31 de Enero

SAN JUAN BOSCO FUNDADOR (†1888)

Como dice Pío XI en la bula de canonización, muy difícil es bosquejar en pocas líneas esta figura gigantesca. Nació en Becchi (Casteinovo de Asti - Italia), el 16 de agosto de 1815, y el mismo día fue regenerado con el agua bautismal. A los dos años quedó huérfano de padre, que se llamaba Francisco. Afortunadamente su madre, Margarita Occhiena, inteligente y santa mujer, supo educar a sus dos hijos José y Juan y al hijastro Antonio como mejor no se podía pedir. Modelo de madres, su vida merece ser conocida, difundida e imitada.

Desde la más tierna infancia Juan manifestaba gran despejo de inteligencia, apego a su propio juicio, tenacidad en sus propósitos, tendencia al dominio sobre los demás, ternura de corazón, desprendimiento y generosidad. Margarita supo cultivar lo bueno y cercenar lo malo de todas estas inclinaciones. Ante todo, fomentó en sus hijos la piedad, una piedad varonil y profundamente sentida, franca y abiertamente practicada. Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará cuenta, que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos y premiará con largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo.

Les enseñó a amar e invocar a la Virgen Santísima y al ángel de la guarda, y a apreciar debidamente el tesoro del tiempo.

Pronto se desarrolló en Juanito la sagrada fiebre del apostolado. Ya a los siete años reunía a sus compañeros para enseñarles a rezar, repetirles lo que oía en las pláticas y lo que su santa madre le enseñaba, pacificarlos en sus riñas y disensiones, corregirlos cuando hablaban o procedían mal, jugar con ellos y entretenerlos para ayudarlos a hacerse buenos.

Juan Bosco es uno de los hombres que más han soñado, es decir, que Dios le manifestaba en sueños su voluntad y le decía muchas cosas, como a José, el hijo de Jacob, que precisamente por sus sueños llegó a ser virrey de Egipto; como al profeta Daniel; como al mismo patriarca San José. A los nueve años tuvo el primero de sus grandes sueños. Bajo la alegoría de una turba de animales feroces que se truecan en corderos y algunos en pastores, se le indica su misión en el mundo: educar la juventud, trocar, mediante la instrucción religiosa, cívica, intelectual y moral, a los díscolos en buenos y perfeccionar a los buenos. Es el mismo Jesús quien se la asigna, y para que pueda desempeñarla, le da por madre y maestra a la Virgen Auxiliadora. Para cumplirla, desea hacerse sacerdote.

Pero ¡cuántas dificultades le salen al paso!: pobreza, oposición de su hermanastro, burlas, muerte de su principal bienhechor... Mas de todas triunfa con la constancia y la confianza en Dios.

Aunque deseara ardientemente hacer la primera comunión, sólo a los diez años - y eso tan sólo en atención a su gran preparación - se le concede. En esa ocasión hizo propósitos que fueron norma de toda su vida.

Antes de poder estudiar regularmente, y durante sus primeros estudios, para ayudar a pagarse la pensión tuvo que servir como mozo en granjas y en cafés, trabajar de sastre, de zapatero, de carpintero y herrero, de repostero y sacristán, como que tenía que fundar y dirigir prácticamente escuelas profesionales y agrícolas. En todas partes seguía ejerciendo el apostolado. Entre sus compañeros fundó la Sociedad de la Alegría y una especie de academia artístico-literaria, y para atraer a los catecismos a chicos y mayores se hizo hábil titiritero, atleta e ilusionista. Dotado de una magnífica voz y de un oído finísimo, cantaba y tocaba armonio, piano, violín y algunos otros instrumentos. Poseyendo una memoria prodigiosa y una inteligencia comprensiva, además de las asignaturas de los cursos filosóficos y teológicos, estudió a fondo las literaturas italiana, griega, latina y hebrea, y llegó a hablar el francés y el alemán lo suficiente para entender y hacerse entender. Todo esto era una providencial preparación para cumplir debidamente la misión asignada por Jesús, desde el primer sueño. Estos seguían jalonando su vida, a medida que se iba acercando el tiempo de ponerla en ejecución.

Mientras estudiaba el segundo año de teología hizo pacto con su compañero Luis Comollo de que el primero que muriera vendría, permitiéndolo Dios, a darle al otro noticia de la otra vida. Murió Comollo y la misma noche se presentó en el dormitorio con tremendo aparato, para decir al amigo, oyéndolo todos, que estaba salvo. De la impresión muchos enfermaron, entre ellos el mismo Juan, quien dice en sus memorias que esos pactos no se deben hacer, porque la pobre naturaleza no puede resistir impunemente esas manifestaciones sobrenaturales.

Ordenado sacerdote en 1841, por consejo de su director San José Cafasso, siguió en el Convictorio Eclesiástico de Turín los tres cursos de perfeccionamiento de la teología moral y pastoral, y al mismo tiempo estudiaba las condiciones sociales de la ciudad, del campo y del tiempo en que vivía. Ejerciendo el ministerio en cárceles y hospitales, y reparando en lo, que sucedía en las calles y plazas, en los talleres industriales y en las construcciones, le llamó la atención el número enorme de chicos que, abandonados de los padres, o huérfanos, vagabundeaban, con evidente peligro de perversión y constituyendo una amenaza social: y decidió remediarlo en cuanto pudiera. Así concibió la idea de los oratorios festivos y diarios. Pronto la Providencia le deparó la ocasión de empezar. En la iglesia de San Francisco de Asís - el santo del amor universal - estaba revistiéndose para celebrar la santa misa, cuando entró, curioseando, un chico de quince años, albañil de oficio, y pueblerino. El sacristán le dijo que ayudara la misa y como no sabia, lo riñó y golpeó. Don Bosco tomó su defensa y, terminada la misa, se entretuvo consolándolo y haciéndole las preguntas que convenían a su intento. Ignoraba hasta el padrenuestro y el avemaría, lo invitó a arrodillarse con el ante un cuadro de la Virgen, y rezaron con inmenso fervor el avemaría. Y, acto seguido, le dio la primera clase de catecismo. Le invitó para el domingo siguiente. Y el chico cumplió, trayendo otros compañeros. La obra de los oratorios festivos había nacido y con ella toda la grandiosa obra salesiana. Aquella oración a la Virgen le dio gracia y fecundidad.

Al salir del Convictorio se le ofrecieron halagadores empleos en la diócesis. Mas como no sentía atractivo hacia ninguno de ellos, consultó con su santo director San José Cafasso. Este le consiguió la dirección del refugio, obra para niñas, de la piadosa marquesa Julieta Colber de Barolo y allí, a su vera, pudo desarrollar su Oratorio. Como éste crecía sin cesar y a la señora marquesa le molestaba la algazara de los chicos, lo puso en opción o de abandonar a los chicos o de, dejar el refugio. Dejó el refugio. Y... se encontró en la calle, con una grande obra entre manos, sin un céntimo, por añadidura. En sueños, la Virgen le conforto, Y algunos medios le vinieron. El Oratorio tuvo una vida trashumante: una plaza, un cementerio abandonado, unos prados. Pero hasta de éstos tuvo que emigrar. Fue la única vez que sus chicos le vieron triste y llorar. Mientras paseaba lleno de amargura por un extremo del prado, llama su atención hacia otro prado vecino un resplandor: ve una grande iglesia y alrededor de su cúpula este letrero de luz y oro: Hic domus mea; inde gloria mea: (aquí mi casa; de aquí saldrá mi gloria). Por la noche, otro sueño más detallado le dejó entrever el porvenir y hasta la fundación de una nueva congregación religiosa adaptada a las necesidades de los nuevos tiempos.

Pudo comprar el prado. Su dueño, el señor Pinardi, le dio facilidades. La providencia le mandó bienhechores y cooperadores. Edificó una casa y una capillita.

Pero aún estaba solo. Propuso a su madre fuera a acompañarlo. Y aquella santa mujer, que aun en su pobreza vivía como una reina con su hijo José y sus nietecitos, lo abandonó todo, y fuese a Turín a compartir con su hijo sacerdote la pobreza y las penalidades, pero también la gloria y las satisfacciones de un apostolado original y fecundísimo. Diez años vivió allí, siendo la madre de tantos huérfanos, viendo la proliferación de aquella obra que se consolidó en unas escuelas de externos e internos y dio origen a varios otros oratorios base de nuevas obras, hasta el 25 de noviembre de 1856, día en que el Señor se la llevó para premiarle sus sacrificios y la caridad ejercidos por su amor. Algún tiempo después se apareció a Juan y le dejó entrever una ráfaga de las delicias del cielo.

El Santo levantó una iglesia para sus niños, dedicándola a San Francisco de Sales. Las visiones o sueños le daban a entender que debía fundar una congregación religiosa que, aplicando sus métodos, educara a las juventudes, especialmente a los obreros, y tratara de armonizar las clases sociales, y que los socios tendría que formárselos entresacándolos de los mismos niños que él educaba. Así nació la sociedad salesiana, cuyos primeros socios profesaron en 1859 y que fue definitivamente aprobada en 1868.

En 1865 puso la primera piedra del santuario de María Auxiliadora, y en 1867 la última. A fuerza de milagros la Virgen se había edificado su casa. El santuario - basílica es uno de los cuatro o cinco en que se manifiesta más claro y poderoso el influjo de la Virgen. Con el santuario nació la Archicofradía de María Auxiliadora.

En 1872 fundó la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, con reglas similares a las de los salesianos. También se fundó la Asociación de Antiguos Alumnos. En 1875 fue aprobada por la Santa Sede la Pía Unión de los Cooperadores Salesianos o Tercera Orden Salesiana. Por órgano le dio El Boletín Salesiano.

La actividad del Santo se desplegaba en todos los campos del apostolado católico. La prensa le debe multitud de publicaciones fijas y periódicas: hojas volantes, libros de texto y de propaganda, colecciones de clásicos italianos, latinos, griegos, biblioteca de la juventud, biblioteca de dramas, comedias, cantos, romanzas, zarzuelas, música religiosa. Entre los talleres de sus escuelas profesionales nunca falta la imprenta. Hasta fundó una fábrica de papel, la primera que funcionó en Piamonte. Don Bosco es también un gran escritor. Presta a la Iglesia grandes servicios como diplomático oficioso.

Las dos congregaciones y la Tercera Orden crecieron fabulosamente. Tuvieron casas en todas partes. En 1875 inauguró las misiones, cuya primera expedición destinó a la evangelización de las tribus de la Patagonia y Tierra del Fuego, en Argentina y Chile.

Lo sobrenatural se había hecho natural en él, según frase de Pío XI. Leía en las conciencias, predecía el futuro, con la bendición de María Auxiliadora, toda clase de enfermedades, resucitó tres muertos. Sobre todo en sus últimos años, las multitudes lo seguían pidiéndole la bendición. Triunfales fueron sus visitas a París y Barcelona. En sus últimos años edificó la iglesia de San Juan Evangelista, en Turín, y la basílica del Sagrado Corazón, en Roma.

Aunque de fibra robustísima, el Señor le purificó con frecuentes enfermedades y molestias que no lograron debilitar su celo ni aminorar su espíritu de trabajo. En efecto, Don Bosco es uno de los hombres que más han trabajado en el mundo, como es uno de los que más han amado a los niños. Y dejó a los suyos el trabajo y la piedad como lema.

Murió en Turín el 31 de enero de 1888. San Pío X lo declaró venerable en 1907; Pío XI, que le había tratado personalmente, lo beatificó en 1929 y lo canonizó solemnemente el día de Pascua de Resurrección, 1 de abril de 1934. Es el patrono del cine, de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas...

RODOLFO FIERRO, S, D. B.

San Juan Bosco, presbítero

(1815-1888) Es el santo de la juventud, el santo de los obreros, el santo de la alegría, el santo de Mª Auxiliadora.

Nació en el año de 1815 en Becchi-Piamonte (Italia), de padres humildes pero muy buenos cristianos. De su santa madre recibió una profunda educación cristiana y un gran amor a la Virgen María junto con un gran respeto hacia los Sacerdotes. Ambas cosas quedaron profundamente impresas en su alma.

Desde niño demostró estar en posesión de cualidades nada comunes en todos los sentidos: era simpático, agudo, inteligente, trabajador. De pequeño, después de joven, pero sobre todo de Sacerdote, trabajará tanto que parece imposible cómo en sólo 72 años de vida pudo realizar tántas y tan importantes obras.

Cuando vistió el hábito clerical le amonestó aquella santa mujer que fue su madre: Puedes imaginarte, hijo mío, la gran alegría que embarga mi corazón, pero, por favor, no deshonres nunca este hábito. Sería mejor que lo abandonaras. Cuando viniste al mundo te consagré por entero a la Virgen María; cuando comenzaste los estudios te recomendé la tierna devoción hacia ella; ahora te encarezco que seas todo de ella... si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre su devoción...

Tenía muchos SUEÑOS y todos ellos muy famosos y se cumplían. Se ordenó Sacerdote en 1841 y desde entonces no paró hasta dar cobijo y digna educación a tantos niños que veía abandonados por las calles. El rezo de un Ave María hizo el milagro y fue el primer eslabón de esta maravillosa cadena de sus ORATORIOS. Centenares, millares de niños abandonados encontraron calor, educación, comida, vestido y cobijo cariñoso como en su propia casa.

Mamá Margarita y su hijo se desvivían por ayudar a aquellos rapaces que el día de mañana serían buenos padres cristianos. Dos eran las armas de que se servía, sobre todo, Don Bosco, para formarles: LA EUCARISTIA Y LA PENITENCIA. Estos dos sacramentos obraban maravillas en aquellos jóvenes. Obraba milagros, pero siempre atribuía el mérito a la VIRGEN AUXILIADORA. Para continuar su OBRA en 1857 San Juan Bosco fundó los Salesianos y poco después las Hijas de María Auxiliadora. Antes de que muera verá su obra extendida por varias naciones del mundo.. Muere el 31 de enero de 1888.

* Sigamos uno de sus últimos consejos: "Propagada la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son los milagros."

encuentra.com

Juan Bosco, fundador (1815-1888)

Es el patrón del mundo del cine, de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas y podría serlo de los que trabajan en la repostería, de los camareros y de los catequistas. Sacerdote ejemplar y polifacético, infatigable trabajador y quien más se ha preocupado de los jóvenes. Con su trabajo apostólico y santidad burló las trabas de las autoridades anticlericales y superó el escepticismo de los clérigos. Pocas iniciativas apostólicas han tenido tanto éxito y difusión

Nació en Becchi –Castelnovo de Asti–, en el Piamonte italiano, el 16 de agosto de 1815 y lo bautizaron el mismo día. Francisco, su padre, murió joven dejando viuda a Margarita Occhiena, buena educadora de sus hijos José y Juan y de su  hijastro Antonio. Siempre les inculcó amor a la Virgen, devoción al Ángel de la Guarda y un escrupuloso aprovechamiento del tiempo. Ya se ve que contagiar esos principios cuando los hijos están en edad de recibir da resultado.

Hizo la comunión primera cuando tenía diez años. Esto fue cosa extraña por la terrible moda impuesta por el jansenismo de retrasar los sacramentos con excusa de mejor conciencia y reverencia al sacramento, pero con consecuencia de mal para los menos que lo recibían.

Juan tuvo que trabajar para poder estudiar. Hizo de todo: mozo de granja, camarero, sastre, zapatero, carpintero, herrero y sacristán.

Inquieto en su juventud. Fue un líder. Para sus compañeros inventó una especie de academia artístico-literaria que llamó «Sociedad de la alegría»; los domingos, para atraer a los chicos y hablarles de Dios no le importó hacer de titiritero, ilusionista o atleta, o de emplear sus conocimientos de piano y violín. Va cuidando poco a poco su preparación con el estudio de los clásicos latinos y griegos y aprendiendo alemán y francés para no sabe aún muy bien qué.

Se ordenó sacerdote en 1841. Bajo la dirección y consejo de san José Cafasso, prolongó su estancia en el Convictorio Eclesiástico de Turín con el propósito de mejorar su perfeccionamiento en teología moral  y pastoral. Es el período de visitar cárceles y hospitales; toma contacto con la parte de la sociedad más abandonada y despreciable. La incontable muchedumbre de niños que están por las calles, muchos de ellos  –huidos de la miserias del campo–  están abandonados, o son huérfanos; la gran mayoría no tiene instrucción y eso le remueve por dentro;  ve en ellos una futura amenaza social, porque están abocados al vicio, la explotación y la delincuencia.

Fue decisivo un día en el que vio que el sacristán propinaba una buena tunda a un pillo. Era en la sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís, mientras él se preparaba para celebrar la Misa. Comprobó que no sabía ni la Salve ni el Padrenuestro, ni el Avemaría; lo llevó ante la imagen de la Virgen y con él comenzó a recitar las oraciones con la promesa de continuar al domingo siguiente con los amigos que le llevara. Así comenzaron los «Oratorios festivos» que luego se hicieron «diarios» y que fueron muy pronto su gran quebradero de cabeza por no tener ni encontrar espacio disponible con el agravante de estar sin blanca y con el aditivo del bullicio propio que tal aglomeración de niños llevaba consigo. Conoció la necesidad de la transhumancia ciudadana, ocupó con sus chicos plazas y algún cementerio abandonado, y hasta un prado del que también los echaron. Pero sentía la urgente necesidad de dar instrucción religiosa, cívica, intelectual y moral en la sociedad de su tiempo y no podía dejar de hacer algo.

Decidió fundar una Congregación adaptada a los nuevos tiempos. Salió un bienhechor y el Sr. Pinardi dio facilidades para adquirir su suelo. Con limosnas levantó una capilla y una casa. La madre de Juan Bosco se animó a trasladarse a Turín para hacer de madre y abuela en medio de la pobreza y alegría durante diez años hasta su muerte el 25 de noviembre de 1856.

Construyó una iglesia que dedicó a San Francisco de Sales donde sus niños pudieran formarse. Fue el comienzo de la labor con la juventud  –especialmente obrera–  a la que había que dar principios cristianos que llevaran a una convivencia pacífica ciudadana, a no crear conflictos y dispuesta para armonizar las clases más que a enfrentarlas. Había que enseñarles oficios para que se ganaran honradamente su vida. Como método pedagógico entendía que daba buen resultado querer a aquel enjambre de muchachos, uno a uno, y nunca pegarles; sí razonar cada situación, favorecer su libre decisión, animar la voluntad, decirles con simpatía donde está el bien  y el mal. La Sociedad Salesiana había empezado con los primeros socios en 1859 y se aprobó de modo definitivo en 1868.

La idea se desparramó por Italia como un reguero de fuego, y fue preciso abrir nuevas escuelas y talleres donde dar alojamiento, se aprendieran oficios, al tiempo que se oía de Dios y se pensaba en el prójimo; sitios donde hubiera alegría, se corrigiera el error y se impulsara a la verdad; siempre al socaire de una fe en la Providencia que no tenía límites. Casas  similares se abrieron en Sicilia, en Tirol, en Francia y en Bélgica.

Edificó e santuario de María Auxiliadora con la ayuda de los milagros de la Virgen; se pudo terminar en 1867. Y fundó la Archicofradía de María Auxiliadora  para mujeres con normas de vida y normas semejantes a las de los varones.

Le siguió la fundación de la  Asociación de Antiguos Alumnos y en 1875 la Pía Unión de Cooperadores Salesianos o Tercera Orden, con su órgano de comunicación «Boletín salesiano».

El crecimiento de la espiritualidad y trabajo fue asombroso. Y ello dio paso a la expansión en misiones. Las tierras del extremo sur de Argentina y Chile (la Patagonia y Tierra de Fuego) fueron un sitio más para las avanzadillas salesianas.

Juan supo –como don– leer las conciencias, predecir el futuro y curar enfermos bendiciéndolos con la imagen de María Auxiliadora. Resucitó tres muertos.

Su nombre y figura arrastró multitudes ante el asombro de los ilustrados escépticos en los apoteósicos recibimientos tanto en París como en Barcelona.

Construyó la iglesia de San Juan Evangelista en Turín y la basílica del Sagrado Corazón en Roma.

Murió en Turín el 31 de enero de 1888.

Pío XI lo canonizó en 1934.

Fue Juan Bosco un excepcional y maravilloso instrumento de Dios para la difusión del Evangelio. Dejó tras de sí a la familia salesiana con la herencia de su espiritualidad «trabajo y piedad». Justo lo que él mismo había vivido de modo tan intenso.