Con razσn Prudencio se lamentaba: ΅Oh inveterado olvido de la antigόedad callada! Esto mismo se nos envidia, y se extingue la misma fama. El blasfemo perseguidor nos arrebatσ hace tiempo las Actas para que los siglos no esparcieran en los oνdos de los venideros, con sus lenguas dulces, el orden, el tiempo y el modo indicado del martirio (Peristephanon hym.1 vv.73-78).
Y lo confirma Eusebio, diciendo que bajo el imperio de Diocleciano se promulgσ un edicto imperial ordenando destruir los sagrados cσdices en los que se contenνan las Actas de los mαrtires, para que nada de ellos quede de recuerdo (Kirch, Enchir. Font, nϊm.446).
Por eso hemos de bucear cuidadosamente en los escritos antiguos para deducir lo que quisiιramos tener por cierto, no sea que las laudes que de los mαrtires Emeterio y Celedonio digamos, no se encierren en los marcos ciertos que son su mejor orla.
Calahorra celebra desde el siglo III la gloria de dos hijos suyos llamados Emeterio y Celedonio, que sufrieron martirio por la fe de Jesucristo en una de tantas persecuciones como el Imperio romano decretσ contra la Iglesia.
Pocos son los documentos de la antigόedad que narren sus vidas y su martirio. El poeta Aurelio Prudencio, gloria calagurritana, ha dejado descrita parte de la vida y bellamente narrado su martirio en el primer himno del Peristephanon, escrito, como dicen los crνticos, antes del aρo 401, fecha en que se ausentσ de Calahorra para trasladarse a Roma.
Sabemos dσnde los Santos como Calahorra llama a sus mαrtires labraron el final de su corona; no sabemos, empero, dσnde el sol iluminσ sus cunas ni dσnde la fe los amamantσ para Cristo.
Bien pudo ser Calahorra, la gloriosa e histσrica, quien acunσ a sus Santos, ya que en tiempos antiguos fue lugar preeminente de reclutamiento para dar soldados expertos y valientes al Imperio. Y fieles, como pocos, fueron elegidos para cuidar de la sagrada vida de los que regνan los destinos del mundo, como narra Suetonio al hacernos saber que Augusto tuvo su guardia personal de calagurritanos (Suetonio, Vitae Caesarum. Augustus, 49,1 ).
Soldados sν lo fueron: Los soldados que quiso Cristo para sν, dice el vate calagurritano, no habνan llevado antes una vida desconocedora del duro trabajo; el valor, en la guerra acostumbrado y en las armas, lucha ahora en pugnas sagradas (vv.31-33).
Y de Calahorra posiblemente fueron naturales, porque en esta histσrica ciudad les sorprendiσ la persecuciσn, habiendo tenido que dejar las banderas del Cesar, eligen la insignia de la cruz, y, en vez de las clαmides hinchadas de los dragones con que se vestνan, llevan delante la seρal sagrada que deshizo la cabeza del dragσn (vv.34-36).
ΏCuαl habνa de ser su refugio al abandonar la legiσn romana, sino su pueblo natal, donde, al abrigo de parientes y amigos, cultivan las tierras o se dedican a la artesanνa, tan apreciada por entonces? Ha sido para muchos motivo de duda, e incluso motivo de dar a los Santos la ciudad de Leσn como lugar de nacimiento, el dato que nos suministran los antifonarios, leccionarios y breviarios de Leσn, pertenecientes al siglo XIII. Dicen que Emeterio y Celedonio eran ex legione, traduciendo esa frase: de Leσn. Sin duda alguna ha de leerse: pertenecientes a la Legiσn VII Gemina Pνa Fιlix, que estuvo acampada cerca de la antigua Lancia (hoy Leσn), y que, por ello, con toda seguridad, tiene dedicada Leσn una calle a la Legiσn VII.
Aclara este concepto el documento histσrico llamado Actas de Trιveris, del siglo VII probablemente, al expresar que es fama que los soldados Emeterio y Celedonio fueron legionarios en el lugar del que toma hoy el nombre la ciudad.
Durante el ejercicio militar fueron honrados con la condecoraciσn romana de origen galo llamada torques, o collar, como dice el poeta: Quitadnos los collares de oro, premios de graves heridas (v.65). Esta condecoraciσn estaba tachada de pagana en los dνas de Prudencio y lo expresa la carta que los Padres conciliares de Aquiles dirigen a los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio.
No es sorprendente que a las distinciones primeras sucedan ahora los vituperios y persecuciones, porque la historia nos testifica de altos oficiales vilmente degradados, incluso soldados ignominiosamente arrojados del servicio militar por el grave delito de ser cristianos. Apostasνa o abandonar el ejιrcito romano, puede ser el lema de esta persecuciσn, conforme dice Prudencio: Sucediσ entonces que el cruel emperador del mundo ordenσ que todos los cristianos se llegaran a los altares a sacrificar a los negros νdolos y dejaran a Cristo (vv.40-42), por lo que si para los ajenos a la legiσn era difνcil pasar desapercibidos, mucho mαs lo serνa para estos soldados, que tenνan ciertos ritos paganos como obligatorios en sus ordenanzas militares.
No queda a los Santos otra salida que dejar la legiσn romana y retirarse a su ciudad natal, donde, al amparo de los hermanos en la fe, pueden seguir sirviendo a Cristo y ser ejemplos vivos de entereza cristiana para aquellos habitantes que no todos. Por desgracia sentνan pujante en sus entraρas la vitalidad religiosa de la fe.
Sorprende un dato digno de tenerse en cuenta: como no registra Prudencio el lugar de nacimiento de los mαrtires, tampoco expresa circunstancias ni nombres por donde vengamos en deducir la fecha aproximada de su martirio. ΏFue en la persecuciσn de Diocleciano, al principio de la misma, cuando estaba en apogeo la influencia de Galerio en Oriente y en Occidente la de Maximiano Hιrcules?; ΏFue en la persecuciσn de Valeriano, en la segunda mitad del siglo III como los mαrtires de Cirta, cuyas cabezas fueron segadas en las mαrgenes de un rνo, por donde rodaron aquellos sagrados despojos? Ignσrase a punto fijo la ιpoca de su martirio escribe La Fuente y que suele fijarse a mediados del siglo III, y aun algunos escritores la adelantan al siglo II. Es lo cierto que el poeta Prudencio, nacido a mediados del siglo IV, habla de aquel suceso como de cosa antigua, lo que no pudiera decir si el martirio hubiese tenido lugar en tiempo de Daciano, hacia el 304, ιpoca a la cual alcanzaron los padres del poeta (Historia eccl. I p.106).
Sin embargo, como las fechas y el lugar no parecen tener importancia para los escritores antiguos, hemos de conformarnos con seguir la huella gloriosa que de ellos nos ha dejado el poeta en sus bellos versos tetrαmetros trocaicos catalectos, relegando estos datos que a nuestra crνtica moderna tanto importan. Tanto mejor para ilustrar con el dulce recuerdo aquellos aρos que no los podemos contar.
Existe en la parte alta de Calahorra, en donde antaρo estuvo la catedral y mαs tarde un convento de franciscanos, una magnνfica iglesia dedicada al Salvador, tνtulo que conserva, casi con seguridad, como imborrable recuerdo de aquella primera catedral visigσtica dedicada al Salvador y que fue destruida por la invasiσn musulmana por el aρo 932, conforme reza el cσdice primero del archivo catedralicio.
Se habνa construido, como otras catedrales, junto a la residencia real y que, por su altura excepcional, fue elegida en tiempos remotνsimos como lugar de defensa primordial de las mαrgenes del Ebro contra posibles invasiones.
A este lugar, sin duda alguna, fueron presentados ante los gobernadores romanos, especialmente ante el capitαn de la guardia romana, y de ιste, al juez que habrνa de entender en la causa denunciada.
Y aquν serνan sometidos a largos interrogatorios quι nos han quedado registrados en muchas actas de mαrtires, en los que brilla tanto la sagacidad de los jueces con insidiosas promesas, como su odio satαnico, no permitiιndose descanso hasta conseguir la apostasνa o el martirio.
Antes de ser llevados a las mαrgenes del arenal que baρa el Cidacos para su triunfo definitivo, los Santos fueron llevados y aherrojados en las oscuras mazmorras que estaban construidas en los bajos del enorme torreσn que se levantaba en la parte noroeste de la ciudad, con sus puentes levadizos y con su magnνfica atalaya, desde donde se domina la hermosa y fιrtil vega que se filtra por entre los montes que se estriban en Peρa Isasa.
Aϊn hoy existe aquel lugar, sobre cuyas ruinas se levantσ hace siglos una suntuosa casa santa, como el pueblo devoto la llama, y a donde acuden fervientes los devotos a implorar protecciσn, y desde donde, antaρo, salνan las procesiones para trasladarse a la catedral y venerar las santas reliquias en tiempos de peste y guerras.
En aquel lugar, sin luz ni ventilaciσn apenas, se desarrollarνan las dramαticas escenas que canta Prudencio: El ceρudo tirano urgνa con la espada la libre creencia que, manteniιndose firme e νntegra en el amor de Cristo, solicitaba los azotes, las segures y las uρas de doble gancho. La cαrcel oprime con duras cadenas los cuellos amarrados, el verdugo atormenta por toda la plaza, la acusaciσn corre como si fuera verdad, la voz verνdica se condena. La virtud herida golpeσ el triste suelo con la espada y, arrojada sobre las tristes piras, absorbiσ las llamas con su aliento. Dulce cosa parece a los santos el ser quemados, dulce el ser atravesados por el hierro (vv.43-51).
La oraciσn y santa emulaciσn serνan constantes compaρeras de los soldados cristianos para sostenerse felices en la cαrcel, entre cadenas y tormentos. Ninguna de ambas cosas tratemos de evitar, podrνan decir con San Ignacio de Antioquνa, sino que en las injusticias aprendo yo mαs bien a ser discνpulo, a fin de alcanzar a Jesucristo. ΅Ojalα goce yo de los tormentos que me estαn preparados, pues no son dignos los padecimientos del tiempo presente en parangσn de la gloria que ha de revelarse en nosotros! (Padres apostσlicos: BAC [Madrid 1950] p.508, II).
Entonces se enardecen los corazones amados de los dos hermanos, a quienes habνa unido siempre la comuniσn de la misma fe: estαn dispuestos a sufrir cuanto su ϊltima suerte les depare, dice el poeta (vv.52-54).
Esta fraternidad la hallamos en los cσdices y breviarios, en los autores que los consideran como hermanos de sangre. No obstante, lo obvio y lσgico de esta fraternidad estriba en la identidad de fe, de nacimiento, de profesiσn militar y de tormentos, puesto que cristianos ambos se habνan amamantado juntos en la misma cuna de la diσcesis calagurritana; juntos habνan departido en la legiσn romana los dνas felices y las fatigas de la vida militar; juntos habνan sido detenidos y aherrojados a las cαrceles y juntos tambiιn bajarνan al arenal para juntas volar sus almas al cielo.
Ahora podemos aplicarles bellamente aquellas palabras del misal gσtico en la misa de estos Santos: Arrojan las lanzas, se despojan de todo signo militar y se sienten movidos a trabar una batalla celeste que al principio no habνan conocido.
Los Santos se hacen reflexiones que pone en sus labios el poeta Prudencio: ΏPor ventura hemos de ser entregados al demonio, nosotros que somos creados para Cristo y llevando la imagen de Dios hemos de servir al mundo? No, el alma celestial no puede mezclarse con las tinieblas (vv.58-60).
Ya es tiempo de dar a Dios lo que es propio de Dios, exclama el poeta de Calahorra, haciendo alusiσn a la vida que los mαrtires han llevado en el servicio del Cesar.
Cuando esto dijeron los mαrtires prosigue Prudencio, se ven cubiertos con mil tormentos, y el rigor airado ata con ligaduras entrambas manos y una cadena rodea en pesados cνrculos sus cuellos heridos (vv.70-72). Es la secuela del odio del tirano.
Oh tribunos: Quitadnos los collares de oro, premios de graves heridas; ya nos solicitan las gloriosas condecoraciones de los αngeles. Allν Cristo dirige las blanquνsimas cohortes y, reinando desde su alto trono, condena a los infames dioses y a vosotros, que tenιis por tales los monstruos mαs grotescos (vv.64-69). Es la contestaciσn a la ira de los verdugos. Hermosa contestaciσn de todos los tiempos y de todos los mαrtires, ya que el Espνritu de Dios es quien inspira a ellos lo que han de decir a los perseguidores. Y la multitud presenciσ el martirio de los Santos. Tanto los testigos como el verdugo vieron con estupor dos prodigios que relata Prudencio: el anillo de Emeterio simbolizando la fe, se eleva por las nubes en tanto el paρuelo que al cuello lleva prendido Celedonio le es arrebatado para perderse en las alturas.
Esto lo vio la multitud que estaba presente, y lo vio tambiιn el verdugo. Vacilante contuvo su mano y palideciσ de pavor; pero, con todo, descargσ el golpe para que no faltase la gloria (vv.91-93).
El arenal del Cidacos, por donde hoy estα la bella catedral, se tiρσ, de sangre, en tanto las almas de nuestros Santos volaron como dos regalos enviados al cielo e indicaron con sus fulgores que tenνan abierto el camino de la gloria (vv.83s.).
Asν, como corresponde al hecho sublime, con sencilla expresiσn del poeta, queda narrada la gloriosa muerte de los Santos.
Sus sagrados despojos los recogiσ la iglesia calagurritana con inmensa devociσn. Los llevσ a su catedral del Salvador, donde les rindiσ extraordinario culto durante siglos.
Su gloria se extendiσ por la Iglesia espaρola y traspasσ los Pirineos. Y sus reliquias tambiιn fueron llevadas a multitud de lugares que aϊn en nuestros dνas les tributan su homenaje en iglesias a su nombre levantadas. Guipϊzcoa y Vizcaya con Navarra se glorνan de tenerlos en suntuosos templos. Y dicen que Santander debe su nombre a San Meder, como era llamado Emeterio en los primeros tiempos; tiene en su catedral, bajo el altar mayor de rico mαrmol, envueltas en ricos joyeros de oro y plata con piedras preciosas, insignes reliquias de los Santos.
Calahorra, junto al arenal, construyσ su catedral y pulcro baptisterio, al que dedicσ Prudencio su himno VIII del Peristephanor. Y en su altar mayor guarda con mimo y venera con devociσn las sacrosantas reliquias. Allν acuden, somos testigos, los fieles de Calahorra y de Soria, los de Navarra y Burgos, hasta de las regiones mαs apartadas saben acudir fervientes, buscando amparo y alivio cabe estas reliquias sagradas.
Nadie les invoca sin fruto y el lloroso peregrino puede volver alegre a su hogar obtenido cuanto de justo pidiσ, pues Cristo bueno nada niega a sus testigos del arenal.
Su fiesta se celebra el 3 de marzo, pero como recuerdo del traslado de las sagradas reliquias que desde la antigua catedral del Salvador fueron llevadas en procesiσn, con asistencia de prelados de la Iglesia y gobernantes de Espaρa, su fiesta litϊrgica mαs solemne ha quedado el dνa 31 de agosto.
El Salvador mismo nos dio este don, terminamos con el vate, para que gocemos de ιl, al destinar a nuestro pueblo los miembros de estos mαrtires. Hoy libran de peligros a todos los habitantes de las tierras que el Ebro baρa (vv. 115-117).
JESΪS FERNΑNDEZ OGUETA
En verso recogió por escrito los relatos de su muerte el poeta hispano Prudencio.
Calahorra está unida a estos soldados por el hecho de su martirio y quizás también por ser el lugar de su nacimiento. Otros señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses –antifonarios, leccionarios y breviarios del siglo XIII– al interpretar «ex legione» como lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que pertenecieron y que estuvo acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el documento histórico denominado «Actas de Tréveris» del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la iglesia del Salvador –probablemente en testimonio perpetuante del hecho martirial– por donde antes estuvo un convento franciscano y, antes aún, la primitiva catedral visigótica que debió construirse, según la costumbre de la época, junto a la residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que fue destruida por los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el códice primero del archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del martirio de estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano ordenara quemar los antiguos códices cristianos y expurgar los escritos de su tiempo! Con ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni sirviera como propaganda de los mártires, y evitar que se extendiera el percance de la nueva fe. Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano? Parece mejor inclinarse con La Fuente por la mitad del siglo III, en la de Valeriano, contando con que algún otro retrotrae la historia hasta el siglo II. Cierto es que Prudencio nació hacia el 350, deja escrita en su verso la historia antes del 401, cuando se marcha a Italia, hablando de ella como de suceso muy remoto y no debe referirse con esto al tiempo de Daciano (a. 304) porque esta época ya fue conocida por los padres del poeta. Es bueno además no perder de vista que el narrador antiguo no es tan exacto en la datación de los hechos como la actual crítica, siendo frecuente toparse con anacronismos poco respetuosos con la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio –hermanos de sangre según algunos relatores– que fueron honrados con la condecoración romana de origen galo llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía de la fe o el abandono de la profesión militar. Así son de cambiantes los galardones de los hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por Jesucristo, primero sufren prisión larga hasta el punto de crecerles el cabello. En la soledad y retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos, glosando la frase del Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de Dios» después de haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre castrense les ha preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas y tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del ajusticiamiento. Cuenta el relato que los que presencian el martirio ven, asombrados, cómo suben al cielo el anillo de Emeterio y el pañuelo de Celedonio como señal de su triunfo señero.
Muy pronto el pueblo calagurritano comenzó a dar culto a los mártires. Sus restos se llevaron a la catedral del Salvador; con el tiempo, las iglesias de Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas y medio día de Francia dispusieron de preciosas reliquias. Junto al arenal que recogió la sangre vertida se levanta la catedral que guarda sus cuerpos. Hoy Emeterio y Celedonio, los santos cantados por su paisano Prudencio, y recordados por sus compatriotas Isidoro y Eulogio son los patronos de Calahorra que los tiene por hermanos o de sangre o –lo que es mayor vínculo– de patria, de ideal, de profesión, de fe, de martirio y de gloria.