Modelo de obispo celoso, enérgico, fiel al papa de Avignon como el que más; tiernamente devoto de la Santísima Virgen y que supo mandar a paseo la gloria de los hombres a pesar de tenerla tan al alcance de la mano por pertenecer a una de las familias florentinas más importantes de su época, la de los Corsini, de la que salió el papa Clemente XII.
Andrés nació en Florencia el 30 de noviembre de 1301. Su madre, Gemma, anduvo nerviosa por la tardanza de llegar aquel hijo tan deseado; estuvo a la espera por siete años estériles. Cuenta una tradición –no se sabe bien lo que tendrá de verdadero o de exageración piadosa– que llegó a ofrecerle a la Virgen el fruto de sus entrañas, si se lo daba; cuentan cosas sobre un extraño sueño donde veía que engendraba un lobo que se convertiría en cordero manso al entrar en la iglesia del Carmen.
A los quince años, Andrés era un chico vehemente, vivo, brusco, y hasta violento en los deportes. Su fama, con ser tan joven, iba por los caminos de la mayor frivolidad: iracundo, derrochador, dado a los amoríos, jugador y apasionado por la caza. Un día le tocó enfrentarse con su madre; fue una discusión fuera de lo común, levantó la voz y aquello subió a un tono nada aceptable. La madre no pudo dominarse y refirió a Andrés el contenido del sueño que tuvo antes de que naciera, de sus esperanzas, anhelos y temores después del sueño.
Nada más despertar Andrés al día siguiente, se fue a la iglesia carmelita a pedir, llorando, el hábito de la Orden que recibiría formalmente en 1316. Aquel fanfarrón insolente se convirtió en un fervoroso y pacífico fraile, entregado de lleno a vivir el espíritu carmelitano y a pedir limosna por las casas para arrimar el hombro en la vida del convento. Parece que daba cumplimiento cabal al sueño de su madre.
Estuvo estudiando tres años en París, aunque no consta que llegara a culminar con éxito los estudios, consiguiendo el grado de doctor. Llegó a ser prior de la iglesia del Carmen en Florencia y de la residencia aneja. Luego, desde el 1384, pasó a Provincial de Toscana entre los carmelitas.
Llegó la peste negra e hizo estragos en Fiésole. Al quedar vacante la sede por la muerte del obispo, el cabildo de la catedral puso en él los ojos por su fama de santidad. No sirvió de mucho la negativa, ni que se escapara y escondiese; descubrieron su retiro en una cartuja y desde 1349 figura en el episcopologio.
Como obispo lo hizo bien. Desarrolló una actividad extraordinaria intentando remediar la paupérrima situación de su territorio, machacado por las guerras y la peste; mostró una firmeza poco frecuente con los usureros y con los usurpadores de bienes eclesiásticos; persiguió sin contemplación a los simoníacos; lleno de comprensión y exigencia, prestó atención pastoral a los clérigos amancebados, y presentó cara a la difícil situación de los matrimonios clandestinos.
El papa Urbano V lo nombró su legado en 1368 para Bolonia, encomendándole una difícil misión pacificadora en cuyo desempeño tuvo su sufrir temporalmente la caricia de la prisión.
Se cuenta de él –con relatos imposibles de probar– que en la Navidad de 1372 recibió la visita de la Virgen anunciándole su próxima muerte, ocurrida el 6 de enero de 1373.
La gente comenzó a darle culto antes de la aprobación del papa. Contaban favores y milagros atribuidos a su intercesión; entre ellos –como es el caso de Santiago en Clavijo– estaba el favor que prestó, ya muerto, al papa Eugenio IV y a los florentinos en la batalla de Anghiari, cuando defendían el concilio ecuménico de Florencia contra las tropas del intruso Filipo Sforza; aseguran que lo vieron como un capitán valeroso conduciendo a la tropa y animándola con su intrépido valor. Así lo pintaron Leonardo y Miguel Ángel.
Benedicto XIII publicó la bula de canonización en 1724.
Su sepulcro de visita en la iglesia del Carmen de Florencia.
No fue un lobo cubierto con piel de oveja para destrozar; fue un lobo convertido tajantemente en manso cordero para servir a la paz.