22 de febrero

LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO

El divino Maestro como correspondencia a la firme confesión de su fiel apóstol Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le dirigió aquellas trascendentales palabras: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16, 17-19).

Con estas palabras el divino Redentor anunciaba la concesión a Pedro de una serie de privilegios sobre los demás apóstoles. Con ellos le hacía entrega del supremo poder de gobierno y magisterio, de legislador e intérprete de la doctrina evangélica, base esencial de la existencia misma de la obra de Jesús. Todo reino dividido será desolado había dicho el mismo divino Maestro. Y como el reino de Cristo debía existir por los siglos de los siglos hasta la consumación del mundo, aquel supremo poder debía naturalmente perpetuarse en los sucesores de Pedro. Todos estos privilegios y su perpetuación en los Romanos Pontífices se quisieron simbolizar y conmemorar en la institución de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, cuyo origen histórico y litúrgico vamos a explicar para promover la devoción a esta solemnidad.

Uno de los medios más sencillos y eficaces de enseñar e inculcar al pueblo fiel la doctrina evangélica han sido siempre las representaciones plásticas históricas o simbólicas. De ahí la riqueza de figuraciones artísticas de las diferentes escenas referentes a la institución del supremo magisterio de San Pedro.

De San Pedro, como la roca fundamento de la Iglesia, tenemos un hermoso relieve en un sarcófago lateranense. Se ven en él una basílica, un baptisterio y un palacio en el plano superior, y más abajo, las figuras del Salvador y de su fiel apóstol, todo descansando sobre una roca. No hay duda que la basílica quería representar la de Letrán, madre de todas las iglesias, como lo indica el baptisterio contiguo y el palacio que quería recordar el que Constantino regaló a la Iglesia romana. De esa manera se expresaba al mismo tiempo que esta Iglesia era la sucesora del apóstol.

Aún más expresiva es otra representación, y ésta conservada en muchos ejemplares, de la llamada Traditio legis o consigna, entrega de la ley a Pedro. Se quiso aplicar al apóstol, que había de ser el legislador supremo de la cristiandad, la escena tan conocida del Antiguo testamento en que Dios entrega las Tablas de la Ley a Moisés, el legislador del pueblo escogido. Se encuentra principalmente en relieves marmóreos de sarcófagos cristianos. En ellos se ve la majestuosa figura de Jesús sobre el monte, del cual fluyen los cuatros ríos del paraíso, con la diestra en alto, alargando con la izquierda el rollo abierto de la Ley a Pedro, que lo recibe, en señal de respeto, con las manos cubiertas, y llevando al hombro una cruz ricamente decorada. La noble figura de San Pablo está al otro lado en actitud de aplaudir la elección hecha por Jesús del primer apóstol como supremo legislador. En algunos ejemplares aparecen también los demás apóstoles en la misma actitud. La ley que recibía Pedro era la doctrina y toda la doctrina cristiana, esto es, la suma de los artículos de la fe y de los preceptos. Por esto en un ejemplar de Arlés se grabó en el rollo el crismón, símbolo de Jesús y de su doctrina.

Aunque todos los demás apóstoles tenían ciertamente el poder, recibido directamente del divino Maestro, de enseñar la ley evangélica, no se halla ninguna representación de la entrega de la ley a ellos, porque no había de residir en sus personas ni en sus sucesores el poder supremo de legislar, independiente del de Pedro.

Con esta representación se significaba principalmente que Pedro era el depositario, el guardián de la ley cristiana, pero Jesús le hizo además el maestro por excelencia que había de transmitirla a todos los confines de la tierra. De ahí la representación simbólica de la Cátedra de Pedro. La voz cátedra significaba materialmente el trono o silla episcopal, pero ya los Santos Padres la usan particularmente como símbolo de la autoridad de la enseñanza cristiana, atribuida generalmente a los obispos, pero especialmente a la sede de Pedro, la de Roma. San Cipriano en el siglo III decía: Se da a Pedro el primado para que se muestre que es una la Iglesia de Cristo y una la cátedra. Y recalcando aún más la unidad, añadía: Dios es uno, uno el Cristo y una la Iglesia y una la cátedra fundada sobre Pedro por voz del Señor (CIPRIANO, Epist. 43,5). Y que esta cátedra era y seguía siendo la de Roma, lo atestiguaba el mismo santo Doctor, quien para indicar que por la muerte del papa Fabio vacaba la sede de Roma, lo expresaba así: Como el lugar de Fabiano, esto es, el lugar de Pedro... vacase (ID., Epist. 55,8). Por lo mismo el concilio de Calcedonia (a. 451) declaraba al recibir una carta del papa León Magno: Pedro nos ha hablado por la voz de León (Mansi, VI 971).

El apóstol, en los ejemplares más antiguos, aparece sentado sobre una roca, la de la confesión, para recordar la que según la palabra del Señor, debía ser fundamento de la Iglesia. En las manos tiene desplegado el rollo de la doctrina evangélica, en actitud de enseñar mientras dos soldados vienen a arrastrarlo, significando así que la enseñanza de la doctrina cristiana fue la causa de las persecuciones. Hay ejemplares de esta preciosa escena, no sólo en Roma y en Italia, sino también en varias provincias del Imperio. En un ejemplar de Arlés en el rollo se ve inciso el crismón, como en el antes mencionado relieve de la Tradítio. Pedro enseña la doctrina de Cristo en su integridad, simbolizada en el anagrama de su nombre. Para expresar aún con más fuerza esta verdad, el artista Colocó junto a Pedro la figura del Señor en actitud de hablar al apóstol, absorto en su tarea catequética. De esta manera se quiso plasmar la inspiración divina bajo cuya influencia hablaría el apóstol y sus sucesores.

En otros muchos ejemplares Pedro está sentado sobre una silla o verdadera cátedra. Tampoco conocemos una representación semejante para ninguno de los demás apóstoles.

Por otra parte, el pueblo romano veneraba una verdadera cátedra de madera ya en el siglo IV y mucho antes en la que, según la tradición inmemorable, se habría sentado el Príncipe de los Apóstoles.

Esta veneranda y preciosa pieza se conserva en el Vaticano, sustancialmente en la misma forma original. Se le añadieron al correr de los siglos algunos adornos para enriquecerla, pero sin cambiar su estructura.

Es una gran silla o trono de madera de encina formada por una caja cuadrilátera de unos 89 centímetros de ancho por 78 de alto hasta el asiento, con unos pilares en los ángulos y un respaldo o dosel terminado por un tímpano triangular. Tiene en los pilares unas anillas para poder ser fácilmente trasladado. En el cuadrilátero frontal anterior, debajo del asiento, la enriquecen tres hileras de seis casetones cada una con sendos marfiles incrustados de oro, muy antiguos. Los que asimismo adornan el dosel son aún de mayor antigüedad y seguramente tallados expresamente para esta cátedra.

Durante toda la Edad Media estuvo visible y fue muy venerada. Los peregrinos, con devoción indiscreta, tomaban fragmentos de la madera para guardarlos como reliquias. En un principio habría estado en Santa Prisca, en el Aventino, en el lugar donde, según la tradición, habría residido el apóstol. Nuestro papa San Dámaso, en el siglo IV, la trasladó al baptisterio del Vaticano por él construido. Al levantarse en el siglo XVI la actual imponente basílica Vaticana, se creyó conveniente guardar como una reliquia la veneranda cátedra. Bernini, el último gran arquitecto de las obras, emplazó en el fondo del ábside un grandioso altar barroco que tiene, a manera de imagen principal, una colosal cátedra de bronce, sostenida por ángeles y que es el relicario que custodia la antigua silla del apóstol. En ocasiones extraordinarias puede ser mostrada a la veneración de los fieles, como se hizo en 1867, bajo el pontificado de Pío IX, al celebrarse el XVIII centenario de la muerte de San Pedro.

Si el arte y las tradiciones populares pudieron propagar así la admiración y devoción al magisterio supremo de Pedro, simbolizado en la cátedra, la liturgia debía consolidarlas y extenderlas a todo el orbe cristiano de todas las épocas. Por esto se instituyó muy pronto en Roma y en las provincias del Imperio la fiesta de la Cátedra de San Pedro.

El primer testimonio escrito que ha llegado hasta nosotros, es la Depositio rnartyrum: deposición de los mártires, incipiente calendario litúrgico romano del año 336, pocos lustros después de alcanzada la paz constantiniana.

Entre las poquísimas fiestas de santos, unas dos docenas, del año litúrgico, señala este calendario para el día 22 de febrero el Natale Petri de Cathedra, natalicio de San Pedro en la cátedra, o sea el día de la institución del pontificado de Pedro. El haber escogido este día para celebrar un acontecimiento del que no se podía saber la fecha exacta, parece se debió a querer suplantar con una fiesta cristiana importante la pagana de honrar a los muertos de la familia con banquetes frecuentemente escandalosos. San Agustín reprende duramente a los cristianos que en dicha fecha se entregaban a tales abusos. Lo mismo hace un concilio de Tours del año 567, al deplorar que haya fieles que, después de haber recibido dicho día el cuerpo del Señor, no se avergonzaran de manchar su alma con manjares dedicados al demonio. Quizá también, y en primer lugar, se puede creer que dicha fecha guarda relación con la fiesta de la basílica de Santa Prisca en donde, según lo dicho, se guardaba la cátedra, fiesta que coincide con el 22 de febrero. Sea como sea, lo que sí es seguro, que en los primeros siglos, IV y V cuando menos, nuestra fiesta de la cátedra se celebraba en Roma, no como hoy el 18 de enero, sino el 22 del mes siguiente. Así lo atestiguan varios libros litúrgicos.

Con esta fiesta se quiso solemnizar el episcopado de Pedro, su potestad jerárquica y magisterio universal y particularmente el episcopado de Roma, cabeza del Imperio, centro de la unidad, desde el año 42, que perduró durante veinticinco años.

Era costumbre antigua, continuada hasta hoy, la de conmemorar la consagración o entronización de los obispos en su sede. Pero, salvo raras excepciones la conmemoración sólo se extendía a la propia diócesis. Sólo a la de San Pedro se le dio el nombre majestuoso de cátedra, y ésta fue la única que se extendió a todo el mundo cristiano. San Agustín, dirigiéndose a sus diocesanos del Africa, decía: Cuando celebramos el natalicio de la cátedra, veneramos el episcopado de Pedro apóstol. En este texto se ve bien que la fiesta de la cátedra, sin otra distinción, era de la cátedra por excelencia, la de jurisdicción universal, la de Pedro, y, queriendo exponer el mismo santo Doctor el origen de esta denominación, advertía: La hodierna solemnidad recibió de nuestros antepasados el nombre de cátedra, porque, según se dice, el primero de los apóstoles recibiría hoy la cátedra del episcopado. Por esto en los textos de la misa romana actual, como en los antiguos, se recuerdan principalmente los pasajes evangélicos referentes a los privilegios de magisterio y gobierno otorgados por el Señor a su fiel apóstol. Oh Dios que al entregar las llaves del reino de los cielos a tu santo apóstol Pedro, le concediste potestad de atar y desatar... se dice en la colecta. Después en el tracto, en el ofertorio y en la comunión se reproducen las palabras de Cristo: Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... Se sabe que en el siglo IV y hasta el VI se celebraba con solemnidad especial esta fiesta en la capital de la cristiandad y era motivo de atracción de grandes grupos de peregrinos. A ella acudió el año 450, según se desprende de un sermón del tiempo, el emperador Valentiniano III con sus hijas Placidia y Eudoxia. Asistieron a la vigilia litúrgica de la fiesta y al día siguiente fueron recibidos por el Papa y numerosos obispos de Italia.

Por causas no bien explicadas esta solemnidad desaparece de los libros litúrgicos romanos de los siglos VII - X. Cuando reaparece, se ha trasladado al día 18 de enero. La causa de este traslado parece fue el que la antigua fecha caía frecuentemente en la Cuaresma tiempo de ayuno, en que se evitaban esta clase de fiestas. El papa Paulo IV, en 1558, fijó definitivamente la fecha del 18 de enero para la de la Cátedra de San Pedro en Roma, asignando a la data anterior del 22 de febrero otra fiesta de la Cátedra de Pedro en Antioquía.

En cambio en las provincias y particularmente en España, a donde había pasado ya en el siglo V, siguió celebrándose siempre, mientras se conservó la liturgia hispano - mozárabe, con toda solemnidad en la antigua datación del 22 de febrero.

Los libros de dicha nuestra liturgia nos ofrecen una riqueza de textos para esta fiesta no superada por ninguna otra de las liturgias occidentales. En el llamado Oracional visigótico manuscrito el más antiguo de un oracional completo, del siglo VII, procedente de Tarragona y conservado hoy en Verona, adonde pasó con los fugitivos de la invasión árabe, se dan nada menos que una docena de oraciones sólo para el rezo del oficio divino, ya que el oracional era precisamente el libro del preste para este rezo. Estas oraciones van acompañadas de antífonas, responsorios, aleluiyáticos, sólo iniciados, que después vemos completos y en mayor abundancia y con la correspondiente música en el famoso Antifonario de León, del siglo X, y en otros manuscritos de Toledo, San Millán, etc.

Una prueba de lo muy difundida y lo muy popular que debió ser en España ya en el siglo V esta celebración de la Cátedra de San Pedro nos la manifiesta una inscripción sepulcral, encontrada hace pocos lustros en Tarragona, en la que como datación del día del entierro se anota el de la Deposición de Pedro Apóstol, es decir, deposición en la cátedra, como también era llamada dicha fiesta en España y en las Galias.

Concluyamos con la primera oración del mencionado Oracional Visigótico, para las primeras vísperas: Cristo, Hijo de Dios, que para edificar tu Iglesia sobre la roca, diste al beatísimo Pedro, príncipe de todos los apóstoles, las llaves del reino de los cielos, a fin de que la Iglesia en primer lugar edificada surgiera en aquel que mereció antes que los demás no sólo amarte, sino también confesarte; concédenos que en este día, en el cual él recibió la suprema gracia del pontificado, recibamos nosotros la santidad en toda perfección, para que por aquel a quien concediste el poder de atar y desatar en la Iglesia, por él mismo ordenes nos sean perdonados los pecados y entrar en el reino de la vida perpetua.

JOSÉ VIVES

LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO

El Evangelio da la clave. Uno de los textos neotestamentarios lo escribió Mateo, el de los impuestos, y dice así: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que atares en la tierra será atado en el Cielo y lo que desatares en la tierra será desatado en el Cielo».

Es la promesa de Jesús hecha a Pedro de un primado, preeminencia o principalidad entre sus colegas apóstoles. Los verbos están en tiempo futuro y hablan de algo que se hará más adelante. En esta ocasión las palabras de Jesús vinieron después de una profesión de fe explícita hecha en voz alta por Pedro a una pregunta que hizo el joven rabí. El hebraísmo  –forma de expresión netamente hebrea–  habla de la autenticidad del texto. Las metáforas o figuras literarias son sumamente descriptivas y traslucen la transmisión futura de unos poderes que exceden las posibilidades o exigencias meramente humanas. El resumen entendido por los apóstoles es que Pedro ocupará un lugar, desempeñará una labor especial, en la Iglesia que Jesús tiene voluntad de fundar. De hecho, y aunque esto quizá suponga una digresión, así lo entenderán en lo sucesivo los que escucharon sus palabras y así actuarán en consecuencia desde que desapareció la amable figura de Jesús cuando marchó al Cielo. Pedro será el punto de mira y de referencia, en él está la plenitud del poder para gobernar, enseñar y santificar. Él y luego sus sucesores hasta el fin de la vida del hombre en la tierra serán los genuinos intérpretes de la ley evangélica.

Pero los privilegios serán un servicio, no algo de lo que saque beneficio el portador. Pedro será la roca, el cimiento, lo que da consistencia a la totalidad del edificio y sin quien no hay seguridad.

La Cátedra es  la silla, el trono, el asiento; hace referencia al lugar desde el que se ejerce el ministerio, el encargo recibido. Pero no sólo al lugar, también hace referencia a la autoridad. Cátedra es igualmente símbolo de responsabilidad, ser la cabeza visible del Cristo invisible es tanto en lo humano que hace necesario el testimonio de la tradición para asegurar la voluntad fundante de Cristo.

Ahora es Lucas, el evangelista médico que puso por escrito la predicación de Pablo, quien ofrece otro texto evangélico que sirve de referencia más concreta sobre la intencionalidad de Jesús sobre Pedro: «Yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, confirma a tus hermanos». El episcopado de Pedro lleva la nota peculiar de universalidad que comprende la vigilancia sobre los otros apóstoles. En Pedro, está residiendo todo el poder de guía e interpretación de la doctrina.

Y Juan, el apóstol joven que entiende de intimidades y testigo del diálogo entre Jesús resucitado y Pedro, escribirá que escuchó junto al lago, por dos veces, «apacienta a mis corderos», y una vez más, «apacienta a mis ovejas», cuando Cristo parecía brindar por tres veces al apóstol débil la oportunidad de subsanar su triple negación. El pueblo cristiano, el conjunto de los bautizados –pastores y simples fieles– será, en cada momento de la Historia, como el rebaño confiado que es preciso alimentar, vigilar, custodiar y defender.

Bernini, en su  «Gloria», quiso expresar todo esto de modo colosal, monumental, con su obra dentro de la basílica de San Pedro, metiendo la silla de madera que por tradición inmemorial había usado el apóstol Pedro, como en gigantesco relicario, recubierta de bronce y oro e irradiándola el Espíritu Santo con su asistencia.

Pedro tiene las llaves, el poder de abrir o cerrar; recibió el poder de atar o desatar y se le aseguró la valía ante Dios de su decisión. Así lo profesa la Iglesia; y lo entiende como carisma especial, como don; no por listeza o cualidad personal, sino como seguridad para cumplir el oficio, el encargo, la misión de expresar con claridad la Verdad sin error en lo tocante a la fe, a la moral, al camino; sin miedo de extraviar y sí con la certeza de conducir a la patria, al puerto, a la vida –son metáforas imperfectas– que llama Cielo, y en lo que está la Gloria de Dios.

La Historia y la Liturgia testifican la importancia de la Cátedra de San Pedro como centro de unidad en la fe. Ya se celebró en el siglo IV, y se extendió por el mundo. En el siglo V consta ya en la España visigoda.