundo conocimiento de la psicología humana, la caridad sin limites del Santo.

Pero, como a Santa Teresa, a San Francisco de Sales le podemos conocer no sólo por sus obras, sino también por sus hijas. las religiosas de la Visitación. Es una historia maravillosa. Cuando leemos la Historia de las fundaciones o las Vidas de las primeras madres... nos sentimos transportados a un ambiente poético, limpísimo, lleno de jugosa dulzura, similar al de las florecitas de Asís.

Dios puso en el camino de San Francisco de Sales, de manera impensada, un alma excepcional: Santa Juana de Chantal. Ambos se esforzaron por responder a una necesidad que entonces se sentía vivamente: hacer accesible la vida religiosa a quienes por su salud, su educación o sus compromisos en el mundo no tenían acceso a las formas hasta entonces existentes. Así, sin pretensiones ningunas, con absoluta sencillez, nació el 6 de junio de 1610 la Orden de la Visitación.

Hoy no podemos hacernos idea de la revolución que la nueva Orden supuso en la mentalidad de aquel siglo XVII. A pesar de que, por condescendencia con el arzobispo de Lyon, gran parte del primitivo proyecto de San Francisco no llegara a realizarse, las nuevas religiosas aparecían como algo sorprendente. Su difusión fue rapidísima, y puede decirse que en todas partes eran recibidas con entusiasmo. Por otra parte, al difundirse los escritos de San Francisco y extenderse su devoción, era lógico que por todas partes las reclamaran.

La raíz de esta universal aceptación estaba en la sobrehumana sabiduría y prudencia de que el Santo había dado muestra al redactar las constituciones. No cabe un conocimiento más profundo de la psicología humana en general y de la femenina en concreto. Sin austeridades espectaculares, se logra deshacer por completo la propia voluntad y sumergir el alma en un ambiente de caridad, de amor de Dios, de continua oración y mortificación. Ambiente que no está reflejado sólo en las constituciones, sino también en un precioso libro: los recreos o entretenimientos, deliciosa narración de las charlas que el santo obispo mantenía con sus hijas durante el tiempo de esparcimiento. Allí se muestra el Santo cual era, comentando algunas cosas, aclarando dudas, exhortando a la perfección a sus hijas queridisímas. Pero esto, y la narración de mil anécdotas de aquellos primeros tiempos de la Orden, exigiría un espacio de que no disponemos.

Se aproximaba el final de su vida. Fue necesario volver a París para algunos asuntos diplomáticos en la corte. Como había ocurrido antes, también ahora San Francisco se dedicó de lleno a la predicación. Tuvo, además, el gozo de conocer y tratar íntimamente a San Vicente de Paúl, a quien confió el cuidado espiritual del recién creado monasterio de la Visitación.

De regreso de París, pasa por Turín, se desvía hacia Avignon y por fin llega a Lyon, Allí se detuvo unos días. El día de San Esteban, después de haber celebrado la misa, despacha diferentes asuntos y por la tarde preside el recreo de sus hijas, las religiosas de la Visitación. Al terminar, da como conclusión esas sencillas palabras: No deseéis nada, no rehuséis nada, a ejemplo del Niño Jesús en la cuna. Al día siguiente, fiesta de San Juan, vio que se le nublaba la vista, se confesó, celebró la misa, dio la comunión y se despidió de la superiora: Adiós, hija mía, os dejo mi espíritu y mí corazón

Todavía el 28 recibió algunas visitas, Pero ya por la tarde le asaltó la muerte. Y con la mayor sencillez, mientras invocaba a los Santos Inocentes, cuya fiesta se estaba celebrando, rindió su alma pura e inocente a Dios, con la misma calma y serena majestad que habían presidido toda su vida. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y llevaba veinte de episcopado. Era el 28 de diciembre de 1622. El 18 de enero siguiente Annecy obtenía para sí su sagrado cuerpo, y, en efecto, el 28 de enero llegaba a su amadísima catedral. No iba a ser fácil, sin embargo, verle en los altares. Su fama de santidad fue clamorosa desde el primer momento. Santa Juana de Chantal trabajó a fondo por conseguir su beatificación. Sin embargo, defectos procesales, minúsculas rivalidades, envidia por parte de unos, nacionalismo por parte de otros..., mil obstáculos habrían de oponerse a su rápida beatificación. Unos querían que fuera una gloria de Saboya; para otros se trataba de una gloria de Francia. Sólo la tenacidad admirable de una mujer excepcional, Francisca Magdalena de Chaugy, habría de conseguir que, por fin, el 28 de diciembre de 1661, el papa Alejandro VII realizara la beatificación.

Pocos años después, en 1665, se examinaban los milagros en orden a su canonización. Ahora la cosa fue rápidamente. Ese mismo año era canonizado y su fiesta se fijaba el 29 de enero. El 16 de noviembre de 1877 Pío IX, por un breve solemne, confirmaba el decreto de la Congregación de Ritos, confiriendo a San Francisco de Sales el título de Doctor de la Iglesia.

Patrono de la prensa católica, doctor de la Iglesia, es al mismo tiempo protector de una de las obras más florecientes de la Iglesia de Dios: la que otro santo, San Juan Bosco, puso bajo su protección al iniciarla en Turín: la obra que justamente por eso se llamaba salesiana.

En la prensa católica, en la inmensa multitud de instituciones de los salesianos y salesianas, en los monasterios de la Visitación de que está sembrado el mundo entero, San Francisco de Sales continúa viviendo y operando entre nosotros. Y muerto hace siglos, aún nos habla, aconseja y estimula.

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

San Francisco de Sales obispo y doctor de la Iglesia

(1567-1622) San Francisco de Sales uno de los más fieles trasuntos del Redentor, era hijo de los marqueses de Sales. Nació en Saboya el año 1567. Se educó en Annecy, en París y en Padua. En 1593 es ordenado sacerdote. Pasa largas horas de oración. Las almas se ganan con las rodillas, confesaba. Atiende sin prisa al confesionario, predica, asiste a todos los necesitados. Su celo apostólico no tenía fronteras. A él se debe la conversión de más de sesenta mil calvinistas. En 1603 fue consagrado Obispo. Multiplicó su tarea apostólica: catequesis, predicación, Sínodos diocesanos.

Era Obispo titular de Ginebra. Un día Enrique IV, rey de Francia, le ofreció un rico obispado. Francisco contestó: Me he casado con una mujer pobre. No puedo dejarla por otra mas rica.

Uno de sus más fecundos apostolados fue el de la pluma. Tratado del Amor de Dios. El arte de aprovechar nuestras faltas. Cartas. Controversias. Y quizá su mejor libro, de perenne actualidad, Introduccion a la Vida Devota, que comprende una serie de normas para santificarse en el mundo.

Francisco se encontró en su camino con un alma excepcional, Santa Juana de Chantal. Entre los dos surgió una honda amistad, ejemplo típico de equilibrio afectivo entre dos almas que caminan hacia Dios. Juntos fundaron la Orden de la Visitación, que consiguió pronto óptimos frutos.

Su vida era muy intensa. En París se encontró con Vicente de Paúl, que diría después: ¡Que bueno será Dios, cuando tanta suavidad hay en Francisco!. Santos son aquellos que guardaron toda la agresividad para si mismos, suele decirse. Eso fue Francisco, exigente consigo mismo, y ejemplo de moderación y de equilibrio para los demás. Es el santo de la dulzura, el apóstol de la amabilidad. El más dulce de los hombres, y el más amable de los santos, a pesar de su fuerte temperamento. Se cuenta que al hacerle la autopsia, encontraron su hígado endurecido como una piedra, explicable por la violencia que se había hecho aquel hombre de fuerte carácter, que era en el trato todo delicadeza y suavidad. En los negocios más graves derramaba palabras de afabilidad cordial, oía a todos apaciblemente, siempre dulce y humilde, afirma la Cofundadora, que le conocía bien.

La influencia de San Francisco de Sales en la espiritualidad ha sido enorme. Cuando San Juan Bosco buscó un protector para su familia religiosa lo encontró en él, y por eso su obra se llama Salesiana. Murió el 28 de diciembre de 1622, a la edad de 56 años. Sus restos reposan en Annecy, Francia, en el Monasterio de la Visitación.

* Pidamos por ellos para que siempre tengan respeto a la verdad.

Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia (1566-1622)

Hombre de excepcional valía y obispo empeñado en descubrir la verdad a los descaminados por la herejía protestante, sin importarle excesivamente los incontables sufrimientos que le acompañaban. De hecho, tuvo que refugiarse en Annecy y allí vivir  en pobreza  y en desgracia. Al rey francés Enrique IV, cuando le proponía ser obispo de otro lugar menos conflictivo y más rico que el que tenía, le contestó: «Majestad, estoy casado ; me he desposado con una mujer pobre y no puedo dejarla por otra más rica».

Francisco de Sales venía de la nobleza, hijo del marqués de Sales, nació en 1566 en el castillo de Thorens. Estudió en París con los jesuitas en el colegio de Clermont. Luego, en Padua, se graduó en ambos derechos. Viajero por Italia, conoce Roma y las principales ciudades italianas. Rezuma humanismo por los cuatro costados, es un buen conocedor de la filosofía y de la teología, le acompaña siempre su mentalidad jurídica. Y tiene bien rumiado el deseo de consagrarse a Dios no puesto por obra por respeto y cierto temor a las reacciones previstas de su padre.

Superadas las dificultades familiares, se ordenó sacerdote en 1593 y lo más inaudito es que se dedica a predicar, confesar, visitar y atender a los pobres y a los desgraciados, eso que en aquel tiempo no era frecuente actividad de un clérigo; se había propuesto recuperar para la fe su provincia natal de Chablais, junto al lago Léman, que había caído en la herejía protestante y consiguió provocar numerosas conversiones con su pobreza y sencillez.

Como las puertas las tenía cerradas y a los pocos templos donde podía hablar en católico no iba nadie, decidió lanzarse a publicar y distribuir unas hojas para hacerse oír; pensaba que si no le escuchaban, al menos lo leerían. El estilo de estos folletos era directo, punzante, vivo, periodístico, atractivo y presentados con calor.

Lo nombraron obispo de Ginebra, coadjutor de Ms. Garnier, y lo consagraron a su muerte en la iglesia de Thorens. Ginebra  –notable por su rebeldía mantenida–  es el foco mayor de la infección calvinista que le llevó a la expulsión de sus obispos y a sembrar la división y el odio. Veinte años vivió como obispo fuera de ella. Exponiendo su misma vida, entró en Ginebra  para ver a Teodoro de Beza, el heresiarca que ya estaba viejo y enfermo. Parece que el mismo hereje reconoció la verdad católica y rompió con el protestantismo, pero no se pudo hacer pública su conversión por los altos compromisos adquiridos.

Francisco de Sales desarrolló una admirable actividad, siguiendo los pasos de san Carlos Borromeo, y fue uno de los que más influyeron en la reforma pastoral francesa del siglo XVII. Son de especial recuerdo las catequesis que personalmente impartía a los niños, aunque la iglesia se abarrotaba de mayores; según decían sus contemporáneos, acudían por el bien que a ellos mismos les hacía,  llevar a los niños era la excusa. Las catedrales de Saboya y de Francia se lo rifan para las conferencias cuaresmales. Atiende con caridad paciente al clero propio que suele tener una mentalidad cerrada, y convoca sínodos para señalar las pautas pastorales. Dotar a las parroquias de clero es un número por las dificultades administrativas que hay que pasar debido a que su diócesis pertenece a soberanos distintos y frecuentemente enfrentados entre sí. Atiende a los religiosos a pesar de tener que soportar el fardo pesado de instituciones no adaptadas a los tiempos.  El santo sonriente y lleno de amabilidad llegó a ser denunciado a Roma por mostrarse amigo de los protestantes.

Su escrito «Introducción a la vida devota» marcó huellas profundas para la espiritualidad cristiana y para la literatura francesa por su elegancia de pluma y pulcritud, por la precisión en las expresiones y novedad en el modo de concebir la espiritualidad y ascética cristiana; fue un gran best-seller con cuarenta reimpresiones en vida de su autor. Demostró un profundo conocimiento de la sicología humana  con «Tratado del amor de Dios» y también en sus «cartas» en las que se advierte su caridad y celo como miel en los labios y la expresión cierta del amor de un Dios bueno y misericordioso que no excluye a nadie de los beneficios de la redención. Sus escritos muestran los rasgos de su personalidad bondadosa,  paciente y comprensiva.

El providencial conocimiento y encuentro con santa Juana de Chantal le sirvió para poner por obra un antiguo proyecto que fue irrealizable hasta ese momento: Hacer accesible la vida religiosa a quienes por razones de salud, educación o compromisos en el mundo no encontraban hueco en las formas religiosas existentes. Así salió la Orden de la Visitación, en Junio de 1610, que influyó de modo tan decisivo en la mentalidad religiosa del siglo XVII, metiendo como quicio en sus Constituciones no la austeridad convencional y sí la abundancia de oración y contemplación.

París es su lugar de trabajo frecuente debido a las gestiones diplomáticas que había de resolver por pertenecer geográficamente parte de su diócesis y de sus fieles a Francia. Allí tuvo ocasión de conocer y tratar a san Vicente de Paul a quien llegó a dejar el cuidado del convento de la Visitación recién fundado.

Murió el 28 de diciembre de 1622 en Lyon. Se trasladó su cadáver a la iglesia de Annecy el 24 de enero, un año más tarde; allí se conserva su cuerpo y el de santa Juana de Chantal.

Por más que la fama de santidad y la devoción fue espontánea, no llegó su canonización hasta el 1665, entre otras cosas, por las rivalidades políticas y religiosas que se daban entre parisinos y saboyanos.

El papa Pío IX lo declaró doctor de la Iglesia en 1877.

Es patrono de la prensa católica, y buena falta les hace a los periodistas tener en el cielo un buen valedor que conozca su oficio. Seguro que, si se encomiendan a él en la realización de su trabajo profesional, su santo patrón les hará ver que la noticia buena es la que expresa con belleza la verdad y anima a buscar el bien.