28 de Enero

Julián, obispo († 1208)

Fue el segundo obispo de Cuenca –desde el 1198 al 1208–, después de D. Juan Yáñez.

Nació a mediados del siglo XII. En familia noble burgalesa, cuando Burgos era la cabeza de Castilla. Inicia su educación en la escuela catedralicia de la época, donde se refugia la ciencia junto al clérigo del monasterio, aplicándose con esmero a las artes liberales.

En Palencia cursa estudios superiores. Estudioso, serio y formal, impresiona a los profesores y se hace notar entre los alumnos por su ciencia y piedad. Terminados sus estudios es nombrado profesor de filosofía y teología cuando solamente tiene 24 años. Esta situación es un caso excepcional en el centro que el obispo Poncio convirtió en Estudio, Alfonso VIII elevó a la categoría de Universidad y el papa Urbano VI enriqueció con todos los privilegios de la universidad de París. En la docencia quemará diez años de su vida. Ocupa una habitación  funcional que es a la vez lugar de reposo-estudio-oratorio, y allí hace además cestillos que son parte de su limosna a los pobres; los da para que con su venta se ayuden a vivir.

A los 35 años se retira a Burgos con la intención de prepararse al sacerdocio abandonando la fama, el honor y prestigio que se ha bien ganado con la docencia. Vive con el fiel criado Lesmes a orillas del Arlanzón en intensa vida de oración, mortificación y estudio hasta que en 1166 es ordenado sacerdote. Los alrededores de la capital burgalesa son los primeros beneficiados de su apostolado.

Pero al poco tiempo decide ampliar el campo de su predicación. Con un crucifijo, una estampa de la Virgen y una muda está convertido en misionero tierras abajo hasta la Córdoba averroista ¡Cuánto bien hizo con su bien formada cabeza! Está  misionando en Toledo cuando el arzobispo Don Martín López le nombra arcediano de la catedral. La excursión misionera ha durado veinte años. Ahora, en la nueva situación, alterna las tareas de gobierno con la predicación, la administración de los sacramentos, y la santa manía de fabricar cestillas para los pobres, junto a la oración y penitencia que ama vivamente y a las que se dedica de modo especial una temporada en determinados días cada año.

Alfonso VIII lo obliga a aceptar la diócesis de Cuenca a la muerte de su primer obispo. En 1196 es consagrado obispo vencida su resistencia. Y comienza un nuevo cargo pastoral en la hosca y brava sierra, el altozano de la Alcarria y los llanos de  la Mancha donde ha de cuidar del complejo mosaico de musulmanes, judíos y cristianos que su diócesis encierra. Se preocupó de modo exquisito de los sacerdotes que son su mano larga para llevar a Cristo al pueblo. La caridad con los pobres, y la atención a los descarriados destacan bases que consiguen para Dios una parcela cristiana. Los biógrafos hacen sobresalir dos momentos de su vida de pastor en los que demostró virtudes heroicas: la hambruna y la peste que sufrió el pueblo y en las que su generosidad y entrega no tuvo límite a favor de sus fieles.

Murió en el 1208.

Sus atributos son con propiedad episcopales, la mitra y el báculo al que se añade un cestillo testigo de su caridad. Ordinariamente se le representa sentado ante su mesa de trabajo.

A lo largo de su vida se complementan lo intelectual y lo pastoral, la teoría se hace práctica, el espíritu informa a la existencia, y las palabras no se quedan huecas sino que se colman con las obras. Fue el hombre de Dios que sirvió a la Iglesia estando donde se le necesitaba y en el momento oportuno. Aparte quedan los fastos apócrifos que adornan su vida con prodigios sobrenaturales desde su entrada en el mundo y existentes sólo en la imaginación de quien tuvo la sana pretensión de exaltar la figura del santo. San Julián no los necesitaba.

SAN JULIÁN OBISPO DE CUENCA (1208)

En el año 1128, y en Burgos, entonces capital de Castilla, nace para la vida y la santidad el futuro obispo conquense. Fue linajuda su cuna, plus honestis parentibus, sus progenitores, y entre prodigios y misterios envuelto su nacimiento. Era este niño la realidad hecha vida de aquel sueño que tuvieron los padres del Santo unos meses antes de nacer él, que fue una verdadera revelación. Leyenda o realidad, pero la tradición asegura que, apenas nacido San Julián, con su manecita derecha trazó la bendición episcopal sobre padres, familiares y amigos, testigos de su nacimiento.

Al atardecer el día en que naciera, fue bautizado en la entonces parroquia de San Pedro, según se cree, y apenas comenzado el rito sacramental, una bandada de ángeles batían sus alas en las alturas del templo, dejándose oír - nos refiere la tradición - una voz angélica, que decía: Hoy ha nacido un niño que en gracia, no tiene igual.

Fue el hogar paterno la primera escuela de aprendizaje para su espíritu y su inteligencia, cultivadas con esmero, en aquellas escuelas catedralicias en las que, junto al clérigo de los monasterios, se había refugiado la ciencia por aquel entonces: siglo XII.

Aquél varón singular, que se concibió, nació, vivió y murió entre prodigios y misterios, terminados sus estudios primarios en Burgos, aconsejado por sus padres y maestros, marchó a Palencia, para hacer los estudios superiores en la escuela de esa ciudad, que el obispo Poncio convirtió en Estudio, y Alfonso VIII elevó a la categoría de Universidad, y el papa Urbano VI enriqueció con todos los privilegios de la Universidad de París. El joven estudiante burgalés causó bien pronto la admiración de estudiantes y profesores, terminando sus estudios con el brillante título de Doctor. Reunido el claustro de profesores, bien ponderadas las extraordinarias cualidades del nuevo doctor y su esmerada y completa preparación científica, acuerda nombrarle profesor de filosofía y teología en la célebre universidad palentina, de la que sólo unos meses antes era alumno. Sucedió esto en el 1153 y tenía entonces San Julián veinticuatro años. Durante los veintiún años que estuvo en Palencia - once de estudiante y diez de profesor - su habitación no era sólo salón de estudio y oratorio, sino, además, obrador de menestral, pues por aquel su espíritu de caridad, ejercido todo a lo largo de su vida, trenzaba unas cestillas con mimbre y sarga, que luego repartía como limosna, jueves y sábados, a los pobres, que se alimentaban con el producto de su venta,

En su cátedra enseñó San Julián con claridad, sencillez y aprovechamiento tal, que Paulo V le coloca en la categoría de los grandes teólogos de su siglo.

Su fama crecía de día en día y la admiración por el joven profesor no tenía límites. Gallardo y apuesto joven, de los de calzas de raso y plumilla en el sombrero, al estilo de la época, a pesar de su modestia y recogimiento, no podía evitar que todas las miradas se clavaran en él. Se adentra más y más en sí mismo y, para alejar la tormenta que rebramaba en su alma, decide abandonar Palencia para retirarse lejos del mundanal ruido.

Treinta y cinco años tenía San Julián cuando, pisoteando la fama y la gloria, abandona Palencia para vivir en Burgos en una humilde casa, que construye fuera de la ciudad, una vida de retiro, preparación para el sacerdocio y el apostolado.

Ya han muerto los padres de nuestro Santo. Su madre, antes de venir de Palencia, y su padre, apenas llegado a Burgos: es el año 1163. Esta situación, lastimosa y triste, favorece su inquietante idea de retiro. Recibe la tonsura y las órdenes menores, y acompañado del más joven criado de su casa paterna, el fiel Lesmes, marchan los dos a vivir a una casita en la vega de La Semella, junto a Burgos y a orillas del Arlanzón. La oración, la mortificación y el estudio son sus ocupaciones constantes: bajo la sabia y experta dirección espiritual de un religioso agustino del cercano convento, llega a la altísima dignidad del sacerdocio, que recibe en 1166. Permanece aún algún tiempo en aquel retiro de La Semella antes de comenzar su intensa vida de apostolado.

Los primeros ensayos del novel misionero los hizo por los alrededores de la capital burgalesa, penetrando después de lleno en la ciudad de Burgos: las rivalidades, envidias, egoísmos y odios de los Castro y los Lara hicieron estéril su predicación allí y se decidió por hacerse misionero por España.

Un buen día, San Julián llamó a su criado Lesmes, a quien dijo:

- ¿Quieres acompañarme, Lesmes?...

- ¿A dónde, señor?

- A recorrer España, dijo San Julián.

- Con vos, hasta la muerte, respondió Lesmes.

Y sin más bagaje que el breviario, un crucifijo, una estampa de la Virgen y una muda, salió San Julián, transformado en caballero andante a lo divino, sobre el brioso corcel de su celo, por toda la geografía de España.

Grande fue el fruto de su predicación y muchos los convertidos por el santo misionero San Julián. Hasta la Córdoba averroísta, donde tantas veces fuera de estudiante, conoció el trallazo de su silogismo y la fuerza de su argumentación. Hacia 1190 llegó predicando por tierras de Toledo, después de veinte años de excursión evangelizadora. En 1191 predicaba y misionaba junto a la capital toledana, y aquel mismo año muere su arzobispo González Pérez.

El mismo año de 1191 es nombrado arzobispo de Toledo don Martín López, quien en los primeros meses de su pontificado, conocida la santidad, sabiduría y celo por la gloria de Dios del misionero burgalés. le nombra arcediano de la catedral toledana, que tuvo que desistir en su negativa ante la insistencia del señor arzobispo y porque le aseguró que el arcedianato no sería obstáculo para su vida apostólica y misionera. Ya en su nuevo cargo, alternaba las tareas del gobierno de la archidiócesis, que pesaba sobre él, con la intensa vida de apostolado en predicación y administración de sacramentos, quedándole tiempo para la confección de sus célebres cestillas, que daba en limosna a sus pobres. Cada año se retiraba unos días, para dedicarse más íntimamente a sí mismo en una especie de práctica de ejercicios espirituales en la finca que en La Sagra compró al abad de Santa María de Usillos, cuyos beneficios, a la vez que los del arcedianato, entregaba en limosna a sus pobres.

Cinco años lleva San Julián de arcediano en Toledo, cinco años que han servido para que todos le admiren y quieran. El 14 de diciembre de 1195 muere el noble y prudente primer obispo de Cuenca, don Juan Yáñez, sede episcopal fundada por Alfonso VIII en 1182, después de la reconquista de la ciudad del cáliz y la estrella. Conocía Alfonso VIII las virtudes y celo del arcediano de Toledo y creyó, ciertamente, que ninguno mejor que él podrá ser el segundo obispo de la recién creada diócesis conquense. De nada valieron las negativas y oposición de San Julián: en el mes de junio de 1196, a la edad de sesenta y ocho años, fue consagrado obispo entre la alegría y tristeza de los toledanos, que si veían hecho obispo a su santo arcediano, les dolía el perderle. Apenas consagrado obispo, acompañado de su fiel Lesmes, sale para Cuenca, cuya distancia con Toledo la salvan caminando a pie por sendas y vericuetos. En el camino se entera del gran recibimiento que preparan los conquenses, y ya, a corta distancia de la ciudad, espera que llegue la noche y hace su entrada cuando todos duermen: todos menos un rapazuelo del hoy Barrio de San Antón que les guía hasta el Palacio Episcopal y a quien el Santo protege, muriendo, según la tradición, de arcediano de Cuenca.

Sobre su labor como obispo de Cuenca, diremos lo que apunta uno de sus biógrafos: Sólo un espíritu de dinamismo multiplicado como el de San Julián podía llegar a una actuación tan compleja y ordenada. Cuenca y su obispado estaban en aquella época ocupados por tres clases de moradores: musulmanes, judíos y cristianos: a todos visita y catequiza; a todos instruye y forma: grande es su trabajo, mayor su celo, y el fruto no se hace esperar, haciendo una ciudad cristiana: hasta en los repliegues bravíos de la serranía, en los altozanos ondulantes de la Alcarria y en las llanuras sin fin de la Mancha, dejó prendido San Julián el encendido eco de su voz apostólica y misionera.

Tuvo una gran preocupación y predilección por sus sacerdotes, que los quería santos y apóstoles. En sus célebres visitas pastorales ponía especial cuidado en corregir el deplorable estado de muchos de sus sacerdotes, y los insolentes e incorregibles de siempre le proporcionaron serios disgustos: por ser antes el deber que la amistad para San Julián, hubo de enfrentarse con su metropolitano y gran amigo don Martín López, a quién acudían, engañándole, esos desgraciados sacerdotes descarriados. Preocupóse grandemente por el Cónclave Levítico, especie de Seminario, que recogía los niños donados a la Iglesia. En definitiva: su labor episcopal en Cuenca fue tan abrumadora como de felices resultados, haciendo una dudad y diócesis eminentemente cristiana.

De todas las virtudes de San Julián, la que más sobresale es su caridad: caridad ardiente por las almas de sus diocesanos, a quienes instruye y forma; caridad por los cuerpos, que socorre abundantemente, en sus necesidades matrimoniales. No sólo durante la peste que asoló a Cuenca y provincia en el primer año de su pontificado, sino siempre; caridad para con todos: cristianos, judíos, mahometanos; su corazón y su caridad no distinguían credos ni sectas. Para todos era su pan, muchas veces milagroso, y para todos la delicadeza y exquisitez de sus cuidados. Solía el Santo anualmente retirarse unos días a una gruta abierta sobre el Cerro de Ja Majestad, para practicar esa especie de ejercicios espirituales que tanto le fortalecían: días de ayunos y asperezas, de oración intensa y mortificación constante. Llamaba el Santo este sitio el lugar de mi tranquilo día: junto a la gruta, que hoy se conserva, se levanta una sencilla ermita en honor del Santo, y ese lugar lo llaman los conquenses San Julián el tranquilo. En esos días de retiro fabricaba sus célebres cestillas, que repartía en limosna a los necesitados y que todos procuraban tener, pues a su contacto se veían libres de enfermedad, rubricando con esta costumbre su apodo de obispo limosnero.

El ídolo conquense, el hombre de santidad colmado y alma rota por el dolor ajeno, el obispo sabio y santo, predicador, apóstol y limosnero, llama a su capellán y fiel criado, a quién dice: Lesmes, mi buen Lesmes: voy a morir y debo prepararme. Habrá que resignarse ante lo inevitable, y Lesmes, con el corazón deshecho por el dolor, prepara la llegada del capitán Cristo Jesús, hecho Eucaristía, que visita a su fiel soldado San Julián. Sobre su cuerpo quemado por la fiebre, tiembla la llorosa amatista de los hábitos episcopales: San Julián recibió el Viático revestido de Pontifical. Arrobado y extasiado por la gracia de la Eucaristía, muere San Julián: era el anochecer del 28 de enero de 1208; los ángeles, con manos invisibles, hicieron hablar, con ronco sonido, todas las campanas de la ciudad, que decían: Ha muerto el siervo fiel y prudente San Julián: Cuenca está de luto.

El papa Clemente VIII, por el Breve de 18 de octubre de 1594, recibido en Cuenca el 1 de febrero de 1595, conocidos los portentos obrados por intercesión de San Julián, le canonizó y concedió para Cuenca oficio y misa propia. Sus restos se conservaron en una arqueta, puesta en el altar del ábside dedicado al Santo, donde hoy se conservan los fragmentos óseos que el actual obispo don Inocencio Rodríguez Díez mandó autentizar, y donde el Santo recibe la oración plural de los conquenses, que aman de verdad al santo burgalés, que es y será San Julián de Cuenca.

ARISTEO DEL REY PALOMERO