19 de febrero

BEATO ΑLVARO DE CORDOBA (1430)

Beato Αlvaro de Cσrdoba como le llama vulgarmente el pueblo andaluz o fr. Alvarus Zamorensis como escriben los bularios y registros pontificios de sϊplicas no debe ser confundido con Αlvaro Paulo, alias Αlvaro Cordobιs, nacido de noble familia a principios del siglo IX en la Cσrdoba de los Omeyas, amigo entraρable de San Eulogio y Juan Hispalense, defensor de la fe catσlica y escritor de muchos quilates. El Beato Αlvaro de Cσrdoba, dominico, viviσ en tiempos quizα mαs difνciles que los de su homσnimo: los tiempos del Cisma de Occidente.

La semblanza de este hombre excepcional hay que trazarla a travιs de su obra, porque en ella cristalizσ lo mαs puro de su alma grande y, en cierto modo, tambiιn buena parte de lo que su tiempo encierra de afαn de trascender y superar una situaciσn cristiana y religiosa que motivσ una de las mαs graves crisis del catolicismo. Esa obra se llama Escalaceli. ΏUn nombre poιtico? ΏUn sνmbolo? Eso y mucho mαs. Encarnaciσn de un sueρo de reforma autιntica, Escalaceli, a siete kilσmetros de Cσrdoba, en las estribaciones de Sierra Morena, no muy lejos de las ermitas, es la obra del Beato Αlvaro. Una obra que hay que valorar en sus tres caracterνsticas: primero, como cuna de la reforma de la vida dominicana a raνz de aquel funesto bache de la Claustra, provocado por la tristemente famosa peste negra y acentuado por el Cisma de Occidente; segundo, porque en Escalaceli se levantσ, segϊn parece, el primer Vνa crucis de Europa, y tercero, porque ese rincσn de la Sierra Morena ha sido la fuente inexhausta donde Andalucνa bebiσ su entraρable devociσn a la pasiσn de Cristo.

El Beato Αlvaro de Cσrdoba es una figura seρera, vibrante de inquietud y de dinamismo paulino. Maestro por la universidad de Salamanca, pasσ sus mejores aρos en la paz de los claustros y de las aulas, pero, al nacer el siglo XV, abandonσ la cαtedra aguijoneado por la urgencia del apostolado y recorriσ las ciudades y los asendereados caminos de Espaρa, de Provenza, de Saboya, de Italia... atareado en la siembra de la palabra divina; buena falta hacνa entonces esta labor, pues el campo de la fe era barbecho en el que germinaba la cizaρa del desconcierto, de la corrupciσn de costumbres, de la holganza infecunda, mientras los pastores y los sembradores disputaban por la soluciσn de un drama terrible: en la Iglesia llegσ a haber tres tiaras al mismo tiempo, todas tres con νnfulas de legitimidad. El Beato Αlvaro de Cσrdoba predica, pero tambiιn observa; reza, pero sin cerrar los ojos a la cristiandad lancinada; paladνn de la unidad, anhela la soluciσn del largo conflicto; hay mar revuelto incluso en las Ordenes religiosas; la peste negra, que devastσ a media Europa dejσ los conventos casi vacνos, y despuιs se fueron poblando de hombres sin tensiσn espiritual. La crisis se agravσ con el cisma, cuyo resultado mαs calamitoso fue la escisiσn de la unidad catσlica. Mientras unos reinos reconocνan como legνtimo Papa al que residνa en Avignon, otros se mostraban adictos al que estaba en Roma; para empeorar las cosas, algunos cardenales se reunieron en Pisa y eligieron un tercer Papa. La algidez del problema se puso asν al rojo vivo. De todas partes apremiaban a los tres Papas a renunciar a sus supuestos o legνtimos derechos en bien de la Iglesia; un concilio acabarνa con ese estado de confusiσn eligiendo un Papa ϊnico, previa la renuncia de los otros tres.

Por otra parte, los religiosos se esforzaban tambiιn en reducir a los cauces tradicionales sus propios institutos. Gracias a Dios, en medio de la desolaciσn, abundaban los hombres de buena voluntad y de gran sabidurνa. Sσlo la Orden de Predicadores ofrece en esa ιpoca un magnνfico santoral, casi todos ellos trabajadores incansables de la restauraciσn de la Iglesia bajo un solo Pastor, dechados del espνritu genuino que debνa animar la vida monαstica de su Instituto, luchadores por la paz y la unidad en el recinto de los conventos: San Vicente Ferrer (1419), San Antonino de Florencia (1459), Beato Juan Dominici (1419), Beato Αlvaro de Cσrdoba (1430), Beato Andrιs Abelloni (1450), etc. La relajaciσn sesteaba a la sombra de la divisiσn. Si en la Iglesia habνa tres tiaras, la orden de Santo Domingo tenνa tres jerarcas, uno para cada sector de obediencia a un Pontνfice. La reforma se fue llevando a cabo poco a poco, con un temple admirable de prudencia, pese a los altibajos inevitables; por eso no se resquebrajσ la unidad de la Orden como iba a acontecer en otros institutos religiosos. El Beato Raimundo de Capua, confesor y biσgrafo de Santa Catalina de Siena, es la figura mαs representativa de esa reforma. La idea clave que preside su empeρo es sustraer a los observantes de la jurisdicciσn del provincial; un vicario general se encargarα de regir los conventos reformados; a la muerte de Raimundo de Capua 5 octubre 1399 le sucede en el generalato de la Orden Tomαs de Fermo, que emprendiσ un camino distinto. El sucesor del espνritu del capuano es fray Juan Dominici, fundador del convento de Fiιsole, que dio el hαbito a Antonio Pierozzi, mαs tarde San Antonino de Florencia. El convento de Fiιsole, en un paisaje vencido por la ternura, vio cσmo dos aρos despuιs de su fundaciσn, en 1407, llamaban a la puerta los jσvenes Benedetto y Guidolino, hermanos y artistas. Son de Vicchio, cerca de Mugello, donde vio la luz el Giotto. Guidolino tomσ, con el hαbito, el nombre de Fra Giovanni de Fiιsole, pero la posteridad se lo cambiarα por otro aϊn mαs bello: Fra Angιlico.

Despuιs de la coronaciσn de Alejandro V en Pisa, 7 de junio de 1409, la situaciσn de la Iglesia y, en consecuencia, la situaciσn de la Orden de Predicadores se hizo mαs dramαtica; los dominicos quedaron divididos, como la cristiandad entera, en tres secciones: parte los adictos a Benedicto XIII bajo el rιgimen de Juan de Puinoix; parte los entusiastas del concilio de Pisa y de su papa Alejandro V a las σrdenes de Tomαs de Fermo; parte, en fin, fieles a Gregorio XII congregαndose en torno a Juan Dominici. El drama se agravσ enormemente. Los conventuales de Fiιsole, por citar un ejemplo, reciben el imperativo de Fermo para que se adhieran a Alejandro V y nieguen la obediencia a Gregorio XII. La disyuntiva era agobiante. Pero aquel puρado de autιnticos religiosos optσ por la huida, porque la voz de la conciencia era mαs fuerte que la autoridad de Fermo. Y una noche, a la luz de la luna, cruzaron la verde campiρa toscana rumbo a Foligno, orando y llorando. Entre los fugitivos van artistas y santos. Algunos nos son ya conocidos. San Antonino, Fra Angιlico...

En 1414 Dati sucede a Fermo; el drama se orientσ, bajo su mandato, hacia la soluciσn anhelada. Asistiσ al concilio de Constanza, en el que fue elegido ϊnico Papa Martνn V el 11 de noviembre de 1417, y reinstaurσ el mιtodo de reforma esbozado por Capua, cuyo representante era Juan Dominici, cardenal y luego legado de Martνn V.

El Beato Αlvaro de Cσrdoba ha vivido intensamente esos dνas del plural cisma, le ha dolido el alma como a buen religioso, ha mirado con simpatνa los esfuerzos de los reformistas italianos durante los dνas que estuvo predicando en Lombardνa, a su ida y a su regreso del viaje a Tierra Santa del que hablaremos pronto. Fray Αlvaro de Cσrdoba va a ser el maestro y el peσn de la reforma en Espaρa. Esta empresa suya puede analizarse desde un doble αngulo de vista: primero, en lo que tiene de comϊn con la reforma de los dominicos italianos; segundo, en lo que presenta de fisonomνa propia. En el primer plano, se advierte que conoce bien el patrσn de la reforma patrocinada por Raimundo de Capua y llevada adelante por Juan Dominici; en el segundo aspecto, es peculiar el tacto con que la realiza, huyendo de la lucha imprudente. En una ocasiσn se habνa acudido en Palermo a plantar un convento reformado frente por frente de otro no reformado. Casi como un reto. Fray Αlvaro de Cσrdoba limσ todo posible encono de las relaciones fraternas.

A su regreso a Espaρa es elegido confesor de la reina Catalina de Lancαster y de su hijo Juan II. Iluminado ya de unidad y esperanza el panorama de la Iglesia, fray Alvaro dice adiσs a la corte. Su ideal es la reforma. El rey don Juan el padre de Isabel la Catσlica y su esposa doρa Marνa, hija del rey de Aragσn don Fernando de Antequera, lo quieren como se quiere a los varones de Dios. Es un hombre virtuoso, maduro, emprendedor. No hay que cortarle la marcha. Expone sus planes y los apoyan con una crecida limosna. Fray Αlvaro va a Cσrdoba y, en mitad de la Sierra Morena, funda a Escalaceli como una lanza erguida de reconquista espiritual. Es la conclusiσn de todas sus experiencias y la puesta en marcha de un sueρo fecundo. Ha trabajado incansablemente en la Corte de Castilla por la unidad de la Iglesia; en la Corte de Aragσn otro dominico batalla por la misma causa: fray Vicente Ferrer.

El prestigio de fray Αlvaro en la corte es extraordinario. A sus ruegos, el rey don Juan escribe a Martνn V solicitando la fundaciσn en sus reinos de media docena de conventos observantes. El 5 de febrero de 1418 Martνn V expide dos breves: en uno decreta la divisiσn de la provincia de Castilla en tres las otras dos serαn la de Galicia y la de Aragσn para que puedan ser reformadas con mαs facilidad; en el otro accede complacido a la sϊplica de que se funden seis conventos reformados, autorizaciσn necesaria, pues Bonifacio VIII habνa prohibido a las Ordenes mendicantes hacer nuevas fundaciones sin licencia de la Santa Sede; por otra parte, el capνtulo general que la Orden celebra en Metz, 1421, exige que en cada provincia haya al menos un convento de observancia. Fray Αlvaro, a quien acompaρa fray Rodrigo de Valencia, compra la Torre Berlanga, en la sierra cordobesa, el 13 de Junio de 1423 y allν funda el primer convento reformado de su Orden en Espaρa; el breve de Martνn V no ha sido letra muerta; pero, ademαs, el paraje elegido, con sus olivares y sus torrenteras, tiene un encanto cautivador para fray Αlvaro: recuerda la topografνa de Jerusalιn, tan pegada al alma del dominico desde los dνas de su peregrinaciσn a los Santos Lugares. La vieja torre moruna fue rebautizada con un nombre bello: Santo Domingo de Escalaceli. Religiosos de espνritu austero, reclutados en diversos conventos, forman la nueva comunidad. Son ocho en total, amιn del fundador: fray Juan de Valenzuela, fray Rodrigo de Valencia, fray Pedro Morales, fray Juan de Mesta, fray Juan de Aguilar, fray Bernabι de la Parra, fray Miguel de Paredes y fray Juan de San Pedro. Un mes mαs tarde el convento otorga pϊblicos poderes a Pedro Sαnchez de Sevilla y a Alfonso Garcνa para que reciban lismosnas para la construcciσn de un convento amplio y digno. Los gastos consumieron el donativo del rey, las limosnas de los cordobeses; los obreros se negaron a seguir trabajando. Fray Αlvaro pasa la noche en oraciσn y disciplinas. Dios oye su oraciσn. Segϊn refieren los testigos del proceso de su culto inmemorial, vinieron los αngeles y descargaron de sus carros aιreos el material que era menester. Por la maρana los obreros reanudaron, gozosos y asombrados, la obra, mientras el alba sonreνa por los picos de Sierra Morena. Asν se construyσ, sobre roca viva, sobre penitentes oraciones, Santo Domingo de Escalaceli, primer convento reformado de la Orden en Espaρa.

Pero fray Αlvaro, medidor de dificultades, solucionador a lo divino de problemas humanos, hombre prevenido que siempre vale por dos, y aun por cien, buscσ apoyo en la corte y, por medio de ιsta, en Roma. Habνa que ahuyentar el peligro de que el primer convento reformado naufragase por oposiciσn o por otras causas. Necesitaba, en una palabra, cierta autonomνa o independencia con relaciσn a los no reformados. Con este fin, la reina Marνa escribiσ a Martνn V pidiιndole la instituciσn de un vicario general de todos los conventos que abracen la reforma. Martνn V expide el suplicado breve el dνa 4 de enero de 1427. Fray Αlvaro, profesor de teologνa, quien con licencia de la Santa Sede ha construido recientemente un convento en Escalaceli, donde reina la mαs estricta observancia, es nombrado de por vida quoad vixerit prior mayor de todos los conventos reformados.

El historiador de la Orden, P. Mortier, ve en esto la primera congregaciσn dominicana de observancia, casi en todo independiente del general de la Orden, con superiores elegidos por los mismos reformados. El mσdulo italiano de reforma ha sido superado en perfecciσn y en eficacia, y se suman algunos elementos jurνdicos que parecen estar inspirados en la Congregaciσn de San Benito de Valladolid, bien conocida por fray Αlvaro.

La vitalidad lograda en Escalaceli no sσlo fue jurνdica, sino tambiιn expansiva. En 1426 los frailes de Escalaceli fundan el convento de Portaceli, en Sevilla; y, casi por las mismas fechas, una hospederνa en Cσrdoba con el fin de servicio auxiliar para los religiosos que bajaban del monte a las tareas apostσlicas. La ciudad, conmovida por el ejemplo de los predicadores, hizo donaciσn del solar al honrado y sabio varσn fray Αlvaro, maestro en santa teologνa, segϊn dice la escritura notarial. La hospederνa era una cabeza de puente y, andando el tiempo, el P. Posadas la harα famosa (vιase la semblanza de ιste en el 20 de septiembre).

La reforma habνa empezado. Conducida a tιrmino superaba ya las posibilidades de quien fue alma y motor de ella. Pero la semilla estaba echada. No fueron estιriles los esfuerzos del Santo cordobιs dice el P. Beltrαn de Heredia. Gracias a ello se despertσ una tendencia reformadora que, luchando con enormes dificultades, logrσ abrirse paso hasta conquistar totalmente el campo.

Junto a este aspecto de la obra del Beato Αlvaro pongamos otro que tiene un valor singular en la historia de la piedad cristiana: en Escalaceli se construyσ el primer Vνa crucis de Europa.

La Edad Media, con las cruzadas, con la predicaciσn de San Bernardo y de los mendicantes, centrσ la devociσn del pueblo hacia los misterios de la vida y pasiσn de Cristo. Fray Αlvaro, hombre de su siglo, era devotνsimo de la pasiσn del Seρor. Un cuadro que se halla en San Esteban de Salamanca nos lo presenta en pie, amorosamente abrazado a la cruz. Impulsado por ese fervor pasionario peregrinσ a Tierra Santa. Al empezar la reforma comprendiσ que era necesario orientarla por un cauce de austeridad y ascetismo. Si eligiσ la sierra de Cσrdoba para fundar fue porque la topografνa presentaba una gran semejanza con la de Jerusalιn; ιl harνa que se pareciese aϊn mαs. En lo alto de la ladera del lado este del convento, pasado el valle por el que se precipitan las aguas serranas, levantσ una capilla que bautizσ con el nombre de Cueva de Getsemanν; al valle lo llamσ Torrente Cedrσn; pero hay mαs: desde el convento Jerusalιn cordobιs, hasta un montecico situado al sur y que dista, como han podido apreciar los tιcnicos, tanto como el lugar de la crucifixiσn de la Ciudad Santa, edificσ una serie de estaciones que terminaban en el Calvario, donde puso tres cruces. Otras capillitas construyσ en torno a Escalaceli, conmemorativas de lugares santos; pero interesa, sobre todo, destacar el Vνa crucis. No han faltado quienes han querido derribarlo con la pica de un criticismo anodino, porque, dicen, no se encuentran en ιl elementos formales ni coincidencia con la estructura definitiva; fϊtil argucia, aϊn blandida por el P. Zedelgen, pues es clara verdad que el Beato Αlvaro construyσ el Vνa crucis con un obvio fin de meditaciσn y acompaρamiento del itinerario doloroso del Seρor. La vida religiosa, ejercitαndose en ese camino ascιtico, adquirνa asν una tσnica robusta y catαrtica. Fray Αlvaro y sus religiosos meditaban los sufrimientos del Redentor por esa Vνa dolorosa recordadora. Los biσgrafos y el proceso del culto inmemorial del Beato relatan escenas impresionantes de esta plαstica devociσn pasionaria del fundador de Escalaceli. Fray Αlvaro pasaba las noches en oraciσn, amparado por el silencio, de los olivos y el ιxtasis de las estrellas, en la capilla de Getsemanν; a veces, cuando muy de madrugada acudνa a rezar los maitines con la comunidad, los αngeles le ayudaban a subir la αspera pendiente o vadear la torrentera. Un testigo del proceso cuenta haber oνdo a su abuelo, amigo del Santo, que ιste se disciplinaba junto a aquellas cruces levantadas a la vera del camino como pregσn de eternidad y redenciσn bajo las nubes altas, fugitivas, del cielo cordobιs. En una ocasiσn, narra otro testigo, retornaba fray Αlvaro de su tarea apostσlica en la ciudad y, antes de llegar al convento, hallσ un mendigo moribundo; lo envolviσ en su capa, lo echσ a su hombro y cuando intentσ descubrirlo en la porterνa, el mendigo ya no era un mendigo: era un Cristo en la cruz, el mismo, segϊn una secular tradiciσn, que se venera hoy en la iglesia del convento.

Serνa pueril querer buscar en el Vνa crucis del Beato Αlvaro un Vνa crucis exacto al hoy usual e indulgenciado. Pero la idea, la sustancia es la misma. El sentido realista del hombre meridional, sensibilizador de los temas espirituales, explica el porquι del gran ιxito de esta reconstrucciσn pasionaria que hacνa en cierta manera asequible para todos la peregrinatio spiritualis a Jerusalιn en aquella ιpoca enardecida de sueρos de cruzadas, cuando la peregrinaciσn real era punto menos que imposible.

El haber en Escalaceli otras capillas que no se refieren a la Vνa calvarνi, no es una razσn suficiente como han querido algunos para decir que no era un Vνa crucis lo que San Αlvaro hizo en Escalaceli, como si lo mαs excluyese lo menos, el todo a la parte...

Los demαs Vνa crucis conocidos en Europa son todos posteriores al de Escalaceli, como el del Monte Varallo, el de Romans-sur Isere, el de Fribourg, el de Lovaina, el de Adam Krafft en Nuremberg, etc. Ademαs, si la primacνa cronolσgica de los Vνa crucis le corresponde a Espaρa, tambiιn es suya la primacνa de intensidad; es decir, en ninguna parte arraigσ tan profundamente como en Espaρa esa devociσn. En cuanto a la estructura hay que confesar que ha sufrido una notable evoluciσn y que la obra del holandιs cristiano Adricomio fines del siglo XVI sobre el modo de practicar esa devociσn, y los Ejercicios espirituales, del P. A. Daza, O. F. M., que fue el que dio el nϊmero de las 14 estaciones (1625), han ejercido un influjo definitivo. La devociσn del Vνa crucis, nacida como flor natural en el ambiente medieval de fervor por la meditaciσn y el rescate de los Santos Lugares, plasmada por el Beato Αlvaro en Escalaceli en un atisbo certero y espontαneo, alcanzσ su forma ϊltima con San Leonardo de Porto Maurizio, el santo que construyσ en Italia nada menos que 572 Vνa crucis, adoptando la forma espaρola de las 14 estaciones. De Espaρa le venνa tambiιn su fervor por este apostolado, como ιl declara: Habiendo sabido, por religiosos espaρoles que me informaron, que en Espaρa se erigνan los Vνa crucis con gran provecho para las almas, se me encendiσ el espνritu de un ardiente deseo de procurar un tan gran bien para Italia.

Despuιs de haber visto las dos dimensiones anteriores de Escalaceli, tan homogιneas y ensambladas, es fαcil pasar al tercer eslabσn: Escalaceli ha sido la fuente donde Andalucνa ha bebido su honda devociσn a la Pasiσn, a la Semana Santa. No es una conclusiσn; es un corolario de lo que precede. Por Escalaceli llegamos inmediatamente a las mαs profundas raνces de ese fervor del pueblo andaluz por sus Cristos, sus Macarenas y sus pasos. El Cristo del Beato Αlvaro, las cruces de Escalaceli abrieron un abismal surco en el alma religiosa de Andalucνa; en ιl han florecido, como mαximo exponente, esas procesiones consteladas de cera y suspiros, esos Cristos sangrantes y esas Vνrgenes sublimemente consternadas, que labraron gubias tan creyentes como las de Martνnez Montaριs, Juan de Mesa o Cristσbal de Mora. Escalaceli fue meta de peregrinaciones; el proceso canσnico del culto del Beato Αlvaro abunda en confesiones de este tipo. Los peregrinos se pasaban noches enteras velando delante del Cristo del Beato Αlvaro y durante el dνa visitaban las capillas que evocaban los santos lugares y recorrνan la Vνa crucis.

Esta es la obra y tambiιn la biografνa del Beato Αlvaro de Cσrdoba. Allν, en aquel nido de αguilas espirituales, muriσ en 1430. Escalaceli siguiσ largo tiempo la ruta trazada por el fundador. El Beato Αlvaro ha seguido velando por su continuidad. En 1530 los religiosos lo abandonaron, trasladαndose al monasterio de los santos mαrtires Acisclo y Victoria; intentaron llevarse los restos del fundador, pero sus reiteradas intentonas se vieron frustradas por prodigios celestes. Fray Luis de Granada recibe en 1534 el encargo de reconstruir material y espiritualmente el cιlebre convento. Y, con su celo y juventud, renovσ los mejores tiempos de Escalaceli. A fines del siglo XVI se erigiσ la Cofradνa del Beato Αlvaro, inscribiιndose en pocos aρos mαs de 4.000 hermanos. La flor de la nobleza andaluza abrazσ los estatutos; en 1655 medio centenar de caballeros cordobeses escriben al P. Provincial de Andalucνa ofreciιndole su ayuda para restaurar el santuario, que, por las inclemencias de los temporales y por los aρos, se estaba desmoronando. En el siglo XVIII el conde de Cumbre Hermosa, Lorenzo Marνa de la Concepciσn Ferrari, alto personaje de la corte, tomσ el hαbito y, electo prior, rehizo el convento y dejσ cuantiosos bienes para convertirlo en un centro de misiones, decisiσn que el hagiσgrafo cordobιs Sαnchez de Feria comentσ como idea propia del cielo. Por esa ιpoca, 1741, se logrσ dar remate al proceso de beatificaciσn de fray Αlvaro; Benedicto XIV, el gran maestro clαsico de las causas de beatificaciσn y canonizaciσn, habνa estudiado detenidamente el caso tνpico que presentaba el proceso; en su monumental obra sobre la materia se refiere repetidas veces a este proceso. La desamortizaciσn y exclaustraciσn del siglo XIX amenazσ una vez mαs de ruina a Escalaceli; pero el Beato Αlvaro velσ por su convento. Devotos cordobeses restauran la Hermandad del Santνsimo Cristo y del Beato Αlvaro de Cσrdoba y la reina Isabel II con toda la familia real fueron recibidos en ella; el P. Ferrari habνa logrado que Fernando VI adoptase a Escalaceli bajo el patronato real. En 1900 volvieron los dominicos, Las Cortes de Cαdiz habνan querido reformar la Iglesia espaρola inspirαndose en la obra del Beato Αlvaro, a quien dedican elogios que mαs parecen sarcasmos que otra cosa. Porque mientras le encendνan una vela, Escalaceli se estaba derrumbando. Aϊn hoy sobre el Monte Calvario tres cruces medio caνdas recuerdan, en su anhelo de brazos extendidos, enclavados, abiertos sobre la ciudad lejana, su historia antigua. Pero pese a esta desgracia, que el hombre malo no ha permitido remediar, unos sencillos mojones de cal y canto rematados en cruz de hierro seρalan el camino del primer Vνa crucis de Europa y la gente vuelve a subir en romerνa y en peregrinaciσn durante todo el aρo, especialmente en el tiempo penitente y nazareno de la Cuaresma. Un poco mαs allα, donde arranca la primera estaciσn, estα el convento rehecho, con su castillo al lado. Y casi medio centenar de novicios dominicos estαn curtiendo el cuerpo y el alma bajo el patronato del santo fundador. Para el peregrino, lo mismo que para los novicios, los versos de la puerta son un memorial inolvidable: Alcαzar de la fe, sagrado asilo.. la cristiana piedad goza en tu historia, que escala te apellida de la gloria.

Todo en Escalaceli, el convento que yergue su hermosura en el mar grisαceo de la sierra como un blanco navνo, invita a enfilar el alma proa a Dios.

ΑLVARO HUERGA, O. P.

SAN ΑLVARO DE CΣRDOBA (+ siglo IX)

Cσrdoba ha dado dos personajes de este nombre que entran de lleno en el campo de la hagiografνa. Uno de ellos, el bienaventurado Alvaro, fue un religioso dominico que viviσ a fines de la Edad Media en el convento de San Pablo de Cσrdoba, y muriσ en 1420; el otro, mαs ilustre todavνa, es el insigne apologista y defensor de la fe frente al Islam, que iluminσ con su palabra y sostuvo con sus escritos a la cristiandad cordobesa en tiempo de los emires. Pertenecνa a una de las familias mαs distinguidas de la ciudad. Su ilustre prosapia estα confirmada por el sobrenombre de Aurelio Flavio que le dan sus contemporαneos, y que en la ιpoca visigoda designaba la dignidad real. En su familia era tradicional el cultivo de las letras. Su mismo padre tenνa tal prestigio como conocedor de la literatura cristiana, que el mαs famoso maestro cristiano de aquellos dνas sometνa a su aprobaciσn cuanto escribνa sobre el dogma de la Trinidad y de la Encarnaciσn a fin de que le instruyese y tranquilizase.

Ese abad Esperaindeo, amigo de su padre, fue el maestro de Alvaro, el que imprimiσ en su alma las mαs firmes convicciones religiosas, el que le orientσ hacia la doctrina ortodoxa en medio de la confusiσn de ideas que reinaba en aquella Andalucνa, que acababa de ser el escenario de la lucha adopcionista. Entre sus condiscνpulos figuraba un muchacho de familia senatorial, en quien observσ las mismas ansias de saber que a ιl le devoraban. Era el futuro campeσn de los mozαrabes cordobeses, San Eulogio. Allν tuve la dicha de verle por primera vez; allν estrechι con ιl la mαs dulce de las amistades; allν empecι a gustar el encanto de su conversaciσn.

A diferencia de Eulogio, que abrazσ el estado eclesiαstico, Alvaro permaneciσ lego toda la vida: se casσ con una sevillana y no tardσ en verse enredado en la solicitud de las preocupaciones familiares. Su cuρado Juan de Sevilla le consuela con una carta de la muerte de tres hijos, y ιl nos dice, contraponiendo la vocaciσn de su amigo Eulogio a la suya propia: Ille sacerdotii ornatur munere, ego terra tenus repens hactenus trahor. Esto, no obstante, no le hizo olvidar su aficiσn al estudio y en especial a las cuestiones teolσgicas. En todo momento, se nos presenta vigilando los intereses de la fe poniendo al servicio de la Iglesia su talento, su actividad, su perstigio y sus riquezas. Amaba la verdad integral de la Iglesia, esposa de Cristo: y era su anhelo, nos dice ιl mismo, que la doctrina santa derramase toda su claridad en las mentes de los hombres. Antes que nadie diσ el grito de alarma contra una herejνa antitrinitaria, de tendencias puritanas y hebraizantes, que empezaba a extenderse entre los mozαrabes. Discutiσ con los herejes, pidiσ la ayuda de su amigo Eulogio, fue a ver al abad Esperaindeo y le indujo a refutar las afirmaciones de los sectarios, que fueron pronto condenados en un concilio que se celebrσ en Cσrdoba el aρo 839.

Poco despuιs apareciσ en Cσrdoba un apσstata franco, llamado Eleαzaro, que habνa huido de la corte de Ludovico Pνo y se dedicaba en El Andalus a hacer propaganda judaica y a predicar entre los musulmanes el exterminio de los cristianos. Con deseo de convertirle, Alvaro, que tenνa sangre judνa en sus venas, trabσ con ιl correspondencia epistolar. No consiguiσ lo que se proponνa, pero nos dejσ algunas pαginas caldeadas por el fueqo de su amor a Cristo. A una carta en que Eleαzaro termina invitαndole despectivamente a quedarse con su Jesϊs, -ιl contesta apasionadamente: Amιn y nuevamente amιn. Amιn en el cielo y en la tierra. Y que asν como yo le abrazo libιrrimamente con la fe por la virtud de la gracia, asν sea yo asido por ιl de manera que nadie me arranque de sus brazos por ninguna violencia ni encantamiento. El apσstata cortσ la polιmica de una manera cσmoda y vieja en el mundo, diciendo que no contestaba a los ladridos de perros rabiosos. Alvaro le Felicitσ por su prudencia: Verdaderamente es absurdo que la zorra chille cuando el perro ladra.

Al mismo tiempo trabajσ, en uniσn con su maestro Esperaindeo y con su condiscνpulo Eulogio, por estimular el renacer de las letras latinas y de los estudios teolσgicos, aρorando los dνas de San Isidoro. Dolνase al ver que los maestros de lengua αrabe arrebataban sus discνpulos a los que enseρaban la lengua de la Iglesia. Le interesan, sobre todo, los autores eclesiαsticos, y sσlo con un νntimo recelo se acerca a las obras de la literatura clαsica. Considera la gramαtica como un instrumento indispensable para conservar, segϊn su expresiσn, la santνsima lengua de nuestros mayores, pero en su sentir, los cantares de los poetas son alimento de los demonios, y a los filσsofos los llama filocompos, fabricadores de engaρos: Mis cartas, escribνa, no buscan el favor de los paganos, ni se adornan con los colores del Ateneo. Su aroma es el de las Sagradas Escrituras y su sabor el de los Santos Padres. No obstante, nombra. y cita con frecuencia a Virgilio y otros poetas del Lacio, y sus versos abundan en reminiscencias mitolσgicas. Su estilo es abundante, violento, rebuscado, matizado de palabras griegas y de tιrminos exσticos. Puede considerαrsele como un genuino escritor cordobιs.

Cuando en 850. estallσ el conflicto que puso frente a frente el poder de los emires y la cristiandad mozαrabe, herida de muerte, la mayor parte de los confesores de la fe saliσ del grupo mαs fervoroso que capitaneaban Alvaro y Eulogio. La Iglesia de Cσrdoba vive unos aρos de heroνsmo y de terror al fin del reinado de Abd el-Rahmαn II y comienzos del de Muhammad I. Algunos cristianos, monjes de la sierra, clιrigos de las iglesias de la ciudad, doncellas intrιpidas y matrimonios que habνan tenido la debilidad de dar su nombre al Islam, se presentan espontαneamente a confesar su fe, prefiriendo la muerte a la esclavitud; otros son delatados por sus propio parientes y arrastrados ante el gran cadν de la ciudad. Alvaro se mueve en las avanzadas de la fe, aunque su condiciσn de laico le libra de la cαrcel en la gran redada de cristianos con que se inaugurσ la persecuciσn. Entre 850 y 860 le vemos al lado de su amigo Eulogio defendiendo a los mαrtires y vindicando su memoria. Aconseja, sostiene, alienta y derrama el oro entre los prisioneros que llenan las cαrceles. Cuando Eulogio dirige a los perseguidos sus libros inflamados, sus historias martiriales y sus apologνas, ιl salta de gozo, felicita al doctor del pueblo de Dios y besa los folios emborronados en las penumbras del calabozo. No contento con aplaudir, toma tambiιn ιl la pluma para justificar aquel movimiento mal juzgado entonces, lo mismo que hoy, por muchos, aun dentro del cristianismo. En 854 publica un libro intitulado Indνculo luminoso, que es una violenta diatriba contra los espaρoles que se dejaban seducir por las doctrinas islαmicas y una defensa de aquellos que habνan sellado su fe con el martirio. Su lenguaje es mαs fuerte y arrebatado que el de San Eulogio, y cuando habla, sobre todo, de los vicios de Mahoma, llega a una crudeza increνble, y todavνa promete decir otras cosas en otro libro que nunca escribiσ. Este mismo ha llegado a nosotros incompleto.

Sin embargo, ni Alvaro ni Eulogio pertenecνan al grupo extremista entre las varias facciones ocasionadas por aquel conflicto en el seno de la cristiandad andaluza. Estaba en primer lugar el que consideraba la actitud de los mαrtires como una provocaciσn inϊtil, que Dios condenaba, y debνa ser condenada tambiιn por los hombres. De este parecer eran los cristianos mαs contemporizadores, presididos por el metropolitano de Sevilla, Recafredo. Frente a ellos se habνa colocado el obispo de Cσrdoba, Saϊl, que consideraba como excomulgados y arabizados a cuantos no estuviesen dispuestos a enfrentarse con el Islam con el fervor de los confesores de la fe. En un justo medio se colocaron Alvaro y sus amigos, dispuestos siempre a la concordia, pero sin traicionar la memoria de aquellos que, inspirados por Dios, se habνan presentado a confesar su fe ante los tribunales mahometanos. Esta diferencia de criterio indispuso a Alvaro con su obispo, a quien se comparaba en Cσrdoba con los donatistas y los luciferianos. Los obispos le habνan condenado, pero ιl anatematizaba a cuantos no estuvieran con ιl. Esta situaciσn trajo a Alvaro no pocas inquietudes. Con motivo de una enfermedad, pidiσ la penitencia, por la cual se obligaba a las prαcticas que la antigua disciplina de la Iglesia imponνa a los penitentes. Una de ellas era el privarse de la comuniσn mientras no recibiese la absoluciσn del obispo. Habiendo salido de la enfermedad, Alvaro se dirigiσ humildemente a su prelado con palabras que nos emocionan: Estoy dispuesto a obedecer en todo con tal de no privarme del remedio de la comuniσn:.., pues no puedo estar tanto tiempo sin recibir el cuerpo y la sangre de mi Dios. Todo pudo resolverse satisfactoriamente, pues Saϊl cediσ, se retractσ de su celo puritano en un concilio de obispos el aρo 857, fue absuelto y absolviσ tambiιn ιl a sus excomulgados.

Poco despuιs, en 859, Eulogio sucumbiσ en la lucha, y Alvaro asistiσ orgulloso a la apoteosis del amigo entraρable; cuya vida escribiσ en pαginas llenas de admiraciσn y de cariρo. Sentνase feliz y al mismo tiempo le abrumaba el peso de la tristeza. Era ya viejo, su causa parecνa perdida y le abrumaba, segϊn su expresiσn, el pensamiento de su insolencia y de su iniquidad. Su vida le parecνa vacνa de buenas obras, de bien y de verdad. Hasta su misma ortodoxia se le presentaba dudosa, y esto es lo que le moviσ a escribir su canto de cisne, la Confesiσn, opϊsculo inflamado y doliente, que, a veces, nos recuerda las Confesiones de San Agustνn; exposiciσn minuciosa de sus creencias y declaraciσn detallada y exagerada de sus pecados, que acaso leyσ en la asamblea de los fieles antes de transmitirla a la posteridad. Nada sabemos de sus ϊltimos dνas; pero podemos sospechar que muriσ tambiιn ιl, como su maestro y su condiscνpulo, dando su sangre por Cristo. La Iglesia de Cσrdoba conmemorσ su muerte como un dνa festivo. En ιl, decνa hacia 950 el calendario de Recamundo, se celebra en Cσrdoba la fiesta de Alvaro.Su anhelo incoercible de eternidad se refleja en aquella frase que sintetiza su vida. Tϊ sabes, Seρor, que tengo la sed del reposo eterno.

Los escritos de Alvaro, editados por Flσrez en la Espaρa Sagrada (t.10 y 11, de donde pasaron a la Patrologνa latina, t.115 cols.705-720 y t.121 cols.397-566), son los siguientes. 1Ί. Vita vel Passio beatissimi martyris Eulogii, presbyteri et doctoris. Es la vida de su amigo. Antes que la ediciσn de Flσrez hay otra de 1574, debida a los cuidados de Ambrosio de Morales. Al texto en prosa siguen tres poesνas en honor del mismo Santo. 2.° Poemas, una docena de composiciones, de las cuales solamente dos se refieren a sujetos religiosos: una oda a la cruz y un elogio de San Jerσnimo. Puede verse una ediciσn crνtica en Monum. Germ. Hist.: Poetae latini aevi carolini, t.3 p.126­142. 3.° Incipit confessio Alvari. Es una imitaciσn de los Sinσnimos, de San Isidoro, cuya idea fundamental se sintetiza en la conclusiσn: Tolle me, Domine, mihi et redde me tibi. 4.° Incipit liber epistolarum Alvari. Son veinticinco cartas que se cruzan entre Alvaro y diversos personajes, como San Eulogio, Eleαzaro, Juan de Sevilla y el abad Esperaindeo, una de ellas sobre motivos familiares; otras de carαcter literario y teolσgico. 5 ° Indiculus luminosus, defensa de los mαrtires, exhortaciσn al martirio y enseρanzas para evitar los contagios del Islam. 6:° Liber scintiarum. Se trata de una obra que se atribuyσ a Alvaro de Cσrdoba por algunos manuscritos, entre ellos uno gσtico del siglo XI, pero cuyo autor debe de ser el monje francιs Defensor de Ligugι. Flσrez se resiste a contarla entre los escritos de Alvaro. Es una colecciσn de sentencias de la Biblia y de varios autores eclesiαsticos, en que el copilador no ha puesto nada de su cosecha.

JUSTO PΙREZ DE URBEL, O. S. B.